Pedro Alfonso estaba parado en una cima en Sierra Nevada y contemplaba las montañas onduladas por el humo y las llamas. Estaba cubierto de pies a cabeza con una gruesa capa de ceniza y tierra luego de excavar las líneas de fuego y golpear su motosierra a través de interminables montones de maleza seca durante las últimas veinticuatro horas.
Ser un bombero HotShot significaba no dormir durante días enteros, correr kilómetros con unos setenta kilos sobre la espalda para llegar a los fuegos como nadie más podría.
Empujar en tu boca comida de sabor tan desagradable que hasta un perro se negaría a comer, pero que es alta en calorías así que debes hacerlo a intervalos regulares. Y también significaba la imprevisibilidad del fuego en sí mismo, capaz de triturar y destruir incluso a los hombres más duros.
Pero salvar vidas, casas y bosques de edad madura hacía que todo valiera la pena. Por no hablar de la innegable fiebre que recibía al patear el trasero de un incendio forestal.
Nunca había querido ser otra cosa excepto un bombero HotShot. Todavía no quería ser otra cosa.
Su radio crepitó y Leandro Cain, su jefe de equipo, lo chequeó.
— ¿Estás listo para un paseo en helicóptero? Parece que tenemos control sobre este fuego, pero necesitamos escanearlo desde el aire para asegurarnos.
—Dame treinta para que pueda salir a un claro donde me pasen a buscar — dijo él, dándole a Leandro sus coordenadas antes de cortar.
Empacando rápidamente sus herramientas, arrojó la pesada bolsa sobre sus hombros y se dirigió de regreso por el sendero de los ciervos que él y su tripulación de cuatro hombres habían tomado en la montaña un día antes.
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—Hicieron un buen trabajo, muchachos —les dijo mientras terminaban su desayuno.
Después de una serie de incendios forestales esta semana, suponía que ellos estaban esperando un paquete de seis cervezas y un día de ociosa pesca en el lago para recargar sus baterías antes de la próxima convocatoria.
—Todos pueden dirigirse de nuevo al punto de anclaje. Iré con Joe en el helicóptero para un análisis rápido. Una vez que hayamos dado el visto bueno podrán tomar una ducha en la estación y descansar un poco.
El novato del grupo le sonrió, sus dientes blancos rompieron la máscara negra de ceniza y hollín que cubría su rostro.
—Colega, se te olvidó lo que viene entre la ducha y el descanso —Zach miró a los otros hombres, sus cejas moviéndose arriba y abajo rítmicamente—. Conseguir algún trasero.
Pedro se echó a reír. Zach estaba en lo cierto. Solía pasar que no pudiera esperar a salir de la montaña y volver a casa al cuerpo cálido y suave que lo esperaba en la cama. Una vida atrás, cuando era un novato como Zach y era joven y lo suficientemente estúpido como para pensar que había encontrado “a la única”.
Joe, el piloto del helicóptero, lo estaba esperando cuando llegó a la cresta de la colina. Tan pronto como Pedro se subió al helicóptero, los rotores comenzaron a zumbar y se alzaron en el aire.
Después de trabajar juntos en los incendios forestales por los últimos seis años, no se molestaron en charlar. Volando lentamente sobre el paisaje seco, Pedro estudió detenidamente las montañas en busca de cualquier signo revelador de nuevos incendios. Las torres centinelas que rodeaban la región eran útiles, pero no captaban todo. Sobre todo en los valles densamente boscosos.
A punto de dar el visto bueno, Pedro vio un destello de humo salir de detrás de la siguiente colina.
—Vayamos hacia el oeste.
Joe le lanzó una mirada de preocupación.
— ¿Viste algo?
—Una columna de humo se está levantando, justo después de ese bosque de secoyas.
Joe movió las aspas del helicóptero a un nivel superior y pronto vieron un fuego arder en la base de la colina junto a un arroyo. Gracias a Dios que habían ido a dar una última mirada.
Después de llamar por radio diciendo las coordenadas del incendio, Leandro dijo:
—Enviaré un equipo de apoyo por el camino del fuego. El tiempo estimado de llegada es de treinta minutos —él hizo una pausa y Pedro sabía lo que venía, lo mismo que su jefe de escuadrón había estado diciéndoles desde el verano pasado—. No te metas si es demasiado peligroso.
