¿Dónde estoy? ¿Y por qué estoy tirada en el suelo debajo de alguien? Fueron los primeros pensamientos en el cerebro de Paula mientras lentamente volvía en sí. Le dolía el cuerpo en un centenar de lugares. Se sentía herida y maltratada por todas partes.
Y entonces se dio cuenta que Pedro estaba cubriendo su cuerpo con el suyo, sus duros músculos como una manta dichosa de seguridad. Su pecho subía y bajaba rápidamente contra su espalda mientras él trabajaba para recuperar el aliento.
Oh Dios, la camioneta había explotado. Y ellos casi habían muerto.
Podía sentir el calor de la explosión a su alrededor. Ella no se había preparado a sí misma para golpear la grava, y su mejilla fue empujada dolorosamente en las afiladas piedras grises, junto con el resto de su cuerpo. Pero no importaba lo mucho que le doliera.
Estaban vivos. Y Pedro casi murió tratando de salvarlos a los dos.
Sacudidas violentas comenzaron en su pecho y bajaron por sus brazos y piernas, incluso debajo del pesado cuerpo de Pedro. Sus dientes castañetearon y los sollozos se construyeron en su estómago y pecho.
Se oyó gemir, le oyó a él susurrar suaves palabras de aliento contra su pelo, pero los sonidos llegaban a ella a través de un túnel largo y oscuro.
Todo se desvaneció a negro y ella le dio la bienvenida a la oscuridad.
*****
Pero estaba viva. Y conseguir sacarla de la camioneta había sido lo único que importaba.
Era obvio que los dos eran objetivos móviles. Y era probable que sólo fuera cuestión de tiempo para que se produjera otro ataque. Tenían que averiguar quién estaba detrás de todo esto, y rápido. Antes que pagaran con sus vidas.
Su espalda y piernas ardían como el infierno, pero ignoró el dolor mientras se movía sobre sus manos y rodillas.
Suavemente, él pasó sus dedos sobre la caja torácica de Paula. Gracias a Dios, todo estaba donde debía estar.
Poniéndose de pie, la levantó en sus brazos.
Sus pestañas se abrieron, luego se cerraron. Ella gimió de nuevo, esforzándose para enfocarse en su rostro mientras la cargaba hacia la casa, y él estaba malditamente feliz de tener la oportunidad de mirar sus hermosos ojos
marrones de nuevo.
Su piel dorada estaba gris ceniza y lastimada con las muescas de la grava. El color se había ido de sus labios. Ya no eran rosados, estaban pálidos y cetrinos.
Quería matar a la persona que había hecho esto. Que viniera tras él era una cosa. Pero que casi hubiera matado a Paula era imperdonable.
De momento, el incendio forestal, incluso la investigación, tenían que pasar a un segundo plano. Todo lo demás tendría que esperar mientras atendía a Paula.
—Me has salvado la vida.
Ella no le debía nada. Él no quería su agradecimiento.
—Lo haría de nuevo en un latido del corazón.
—Alguien trató de matarnos —susurró ella.
Él la abrazó más cerca, el calor de su cuerpo le aseguraba que se encontraba bien. Ella había tenido un enorme shock.
Y no estaba dispuesto a dejarla ir todavía.
—No tenemos que hablar de esto ahora.
Trató de zafarse de sus brazos mientras él la llevaba hasta la puerta principal y la abría de una patada. Había atendido a innumerables supervivientes. Sus piernas se doblarían cuando golpearan el suelo. No porque ella fuera débil. Sino porque era humana.
Sin embargo, él admiraba su orgullo. Su fuerza. Poco a poco, dejó que sus pies tocaran el suelo, manteniendo la mayor parte de su peso en sus brazos.
Ella se echó hacia atrás para sostenerse por sí misma y su rostro perdió inmediatamente todo el color. Él la abrazó de nuevo.
—Afírmate, ahora.
Ella envolvió sus brazos alrededor de él y jadeó.
—Pedro, estás herido.
Su espalda se había llevado la peor parte de los daños causados por la explosión. Le iba a doler como una perra al limpiarla.
—Me he sentido peor. Voy a estar bien. En este momento, necesitas enfocarte en conseguir recuperar el equilibrio.
—No —dijo ella con ese brillo de determinación en sus ojos—. Necesito concentrarme en ayudarte —Sus pestañas revolotearon hacia abajo—. Nunca podré pagarte por salvarme la vida, Pedro. Por favor, deja que te ayude. Es lo menos que puedo hacer.
