domingo, 11 de octubre de 2015

CAPITULO 26 (segunda parte)







Una combinación de sentir lástima por ella y estar cagado de miedo por casi perderla en el río le había hecho actuar estúpidamente. Había estado tan contento de que estuviera viva, que había cedido a la tentación de ver si sabía tan bien ahora como siempre lo había hecho.


Sólo para descubrir que era mucho más dulce que cualquiera de sus recuerdos.


Tocarla, besarla, oír su grito de éxtasis había llevado a Pedro directamente al borde, a pesar de que sus ropas todavía estaban puestas y sólo había llegado a tercera base. Pero cuando ella volvió las tornas y comenzó a besarlo, había sido casi imposible detenerse, tomar una maldita respiración y recordar por qué hacer el amor con Paula era una idea terrible.


Desde lo profundo de su subconsciente, la voz de  Cristian se levantó y lo clavó. “Ella es mala para ti, hombre. Y tú estuviste regiamente jodido después de que se fue. No quiero verte así de nuevo”.


Jesús, ¿cómo podía haberlo olvidado? A este ritmo, acabaría mucho más lejos de lo que había esperado cuando había accedido a ayudarla a encontrar a su hermana. Mucho más que un poco de sexo muy caliente contra una roca.


Él iba a terminar enamorado de ella, de nuevo.


Y luego, cuando ella lo dejara para regresar a su brillante mundo  empapado de celebridades, él estaría mirando directamente un agujero negro de nuevo.


Conseguir una patada en el corazón una vez en la vida era suficiente para  él, gracias.


La sensación de malestar en la boca de su estómago creció cuando ella se alejó de él. Se obligó a ponerse de pie y dar un paso lejos de ella, a pesar de que estaba desesperado por hacerla venirse otra vez.


—Cometí un error, Paula —cada palabra de arrepentimiento era más difícil de escupir que la anterior—. Perdí el control y actué estúpidamente.


Un pesado silencio colgó entre ellos mientras Paula lo miraba fijo con ojos verdes sin parpadear, sin decir nada.


—Afortunadamente, estamos casi al final del río —dijo él, con la esperanza que volviendo a la tarea detendría definitivamente este retorcido juego al que estaban jugando—. Si todo va bien, podríamos ser capaces de llegar a la comuna por la noche.


Dolor y confusión cruzaron por su cara ante sus palabras formales y sin emoción. Había vuelto a jugar al imbécil otra vez. Haz que se corra y luego apágala al segundo que su orgasmo haya terminado.


Por desgracia, no podía ver ninguna otra forma de proceder.


Necesitando salir de su campo de fuerza sexual, se dio la vuelta y entró en el agua para recuperar la balsa. Minutos más tarde, estaba desconcertado al observar que sus ojos permanecían pegados a él mientras la arrastraba a través del agua fría y hasta en la orilla.


—Tal vez no fue un error, Pedro.


Ella hizo una pausa y se humedeció los labios dándole suficiente tiempo para recordar todo lo que había sucedido contra la roca, todos los lugares que había besado y tocado.


—Tal vez lo que pasó era inevitable. Tal vez tú y yo somos inevitables.


El deseo se apretó a su alrededor con cada palabra. Nunca debería haberla besado. Nunca debería haberle dicho que no podía dejar de desearla.


—No —dijo él, actuando por instinto para detener el tirón—. Tú y yo terminamos hace diez años. Estamos aquí para encontrar a Agustina. Eso es todo.


La vio estremecerse ante sus duras palabras, pero en lugar de decirle que era un idiota como cualquier otra mujer habría hecho, dio un paso más cerca.


—Te deseaba tanto como tú a mí —dijo ella, negándose a dar marcha atrás, a aceptar un no por respuesta—. Después de todo lo que hablamos anoche y esta mañana, creí que estábamos de acuerdo en que somos personas diferentes ahora.  Los dos vivimos a través del aborto. Vivimos a través de la ruptura. Sé por qué actuaste como lo hiciste. Y sabes por qué actué como lo hice.


Otro pasó más cerca.

—Nunca me ha importado otro hombre, Pedro. Sólo tú. 


Tan cerca que podía estirarse y tirar de ella a un beso.


—Dime que amas a alguien más, dime que has amado a alguien más como me amaste, y lo dejaré.


Él sabía la mentira que necesitaba decirle para apagarla para siempre, pero de pie en la orilla del río Colorado con su dulce aroma persistiendo en sus dedos, él simplemente no podía hacerlo.


—No hay nadie más —admitió—. Nunca ha habido nadie más. Sus ojos brillaron de esperanza, y él se obligó a decir:
—Pero si hemos amado o no a otras personas no importa, Paula. Esto sigue siendo una mala idea.


Vio como ella tiraba sus hombros hacia atrás, enderezaba su espalda y levantaba su barbilla, preparándose para una batalla.


—Tú dices que terminamos hace diez años, pero me tocas como si sólo estuviéramos comenzando —ella desafió—. Dame una buena razón por la que no deberíamos volver a intentarlo.


Mierda. Hasta ahora había sido capaz de mantener su período de autodestrucción enterrado. Pero ella nunca dejaría caer la idea de volver a estar juntos, de intentarlo de nuevo, si no estaba todo en juego.


—Cuando te fuiste…


Mierda, sacrificar su orgullo era más difícil de lo que pensaba.


—Luché contra cada maldito incendio de este lado del Mississippi, pero no conseguí superarte.


Ella dio otro paso más cerca, llegando a sólo unos centímetros de distancia.


—No pude superarte tampoco, Pedro.


Él sostuvo una mano en alto para detener su impulso hacia adelante.


—Tú pediste una razón y te voy a dar una. Te fuiste a San Francisco y te aferraste a una vida mejor con las dos manos. Yo casi tiré la mía.


Confusión frunció su entrecejo.


— ¿De qué estás hablando? Todavía eres un HotShot. Todavía vives en Tahoe rodeado de tus amigos, tu equipo y tu hermano.


—Casi lo perdí todo, Paula. Salté directamente en un agujero negro, quería que me tragara.


Sacudiendo su cabeza como si nada de lo que él estaba diciendo tuviese sentido, dijo:
—No lo entiendo. ¿Qué quieres decir con agujero negro?


Se pasó las manos por el pelo, odiando cada segundo de desnudar su alma.


Felizmente le hubiera cedido una extremidad en su lugar.


—Después de que te fuiste, regresé al mismo lugar en el que estaba durante la escuela secundaria. Pero peor. Más en la bebida. Más todas las noches en vela. Despertar y no saber dónde estaba. Saltar fuera del descanso del equipo. No presentarme para los incendios y trabajar a medias y con resaca cuando me las arreglaba para subir a la montaña.


La comprensión de repente inundó sus ojos.


—Lo lamento mucho —dijo ella— lamento todo —sus ojos se nublaron con pesar—. Ahora cuando miro hacia atrás, puedo ver qué temerosa y confundida chica de dieciocho años era —admitió en voz baja—. Si hubiera sabido lo que iba a suceder, lo que irme nos haría a ambos, yo nunca habría... —dejó el  resto de la  frase desvanecerse, diciendo en cambio—: No puedes castigarte a ti mismo por una mala elección, Pedro.


—No fue una mala elección, fueron un centenar de malas decisiones. Si no fuera por Cristian...


Él no se molestó en terminar la frase. La había salvado una vez, pero ella lo había dejado de todos modos. Tal vez sólo lo había necesitado para alejarse de su madre y del parque de casas rodantes. Tal vez no.


De cualquier manera, las probabilidades indicaban que tan pronto como encontraran a Agustina, este torrente de adrenalina, un torrente que se sentía como deseo y amor, se disiparía.


Y ella se alejaría de él otra vez.


—Mira, entiendo por qué estás pensando en una segunda oportunidad. Has sobrevivido a dos grandes accidentes. Pero tienes razón al decir que hemos cambiado. Estamos en dos mundos diferentes ahora.


Sus ojos brillaban y sabía que le estaba haciendo daño otra vez con sus duras palabras, pero era mejor cortar el delgado hilo que quedaba entre ellos ahora, en lugar del desastre de desenredarse a sí mismos más tarde.


Subiendo de nuevo en la balsa, dijo:
— ¿Estás lista para ponerte en marcha otra vez? No queremos perder más tiempo.







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