miércoles, 7 de octubre de 2015

CAPITULO 11 (segunda parte)







Paula estaba anonadada no sólo por su presencia, sino por todo lo que él estaba diciendo.


Ella no sabía qué pensar. Qué decir. A dónde mirar.


Quería mirarlo fijamente, embeberse en su bronceada piel, las nuevas líneas sexys en su cara. Quería seguir estudiándolo hasta averiguar cuándo y cómo había cambiado del ardiente bombero joven que ella había amado a este hombre maduro, que se veía rudo y duro en todos los lugares correctos y blando en ninguno.


Ella se olvidó de todo mientras lo veía, sus preocupaciones por Agustina y el accidente se encogieron hasta ser un pequeño vislumbre en el fondo de su mente. Todo este tiempo se había convencido a sí misma de que había dejado el pasado atrás, pero simplemente ver a Pedro estaba empujando hasta la última dolorosa emoción de vuelta a la superficie.


Estaba atemorizada por la atracción que aún existía entre ellos. Pero más que todo, estaba alarmada por lo mucho que le gustaba verlo, por lo mucho que le importaba que él hubiera ido hasta Colorado para verla.


La última vez que a ella le había importado tanto Pedro, él le había roto el corazón.


De alguna manera, tenía que evitar enamorarse nuevamente.


Hasta ahora, no se las había arreglado muy bien para parecer indiferente, lo que era loco. Ella era una maestra en aparentar. Había estado en cientos de situaciones incómodas en su set de TV. Necesitaba traer esas experiencias y reagruparse.


Así que aunque se moría por saber hasta el último detalle sobre los últimos diez años de la vida de Pedro, no se permitiría ceder ante su curiosidad. En su lugar lo mitigaría preguntando sobre su hermano. Sería amable. Interesada, claro, porque siempre le agradó Cristian. Pero se alejaría antes que la conversación se volviera muy profunda.


—Mencionaste a Cristian. ¿Cómo está?


La expresión de Pedro pasó de ardiente a fría tan rápido que la mareó.


—Ninguno de nosotros supo de ti en diez años. No dejaste un número de teléfono. O una dirección. No enviaste tarjetas de navidad a la estación. Simplemente desapareciste.


La fuerza de sus palabras la empujaron contra las almohadas. Ella abrió su boca para defenderse, pero no salió ni una palabra.


—Te di lo que querías, Paula. Te dejé ir. ¿Así que qué te importa lo que le haya pasado a Cristian? —ella se tambaleó por la cólera y el dolor tras sus palabras. Pero no podía ignorar la bandera roja de peligro que le decía que algo le había pasado a Cristian. Algo malo.


—Algo le pasó, ¿verdad?


Los labios de él se apretaron y le saltó el músculo de la mandíbula. Ella contuvo la respiración, desesperada ahora por saber lo que le había pasado a Cristian, aun cuando ya sabía que no le iba a gustar lo que fuera a escuchar.


—Se  quemó.El verano pasado,en una explosión en el desierto de Desolation.


—Oh, Dios—ella respiró, recordando los reportes noticiosos de ese incendio forestal—. Cada vez que oigo de un mal incendio en las Sierras, pienso en ti —dijo suavemente.


La cara de él mostró sorpresa y ella la reflejó. De repente parecía importante que él supiera lo difícil que había sido, tanto entonces como ahora, dejar de preocuparse por él y por el resto de los hombres que había conocido en el equipo de Tahoe Pines.


—Solo porque dejé Lake Tahoe no significa que pueda pretender que tu trabajo no es peligroso. Pienso en cada uno del equipo. En Cristian. Y rezo para que salgan indemnes.


Cuando ella dejó de hablar, se dio cuenta que había roto su propio voto de mantener la distancia. El hermoso hombre parado frente a ella era demasiado peligroso para tal imprudencia.


—Todos hemos salido bien —dijo él—. Todos excepto Cristian.


Pensar en cuánto dolor debió pasar Cristian le generó una nueva oleada de nauseas.


—¿Dónde se  quemó?


—Sus manos y brazos —dijo Pedro con voz calmada, casi clínica—. Su pecho y un poco la parte de atrás de su cabeza.


Ella solo podía imaginar lo difícil que debió haber sido para Pedro ver a su hermano salir lastimado. Estar tan cerca y a la vez tan lejos como para poder salvarlo, no poder evitar que el fuego tomara su botín de guerra.