Él estuvo desarmado contra su suave súplica, contra la calidez de su toque. Ella pasó lentamente sus dedos por encima de sus omoplatos, por su espina dorsal hasta su baja espalda, haciendo contacto con los cortes y contusiones y un par de piedras incrustadas en su piel.
Se tragó un gemido de dolor. No quería que ella viera sus heridas y se sintiera en absoluto responsable de lo que había ocurrido.
—Probablemente estás todavía en estado de shock. Ve a tumbarte en el sofá —Él lo dijo con voz áspera—. Yo ya vuelvo.
—Tengo que ayudarte —insistió ella, haciendo caso omiso de su orden mientras sus manos encontraban el borde de su camiseta.
Ella no esperó a que estuviera de acuerdo mientras caminaba alrededor de su cuerpo. La oyó contener el aliento cuando vio el daño que su espalda y piernas habían sufrido, pero no se desmayó.
—No te muevas.
Apretó los dientes mientras ella apartaba la sudorosa y ensangrentada camiseta del CSI de Tahoe lejos de su piel maltratada.
—Espero que esta no fuera la camiseta favorita de David.
Cualquier otra mujer habría estado mimándolo, llorando por sus heridas, tal vez incluso enfermando al ver tanta sangre. Pero ella no. En cambio, estaba tratando de hacerle sonreír, como él había hecho con ella. Paula inherentemente entendía que él necesitaba enfocarse en otra cosa.
Se sentía como si llamas candentes bailaran sobre sus hombros.
—Su esposa probablemente organizó la explosión para deshacerse de la maldita cosa —dijo él con los dientes apretados.
La mano de Paula se quedó inmóvil sobre su espalda.
—Tú no te mereces esto, Pedro. Nada de esto. Lo lamento.
—Es sólo una camioneta —dijo él, aunque sabía que estaba hablando de mucho más que eso. Ella se estaba disculpando por hacer su trabajo y dejarlo a él fuera de servicio. Estaba pidiendo disculpas por haber entrado en su casa para recuperar muestras para el laboratorio.
—Lamento lo de la camioneta también —dijo ella en un tono irónico mientras ligeramente trazaba el contorno de otra herida con la punta de su dedo—. Estás hecho un desastre. Un completo desastre.
Ella casi había salido ilesa de la explosión de la camioneta.
Y estaba preocupada por él.
—Sanaré. —Él la miró por encima del hombro—. Lo único que importa es encontrar a quien hizo esto. Y permanecer vivos.
Sus ojos se encontraron con los suyos, llenos de determinación.
—Los Bomberos HotShot siempre han sido algunas de las personas más fuertes que jamás he conocido. —Ella buscó en los estantes de su cocina por un paño de cocina—. Es mejor que te saques los pantalones también.
Él tembló ante sus palabras, listo para la acción a pesar de lo ocurrido.
—No creo que eso sea una buena idea.
Sacó una toalla azul y blanca a rayas de un cajón y abrió el grifo, esperó varios segundos para que el agua se calentara.
Después de lavarse las manos, recogió una barra de jabón y se colocó detrás de él.
—Esto probablemente va a dolerte.
Se preparó.
—Adelante.
Poco a poco, suavemente, ella apartó la suciedad y las agujas de pino con las yemas de los dedos a lo largo de su espalda. El jabón y el agua le escocían como el infierno, pero su toque era la distracción perfecta, mucho mejor de lo que hubiera sido cualquier droga.
Podía sentir su aliento en su columna, el calor de su cuerpo calentando su espalda. Quería darse la vuelta y curarse a sí mismo con sus labios, sus curvas, sus sensibles gemidos de placer.
Y entonces sus manos se detuvieron contra su piel.
—Podrías haber muerto tratando de salvarme. —Ella apoyó la mejilla contra su espalda—. Yo debería haber sabido que algo estaba mal. Debería haber salido tan pronto como tú lo dijiste.
—No —dijo él, deshecho por su toque.
No daría una mierda por el control nunca más, no cuando casi la había perdido. Se dio la vuelta y enredó sus manos manchadas de sangre en su pelo.
—No te atrevas a culparte. Por ninguna maldita cosa.
Todo lo que quería era olvidar la imagen de ella sentada en una bomba de tiempo y la total impotencia de ver el humo elevándose desde el motor. Tenía que saborearla, tenía que confirmar que era de carne y hueso y no sólo un producto de su desesperada imaginación.
—Te perdí una vez —dijo él mientras bajaba su boca para cubrir la de ella—. No voy a perderte de nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario