martes, 6 de octubre de 2015

CAPITULO 7 (segunda parte)




Esa primera cita increíblemente caliente se convirtió en otra, luego en otra, hasta que todas las noches libres de Pedro, cuando no estaba en algún lugar en una montaña, las pasaba con Paula.


Al principio, mayoritariamente hacían el amor, con pequeños descansos para comer, pero no pasó mucho tiempo para que él quisiera ser algo más que una parte física en su vida.


Nunca había sentido la necesidad de saber mucho acerca de las chicas con las que salía, nunca quiso saber lo que les gustaba comer en el desayuno, nunca se preocupó por sus sueños o aspiraciones. Pero a pesar de que se negaba a  ir muy lejos en el futuro, no podía negar que la forma en que se sentía por Paula era simplemente diferente.


Durante el día ella trabajaba a tiempo parcial en la biblioteca del centro mientras tomaba clases de negocios en el colegio universitario local. Él se burlaba de cómo ocultaba ese gran cerebro detrás de ese cuerpo de muerte, pero estaba increíblemente orgulloso de ella. No era difícil adivinar por qué se presionaba tan duro, a pesar de que nunca habían hablado de ello: No quería acabar como su madre, atrapada en un parque de casas rodantes con un bebé a los dieciocho años y sin habilidades o dinero a los cuales recurrir.


Y entonces, una noche, él se despertó y se dio cuenta que ella no estaba en la cama. La encontró sentada en su mesa de la cocina estudiando detenidamente un papel. Al principio pensó que era su tarea, pero cuando se acercó lo suficiente para leer la letra pequeña, se dio cuenta que eran documentos del Estado.


— ¿Formularios de tutela e instrucciones? ¿Qué es todo esto?


Ella había sido virgen, así que sabía que no podía tener un hijo escondido en alguna parte.


Paula se frotó los ojos con una mano.


—Es una larga historia.


—No me voy a ninguna parte.


Fue una respuesta tirada de la manga, pero de alguna manera, en ese momento, ambos sabían que quería decir mucho más de lo que había pensado originalmente. En la parte más alejada de la mente de Pedro, una luz de advertencia comenzó a parpadear, imágenes del matrimonio de mierda de sus padres pasaron ante sus ojos. Pero fue fácil cerrar esa puerta, decirse a sí mismo que él y Paula estaban simplemente pasando un buen rato juntos, que estaban a kilómetros de distancia de pensar en casarse.


—Tengo una hermana —dijo ella finalmente, explicando que su hermana menor, Agustina, había sido enviada lejos de la familia a los cuatro años—. No pararé hasta sacarla del sistema de acogida y que esté en casa conmigo.


Pedro sabía de primera mano lo importante que eran los hermanos. Cuanto más tus padres dejan caer la pelota, más necesitas a un hermano o hermana para mantener las cosas unidas. Cristian era su verdadera familia. Así que entendía que incluso aunque ella no había visto a su hermana en seis años, Agustina significaba lo mismo para Paula.


Él se había unido a la batalla esa noche, queriendo ayudarla a navegar a través de los montones de papeleo burocrático que se interponían en su camino. Y cuando todo lo que ella escuchó del Estado fue: “No tiene suficiente dinero o un trabajo o un hogar verdadero para su hermana”, cuando clamaron que Agustina estaría mejor en el sistema de acogida viviendo con una familia “estable”, él sostuvo a Paula mientras lloraba. Pero no pasó mucho tiempo hasta que sus lágrimas se secaron y estuvo de vuelta en ello, socavando al sistema con más enfoque que nunca.



Desde que él se había convertido en un bombero HotShot, la gente había dicho una y otra vez lo rudo que era. Pero por primera vez en veinte años sabía lo que era la verdadera fuerza; la veía cada vez que miraba a su novia llenar el papeleo o discutir por teléfono con un trabajador social. 


Continuamente lo sorprendía con su capacidad de recuperación. No había esperado que tan bonito envoltorio estuviera lleno con una determinación de acero.



Al mismo tiempo, cada vez que hacían el amor, él empujaba el condón roto a la parte posterior de su mente. Después que pasaron un par de semanas, supuso que estaban fuera de la zona de peligro y casi se olvidó de ello.


