miércoles, 14 de octubre de 2015
CAPITULO 33 (segunda parte)
Pedro entendía por qué ella quería estar sola. Eran similares en ese sentido, ninguno quería parecer débil frente a una audiencia. En su lugar, ambos retenían todo lo que estaban sintiendo por dentro. Cuando se dio cuenta que estaba sentada en una roca con la cabeza sobre sus rodillas, acurrucada en una bola, llorando a lágrima viva, una manada de pumas no podrían haberlo retenido.
Su cabeza se disparó hacia arriba cuando oyó sus pasos crujir a través de las hojas secas. Se pasó el dorso de las manos por los ojos.
—Vete.
Pedro sabía por qué estaba arremetiendo contra él, sabía que ella estaba terriblemente preocupada, pero también sabía que necesitaba un amigo amoroso más de lo que necesitaba espacio. Así que hizo caso omiso a su petición y se trasladó a su lado sobre la roca. Estaba temblando y no dudó en poner sus brazos alrededor de ella.
— ¿Por qué estás aquí? —le preguntó a través de dientes castañeando, sosteniéndose rígida en sus brazos.
—Porque me necesitas —dijo simplemente—. Sé que estás molesta por Agustina. Estoy preocupado también, pero no nos rendiremos hasta encontrarla.
Su voz sonó ahogaba contra su pecho mientras decía:
—Todo lo que alguna vez quise era una familia feliz.
Ella comenzó a llorar otra vez y él la jaló con más fuerza, acariciando rítmicamente su espalda con las manos.
—Ya lo sé, cariño —dijo, la ternura se sentía perfectamente natural.
Totalmente correcta.
Si estuviera siendo totalmente honesto consigo mismo, ¿no era una familia todo lo que él alguna vez había querido? ¿No era una familia lo que había tratado de crear con su equipo? ¿Con su hermano? ¿No fue por eso que perder al bebé y luego a Paula había sido un golpe tan demoledor?
Justo cuando una familia real había estado finalmente a su alcance, él lo había perdido todo.
En silencio, se sostuvieron el uno al otro y se sentía tan bien estar cerca de Paula otra vez, que Pedro casi se olvidó de quién estaba consolando a quién.
Poco tiempo después, ella levantó la mejilla de su pecho.
—Hablar con los amigos de Agustina me hace sentir como si realmente lo hubiese echado todo a perder con ella durante estos años. Tal vez he sido demasiado controladora, demasiado sobreprotectora. Tal vez no la he escuchado lo suficiente.
Él limpió la humedad de sus mejillas.
—Dudo que eso sea cierto. Suena como que hiciste todo lo posible.
—No, realmente la jodí con ella. Tenía otra razón para irse, pero yo estaba demasiado avergonzada como para decirte sobre ello en el hospital —tomó una respiración profunda—. Justo para Navidad, tuve la idea realmente estúpida de tratar de hacer que mi madre y mi hermana se juntaran.
Él levantó una ceja.
—No salió muy bien, ¿supongo?
—No sabes cuánto eufemismo tiene eso —dijo en una risa hueca—. Fue terrible. Más que terrible. Agustina no quería tener nada que ver con Dora. Dora no quería tener nada que ver con Agustina. Y ambas se enojaron conmigo por empujarlas juntas.
Ella tomó una respiración entrecortada.
—No creo que mi hermana me dijera diez palabras entre esa reunión e irse a Colorado. Y tenía razón en estar enojada. Yo tenía una estúpida fantasía sobre una reconciliación que no tenía absolutamente nada que ver con la realidad.
Ella estaba tratando de ser valiente sobre esto, pero Pedro podía ver cuán profundamente herida estaba por lo que había sucedido.
— ¿Has hablado con tu madre desde entonces?
—De ninguna manera. Honestamente, no la he visto mucho a lo largo de estos años de todos modos. Ver lo horrible que fue con Agustina más o menos cerró esa puerta para siempre.
Queriendo hacerle saber que ella no estaba sola, confesó:
—No he oído de mi padre desde el año pasado.
Encontró sus ojos por primera vez desde que se había unido a ella en la roca.
— ¿Por qué? ¿Qué pasó?
Luchó contra el impulso de aligerar la situación, meterla abajo y pretender que no importaba.
—Mis padres vinieron a ver a Cristian al hospital el verano pasado, justo después que se quemó. Él era lo único que importaba. Lo único en lo que ellos deberían haber estado enfocados.
—Oh, no, Pedro, ellos no comenzaron una lucha, ¿no?
—Al igual que los malditos gatos y perros, allí mismo, en su habitación.
¿Han estado destrozándose el uno al otro por treinta años y no pudieron poner freno durante quince minutos? Todo lo que podía pensar era que aunque él estaba en gran medida dopado con morfina, ¿qué si podía oírlos? ¿Qué si sus mezquinas quejas se filtraban en su subconsciente y lo retenían de sanar porque ya no quería lidiar con su mierda?
Ahora ella era la simpática, diciendo:
— ¿Qué hiciste?
Él frunció el ceño.
—Arrastré sus culos fuera del hospital. Y les dije que no pusieran otro pie en su habitación si no podían ser civilizados.
