miércoles, 7 de octubre de 2015

CAPITULO 10 (segunda parte)







Gracias a Dios, pensó Pedro mientras estaba parado en la entrada, está viva.


Al verla sentada en la cama, el alivio lo inundó un milisegundo antes que su siguiente pensamiento lo tomara desprevenido.


Esta aún más bella que el día que la conocí.


Incluso con un hematoma en su pómulo, y diez años mayor, ella seguía siendo la mujer más impresionante que había visto jamás. En cuestión de segundos, tomó nota de los detalles de su rostro, sus brillantes ojos verdes, sus labios rojos, sus pómulos altos y su largo y agraciado cuello.


La bella chica de la que se había enamorado, se había transformado en una mujer infernal.


En el tiempo que habían estado separados, nunca se permitió a sí mismo ceder ante el ridículamente poderoso impulso de ver su programa, pero había habido ocasiones en las que fue incapaz de evitar ver el Informativo de la Costa Oeste cuando estaba esperando en el aeropuerto o sentado en un bar tomando una cerveza con los chicos.


Seis años después que ella dejara Tahoe, él todavía recordaba el día que la vio entrevistando a una estrella del pop. La sonrisa de ella había sido tan grande, tan amplia, sus ojos tan brillantes y destellantes, que se había sentido como si le hubieran disparado al corazón.


Todo este tiempo, él había asumido que ella estaba destrozada por perder el bebé, porque así era como él se había sentido. Cuando la cámara le hizo un acercamiento a su sonrisa de mil voltios, de repente se dio cuenta que un bebé la habría refrenado de la brillante vida que siempre había querido.


Viéndola ahora en la cama del hospital, suponía que no debería sorprenderse de verla luciendo tan lustrosa, tan pulida, pero él siempre había asumido que se veía así por las cámaras, o las luces, o quizás que la pantalla de TV estaba distorsionando la verdad.


En su cabeza siempre había sido la misma Paula, la linda chica que cambió su mundo con una sonrisa. Pero esta mujer era más rubia, más delgada, de una apariencia mil veces más sofisticada que la chica que solía conocer. La gente en el hospital nunca se veía bien. Y sin embargo, de alguna manera, ella sí.


Paula estaba a mitad de decirle algo a una mujer delgada de cabello negro con un corte severo que estaba sentada en una silla junto a la cama cuando levantó la vista y lo vio. Se detuvo a la mitad de su oración, tomó una respiración profunda, su rostro ruborizándose bajo el escrutinio de él.


Y sin embargo, mientras mentalmente diseccionaba todas las formas en las que ella había cambiado, todas las razones por las que eran más diferentes que nunca, su cuerpo le decía que se acercara, la jalara fuerte contra él y la besara hasta que ambos estuvieran jadeando por aire.


¿Qué diablos estaba pensando?


Su amiga se movió primero, parándose y extendiendo su mano:
—Hola, soy Elena Ligurski, la mejor amiga de Paula. También su productora.


Una de las cejas de la mujer se elevó inquisitivamente. Ella tenía que estar preguntándose quién diablos era él.


Pedro Alfonso—dijo—. El ex prometido de Paula.


Los ojos de Elena se hicieron redondos como platos, y gesticuló, “Oh Dios”, al mismo tiempo que Paula resopló.


Bien, eso confirmaba lo que siempre había sospechado; Paula había enterrado completamente su pasado cuando se mudó a San Francisco.


Especialmente la parte sobre él.


Pero antes que el enojo latente pudiera dominarlo, se dijo a sí mismo que lo superara. Ambos habían empezado de cero. 


Ambos habían salido bien de la relación. Él aún tenía sus incendios forestales. Y ella tenía todo el mundo a sus pies. 


Ninguno tenía una maldita cosa de qué quejarse; aparte del accidente de ella, por supuesto.


—Te vi en el avión —dijo su amiga—. Si hubiera sabido que venías a ver a Paula, te hubiera dado un aventón.


Ella se volteó hacia Paula y susurró:
—Este es el tipo del que te estaba hablando —lo suficientemente alto para que él escuchara.


¿Paula y su amiga habían estado hablando de él? Interesante.


Pedro dejó que un extremo de su boca se alzara en una encantadora media sonrisa. Elena reaccionó como esperaba, sus ojos y su boca se suavizaron, respondiendo con una sonrisa en sus labios.


Claramente, seguía tratando y fallando al cubrir el impacto que le produjo oír que él y Paula habían sido una vez pareja. Prácticamente esposo y esposa, con una verja blanca y todo.


—Oí que Paula estuvo en un accidente de autos —le dijo a la mujer—. Y quise ver por mí mismo que estaba bien.


—Estoy bien —dijo Paula, su voz cálida y algo ronca lo inundó, haciendo una línea recta hacia su ingle.


Su cara pálida y sus labios cansados desdijeron sus palabrasrelajadas y estaba egoístamente feliz de saber que él no era el único pasando un duro momento con esta reunión imprevista.


—Me alegra ver eso —dijo él, aun cuando la verdad era que, no había esperado venir desde tan lejos para encontrarla sentada en la orilla de la cama del hospital con ropas de diseñador que probablemente costaban más de lo que él ganaba en una semana.


Qué idiota había sido por pensar que ella en verdad podía necesitarlo.


Al mismo tiempo, quería caer de rodillas y dar gracias porque había sobrevivido al choque frontal, porque no estaba envuelta con vendajes de pies a cabeza, porque no hubiera doctores cerniéndose sobre ella, inyectándole sangre, cosiendo sus órganos mientras trataban de mantenerla con vida.


El aire en la habitación estaba tenso y pesado. Los ojos de Elena saltaron entre los dos, ida y vuelta varias veces, como si estuvieran jugando tenis.


Finalmente ella ofreció:
—Tengo que hacer unas llamadas para la alineación de esta semana. Les  daré algo de privacidad.


Paula asintió, sus labios aún presionados apretadamente, dos manchas de color rosa emergiendo por debajo de sus pómulos.


—Suena como un buen plan.


—Llama a mi móvil cuando quieras que vuelva —dijo Elena a Paula antes de deslizarse por la puerta pasando a la par que él.


Cerrando tras ella, Pedro se movió finalmente hacia la cama.


El olor de Paula solía ser a jabón fresco. La barra verde de Irish Spring.


Ahora, ella olía a caro. Extranjero. Lejos de su alcance.


A él no le gustó.


Tampoco le gustó la capa de maquillaje que ella se había aplicado en la cara con una espátula. Nunca había necesitado nada para “arreglar” su hermosa  y dorada piel. 


Quizás todo ese maquillaje fuera útil en la TV, pero a Pedro le parecía incorrecto.


Esos meses en los que estuvieron juntos hace una década atrás, él creyó conocerla. Pero cuando se fue, se había cuestionado todo. Viéndola ahora sólo confirmaba esas dudas. La antigua Paula habría estado simplemente feliz de estar viva después del choque. La nueva estaba claramente preocupada por verse bonita.


Moviendo su mirada de regreso a su rostro, pudo ver su mente corriendo a toda velocidad detrás de sus claros y aparentemente calmos ojos verdes. Ella estaba tratando de determinar la mejor manera de tratar con él.


Diablos, él estaba tratando de hacer lo mismo.


— ¿Qué haces aquí, Pedro?


Él no sabía cómo había esperado que ella reaccionara a su visita sin anunciar, pero dadas las brillantes joyas en sus dedos y orejas habría apostado por fría y distante, como si él fuera uno de sus muchos peones que venían a adorarla postrados a sus pies.


Estaba sorprendido por el calor debajo de las palabras de ella, la acusación no dicha de que no debería haber venido; y que no lo quería aquí.


¿No se daba cuenta que no había tenido otra opción más que tomar el siguiente avión a Colorado? ¿Que oír de su accidente lo había mandado en picada, en su propio choque frontal con el pasado?


Nunca había sido de los que mentía. Y no iba a empezar ahora.


—Necesitaba asegurarme de que estabas bien.


No estaba diciendo nada que ella no hubiera deducido por sí misma y no sintió que estuviera revelando un oscuro secreto. 


Pero cuando sus ojos se ablandaron repentinamente y aflojó su mandíbula, se encontró a sí mismo añadiendo:
—Cristian me contó sobre tu accidente y me preocupé por ti. No podía quedarme sentado en casa sin saber cómo estabas, sin verte por mí mismo. Considerando lo serio que dijeron que había sido el choque, te ves bien.


Él quería desesperadamente acercarse a ella, tocar su piel, ver si seguía siendo sedosamente suave.


—No solo te ves bien, Paula. Te ves estupenda. Simplemente estupenda.






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