Los incendios forestales del verano anterior en el desierto de Desolation habían pasado de un trabajo de rutina a un desastre en cuestión de momentos. Los dos, junto con el hermano menor de Pedro, Cristian, habían quedado atrapados en una explosión. Aunque Leandro y Pedro habían salido indemnes en su carrera a la seguridad a través de la montaña, el incendio forestal había masticado a Cristian y lo había escupido, terminando con graves quemaduras en brazos, manos y pecho.
Este era el primer año en casi una década que Pedro había recorrido esos senderos sin su hermano a su lado. Todos los días, extrañaba su compañía en los bosques. Todos eran adictos a la adrenalina, incluso los bomberos HotShot que lo negaban, pero Cristian siempre había sido más imprudente que la mayoría.
En los últimos años, Pedro había sentido que no estaba muy lejos detrás de su hermano en la escala de imprudencia. Sin una esposa o hijos a los cuáles volver a al final de un incendio, no tenía ninguna razón para no ir hasta el borde.
Sobre todo si las decisiones que tomaba significaban salvar una vida.
Así que, aunque se tratara de una situación potencialmente mortal, Pedro no podía dar marcha atrás.
—Iré a pie para comprobar si la zona está poblada o no —le informó Pedro a Leandro antes de poner la radio de nuevo en su base.
Iría con su Pulaski, una combinación de hacha-azada, su motosierra, su tienda de campaña de emergencia para incendios “sacude y hornea”, y sus suministros de primeros auxilios. Esperaba necesitar sólo los dos primeros para cortar una línea de fuego a través de la maleza y encender un contrafuego. Pero hasta que supiera lo que le esperaba abajo, se aseguraría de estar preparado para el peor de los escenarios.
—Déjame abajo, Joe.
Un fuerte viento empujó el helicóptero media docena de metros más cerca de la montaña y Joe le disparó a Pedro una mirada de preocupación.
—Los vientos están levantándose. ¿Estás seguro que no quieres esperar los refuerzos?
La brisa sopló las llamas lejos por una fracción de segundo, lo suficiente para que Pedro viera una estructura.
—Hay una cabaña abajo. Tengo que comprobarla.
—No sé si es una buena idea —dijo Joe mientras maniobraba el helicóptero para que se cerniera directamente sobre una parte plana del techo, justo fuera del alcance de las llamas más altas—. No puedo acercarme más. Será un largo camino hacia abajo.
Pedro miró por la ventana frontal en forma de burbuja para evaluar el riesgo. Según cálculos aproximados, la distancia era de un poco menos de tres metros. Un miserable piso.
Ningún problema.
—Es suficientemente cerca.
Pedro sacó la escalera de emergencia de abajo de su asiento, luego abrió la puerta del pasajero y la aseguró al borde de metal. Bajando con cuidado del helicóptero en vuelo estacionario, estaba a mitad de la escalera cuando Joe cambió de posición para que la distancia desde la escalera hasta el techo fuera de tres metros a dos y medio.
Pedro se soltó y cayó. La caída fue más rápida de lo que esperaba, pero se las arregló para aterrizar en las peladas tejas con ambos pies y manos, como una araña.
El helicóptero se movió hacia arriba y se alejó, dejando un silencio inquietante alrededor de la remota cabaña en la montaña. Pedro entendía porque a la gente le gustaba vivir en el bosque. ¿Quién no querría escuchar el viento entre los árboles y el río corriendo, en lugar del tráfico y los vecinos?
Una cabaña como ésta era el lugar perfecto para alejarse de todo.
El único inconveniente es que cuando el peligro golpeaba, por lo general no había nadie cerca para ayudarte.
De repente, el silencio fue reemplazado por el sonido de un niño llorando. Moviéndose rápidamente por el techo, Pedro encontró un recorte de roca en la parte trasera de la casa.
Usando las rocas como escalones naturales hacia el suelo, se dirigió en dirección a los gritos que provenían de una edificación anexa.
Una niña con las mejillas surcadas de lágrimas arremetió contra sus piernas. Estaba llorando demasiado fuerte como para que él entendiera lo que estaba diciendo, así que se arrodilló y le quitó suavemente el pelo de los ojos. Era una cosita flaca y él no estaba muy seguro de qué edad tenía, pero supuso que no estaba en los dos dígitos todavía.
—Todo estará bien —le dijo con voz suave. Cuando su mirada salvaje finalmente se cerró en la de él y sus sollozos aminoraron, le preguntó—: ¿Están tus padres aquí?
Esta vez fue capaz de distinguir las palabras:
—Mi papá está lejos en el trabajo. Mi mamá está enferma.
¿Hay alguien más aquí contigo?
