viernes, 16 de octubre de 2015
CAPITULO 42 (segunda parte)
Las intensas palabras de Pedro la hicieron temblar mientras él trepaba bajo las limpias sábanas blancas. Ella se estiró y él le acunó el rostro con sus largas y maravillosamente talentosas manos mientras la besaba, un musculoso muslo atrapándola debajo suyo de la forma más deliciosa. Paula había soñado con besarle de nuevo, tantas veces, más veces incluso de lo que alguna vez admitiría, pero yacer en el medio de sus duros músculos, presionar sus labios contra los de él, sentir el comienzo de su barba sobre su piel, simplemente la asombró.
Sintiendo que la estaba dejando llevar el mando, depositó suaves besos por sus labios, una y otra vez mientras volvía a aprender su contorno, los lugares ultra sensibles, los sitios donde ambos solían perderse en el placer. Pero su lengua no era lo bastante paciente y se deslizó en las comisuras de su boca, luego entre sus labios para pasar por sus delicados dientes.
Y entonces, de repente, él dejó de besarla. Sin saber por qué, ella siguió su mirada hacia sus brazos. Había estado un poco sorprendida en la ducha al ver esas magulladuras cubriendo ambos brazos como un tatuaje.
—Debiste decirme que estabas herida.
Imaginando que se había hecho esas magulladuras durante su expedición por los rápidos, ella dijo:
—Sanaré —pero no quería concentrarse en nada excepto en el hombre con quien compartía la su cama. Pasó las manos por su pecho y sus músculos abdominales—. Dios mío —dijo ella con veneración— eres increíble.
Su boca convirtiéndose en una sonrisa, se burló de ella.
—Estás actuando como si me vieras desnudo por primera vez.
Ella presionó una serie de besos a lo largo de sus anchos pectorales.
—Entonces éramos sólo unos niños. Y realmente estás envejeciendo bien — alzó la mirada hacia él y se lamió los labios—. Muy, muy bien.
—No tan bien como tú —dijo entre besos—. No pensé que hacer el amor contigo pudiera ser mejor que antes. Pero me has sorprendido otra vez, cariño.
Sus pezones se endurecieron contra su pecho y la V entre sus piernas se volvió incluso más caliente ante sus palabras.
Él tenía razón. Siempre habían encajado bien. Diez años después de su primera vez, no podía imaginarse haciendo el amor con otro hombre.
Pedro era el único hombre con el que quería compartir su cama para siempre.
Pero su unión era demasiado reciente y no quería decir nada que pudiera asustarle, así que simplemente volvió a besarlo y presionó sus senos y caderas contra su duro y cálido contorno para decírselo con su cuerpo.
Su respuesta fue rápida, una mano se curvó detrás de su cabeza, la otra se movió hacia abajo para ahuecar su trasero. Su gruesa erección empujó entre sus piernas, avivando fácilmente su fuego interior.
—Eres mía —susurró contra sus labios, antes de aplastarlos bajo los suyos.
Ella sintió la verdad de sus palabras en lo profundo de sus huesos, antes de entregarse completamente al placer.
Nadie besaba tan bien como Pedro. Nadie sabía dónde morder o cuán fuerte. Nadie más había encontrado nunca el lugar exacto para lamer o los lugares escondidos que a ella le gustaba que fueran acariciados.
Sólo Pedro.
No sabía cuánto tiempo se besaron. Un minuto. Una hora.
Todo lo que sabía era que estaba ahogándose en deseo, desesperada por liberarse y que esta vez no quería correrse sin él.
Pedro se apartó para poder mirarla, su mirada moviéndose por todos los sitios, fijándose en sus ligeramente más generosas caderas y luego en las magulladuras y arañazos que había recibido allí en Colorado.
—Tan hermosa —susurró—. Eres tan condenadamente hermosa.
Su afirmación envió nuevas llamaradas ondeando a través de ella, sobre ella, mientras sus manos ahuecaban la parte inferior de sus senos, juntándolos y, luego, su lengua encontró de nuevo sus pezones y ella gimió de placer.
