viernes, 9 de octubre de 2015

CAPITULO 19 (segunda parte)






Paula se estremeció con incredulidad. ¿Él realmente le había dado una orden? Así es como lo vamos a hacer, nena. 


Sin preguntas. Sin respuestas. Solamente trágalo y sigue con el programa.


Pero tras unos segundos para digerirlo, se dio cuenta que realmente lo que le había molestado no fue lo que dijo, sino como lo había dicho...


Ella odió su voz fría y sin emociones.


—Por el contrario —finalmente le replicó en una voz de acero, que no solo igualaba sino que elevaba la frialdad a otro nivel—. Yo no creo que haya ninguna razón para tener un enorme elefante blanco con nosotros en la habitación todo el tiempo.


En su experiencia manejando, al a veces conflictivo, equipo para los espectáculos de TV en vivo que no podían permitirse financieramente ningún problema, era mejor no dejar que los resentimientos perduraran entre los miembros del equipo. Entre ella y Pedro, sin embargo, estaba tentada a tomar el camino largo y dejar a los perros dormir fuera.


Así habría sido si él no hubiera actuado como un toro en su tienda de porcelana china.


Cruzando sus brazos sobre el pecho, dijo:
—Ya que estamos atascados en este cuarto de motel por esta noche, creo  que deberíamos ponerlo todo sobre la mesa y terminar con ello finalmente.


Tal vez, pensó de repente, si consiguiera sacar sus preocupaciones de su pecho, sería capaz de sacarlo a él de su sistema de una vez por todas.


Antes que pudiera pensar mejor lo que estaba haciendo, continuó:
—En el hospital me preguntaste por qué me fui. Bien, estoy lista para decirte mis razones, Pedro. Porque francamente, estoy enferma y cansada de cargarlas conmigo todo el tiempo.


—Olvida que pregunté —dijo él—. No importa. Deberíamos enfocarnos en Agustina ahora.


De ninguna manera, no iba a dejar que él retrocediera para tratar de callarla.


—Por supuesto que estoy preocupada por Agustina—le dijo tan calmadamente como pudo—. Por supuesto que estoy asustada sobre lo que podría estar sucediéndole, pero si no encontramos un terreno común donde pisar, vamos a tener un tiempo muy difícil trabajando como un equipo.


Pero él todavía estaba sacudiendo su cabeza, su expresión completamente cerrada.


—No quiero pelear contigo, Paula.


¿No lo ves Pedro? —le preguntó, la exasperación quebrando su voz—. Eso es parte del problema. Tú nunca quieres pelear. Tú nunca quieres tener ningún tipo de conflicto entre nosotros. Sé que tus padres tuvieron una relación de mierda, sé que ellos nunca dejaban de pelear, pero eso no significa que la gente no pueda estar en desacuerdo de vez en cuando.


—Detente en este momento, Paula —le dijo, cada palabra enviando una advertencia— y todavía podemos hacer esto. Todavía podemos seguir adelante y encontrar a Agustina.


Pero el tren en el que iba se estaba moviendo demasiado rápido para que simplemente diera un paso fuera. Incluso aunque estuviera dirigiéndose directo  hacia una pared de ladrillos.


¿No has cambiado ni un poco, no? —dijo ella, ahora cualquier pretensión de calma se había hecho pedazos—. Tú siempre creías que sabías lo que era lo mejor para ambos.


—Yo que tu no haría acusaciones que no pudieras respaldar —le dijo con voz dura.


Ella dio un paso más cerca, tan inmersa en su furia que no recordó mantener su distancia de todo ese duro calor que le hacía agua la boca.


—Oh, ¿quieres respaldo? Déjame ver, ¿qué tal la primera vez que tuvimos sexo y no te preocupaste en decirme que el condón se había roto? O qué sobre cuando venías de un incendio donde la gente había perdido sus casas, o incluso sus vidas, y yo preguntaba “¿Cómo estás?” y todo lo que tú alguna vez dijiste fue, “Estoy bien”. Y cuando te presionaba sobre eso, cuando te decía que no había manera en la que alguien pudiera estar bien con las cosas que tú habías visto, tú no me decías ni una maldita cosa sobre cómo te estabas sintiendo. Todo lo que yo quería era ser una parte de tu vida, . Que me dejaras entrar. Pero tú te negaste a darme cualquier cosa, te negaste a abrirte.


En algún lugar en el fondo de su mente sabía que no había manera que , o cualquier otra persona, para lo que importa, pudiera posiblemente responder a su larga lista de acusaciones. Y aun así, cuando él ni siquiera trató de defenderse, no pudo evitar ir más a fondo.


