lunes, 12 de octubre de 2015

CAPITULO 28 (segunda parte)








Pedro vio confusión, incluso duda, correr a través de la hermosa cara de Paula.


—Pero nunca te vi —protestó ella, antes de admitir— no fui exactamente fácil de encontrar, ¿verdad?


—Te encontré —dijo, sus palabras eran más duras de lo que deberían ser.


Sus manos se movieron a su pecho, casi como si sintiera la necesidad de proteger su corazón.


—Entonces, ¿por qué no me dijiste que estabas allí?


Dejó caer el arnés en la arena y se alejó de ella, recordando ese día inusualmente cálido en la niebla de San Francisco. 


Había aparcado fuera, en la dirección del remitente de la carta de Paula que había encontrado en una pila de correo sin abrir en el remolque de su madre. Dora no parecía haber sabido, o no le importaba, que su hija hubiera roto con su prometido y se hubiera ido del pueblo, y Pedro no pudo evitar preguntarse si Paula estaba huyendo de algo más que de él.


Había estado a punto de salir de su camioneta cuando la vio, saliendo del edificio de apartamentos. Su pelo estaba más rubio, de alguna manera más suave. Sus ropas eran diferentes. Se ajustaban a ella mejor que cualquier cosa que le hubiera visto llevar puesto alguna vez. Incluso sus ojos verdes parecían más brillantes.


—Tú ya eras diferente —explicó él.


Y entonces ella había saludado a un hombre flaco en una moto que se acercó a saludarla y su sonrisa fue más grande de lo que Pedro recordaba haberle visto. Al menos desde el aborto involuntario.


—No fue difícil darme cuenta de que ya tenías un nuevo trabajo. Nuevos amigos. Y me pareció que tu nuevo mundo se ajustaba muy bien a ti, mucho mejor que ser alguna chica de un parque de casas rodantes —dejó escapar un largo suspiro—. ¿Tienes alguna idea de lo difícil que fue alejarme? ¿Aceptar que estabas, finalmente, en el lugar correcto?


Dejando caer la mano de su pecho, ella la extendió hacia él.


—Si hubiera sabido que estabas ahí, entonces tal vez…


¿Tal vez qué? ¿Te hubieras casado conmigo de todos modos y hubieras tenido un montón de bebés? —él frunció el ceño—. No lo creo.


—¿Cómo puedes decir eso?


—Tú eres la que quiso posponer la boda. No yo. Claramente picada por su acusación, Paula contesto:
—Tú me pareciste muy feliz de posponer la boda, también. Nunca olvidaré ese día que te dije que me había hecho la prueba de embarazo. Parecía como si estuviera sosteniendo una pistola hacia tu cabeza, diciendo: “Cásate conmigo o de lo contrario…”. Toda mi vida me había dicho que no iba a repetir los errores de mi madre, pero entonces tenía a un tipo declarándoseme porque tenía que hacerlo. Obtener una propuesta de matrimonio debería haber sido uno de los mejores días de mi vida. En cambio, fue uno de los peores. Porque yo sabía que estabas obligado a hacer lo correcto. Y sabía que romperíamos con el tiempo —se detuvo, cerró los ojos con fuerza por un momento antes de abrirlos de nuevo—. Solo que no creía que fuera a suceder tan pronto.


Después de diez años de empujar sus sentimientos tan abajo como podía, Pedro apenas podía creer que toda esta ira y frustración, y amor, en realidad le pertenecían a él.


Pero más que eso, no podía creer las cosas que Paula estaba diciendo.


Había llegado el momento de ponerla en el camino correcto.


—Tú y yo sabemos que no fue así.


Para su asombro, ella se rió en su cara. Verdaderamente se rió.


¿De verdad esperas que crea que estabas buscando a una esposa y un hijo a los veinte años? ¿Qué no estabas deseando ir a los bares, jugar en el campo, vivir tu vida como cualquier joven bombero normal?


¿Qué carajos esperaba que dijera a eso? Por supuesto, eso es lo que había sentido.


¿Estás diciendo que eso es lo que tú querías? —él preguntó, volviendo la duda en torno a ella—. ¿En lugar de usar mi anillo de compromiso, querías jugar en el campo y perder el tiempo con otros chicos?


Ella sacudió la cabeza, luego enterró la cara en sus manos. 


No podía creer lo mucho que quería tomarla en sus brazos. 


A pesar de que se encontraban en polos opuestos.


—No —dijo finalmente, cuando levantó la cabeza—. Estaba enamorada de  ti, Pedro. No quería a nadie más —las comisuras de sus hermosos labios se volvieron hacia abajo—. Pero eso no quería decir que estaba lista para un bebé. Y tú tampoco.


No había ninguna razón para mentir. Estaban mucho más allá de tratar de ocultar algo el uno del otro.


—Tienes razón, no estaba listo —esperaba poder encontrar las palabras para hacerle entender—. Pero eso no quiere decir que cuando sucedió no me emocioné  al respecto.


Una lágrima solitaria corrió por su rostro y tuvo que apuñar sus manos para no limpiar la humedad lejos de la suave piel.


—Me sentí de la misma manera —admitió con voz temblorosa—. No podía creer lo mucho que me estaba enamorando de esa personita que crecía dentro de mí. Porque incluso aunque sabía que no estábamos preparados, todavía esperaba que pudiéramos resolver las cosas —sus ojos se cerraron y ella susurró— en cambio, una parte de mí, de nosotros dos, murió ese día. Y no solo perdí el bebé, te perdí a ti, también.


Su autocontrol desapareció y él no pudo evitar tomarla en sus brazos. Ya no estaba enfadado. ¿Cómo podía estarlo?


—Lo siento, Paula —dijo en voz baja contra su pelo. Poco después, ella dijo:
—Yo también —y cuando se movió fuera de su abrazo, dejarla ir fue una de las cosas más difíciles que había tenido que hacer jamás.








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