viernes, 25 de septiembre de 2015
CAPITULO 16 (primera parte)
Paula quería llamar a gritos a Pedro mientras él abría la puerta, y exigirle que volviera. Una ráfaga de aire caliente golpeó el interior de la camioneta, empujando a través de las grietas del metal, vibrando contra el parabrisas.
Le había dicho que se quedara, pero no podía simplemente sentarse en la camioneta mientras él arriesgaba su vida para obtener las evidencias para su investigación, no cuando ella podía oír, oler y sentir las llamas como si estuvieran justo al lado de la camioneta y no más allá del muro del vecindario.
Ella era la única que podía vigilarlo. Tenía que asegurarse de que no cometería una estupidez.
Corriendo por el camino de piedra de la casa más cercana, ella golpeó la puerta del frente y tocó el timbre varias veces en rápida sucesión antes de darse cuenta que no había nadie en casa. Los propietarios probablemente habían sido evacuados. Corrió por el costado de la casa, buscando una forma de subir al tejado. Afortunadamente, una gran escalera extensible estaba apoyada contra la pared trasera.
El propietario probablemente la había usado para echar agua en el tejado hasta que llegó la orden de evacuación.
Trepando rápidamente por los dos tramos de la escalera, se afianzó sobre las tejas grises y se subió encima. Atravesó el tejado hasta un lugar donde tenía una visión clara de Pedro.
Pero cuando se percató de la situación, casi se le para el corazón.
Mientras que los otros Bomberos HotShot se mantenían a una distancia segura del fuego, Pedro se agachó directamente delante de una pared de llamas de un metro de altura, explorando el terreno buscando el mejor trozo de evidencia.
Oh Dios. Había estado tan concentrada en conseguir pruebas, tan consumida por su venganza contra los pirómanos, que lo había enviado sin darle un segundo pensamiento a lo que él enfrentaría en el lugar de la explosión. ¿Cómo había podido?
Ella gritó.
—¡Vuelve! —Pero todo lo que consiguió fue lastimarse la garganta. Era imposible que alguien la oyera sobre el rugido del fuego y los helicópteros sobrevolando en círculos. El incendio forestal crepitaba más fuerte ahora, y el sol se ocultó tras una gruesa nube de cenizas.
Por la mañana el incendio se veía grande y brutal desde el aire. Ahora parecía una zona de guerra. Nubes de humo negro colgaban ominosamente en el cielo azul, mientras los hombres y las máquinas se apresuraban a luchar contra un incendio forestal que enviaba docenas de lenguas de fuego cada vez más lejos, a través de la montaña, con cada hora que pasaba.
Todo se movía a cámara lenta mientras las llamas mortales de color amarillo anaranjado se estiraban hacia Pedro y casi le cubrían la cabeza. Y entonces, en el último momento, él saltó hacia atrás hacia un área segura de césped. Sabía que la visión de Pedro, valientemente de pie entre llamas de metro y medio de altura y una alfombra negra y gris de cenizas, la perseguiría para siempre.
Se atragantó con el humo y el polvo que flotaba en el aire, su corazón latiendo rápidamente en su pecho. No quería más bomberos heridos. Especialmente no a Pedro.
Observando impotente como hacía su terrible trabajo, no tuvo la fuerza para seguir negando lo especial que era él.
Observó cuando se acuclilló, su uniforme tensándose contra sus musculosos hombros y estrechas caderas. Era el tipo de hombre con el que las mujeres soñaban por la noche. Y él voluntariamente enfrentaba la muerte por el bien común.
Las mujeres se lanzaban sobre él por una buena razón.
Sostuvo el rastreador lejos de su cuerpo y se quedó perfectamente inmóvil durante treinta segundos, tal como ella le había dicho. Las llamas batieron a su alrededor y ella se maldijo por decirle que no se precipitara. No había forma de que él tuviera alguna idea si había y dónde, gas y explosivos esparcidos por la colina cubierta de hierba.
En cualquier momento, el terreno donde estaba parado podía explotar.
Sus piernas se estremecieron con la horrorosa imagen de Pedro tendido en una camilla, cubierto de ampollas, sangre y la piel en carne viva. Su pie se deslizó sobre una teja y tuvo que agarrarse firmemente a un extractor de aire para estabilizarse.
Tal vez él tenía razón y ella debería haberse quedado en la camioneta. Tal vez hubiera sido mejor que venir aquí para verlo.
Y no importaba de qué lado de la investigación estuviera cada uno, ella estaba sorprendida por su valentía.
Ahora creía totalmente que Pedro Alfonso era inocente. Él protegería a sus hombres con su vida. Estaba viéndolo hacerlo ahora mismo. Ser testigo de sus nervios de acero en acción mientras caminaba a través del fuego para reunir las tan necesarias pruebas, hizo que se despejaran las dudas que le quedaban.
Él no había provocado el fuego en el Desierto de Desolation.
Lo que significaba que alguien más era responsable de toda esta destrucción. Todo este dolor. Todo este sufrimiento.
Alguien había provocado el incendio forestal y luego había dejado ese mensaje en la línea de denuncias con el nombre de Pedro. Estaba casi segura que el mismo pirómano había provocado el incendio de su habitación en el motel, entonces trató de asustarla con la nota puesta en la cámara de combustión, y luego puso todas las piezas en el lugar para provocar la explosión que casi le había quitado la vida a Robbie esa mañana.
Finalmente, Pedro se apartó de las llamas y corrió de regreso a su camioneta. ¿Cómo, se preguntó ella, podía moverse tan rápidamente con tanto equipo pesado sobre sus hombros? Sobre todo teniendo en cuenta lo agotado que debía estar por ese espantoso calor.
No queriendo que la encontrara en el tejado mirando, y preocupándose por él, Paula comenzó a desandar el camino de regreso hacia la escalera, pero era más difícil ir en descenso, y su progreso era lento. Estaba a medio camino del tejado cuando escuchó el fuerte estruendo de pesadas botas en los peldaños de la escalera de acero. La cara cubierta de hollín de Pedro apareció por encima de los escalones.
—¿Nunca obedeces?
—Casi nunca —respondió ella tan a la ligera como pudo, pero no podía apartar la agradable sensación de alivio que sentía porque él hubiera regresado ileso.
—Supongo que debería estar simplemente feliz de que no hayas venido para asegurarte de que estaba presionando el botón correcto.
Ella mantuvo su cara apartada, sin saber cómo responder a lo que sonaba muy parecido a una burla. Sobre todo viniendo después de una evidente carrera empapada de adrenalina. ¿Cómo podía estar tan despreocupado y relajado, mientras que a ella, con sólo verlo arriesgando su vida, se le habían revuelto las entrañas?
Pero estaba tan condenadamente feliz de que hubiese vuelto de una pieza que no pudo contener una sonrisa.
—No me puedes culpar por querer un asiento de primera fila para el espectáculo de Pedro Alfonso, ¿verdad?
Él le devolvió la sonrisa y era como mirar directamente al sol.
—Los Bomberos HotShot están para servir.
Ella estaba casi al borde del tejado cuando él le tendió la mano, haciendo acelerarse su corazón de nuevo. Tenía tanto miedo de lo que sentía por él, nunca había estado más asustada por nada en toda su vida.
Queriendo mantener la muy necesaria distancia entre ellos, dijo:
—He subido por mi cuenta y bajaré igual. —Dándose cuenta demasiado tarde que sonaba como una niña petulante en lugar de cómo una mujer independiente.
Él no se movió de la escalera.
—Nunca he dejado a una hermosa mujer varada en un tejado y no voy a empezar ahora.
Era la segunda vez que le había dicho hermosa. No era el primer hombre que se lo decía, pero era la primera vez que realmente le había importado.
No había duda al respecto. Ella estaba cayendo de cabeza por este hombre.
Cuando la alcanzó en el tejado, no pudo alejarlo. No cuando acababa de verlo caminar en el fuego. Necesitaba asegurarse a sí misma que él estaba realmente aquí, que todavía era sólidos músculos y huesos e inagotable encanto.
Sus manos grandes y fuertes le rodearon la cintura y ella le pasó un dedo por el costado de su cara, dejando una línea delgada de piel bronceada visible a través del hollín. Ella bajó su boca a la suya, casi podía saborear la ceniza en sus labios; cuando la escalera se movió, y se puso rígida.
¿Qué pasaba con ella? Estaba en el tejado de algún extraño en medio de un rabioso incendio forestal y todo en lo que podía pensar era besar a un bombero. Si su jefe pudiera verla ahora, si su padre estuviera mirándolos, ambos estarían horrorizados por su comportamiento. Por su absoluta falta de autocontrol.
Se echó hacia atrás, trabajando como loca para detener la decepción de su cuerpo. Había querido besar a Pedro más de lo que había querido aspirar su próxima respiración. Pero aunque no podía besarlo, podía decirle lo que sabía que él quería oír.
—Te creo, Pedro. Sé que eres inocente.
Él seguía sosteniéndola, sus manos ardiendo en su espalda a través de su camiseta.
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Ella no podía creerse que estuvieran teniendo esta conversación en el tejado.
—Muchas cosas. Pero verte ahí arriesgando tu vida... —sacudió la cabeza— no conozco a una sola persona que hubiera hecho algo así.
Él le tocó la mejilla.
—Tú ibas a hacerlo.
—Una vez que hubiera visto la altura de las llamas, que hubiera sentido el calor que hacía, me habría dado por vencida. Pero tú no lo hiciste.
Oh, mierda, no debería besarlo de nuevo. Pero iba a hacerlo de todos modos. ¿Cómo evitarlo?
Lo empujó más cerca y la escalera resonó con fuerza contra el canalón mientras ella presionaba sus labios contra los suyos. Deslizó la lengua entre sus dientes y gimió cuando él tomó lo que ella le estaba dando y se lo devolvió multiplicado por diez.
Podría amar a este hombre, se encontró pensando, y se asustó tanto que casi se cayó del tejado tratando de alejarse de él.
—Lo lamento —dijo ella, alejándose de nuevo—. No quiero engañarte. Y sabes tan bien como yo que no podemos hacer esto.
La mirada que le dirigió, le dijo que él no pensaba igual, pero que estaba dispuesto a esperar por ella. La ayudó a bajar por la escalera, y sus manos estabilizando su cuerpo se sentían demasiado bien.
Cuando estuvieron de pie en tierra firme otra vez, él dijo:
—Gracias por lo que has dicho ahí arriba, que soy inocente.
Se sentía tan nerviosa con él, de repente, como una colegiala hablando con la estrella del equipo de futbol.
—Sólo sigo mi instinto, pero de nada.
Ella nunca había estado cómoda con la idea de su culpabilidad, ni por un solo segundo. No estaba más cerca de saber quién era el pirómano, pero por lo menos era un gran alivio sentirse segura de que no era Pedro. Quería obtener el visto bueno de sus superiores para retirarle la suspensión tan pronto como fuera posible, pero primero necesitaba más información. Analizar las pruebas que él había conseguido del lugar de la explosión con un microscopio sería de gran ayuda.
Queriendo desesperadamente encontrar un terreno neutral, dijo:
—¿Está cerca el laboratorio de criminalística? Estoy ansiosa por descubrir qué causó la explosión.
Él se quitó su uniforme y lo dejó caer en la cabina de la camioneta.
—Voy a llamar a David ahora mismo.
Abrió su teléfono justo cuando ella se sentaba en el asiento del pasajero.
—David, me alegro de haberte encontrado. Soy Pedro Alfonso. Necesito un favor. Uno grande.
Se sintió aliviada cuando él levantó rápidamente el pulgar sobre el uso del laboratorio. Tendrían sus pruebas y, con suerte, algunas respuestas, pronto.
—Entonces —dijo él, volviendo su atención hacia ella mientras viajaban por la carretera junto al lago— ¿cómo se llega a ser investigadora de incendios?
Su voz grave y sexy, y su pregunta la zarandearon. No podía pensar lo suficientemente rápido para responder, como si no tuviera más que un puñado de células cerebrales.
—En la Academia Nacional de Bomberos.
—Por supuesto —dijo arrastrando las palabras— esa es la forma habitual. ¿Pero por qué?
Durante los últimos seis meses, ella había evitado a los bomberos como a la peste. No se citaba ni pasaba el rato con ellos, ni los ayudaba con sus sorteos para recaudar fondos más allá de lo que podía hacer a través de internet en la intimidad de su apartamento. No había necesitado, ni había querido, nada que le recordara a los dos hombres que había perdido.
Pero ahora que Pedro estaba claramente tratando de llegar a conocerla, saber quién era, porqué hacía lo que hacía, besarlo casi parecía la opción más segura.
Compartir sus cuerpos era una cosa. Compartir sus corazones era algo completamente distinto. Sobre todo cuando no sabía si le quedaba un corazón para compartir.
Finalmente, dijo:
—Sabía desde el principio que no quería ser bombero, pero me gustaban algunos aspectos del trabajo. Así que acabé consiguiendo un título en Justicia Criminal. Cuando mi padre me animó a especializarme en la investigación de incendios provocados, pareció una buena opción.
—Sabes, estaba pensando que tu padre y Jose deben ser de la misma edad. Me pregunto si trabajaron en los mismos incendios.
Era difícil para ella hablar de su padre. Habían sido muy unidos.
—Probablemente —dijo—. Él tenía la sede cerca de Monterey, donde vivíamos, pero su equipo fue enviado a los incendios forestales en las Sierras muchas veces.
—Probablemente he trabajado en algunos incendios con él. ¿Cuándo se jubiló?
Paula miró por la ventana a los coches que venían en dirección contraria.
—No lo hizo. Murió de cáncer de pulmón. Hace un año.
La mano de Pedro cubrió su rodilla, su calidez penetró el fino algodón de sus pantalones de chándal de Lago Tahoe.
—Jesús, Paula, eso no es justo.
Ella se alegró cuando él no señaló lo cercanas que fueron las muertes de su padre y de su hermano. La mayor parte de la gente se sentía obligada a decirlo cuando se enteraban.
No era de mucha ayuda.
—Debes echarlo de menos.
—Lo hago —dijo ella— pero también sé que él no habría cambiado nada. Y yo no habría querido que lo hiciera.
—Lo lamento.
Sus dos simples palabras atravesaron su corazón. No quería seguir hablando de ella.
—¿Qué hay de ti? ¿Por qué eres bombero? ¿Por qué HotShot?
No lo preguntaba porque fuese una investigadora y él un sospechoso. Ahora estaba preguntado por ella misma.
—Jose es un hombre extraordinario. Un buen mentor. Y amaba lo que hacía. Yo quería esa vida.
—Se ajusta a ti.
—Es todo lo que siempre he querido ser. La única cosa que siempre he querido hacer.
Tuvo una súbita compresión del magnífico bombero forestal sentado junto a ella.
—Es lo que te motiva, ¿no es así? Lo que te hace apagar incendios.
Él apartó la vista de la carretera durante una fracción de segundo y la miró.
—Tienes razón. Eso es.
—Y casi te lo quité.
—Sólo estabas haciendo tu trabajo.
Estaba en lo cierto. Razón por la cual no podía relajarse y olvidarse del caso. Tenía que seguir haciendo preguntas difíciles, incluso si eso significaba el final de su primera conversación realmente agradable.
—Háblame de Dennis.
Su mano se tensó sobre la palanca de cambios.
—¿Qué quieres saber?
—Has seguido los pasos de Jose como bombero. Pero su hijo no lo hizo. ¿Tienes alguna idea de por qué?
—Pilotar un helicóptero no es fácil.
—No. —Ella estuvo de acuerdo—. Ser el pasajero no siempre es fácil, tampoco.
—Nunca hubiera imaginado que una dura investigadora como tú, sería propensa a marearse —bromeó.
Ella tuvo que reírse de sí misma.
—Confía en mí, es lo único que alguna vez me hizo reconsiderar la elección de mi carrera. —Rápidamente, volvió a la tarea—. Lo que me pregunto, supongo,
es: ¿por qué no volar para el Servicio Forestal? Siempre pueden necesitar más hombres transportando agua y rescatando.
—Sí, pero no todo el mundo está hecho para ser bombero —dijo Pedro.
Ella había visto a suficientes novatos dejarlo en la mitad de su primer año, como para saber que él tenía razón.
—Es verdad. Pero no puedo dejar de preguntarme si no hay algo detrás de que se mantenga alejado de los bomberos.
—¿Algo detrás? ¿Cómo qué?
—Tal vez él no quería competir contigo. —Porque sabía que iba a perder, añadió en silencio.
—Dennis y Jose fueron buenos conmigo cuando a nadie más le importaba. Dennis es mi hermano en todos los sentidos. Cada familia tiene sus problemas. No se resuelven provocando incendios y culpando al otro para que vaya a la cárcel.
Paula deseó poder dejar que sus sospechas sobre Dennis se fuesen, deseó poder dejarlas y volver a la confortable situación que ella y Pedro habían compartido hacía unos minutos. Pero cuanto más pensaba en su conversación con Dennis en el helicóptero, más le parecía que éste sentía un gran rencor, no sólo contra Pedro, sino contra todos los Bomberos HotShot. ¿Podría ser la persona que provocó las hogueras que Logan había ido apagando? ¿Podría haber disimulado su voz digitalmente y dejado el mensaje en la línea de denuncias?
—Entiendo lo que dices, pero ¿y si se trata de una llamada de atención? ¿Una manera de asegurarse de que finalmente su padre se fije en él? ¿Y qué mejor manera de asegurarse de esto que con tu caída?
Un músculo saltó en la mandíbula de Pedro de nuevo y ella odió tener que ponerlo en situación de defenderse, de dudar, de su hermano.
—Incluso si está enojado conmigo por algo, el fuego no es cosa de Dennis. Antes, cuando teníamos diecisiete años y trataba de incitarlo a que me ayudara con cualquier fuego que yo había comenzado, él nunca lo hacía. Él no sabría nada acerca de prender fuego en habitaciones de moteles o de provocar una explosión en una ladera.
—¿Tal vez tuvo ayuda de alguien que conoce cómo se comporta el fuego?
Pedro sacudió la cabeza.
—No tiene muchos amigos bomberos. Sólo a mí.
Hacia donde mirase Paula se topaba con un muro de ladrillo.
—¿Sabes dónde estuvo la semana pasada cuando estaba de vacaciones? ¿Lo has visto en algún momento? ¿Hablaste con él?
Pedro se detuvo en un camino de grava.
—No, pero lo voy a averiguar.
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