—Hiciste lo correcto —dijo en voz baja—. Protegiendo a Cristina.
—Mi madre vino a verme un par de semanas más tarde. Había decidido presentar el divorcio.
—Oh, Pedro. Después de treinta años, ¿no podían resolver las cosas?
—Si me preguntas, presentar la demanda de divorcio era la elección correcta —su boca se torció en un lado y pudo ver que ella estaba sorprendida por su media sonrisa—. Tendría que haberse divorciado de su culo hace años. Pero ella creía que sería mejor para Cristina y para mí sí sacaba adelante su matrimonio.
— ¿Así que sólo estaba tratando de hacer lo mejor?
—Sí, lo estaba. No sé qué demonios estuvo pensando mi padre durante todos esos años. Él generalmente no estaba y cuando lo hacía no decía mucho.
De repente, Pedro miró hacia arriba y cuando sus ojos conectaron con los de ella, se dio cuenta de que acababa de profundizar en sus sentimientos sobre el matrimonio de sus padres más de lo que nunca antes había hecho; incluso en su propia cabeza.
La mano de Paula se acercó a su mejilla, sus dedos rozando suavemente contra la barba en su mentón.
—Eres un buen hombre, Pedro. Un buen hermano. Y un buen hijo.
Él cubrió su mano con la suya y se acercó lo suficiente como para probar sus labios, que estaban cálidos y salados por sus lágrimas. Ella se inclinó hacia él y Pedro los lamió con lentos movimientos de su lengua, poniéndose instantáneamente duro cuando ella gimió con placer.
Su lengua encontró la de él y su beso se profundizó mientras una mano se enroscaba por su pelo, y la otra tiraba de ella todo el camino hacia su regazo. A través de su camisa y sujetador podía sentir sus pezones perlándose contra el interior de sus bíceps y su erección ya estaba acunaba contra sus suaves curvas.
Y entonces, de repente, ella estaba empujándose fuera de sus brazos, su pecho agitado mientras trataba de recobrar el aliento.
—Lo lamento, Pedro, no es que no quiera estar contigo —sus palabras se estrellaron entre sí como coches de tren fuera de control—. Obviamente sí. Más que nada. Pero…
Ella puso su mano sobre su boca para detener el flujo de palabras y tomó hasta la última gota de control que poseía jugar al buen tipo y hacer lo correcto.
—Está bien, Paula —logró decir a pesar de la intensa sensación latiendo en su ingle.
Sus ojos le suplicaron que entendiera.
—Escuché lo que dijiste junto al río, sobre no querer involucrarte conmigo otra vez. Y respeto eso, Pedro. Realmente lo hago. Así que, aunque quiero estar contigo, me temo que no estoy en un estado de ánimo como para tener sexo sin ataduras —dándole una sonrisa torcida, agregó—: Y no me gustaría ir toda psicópata sobre ti más tarde.
Mierda. Había cavado este agujero él mismo, ¿verdad?
¿Qué podía hacer sino estar de acuerdo con ella en que no tener relaciones sexuales era lo mejor? Después de todo, fue su idea, en primer lugar.
Deseando que su erección desapareciera, se levantó y se estiró en una forma tan asexual como pudo.
—¿Qué tal si comemos algo y damos por terminada la noche? Ha sido un largo e infernal día y las cosas siempre se ven mejor por la mañana.
—Desearía que supiésemos qué hacer a continuación —dijo ella mientras se abrían camino de regreso a su tienda de campaña.
—¿La gente siempre te cuenta todo la primera vez que los entrevistas? —le preguntó, tratando como el infierno de volver a centrarse en la búsqueda de Agustina en lugar de lo mucho que deseaba a la mujer a su lado.
Luciendo pensativa, dijo:
—No. Por lo general no. A veces tengo que sacar la información de ellos — ella le lanzó una mirada de soslayo—. ¿Crees que eso va a pasar aquí?
—Mi instinto me dice que algo aparecerá mañana.
—Espero que tengas razón.
Él hizo otra comida rápida de estofado de pollo y guiso de arroz y comieron en silencio, luego se prepararon para dormir. Pedro tuvo que preguntarse si su enfática insistencia en no darle a su relación otra oportunidad había dado de hecho en el blanco.
¿Había puesto demasiado énfasis en lo que habían sido hace diez años y no lo suficiente en lo que eran ahora?
¿O la verdadera cuestión no era sobre si él estaría jodido si ella lo dejaba de nuevo algún día sino sobre si ella en verdad quería estar con él ahora? ¿Estaría dispuesta a renunciar a sus marcas de nombre de fantasía y almuerzos con champán por un hombre sencillo en atuendos y una camisa de trabajo?
—Tú toma la carpa —le dijo—. Estoy acostumbrado a dormir al aire libre.
Claramente demasiado cansada como para discutir, se metió en la tienda y cerró la cremallera. Pero — yació despierto en su saco de dormir, mirando las estrellas, una última pregunta inquietándolo mientras la luna se elevaba en el cielo.
¿Estaba dispuesto a arriesgarlo todo por la mujer que nunca había dejado de amar?
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