La niña sacudió la cabeza.
¿Un perro o un gato o una iguana?
Sus labios casi se curvaron hacia arriba ante su referencia sobre los reptiles y él supo que ella estaría bien. Los niños eran los primeros en olvidar su miedo. Él había sido igual cuando era un niño. Y también su hermano.
—Soy Pedro. ¿Cuál es tu nombre?
—Piper.
— ¿Puedes mostrarme dónde está tu madre, Piper?
La niña empezó a correr y Pedro trotó detrás de ella hacia la casa. Una mujer estaba tumbada en el sofá en posición fetal.
Sus manos estaban sobre su redondeado estómago. No lloraba, pero sus ojos estaban muy abiertos y él pudo ver que estaba asustada.
Era alta, rubia, delgada y sus facciones eran lo suficientemente parecidas a las de una mujer que Pedro solía conocer como para que algo se dividiera en su pecho antes de poder apagarlo.
Paula.
Con fuerza empujó los pensamientos de su ex a un lado y se arrodillo junto a la mujer.
—Soy bombero y vine para ayudarte. ¿Cuál es tu nombre?
Sus labios temblaron ligeramente y sus mejillas estaban mojadas por las lágrimas.
—Tammy.
—Tu hija me dice que no te sientes bien.
—Tengo calambres —susurró ella—. Es demasiado pronto para que el bebé venga. Y tuve un aborto espontáneo antes.
Cada palabra era un cuchillo en su estómago. Él sabía de primera mano lo doloroso que era un aborto involuntario. Su pecho se apretó y su garganta se tensó antes de que lograra quitar sus emociones de la imagen.
Después de diez años como bombero HotShot, sabía que no debía dejar que nada se interpusiera en el camino del trabajo que tenía que hacer.
Desde la ventana encima del sofá, podía ver las copas de los árboles doblarse por la brisa que se elevaba. En cuestión de minutos, las llamas rodarían sobre esta casa.
A Joe le tomaría un infierno de tiempo llegar hasta aquí para recogerlos y Pedro se preguntaba si los tres saldrían con vida.
—Nuestros teléfonos se apagaron y mi marido tiene nuestro coche —dijo Tammy con una voz frenética—. No creía que nadie fuera a encontrarnos — comenzó a llorar de nuevo—. No quiero perder a mi bebé ni dejar que le pase nada a mi niñita.
Maldita sea, no tenía tiempo para dudar ni para hacer conjeturas de sí mismo.
Tenía que sacarlas.
— ¿Puedes caminar?
Ella intentó ponerse de pie, luego se hundió de nuevo en los cojines.
—Me duele mucho —dijo, sus calambres obviamente demasiado intensos como para quedarse en posición vertical.
Con el voraz incendio no había manera de que Joe pudiera bajar tanto con el helicóptero como para acercarse a ellos.
Además, en su estado, Tammy no podría subir una escalera, lo que significaba que Pedro necesitaba llevarlas a un claro abierto en el que Joe pudiera aterrizar.
Sacando su radio dijo:
—Joe, iré hacia el noroeste con una mujer embarazada y su hija. Ve al primer lugar abierto en que puedas aterrizar, necesitaremos que nos recojas para llevarnos al hospital más cercano. Háblame por radio cuando elijas tu lugar. Y mantente cerca.
Estirándose debajo de las rodillas y hombros de Tammy, la levantó en sus brazos.
—Pon tus brazos alrededor de mi cuello y agárrate fuerte —girándose hacia Piper le dijo—: Parece que eres muy rápida.
—Lo soy.
Él le sonrió a la bonita niñita.
—Bien. Salgamos de aquí. Le haremos autostop a un helicóptero.
Moviéndose tan rápido como pudo sin sacudir a Tammy, eventualmente llegaron más allá de la cabaña al arroyo que corría junto a la propiedad. El olor acre del humo fresco flotaba en el aire y él les ordenó que se cubrieran la boca con sus camisas.
Joe aviso por radio que había encontrado un prado unos ochocientos metros arriba de la cabaña. Era una pendiente constante para llegar desde el valle a la pradera, pero aún embarazada, Tammy no pesaba mucho.
Cuando empezaron su ascenso, él comprobó a la valiente niñita.
— ¿Cómo vas, Piper?
—Bien. Voy rápido, ¿no?
—Seguro que sí, Piper. ¿Tammy? ¿Me estoy moviendo demasiado rápido? ¿Te estoy haciendo daño?