Al borde de decirle esto, ella se dio cuenta que él estaba mirando sus manos. Viendo hacia abajo, notó que se estaba tronando los nudillos y se obligó a separar sus manos. 


Tronarse los dedos era un signo de debilidad. Paula odiaba mostrar debilidad a cualquiera.


Especialmente a Pedro.


—Dime qué pasó, Pedro. Por favor.


Él se quedó en silencio por un largo rato y ella creyó entender por qué. Los bomberos no eran grandes habladores, especialmente cuando uno de ellos se lastimaba. Pedro se lo había explicado una vez, diciéndole que lo más importante era volver y hacer su trabajo, no quedarse enganchado en lo que salió mal.


A decir verdad, este trato había sido una de las cosas sobre Pedro que la habían vuelto loca: él siempre la tenía en un estado de “necesito saber”. Y en cuanto a lo que había concernido a él, ella simplemente no necesitaba saber los sangrientos y espeluznantes detalles de su día a día, lo que significaba que no sabía casi nada sobre su trabajo y había tenido que sacar su información de los periódicos como todos los demás.


Sintiendo que más preguntas sólo lo pondrían más a la defensiva, suavemente comentó:
—Simplemente no me puedo imaginar a Cristian saliendo lastimado. Él siempre parecía tan invencible.


Finalmente Pedro se sentó en la silla junto a su cama, tan cerca que el vello de sus brazos se puso de punta y una piel de gallina la cubrió.


Tarde en la noche, cuando estaba exhausta y sus defensas bajas, había soñado miles de veces con estar con él nuevamente, pero nunca pensó que podría experimentar esta cercanía en vivo y en directo. Quería estirarse y tocarlo para ver si era real o si desaparecería como siempre hacía en sus sueños justo antes de que presionara sus labios contra los de él.



—Leandro, Cristian, y yo estábamos trabajando en despejar un parche de arbustos a unos cuatrocientos metros del incendio.


Él habló rápidamente, como si tuviera que sacar las palabras antes de que se volviera demasiado difícil relatar el evento.


—Las chispas debieron haber saltado sobre nosotros por el viento y antes de que lo supiéramos, estábamos encima del fuego. Leandro se dio cuenta primero, aun cuando Cristian y yo estábamos más cerca. Leandro debería haber abierto una brecha. Debería haberse salvado a sí mismo. En lugar de eso bajó la colina y salvó nuestras vidas.


Paula no estaba sorprendida por lo que Leandro había hecho. Como el resto de los hombres en el equipo de Pedro, Leandro había sido magnífico y temerario y aun así él había destacado para ella. No porque se sintiera atraída hacia él, sino porque reconocía un alma gemela al verla. Él no había necesitado decirle que su vida no siempre había sido fácil. 


Ella lo había visto en sus ojos, en la forma de su mandíbula, en la forma que se comportaba.


—Siempre me gustó Leandro.


—Se acaba de casar.


De nuevo se sorprendió por la intensidad de Pedro. Y el hecho de que no había duda en lo que quería decir: “Aléjate, está tomado”.


Bueno, ella no iba a morder el anzuelo.


—Me aseguraré de enviarle algo bonito para el hogar a su nueva esposa— volviendo a Cristian, ella preguntó—: ¿Así que los tres corrieron montaña arriba? ¿Y después qué?


Los ojos de él se nublaron y se preguntó si estaba de regreso allí en el desierto de Desolation con Leandro y Cristian, respirando el caliente humo negro.


—La muerte estaba allí, justo detrás de nosotros. Estábamos casi afuera, cuando sopló la brisa y las llamas envolvieron a Cristian.


Ella dio un respiro tembloroso.


—Debió ser horrible.


Sabía que el Servicio Forestal enviaba psiquiatras cada vez que había un accidente. También sabía que los bomberos HotShot raramente hablaban con los trajeados, no estaban dispuestos a ser echados del equipo por un momento de debilidad registrado en los archivos oficiales.


— ¿Has hablado con alguien de esto?


Pedro negó con la cabeza una vez, firmemente. La urgencia de tomarlo en sus brazos y curar su dolor reprimido fue tan fuerte que puso su mano en su brazo antes de poder contener su impulso.


Él se puso rígido y ella inmediatamente quitó su mano de un tirón. La piel en la palma de su mano y dedos se sentía como si hubiera sacado un plato caliente del horno.