Hasta el día en que ella entró en la estación con los ojos rojos e hinchados.  Él acababa de llegar de un incendio forestal y la adrenalina seguía bombeando a través suyo cuando la vio. Su estómago se retorció de miedo cuando adivinó al instante lo que iba a decirle.


El secreto que había estado manteniendo acababa de regresar para morderlo en el trasero.


Su primer pensamiento fue que necesitaba una bebida fuerte. El segundo que no estaba listo para ser padre.


Era un bombero de veinte años. Se suponía que debía estar golpeando todo  lo que se moviera. Y a pesar de que le gustaba estar con Paula, seguro como el infierno que no creía en las familias felices.


—Necesito hablar contigo, Pedro.


— ¿Estás embarazada? —dijo él, sus palabras salieron más duro de lo que había pretendido.


Sus ojos se abrieron con sorpresa y se cubrió el vientre con ambas manos.


— ¿Cómo lo sabes?



Sabía que contarle del condón no habría hecho ninguna diferencia en si quedaba o no embarazada, pero al menos no habría sido tomada por sorpresa.



Él estaba acostumbrado a ser el héroe. No el villano que tomaba la  virginidad de la heroína y la embarazaba, todo al mismo tiempo.


Apisonando la necesidad de cortar el cebo y correr de regreso a las  montañas para combatir un incendio, cualquier incendio que pudiera encontrar, se encontró con su mirada.


—El condón se rompió.



Ella inhaló bruscamente, sus ojos se abrieron con incredulidad.


¿Cuándo?


—La primera vez.


¿Por qué no me lo dijiste?


Jesús, no sabía qué decirle. No sabía qué hacer. Sobre todo porque ninguno de los dos estaba listo para casarse.


Así estaban las cosas, no se habían mudado juntos oficialmente. Ella había tenido cuidado de no dejar ropa en su apartamento y él no le había ofrecido exactamente uno de los cajones de su cómoda.


La verdad era que, Pedro estaba más que un poco asustado por lo mucho que le gustaba estar con ella. Por lo importante que se estaba volviendo para él. Por el número de veces que había querido decirle que la amaba y que apenas lograba contenerse a sí mismo.


—Sé que debería habértelo dicho —admitió, odiando lo culpable que se sentía— pero pensaba que nada saldría de ello.


Ella casi parecía enfadada ahora, más fiera de lo que jamás la había visto en su pelea por Agustina.


— ¿Te refieres a un bebé? ¿No pensaste por un segundo que podría quedar embarazada? ¿No crees que querría saber eso?


La dejó que se desquitara. Seguro, se necesitaban dos para el tango y el embarazo no era del todo culpa suya,  pero él no había juzgado exactamente bien las consecuencias.



Y fue entonces cuando esto lo golpeó: Ella tendría un bebé. 


Él sería padre.


Pedro la miró de nuevo, por primera vez viéndola como algo más que la mujer caliente de la que se estaba enamorando.


Ella sería la madre de su hijo.


En un instante, todo cambió. Él supo exactamente lo que tenía que hacer.


Sólo había una opción.


—Nos casaremos.


Ella dio un paso lejos de él, dejando caer su cabeza para que su cabello rubio cubriera su rostro. Pero antes que pudiera ocultar su expresión de él, vio el dolor moverse por sus llamativas facciones.


Mierda. Estaba arruinando todo. Una vez más.


En lugar de mostrarle que no la dejaría en la estacada, que la apoyaría a ella y al bebé de aquí en adelante, él acababa de proponerle matrimonio de la peor forma posible. Como una especie de hombre de las cavernas con medio cerebro.


Queriendo hacer las cosas bien, se dejó caer sobre una rodilla en el montón de grava y le tomó la mano.


Ella sacudió su cabeza en consternación.


—No, Pedro, no lo hagas.


—Paula, quiero casarme contigo. Quiero cuidar de ti y de nuestro bebé. Por favor, déjame estar allí para ti.


Ella cerró los ojos y trató de apartar la mano.


—No tienes que hacer esto. Yo puedo cuidar de…


—¡No!