Había dejado de llorar y él sintió que ella había vuelto toda su atención a llegar al claro, subirse en el helicóptero y volar al hospital.
—Por favor, sólo date prisa —fue su respuesta.
Él no había visto sangre en su ropa ni en el sofá cuando la había recogido y estaba rezando para que sus calambres aún no se hubieran convertido en un aborto involuntario en toda regla.
Había llegado demasiado tarde con su propio hijo. Tenía que salvar a éste.
—Todo estará bien —le prometió, esperando como el infierno estar diciendo la verdad.
Sin embargo, no podía oír al helicóptero aún, sólo el sonido de las llamas calientes alcanzando la edificación anexa.
¿Podrían llegar los tres a la colina antes de que fueran los siguientes?
Y entonces, gracias a Dios, oyó el zumbido de las palas del helicóptero por encima de ellos.
—Joe viene a sacarnos ahora —dijo él y un par de minutos más tarde,cuando llegaron a la cima de la colina, el helicóptero ya estaba en el suelo, esperando por ellos. Juntos, los dos hombres llevaron a Tammy al helicóptero.
En el camino al hospital, otro helicóptero se dirigió con una carga completa de agua. Apretando la mano de Tammy, él sonrió y dijo:
—Si el equipo trabaja rápido, el fuego no podrá moverse más allá de tu edificación anexa y serán capaces de salvar tú casa.
—No me preocupo por mi casa —dijo ella, su voz incluso más débil—. Todo lo que quiero es un bebé sano.
Era todo lo que él había deseado para sí mismo, también.
—Lo sé —le dijo—. Sólo necesitamos aguantar un poco más, ¿de acuerdo? Piper estaba sosteniendo con fuerza la mano de su madre.
—Estarás bien, mamá. Y también mi hermanita.
Él tragó, el dolor en su pecho amenazó con dividirlo en dos.
Si las cosas hubieran sido distintas para él tendría un niño de la edad de Piper.
Segundos después llegaron al hospital y Pedro estaba increíblemente agradecido de ver que ella todavía no sangraba. Una enfermera se acercó para llevarse a Tammy en una silla de ruedas, pero Piper se quedó de pie junto a él.
—Salvaste a mi mamá. Y a la hermana que voy a tener, también.
Su sonrisa fue un rayo de sol y de repente, sus delgados brazos estaban alrededor de sus piernas y su cara estaba presionada con fuerza contra él. Con la misma rapidez, lo soltó y se fue, corriendo por el pasillo del hospital tras su madre y la enfermera.
Todo estaría bien. Tammy y su esposo serían los orgullosos padres de una nueva niña. Piper sería una gran hermana mayor.
Pero aun así, algo oscuro y duro se apretó en su pecho, el dolor sordo que nunca había podido aplastar por completo.
Encontró a Joe fumando un cigarrillo en la zona de fumadores en el estacionamiento lateral.
—No puedo decidir si lo que hiciste hoy fue increíblemente valiente o abrumadoramente estúpido —dijo Joe—. Ese fuego se movía rápido. ¿Y si hubiera corrido justo sobre ti antes de que pudiera aterrizar y sacarte?
La verdad era que en todos sus años como bombero HotShot, aunque había estado en situaciones igualmente peligrosas, nunca había lidiado con alguien tan cercano a su corazón.
Y nunca había tenido que trabajar tan duro para mantener su mierda junta y permanecer en la tarea.
No planeaba admitir una maldita cosa frente a su amigo, por lo que se limitó a decir:
—Hice lo que tenía que hacer.
Joe tomó un par de caladas rápidas de su cigarrillo, luego lo dejó caer sobre el cemento y encendió otro.
—Eso no significa que no fuera exasperante como el infierno saber que estabas allí afuera, en medio de una tormenta de fuego —su boca se movió en una media sonrisa—. Habría apestado si hubieras muerto en mi turno.
—Síp —Pedro estuvo de acuerdo, tratando de sacudirse la persistente tensión que aún pesaba sobre sus hombros—. Nunca habrías podido vivir en paz si hubieras volado a la estación con uno menos.
Después de confirmar por radio que habían extinguido el último de los incendios, Joe voló con Pedro de vuelta a la estación de Tahoe Pines. Navegando sobre el lago Tahoe, Pedro miró al agua azul brillante y reflexionó el hecho de que llegar a Lake Tahoe había cambiado toda su vida.