—Debería haber insistido en cubrir la retaguardia —dijo Pedro con voz dura.


Claramente, la culpa seguía pesando sobre él. Aun cuando casi había muerto por salvar a su hermano, él obviamente deseaba poder haber hecho más.


—Debería haber sido yo el que se quemara. No mi hermano pequeño.


Era doloroso este recordatorio de lo mucho que ambos amaban a sus hermanos, un inquebrantable lazo que parte de ella deseaba no hubieran tenido. Aun así, necesitaba que él supiera que no era su culpa.


—Él está vivo, Pedro. Tú lo sacaste del fuego. Debe haber sido muy difícil para ti, tener que regresar y combatir incendios forestales sin Cristian. Ustedes dos han trabajado juntos por tanto tiempo. Y él es un activo muy importante no sólo para ti, sino para todo el equipo.


Cuando él permaneció en silencio, ella preguntó:
— ¿Cuál es su pronóstico? ¿Volverá a combatir incendios?


—Está haciendo todo lo que está a su alcance para convencer al Servicio Forestal de que su lugar está en el equipo. Ha pasado por el infierno con los injertos de piel y la fisioterapia y nunca se ha quejado. Ni una sola vez.


Ella no estaba sorprendida. Los hermanos Alfonso tenían más que buenos genes en común. Ambos eran fuertes.


Irrompibles.


—Apuesto a que todavía sigue siendo un bravucón mujeriego a pesar de  todo, ¿no es cierto? —dijo ella, forzando una sonrisa.


Pero en lugar de devolverle la sonrisa, Pedro tornó las preguntas hacia ella.


— ¿Qué hay de Agustina? Siempre me he preguntado si fuiste capaz de sacarla del sistema de hogares de acogida.


A pesar de que las cosas entre ellos resultaron mal, Paula nunca olvidó el firme apoyo de Pedro durante esos primeros meses cuando ella se estaba abriendo paso entre el papeleo y las formalidades burocráticas.


—La tengo, Pedro.


Finalmente, él sonrió de regreso y ella perdió la respiración.


Paula jugueteó con la manta mientras recobraba su compostura, sabiendo que era justo que le dijera tanto sobre Agustina como él le había dicho sobre Cristian, aun cuando no era fácil hablar sobre ello.


—Ha vivido conmigo por los últimos seis años. 


Él silbó suavemente.


—Te tomó cuatro años recuperarla, ¿eh?


Ella nunca se había sacudido por completo la frustración de esos interminables meses de batalla con el estado.


—Cada vez que pensaba que iban a decir que sí, encontraban otra razón para decir que no.


—Pero los hiciste cambiar de opinión.


Su clara admiración fue sorprendente. Le gustaba demasiado.


¿Cómo podía importarle lo que él pensara sobre ella después de todos estos años?


¿Después de todo su éxito?


—Debió tener catorce para cuando vino a vivir contigo —dijo él, haciendo las cuentas—. ¿Cómo fue vivir con una adolescente?


Era tentador dejar salir todo, pretender que los últimos diez años no habían pasado, que ellos estaban sentados juntos en su  apartamento conversando al final de un largo día.


Afortunadamente, ella aún tenía algún sentido de auto conservación, una pequeña voz en la parte de atrás de su cabeza le advertía que no dijera demasiado ni dejara que él se acercara más.


—Fue difícil al principio —dijo ella honestamente—. No creo que un adolescente sea fácil para nadie. Ciertamente no lo fue para mí. Estoy segura que encontrará su rumbo eventualmente.


Él alzó una ceja como queriendo decir que sabía que había mucho más en esa historia de lo que ella estaba diciéndole, pero afortunadamente, lo dejó pasar.


—Me alegra que funcionara para ti. Para ambas.


A pesar de sus advertencias hacia sí misma, Paula no podía quitar sus ojos de su hermosa cara. Quería mirarlo fijo por horas solo para ver su expresión cambiar poco a poco y admirar la forma en que sus músculos se flexionaban bajo su camiseta.


Sus sentimientos la asustaron. Realmente la asustaron.


Todos esos años, trató de convencerse de que se había enamorado de un héroe de fantasía. Que sólo eran niños tonteando. Que el aborto involuntario había sido un escape estrecho.


Quería creer que no había habido nada real entre ellos.


Entonces, ¿por qué todo se sentía tan malditamente real?






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