—Honestamente, te podría haber perdonado por todo ello. De hecho, te perdoné. Hasta que fuiste y rompiste mi corazón completamente.


La mandíbula de  saltó y los tendones en sus brazos cruzados se tensaron.


—No necesitas mantenerme en suspenso por más tiempo, Paula. Soy un chico grande. Puedo tomar la culpa, siéntete libre de sacarlo fuera.


Oh Dios, hacía años que no se sentía tan cerca de romperse, de desintegrarse completamente. No desde esa noche en que había dejado Lake Tahoe.


—Tras mi aborto involuntario, sabía que había pasado mucho tiempo llorando, mucho tiempo sintiendo pena por mí misma —admitió—. Entonces una noche, salí de mi cama, tomé una ducha y de hecho me puse ropa en lugar de mi camisón.


Cerró los ojos y los detalles volvieron, uno tras otro como si todo hubiera pasado una semana atrás, en vez de una década antes. Ella recordó tomar su tiempo para rasurar sus piernas y secarse el pelo, incluso se puso un poco de maquillaje cuando notó cuán pálida estaba y el peso que había perdido. Estaba planeando ir a dar un paseo o hasta el mercado. Algo, cualquier cosa, para salir del apartamento y tratar de empezar a vivir nuevamente.


—Tú te habías ido a ese incendio en Reno por tres semanas y te extrañaba muchísimo. Ninguna de mis amigas del colegio entendía lo duro que era perder un bebé y yo sabía que mi madre probablemente estaría demasiado borracha como para saber siquiera lo que estaba contándole. O quizás me diría que fui afortunada por haber escapado antes de ser madre.


Abrió sus ojos y se forzó a mirarlo, incluso aunque no sabía qué era lo que veía en su cara.


—Yo estaba tan sola, . Todo lo que quería era que regresaras a casa y me abrazaras. Así que cuando vi en las noticias que el incendio con el que habías estado peleando estaba controlado, estuve muy feliz. No podía esperar para verte y decirte que estaba preparada para empezar de nuevo.


En ese momento, ella había pensado que habría otros bebés, un montón de niños con su sonrisa traviesa, niñas con su oscuro y sedoso cabello. Qué estúpida había sido. 


Qué patéticamente esperanzada. Qué dolorosamente inocente.


—Pero tú no estabas en la estación y cuando le pregunté a Bev dónde estabas, ella estuvo más que avergonzada por tener que decirme que habías regresado del incendio hacía horas.


Había odiado saber cuánta lástima sintió la administradora de la estación por ella. Aunque Paula sabía que no había secretos en un equipo de bomberos HotShot, no hacía más fácil que todos supieran sus asuntos. Especialmente cuando su asunto había estado cayéndose a pedazos.


—No fue difícil encontrarlos. Ustedes estaban en…


—El Bar & Grill —dijo él, finalizando su oración con voz brusca. 


Ella asintió.


—Entré en el bar y era como si fuera otro mundo. Risas. Palos de billar golpeando las bolas. Máquinas de Pinball sonando —su voz se rompió—. Allí fue cuando te vi, sentado en la barra. Podía verte sonriendo, coqueteando con la camarera.


—No estaba coqueteando, Paula.


Ella sintió su boca abrirse con asombro. ¿Estaba bromeando? ¿Creía que tenía amnesia? Él no había estado en casa por semanas. Y cuando estuvo libre para ir a casa, había elegido permanecer lejos.


—Tal vez no lo estabas —se obligó a conceder— pero no podía recordar la última vez que me sonreíste de esa manera o que te acercaras a mí y rieras de algo que yo hubiese dicho.


Enojada se limpió con sus nudillos las repentinas lágrimas que estaban nublando su visión.


—Tú fuiste el primer hombre en quien alguna vez confié. Cuando dijiste “te amo”, no pensé que lo estabas diciendo solo para meterte en mi cama.


—Maldición, Paula, tú sabes que no fue por eso por lo que lo dije.


Pero no había terminado todavía, no estaba lista para escuchar cualquiera de sus excusas.


—Tú dijiste que no querías casarte conmigo solo porque estaba embarazada. Prometiste que siempre estarías allí para mí. Me convenciste de que era importante para ti. Eso es lo que lo hizo muchísimo más doloroso.


Toda su vida ella se había prometido no permitir que sus esperanzas y  sueños se envolvieran en un hombre. Desde ese momento en adelante, luego de dejar el bar, arrojar su ropa en el asiento trasero del coche y alejarse de su apartamento por última vez, nunca más había caído en el error de confiar en otro hombre con su corazón.


—Tú me fallaste, Pedro —ella sostuvo su mirada—. Por eso es que me fui.






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