La palabra resonó en su pecho antes que ella pudiera terminar la frase. No dejaría que tuviera sola a un niño en un parque de casas rodantes, o, Dios lo  prohíba, tener un aborto.


—Escúchame, Paula. Sé que esto está ocurriendo antes de lo  que cualquiera hubiera previsto, pero —tuvo que detenerse y aclarar su garganta—: ¿Me harías el honor de ser mi esposa?


—No podemos casarnos sólo porque estoy embarazada.No   funcionará. Nunca lo hace.


Él sabía que estaba pensando en su madre, que había quedado embarazada  de ella a los dieciocho. Obviamente, su padre no se había atascado con eso. El papá de Agustina no lo había hecho, tampoco.


—Tú no eres tu madre —le dijo con voz firme, odiando verla tan derrotada—. La primera vez que te vi, pensé que eras como cualquier otra mujer hermosa. Pero al ver cuán empeñada estabas en  traer de vuelta a Agustina supe que eras especial. Eres más fuerte de lo que nadie podría adivinar. Paula, ni siquiera te das cuenta de lo fuerte que eres, de lo inteligente que eres.


Sus mejillas se habían vuelto de color rosa por su alabanza, pero ella se negó a creer en él tan fácilmente.


—Si soy tan inteligente, entonces dime, ¿por qué la raya sobre la que meé  hoy se volvió azul? Toda mi vida juré que esto era la única cosa que no me pasaría —hizo un gesto hacia la estación de bomberos HotShot con una mano—. Resulta que todo lo que hacía falta era un bombero caliente para dejarme encinta.


Ella se echó a reír, pero no había alegría detrás de eso, en su lugar había una auto-burla que Pedro se negó a reconocer.


—Bien, entonces estás embarazada. No podemos cambiar eso. Pero podemos tratar de hacer que funcione.


Honestamente, no sabía mucho sobre buenos matrimonios o familias felices, pero había enfrentado suficientes incendios mortales para saber que era tan terco como Paula.


—Haremos que funcione.


— ¿Quieres decir como tus padres hicieron que funcione? —respondió Paula, todavía sin ceder.



Hasta Paula, Pedro nunca le había dicho a nadie que sus padres se habían casado cuando su madre quedó embarazada de él en su primer año en la  universidad y que veinte años más tarde, su madre y su padre apenas podían soportar estar en la misma habitación con el otro. Pero había sabido que Paula no le juzgaría.


Era una de las cosas que amaba de ella.


La amo, de repente se dio cuenta, sabiendo en su corazón que había sido así desde el principio.


—No somos mis padres —le dijo con voz firme, aunque los datos sin procesar, un bebé sorpresa y una boda rápida, parecían un infierno de lo mismo—. Y tienes que saber lo mucho que me preocupo por ti.


Sus ojos se clavaron en los de él y pudo sentir la palabra de cuatro letras colgar en la punta de su lengua. Ya era hora de hacer de tripas corazón y decirlo.


—Te amo, Paula.


Una lágrima se deslizó por su mejilla.


—He querido oírte decir eso, pero no de esta forma —su voz se quebró—.No porque tienes que hacerlo.


Pedro tomó sus frías manos y la atrajo hacia él, contento cuando ella no luchó, cuando dejó que su cuerpo se relajara contra el suyo.


—Nunca he hecho nada porque tenga que hacerlo. Desde el momento en que te vi, te deseé. Ahora serás la madre de mi hijo y nuestro bebé crecerá con un padre y una madre que lo amen. Estaremos juntos y seremos una familia feliz.


No tenía idea de cómo sabía todas esas cosas, pero mientras las decía creía hasta la última de ellas.


Había pensado que Paula era sólo una sexy aventura de verano. Pero  ella  se había convertido en más que eso. En mucho más.


—Cásate  conmigo,Paula y te prometo que  siempre estaré ahí para ti. Nunca te dejaré. Sin importar qué.


Sabía que nunca olvidaría la forma en que sus ojos se habían visto después que había dicho eso. Tan verdes y claros que casi podía ver su alma a través de ellos.


Nadie se había preocupado realmente por ella antes. Nadie más que él. Y cuando ella dijo:
—Sí, Pedro, me casaré contigo —él prometió que nunca, nunca la decepcionaría.








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