Había sido un chico de un cercado suburbano con un pequeño hermano que seguía sus pasos, una madre que había intentado con todo su corazón actuar como si su matrimonio no apestara y un padre que nunca estaba alrededor si podía evitarlo. Cuando Pedro llegó a la adolescencia, la fachada de su madre por fin se había resquebrajado de par en par y las peleas comenzaron. Interminables y obsesionados encuentros de gritos entre su madre y su padre, los cuales trató de bloquear subiendo los altavoces de su estéreo lo más fuerte que podía.
Pedro no sabía qué hacer con su creciente ira, su frustración con el hecho de que los adultos claramente no tenían ninguna respuesta. Así que bebía. Se divertía. Cortó sus clases. Y luego fue arrestado por conducir con un paquete de seis cervezas.
Gracias a Dios, su entrenador de fútbol había llenado los zapatos vacíos de su padre y había arrastrado su culo a las Sierras para cumplir servicio comunitario. El entrenador Rusmore prácticamente había salvado su vida mostrándole otra manera de soltar sus agresiones, cómo golpear constantemente el nivel de adrenalina que necesitaba para sobrevivir.
Muy rápidamente, Pedro se había convertido en un hombre capaz al aire libre. Durante todo el año, el enorme lago era frío y salvaje. Cuando Pedro no estaba en las montañas, por trabajo o por placer, estaba en el agua. Pesca, canotaje, kayak, rafting, kiteboarding. A pesar del enorme aumento de turistas cada verano e invierno y los aspectos más desagradables de los casinos, Pedro todavía no podía creer que había considerado dejar Lake Tahoe diez años atrás.
Por una mujer.
Otra raya por ser joven y estúpido.
—Parece que Cristian está aquí —dijo Joe mientras volaban sobre el aparcamiento de la estación y veía la camioneta de Cristian cerca de la pista de aterrizaje.
Pedro estaba contento de que su hermano se hubiera pasado por la estación. No iba con frecuencia. Por supuesto, no era difícil adivinar por qué se mantenía lejos.
Después de una serie de dolorosos injertos de piel y fisioterapia en curso para recuperar el pleno uso de sus manos y dedos, Cristian estaba en camino a la recuperación, pero la gran pregunta seguía siendo: ¿Volvería a combatir el fuego otra vez?
Porque no importaba lo duro que Cristian trabajara, no importaba lo mucho que quisiera volver a la montaña, su futuro como un bombero HotShot no dependía totalmente de él. El Servicio Forestal tenía la última palabra. Y lo último que querían era a un bombero paralizado en medio de un incendio forestal.
Joe sacudió la mano de Cristian en saludo, luego se dirigió a las duchas, pero cuando Pedro captó la expresión preocupada de su hermano, supo de inmediato que algo andaba mal.
—Suéltalo.
Cristian le puso una mano en el brazo en señal de advertencia.
—Siéntate, Pedro.
Por supuesto que no iba a sentarse. Él había visto a Cristian de esa forma sólo una vez: Cuando el coche de Paula había sido golpeado en la autopista 50 hacia diez años.
Cuando ella había perdido al bebé.
—Es Paula, ¿no es así?
Al no obtener una respuesta lo suficientemente rápido, Pedro se puso frente al rostro de su hermano y tomó un puñado de su camisa. Cristian igualaba a Pedro en peso y altura, los dos eran de anchos hombros, delgados de caderas y musculosos; pero Pedro tenía miedo de su lado oscuro.
Si su hermano pequeño no comenzaba a hablar rápido empezaría a sacarle la información a golpes.
—Dime qué demonios le pasó.
—Estuvo en otro accidente de coche. Anoche, en Colorado. Vail. Acabo de verlo en las noticias. No quería decirte sobre eso por la radio. Tenía que decírtelo en persona.
Pedro dejó caer la camisa de Cristian, tropezando contra una fila de armarios metálicos.
—Ella está...
Se tragó la palabra “muerta”. Su cerebro no le permitía pensar en ello. Su boca no dejaría que lo dijera.
—El periodista no dijo cómo estaba, sólo que los coches quedaron destrozados.
Pedro habría dado cualquier cosa por no preocuparse por Paula, por poder escuchar lo que Cristian había dicho de ella y simplemente seguir con su día, con el resto de su maldita vida, como si fuera lo de siempre. Pero la imagen de Paula indefensa en una cama de hospital era como una estaca metida directamente en su estómago.
No podía borrarla, no podía apagarla, no podía alejarse de ella y fingir que no significaba nada para él.
—Tengo que llegar a Colorado.
Cristian negó.
—Es por eso que estoy aquí diciéndotelo en persona. Para asegurarme que no hagas algo estúpido.
Hasta el último instinto le decía que fuera con Paula. Que estuviera allí para abrazarla. Para ayudarla.
—No necesito tu consejo —gruñó él.
—Bien, ¿qué tal si te refresco la memoria? ¿Recuerdas lo que te sucedió después que ella te dejó?
Haciendo caso omiso de su hermano, Pedro se dirigió a su armario y se despojó de su equipo. Cristian lo siguió, como un perro decidido a molestar a su dueño.
Mientras Pedro se cambiaba a un par de pantalones de cargo limpios y una camiseta, Cristian siguió hablando.
—Cuando ella pateó tu trasero y se mudó a San Francisco te caíste a pedazos. Nunca pensé que vería el día en que te saltearías tu trabajo. El trabajo que solías amar. Pero allí estabas, pegado al taburete de la barra cuando deberías haber estado combatiendo incendios.
Los días y semanas después que Paula se hubiera ido estaban tan frescos en la mente de Pedro como si hubiera sucedido ayer. No necesitaba que Cristian le recordara el agujero negro en el que había caído. Cuán oscuro había sido. Cuán profundo. Sus problemas en secundaria habían sido por rebelión. Pero la oscuridad en la que cayó después que Paula se fue no tuvo nada que ver con la rebelión, con la revuelta.
En su lugar, había sido la desesperación. Profunda hasta los huesos y había pensado en ese momento que era incurable.
—Sé que pensaste que era la única —Cristian insistió—pero la verdad es que fue mala para ti, hombre. Estabas regiamente jodido después que ella se fue. No quiero verte así de nuevo.
Pedro no pudo refutar ninguna de las declaraciones de su hermano. Eran todas ciertas.
Y sin embargo, no ir hacia ella era impensable.
Moviéndose hacia el teléfono, la operadora lo conectó al Hospital General de Vail.
—Soy un… —hizo una pausa, buscando la palabra adecuada— amigo de Paula Chaves. ¿Podría darme alguna información sobre su condición?
—Lo siento, señor —una mujer respondió cortésmente—. Me temo que no podemos hablar de los pacientes con nadie, excepto su familia.
Colgó justo cuando Leandro entraba en la cocina.
—Paula está herida —le dijo a su mejor amigo, su nombre sonó ronco en su garganta.
Él se aclaró, trabajando de no perder el control. Jesús, no la había visto en diez años, así que ¿por qué estaba perdiéndolo ahora?
Cristian rápidamente llenó a Leandro con los detalles del accidente de Paula. De los veinte hombres que estaban actualmente en el equipo de Tahoe Pines, sólo Leandro y Cristian habían estado hacia unos diez años cuando Paula seguía en la imagen. Ninguno de los otros diecisiete bomberos HotShot sabían absolutamente nada acerca de ella, aparte del hecho de que era una mujer hermosa por la que a veces se les caía la baba cuando estaban pasando los canales.
—Dile, Leandro —instó Cristian—. Dile que no puede ir corriendo tras ella.
Leandro estaba recién casado con una investigadora de incendios provocados que había ido a Tahoe el año pasado para clavarlo en la pared como su principal sospechoso de un incendio intencional. En cambio, Emma y Leandro habían atrapado al verdadero pirómano y se habían enamorado.
Pedro no necesitaba la aprobación de Leandro. Iría de todos modos.
—Te daré un zumbido cuando sepa mi línea de tiempo —le dijo a su jefe de escuadrón.
Leandro asintió.
—Has estado acumulando demasiadas vacaciones en los libros, de todos modos. Es un buen momento para que te tomes un par de días —Agarró una Coca Cola de la nevera, luego le dio una palmada en el hombro—. Dale a Paula mis mejores deseos.
Cristian metió las llaves del coche en sus jeans.
—No puedo dejarte hacer algo así de estúpido solo. Iré contigo.
—No, gracias —dijo Pedro mientras se dirigía hacia su coche.
Hacer el ridículo yendo a ver a la mujer que había arrojado su trasero al frío al salir de su vida era una píldora bastante grande para tragar. No tendría la gran reunión en presencia de su hermano.
Su pie era plomo sobre el acelerador de su camioneta mientras se dirigía al aeropuerto más cercano, a cuatro horas de distancia, en San Francisco. Durante diez años, había empujado los pensamientos de Paula fuera de su cabeza, pero ahora ya no podía detener las compuertas abriéndose.
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