miércoles, 7 de octubre de 2015
CAPITULO 12 (segunda parte)
Pedro no podía creer cuánto quería quedarse con Paula. Ella apenas había hablado sobre Agustina, pero él sabía que tenía razón en mantener los detalles para sí misma. Estaban nadando en aguas peligrosas. En lugar de mantenerse a flote, se estaban zambullendo tan hondo como podían.
Ella apenas había tenido que presionarlo por los detalles sobre el incidente en el desierto de Desolation y él se había derrumbado. Y sin embargo, hablar con Paula sobre eso se había sentido insoportablemente correcto, así como su toque, cuando ella se había estirado para tocarlo con simpatía y había puesto su mano en el brazo de él.
No podía creer lo duro que había sido no acercarse y jalarla contra él.
¿No había aprendido una maldita cosa diez años atrás?
Durante su conversación, su cerebro había estado trabajando tiempo extra para conseguir acostumbrarse a su brillante chapa, a sus dientes perfectamente blancos y a su muy rubio cabello, a sus uñas perfectamente arregladas y su suave ropa de apariencia cara. Era interesante que lo que más le ayudó fue ver cómo se tronaba los nudillos. Estaba agradecido de que al menos una cosa en ella siguiera igual.
El mal hábito destacó en un marcado relieve contra el telón de fondo de su perfecta y brillante belleza.
Por primera vez desde que la conoció, se sintió fuera de lugar, como si los dos no pertenecieran al mismo cuarto. Diez años atrás, ella había sido una pobre y avergonzada chica con una madre borracha. Ella había necesitado que la salvara.
Diablos, ella lo había necesitado, punto.
Pero esta mujer sentada frente a él no era el tipo de persona que necesitara ser salvada.
Él había corrido todo el camino hasta Colorado pensando que las cosas iban a ser similares a ese primer día cuando se conocieron en el estacionamiento de casas rodantes.
Ella necesitando, él salvando.
No podía haber estado más lejos de la marca.
Por supuesto que estaba feliz por el éxito de ella. ¿Qué clase de imbécil no lo estaría? Pero al mismo tiempo, se encontró preguntándose si había sido por esto por lo que lo había dejado; porque quería aspirar a una vida más grande y más brillante que ser la esposa de un bombero.
Ella se movió incómodamente en la cama y él no supo si era por el accidente o por su presencia en la habitación. De todos modos, se había quedado más tiempo de lo debido.
Y sin embargo, no podía obligarse a dejar la silla y decir adiós. Simplemente no estaba listo para dejarla. Aún no.
No cuando verla y hablar con ella aún le hacía cosquillas internas, lo hacía desear que las cosas hubieran terminado de forma diferente entre ellos.
Había sólo una solución a su problema, un solo camino para conseguir mover su trasero por la puerta. Necesitaba retroceder a ese día cuando él había entrado por la puerta delantera de su pequeño apartamento, al silencio, al vacío y se había dado cuenta que ella se había ido. Y que no volvería nunca.
Por diez años, había estado en la oscuridad sobre el motivo por el que lo había dejado. Podía soportar ser desechado. La gente se salía de relaciones todos los días.
Lo que no podía soportar era no saber por qué. Finalmente había llegado el momento de averiguarlo.
—Me voy a ir en un minuto —le dijo, más que un poco sorprendido por el destello de decepción en los ojos de ella—. Pero antes de hacerlo, tengo una pregunta para ti. Es algo que me he estado preguntando desde hace mucho tiempo.
Por una fracción de segundo, los ojos de ella se agrandaron con alarma. Los remordimientos por la pila de huesos que él estaba a punto de desenterrar le pegaron de lleno en el pecho. Si ella no se hubiera lastimado, él no hubiera llegado hasta aquí, se dijo a sí mismo, como si fuera algún tipo de absolución.
Ella enderezó su columna, alejándose un poco de las almohadas y levantó la barbilla.
—Adelante.
Mierda, pensó Pedro. Debería haber tomado el camino alto.
En su lugar, había comenzado a bajar por un camino sin salida.
Y ahora no podía irse sin escuchar la verdad.
—¿Por qué te fuiste?
La boca de ella se abrió. Luego se cerró. Agitó su cabeza, la incredulidad nublando sus hermosos ojos verdes.
—¿Honestamente no lo sabes?
Él estaba, cuando menos, tan sorprendido por su respuesta como ella parecía estarlo por su pregunta.
Se tragó una rápida réplica, sabiendo que se arrepentiría. Y entonces el móvil de ella sonó y pareció aliviada de alejarse de él y buscar en su bolso.
Rápidamente lo abrió.
— ¿Agustina?
Y de repente, la cara de Paula perdió todo su color y ella pateó las mantas fuera de sus piernas para pararse demasiado rápido.
Olvidando la necesidad de mantener su distancia, — se acercó antes de que pudiera caer y la mantuvo estable contra su pecho. Él podía sentir el corazón de ella latiendo rápidamente, e instintivamente supo que no tenía nada que ver con su cercanía física.
Algo estaba mal.
—¿Dónde estás? —Ella contuvo la respiración mientras escuchaba la respuesta de Agustina, luego la apremió—: Tienes que decirme más que eso. Necesitas decirme exactamente dónde estás para que pueda encontrarte.
Unos segundos después, Paula alejó el teléfono de su oído y empezó a presionar botones frenéticamente antes que el teléfono cayera al suelo. Cuando levantó su mirada hacia él, vio sus ojos tan desolados como cuando lo había mirado fijo después de la pérdida del bebé.
—¿Qué ocurre? —preguntó él tan cuidadosamente como lo habría hecho con una víctima de un incendio que acababa de ver su casa y todas sus pertenencias desaparecer en las llamas.
—Mi hermana está en problemas. Necesita mi ayuda.
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