Queriendo acercarse, Paula arqueó su espalda mientras él ahuecaba la húmeda V entre sus piernas con su palma. Ella jadeó, involuntariamente empujando su montículo contra su mano. El talón de su palma se meció contra ella y, otra vez, estaba muy cerca, justo al borde de la explosión.
Sus extremidades se sentían como mantequilla fundida y quería pasar horas saboreando cada centímetro de su cuerpo, pero la verdad era que lo necesitaba desesperadamente como para tomar esa clase de tiempo o tener mucha paciencia. No cuando no podía resistirse a la necesidad de enroscar sus dedos alrededor de su eje. Él se retorció varias veces seguidas en su mano, tan duro y grande que se preguntaba por enésima vez si estaba soñando.
Ningún otro amante lo había igualado en tamaño o habilidad, pero, de nuevo, los recuerdos no estaban a la altura de la realidad de este hombre que ahora ella sostenía en la palma de sus manos. Moviendo su mano lentamente arriba y abajo por su dura longitud, lo escucho gemir, un sonido que era mitad dolor, mitad placer, y ella sonrió mientras depositaba suaves besos en su hombro, su pecho, finalmente, encontrando su pezón con la lengua.
Ella no se sorprendió cuando él le retiró los dedos y la empujó de espaldas sobre la cama. Un resorte la empujó en un lugar doloroso en sus costillas y ella hizo un gesto de dolor.
Pedro se quedó inmóvil.
—No he sido lo bastante suave.
—Estoy bien —insistió ella—. Mejor que bien. Nunca me he sentido tan bien en toda mi vida.
Para asegurarse que no intentaba hacerse el héroe de nuevo complaciéndola y luego alejándose insatisfecho, ella enroscó firmemente sus piernas alrededor de él. Estaba tan lista, había estado soñando con él durante diez largos años, tarde en la noche cuando era incapaz de controlar su subconsciente, así que todo lo que tomaría era una penetración para enviarla tambaleante a otro orgasmo.
Pedro la llevó más y más alto, cubriendo sus gritos de placer con un beso apasionado mientras sus músculos le apretaban, tirándolo hacia adentro con cada zambullida.
Cerrando los ojos fuertemente, se vanaglorió en cada último segundo de éxtasis.
Cuando finalmente bajó del increíblemente alto subidón, se percató de que él todavía estaba enorme en su interior.
Mirando dentro de sus ojos, ella susurró:
—Pedro —incapaz de expresar todo lo que estaba sintiendo por él, simplemente pronuncio su nombre.
Él no dijo nada, pero ella ya sabía lo que estaba sintiendo puesto que lo leyó en sus ojos, en su rostro, en el modo en que la tocaba.
Y entonces, él comenzó a moverse otra vez, más despacio, sus manos se movieron de sus caderas hacia su cintura, luego sobre sus senos, y ella gimió mientras nuevas oleadas de placer la recorrieron, todo el camino hasta la punta de los pies.
Estaba ardiendo en sus brazos, piel de gallina moviéndose sobre su piel mientras él la besaba suavemente. Mientras rodaba sus pezones entre su pulgar e índice, un gemido se escapó de sus labios ante las increíbles sensaciones que continuaba evocando en ella. Todo el tiempo, Pedro se movió lentamente dentro, luego fuera, retrasando su propio orgasmo para que ella pudiera estar justo allí con él cuando se corriera.
Paula envolvió sus piernas incluso más apretadas alrededor de su cintura y puso sus manos en sus hombros, tirando su cabeza hacia abajo. Sus labios se tocaron y ambos se cernieron sobre el borde, sus caderas sacudiéndose en un ritmo perfecto, sus manos y bocas agarrándose unas a otras.
Más tarde, ella yacía contra su pecho, respirando con dificultad mientras él acariciaba su cabello y le besaba la frente, no intentó mantener al margen la verdad de lo que estaba en su corazón.
—Te amo, Pedro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario