miércoles, 14 de octubre de 2015

CAPITULO 36 (segunda parte)





Pedro escuchó su risa y sonrió. Nunca había considerado que podría encontrarse en una moto todo terreno con Paula, corriendo por un camino angosto en las Rocallosas. Pero aun así, estos habían sido los dos días más emocionantes que pudiera recordar. Ningún incendio forestal podía compararse con Paula. Ni siquiera el calor.


Viéndola lucir tan feliz esta mañana después de la llamada de Agustina, era imposible no querer verla de esa manera otra vez. La noche anterior, él estaba lidiando con la pregunta sobre darle otra oportunidad a las cosas. Esta mañana, no podía recordar sus razones para no hacerlo.


Ella era preciosa. Inteligente. Leal. Y, aunque intento convencerse de lo contario durante la década pasada, era increíblemente amorosa.


Él sería un tonto si la dejara escaparse de su vida otra vez.


La moto era rápida y como a Paula no parecía importarle la velocidad, aceleró un poco más. En el siguiente cuarto de hora estaban pasando por la puerta principal del camping. 


Dirigiéndose a la sede del guardabosques, él puso los frenos y Paula estuvo fuera de la moto y corriendo por las escaleras antes que apagara el motor.


Segundos después, salió afuera, su cara tensa y apretada.


—No está aquí.


Oh, mierda. Agustina había tenido mucho tiempo para llegar a la oficina del guardabosque. Debería haber estado allí.


Entonces, escuchó a Paula jadear, su mano yendo a su boca mientras todo el color dejaba su cara, su dedo apuntando hacia el cielo.


A cuatrocientos metros hacia la izquierda, en dirección al río, un hilo de humo fresco y negro se alzaba hacia el cielo azul.


Un edificio debía estar incendiándose.


—Móntate —le gritó Pedro y una vez que sus brazos estuvieron otra vez alrededor suyo, aceleró por el camino pavimentado de una sola vía que se extendía entre el campamento, queriendo acercarse tanto como pudiera al fuego, tan rápido como fuera posible antes de tener que ir a pie. Un grupo de familias vacacionistas estaban parados abrazándose juntos en el estacionamiento mirando las llamas.


Otra vez, Paula saltó y corrió hacia la cabaña antes que las ruedas de la moto hubieran dejado de dar vueltas.


Saltando del asiento de cuero, la moto todo terreno dejada de lado sobre la tierra, Pedro corrió tras ella. Ella era rápida, pero él era más rápido. Atrapó sus brazos, sin dejarle dar otro paso hacia el innegable peligro. Ella se retorció duro, tratando de soltarse y él no tuvo otra opción más que abrazarla fuerte, su espalda presionada contra su pecho.


— ¿Y si Agustina está adentro? ¡Tengo que salvarla!


Era un paso importante, pero él entendía por qué había ido hasta allí. La seguridad de Agustina era todo en lo que podía pensar en este momento.


Pero si no podía hacerla entrar en razón, habría más de una víctima hoy.


—No sabemos si está adentro. Y no es seguro para ti estar en ninguna parte cerca de ese edificio —le dijo firmemente en su oído para estar seguro que lo entendía.


— ¿Pero qué pasa si está allí? ¡No puedo dejarla arder hasta morir!


No había ningún razonamiento en su voz, solo desesperación. Él entendía, pero no significaba que se iba a arriesgar a perderla.


El césped alto y seco en el frente del edificio ya había sido tragado por las llamas. Antes que él pudiera acercarse, tenía que apagar el incendio del césped. Sin embargo, no la soltaría hasta que lograra controlarse.


—La única manera de entrar al edificio es encender un contra fuego.


—No —ella jadeó—. No más fuegos.


—Cuando dos fuegos hacen contacto, se apagan entre ellos. Es la única manera.


Finalmente, pareció entender y le dio un angustiante:


—Está bien.


Él todavía estaba asustado que ella corriera hacia el fuego cuando liberó su agarre y sacó varias antorchas de su bolsillo. Unas cuantas se esparcieron por el  piso y Paula las recogió. Mirando hacia los árboles, él estudió la dirección del viento para asegurarse de que las llamas no irían directo hacia ellos, o hacia la multitud que debería ser más inteligente y haber evacuado el lugar hace rato.


Pero no tenía tiempo de avisarles del peligro de estar merodeando tan cerca de un fuego vivo. Si la hermana de Paula estaba dentro, él tenía que salvarla.


Si es que ya no era demasiado tarde.


Él había estado en la misma situación con su hermano Cristian,  lo había visto sufrir agonizantes quemaduras. 


Incluso aunque había hecho todo lo que había podido para salvarlo, siempre había deseado haber podido hacer más.


¿Paula sería capaz de perdonarse si Agustina moría en un incendio? ¿Y lo perdonaría por no salvarla?


Él alcanzó su mano y ella enterró sus uñas en sus nudillos mientras que el fuego asolaba el espacio entre ellos y la cabaña. Y entonces, menos de un minuto después, un camino se abrió en el campo entre una masa de calientes brazas.


—Voy a tratar de entrar a la cabaña ahora, pero no quiero que me sigas. No es seguro.


Pedro podía ver que Paula quería pelear con él sobre esto, pero tenía que asegurarse de que entendía.


—No podré ayudar a nadie que esté en la cabaña si tengo que ayudarte a ti también.


—Solo apúrate —dijo ella, rindiéndose rápidamente—. Por favor.


Sin sus implementos, el calor emanado del piso era intenso, pero había estado en bosques mucho más calientes. Él corrió hacia el pequeño edificio, todo su enfoque centrado en encontrar un camino para entrar, considerando que la mitad delantera ya estaba completamente en llamas.


Corriendo rápidamente alrededor del perímetro, no encontró puertas, ni ventanas. Tenía que entrar por el frente dividiendo el fuego de la puerta.


Agarrando una rama larga del piso, trepó a un árbol cercano detrás del edificio y se dejó caer sobre el techo humeante. 


Moviéndose rápidamente, sacó viejas tejas, exponiendo los tablones delgados de madera que cubrían las vigas.


Trabajó rápido con el palo, irrumpiendo en la madera, abriendo un hueco en el techo. En cualquier momento, las llamas hallarían la nueva fuente de oxígeno y se dispararían por el hueco. Si él no era cuidadoso podría ser atrapado en ellas, pero si no hacía el hueco lo bastante grande no habría suficiente oxígeno para redirigir  las llamas del resto de la estructura.


Casi un segundo antes de que el fuego saliera deprisa por el hueco que había hecho en el techo, Pedro saltó fuera del camino, lanzando su metro ochenta de altura hacia el suelo.


Como un reloj, las llamas se batieron fuera de la puerta. 


Moviéndose hacia  el frente, la pateó. El humo era negro y denso, pero él había pasado diez años maniobrando en esta clase de condiciones, y su ojo estaba entrenado para ver miembros, escuchar toser o buscar cuerpos.


Pero el edificio estaba vacío. Completamente vacío.


Pedro escuchó el crack familiar de un edificio a punto de caer y en un instante salió de la cabaña y corrió como el diablo. Las paredes comenzaron a caer sobre sí mismas antes que él alcanzara a Paula.


— ¿Dónde está? —Paula le gritó.


—No estaba allí.


Paula cayó de rodillas, con la cara entre sus manos.


Pedro nunca se había sentido más impotente en toda su vida, se agachó y la sostuvo entre sus brazos.







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