sábado, 31 de octubre de 2015

CAPITULO 36 (tercera parte)





Fue una noche difícil.


Andres nunca había necesitado tanto el sueño, como abogado litigante, a menudo estaba levantado hasta altas horas de la noche estudiando detenidamente los escritos, sólo para despertar al amanecer para defender a su cliente, pero había despertado desorientado y confundido en la pequeña habitación de la cabaña en la posada. 


Preparándose una taza de café en la cafetera automática sobre la encimera de la cocina, se puso de pie junto a la ventana y miró fijo hacia el agua.


La noche anterior había pasado horas sentado en la oscuridad en el porche de su cabaña en las orillas de Blue Mountain Lake. Tras pasar su tarjeta de crédito y entregarle una gran y antigua llave, Rebecca, la bonita posadera, había dicho:
—Me temo que nuestro restaurante aquí ya está reservado para la noche, pero si tiene hambre, puedo recomendarle altamente el Restaurante Blue Mountain. Isabel hace un trabajo fantástico con la comida allí.


Aunque estaba muerto de hambre, no creía que Isabel agradecería verlo aparecer en su restaurante esta noche. O cualquier otra noche.


Notando la fruta y las galletas en el aparador del salón, dijo:
—Gracias, pero estaré bien con esta comida.


Luciendo poco convencida, ella había dicho:
—Sabe qué, ¿qué tal si meto mi cabeza en la cocina y veo si el cocinero puede preparar algo sencillo para usted y enviarlo hasta la cabaña en aproximadamente una hora?


Fue lo más agradable que alguien había sido con Andres durante todo el día, además de Paula. Pero él no se encontraba bajo cualquier equívoco en cuanto a por qué estaba siendo tan maravillosa. No era porque él era un gran tipo. No era porque se merecía su bondad.


Rebecca simplemente no lo conocía.


Y ser agradable era su trabajo.


Se había sentado en una silla , mirando hacia el lago, observando los veleros, lanchas y kayaks pasar, pero en realidad no viendo a ninguno.


Durante toda la noche, lo único que podía ver era el odio en el rostro de su hijo, en el rostro de Isabel, como si cada uno de ellos enumerara todas las formas en que los había herido, todas las formas en que les había fallado.


Pero no podía esconderse en la cabaña para siempre. Y extrañamente, a pesar de la discordia del día anterior, por primera vez en años, se sentía como si estuviera en casa.


Treinta años había estado lejos sin ver este lugar. Treinta años se había mantenido al margen de sus errores. O pensaba que lo había hecho, de cualquier forma. Sin embargo, Blue Mountain Lake era una parte de su alma que no podía ser simplemente desechada u olvidada.


Él había sido un bebé de verano, nacido en el pequeño hospital a cuarenta y cinco minutos de distancia. Se preguntaba si su vieja cuna todavía estaba en el ático de Poplar Cove, o si sus padres se habían librado de esta tan pronto como a Pedro le había quedado pequeña. Todos los veranos cuando era un niño ellos habían venido al lago, una gran familia que incluía a sus abuelos también. Él había crecido jugando en la playa, nadando en las aguas frías a veces, navegando en cabrillas asando malvaviscos en palitos. Había estado tan seguro de la forma en que su vida se desarrollaría.


Había planeado construir barcos. Veleros hechos a mano. 


Para dar la vuelta al mundo con una hermosa mujer a su lado.


Se apartó de la ventana de la cabaña, sirviéndose una taza de café. Era demasiado tarde. Había perdido demasiado tiempo siendo un mártir, pasó los mejores años de su vida tratando de impresionar a la gente equivocada.


Pero incluso mientras lo pensaba, esperaba como el infierno que estuviera equivocado. De lo contrario no tenía sentido quedarse allí, no tenía sentido tratar de hacer crecer un par de bolas y volver a intentarlo con su hijo.


Pero primero, comenzaría su día en el Blue Mountain Lake de la forma en que siempre hacía cuando era niño. Con un chapuzón en el lago. Rápidamente poniéndose su traje de baño, trotó hacia la playa vacía, por el muelle de la posada, y cayó al agua. Él estaba agradecido por la descarga de adrenalina que se disparó a través suyo cuando se sumergió bajo las aguas frescas.


Una vez fuera del agua, miró hacia arriba y vio a Rebecca de pie en el porche de la posada mirándolo. Claramente avergonzada de haber sido capturada, ella sonrió y saludó, luego desapareció en el interior del edificio.


Lo más gracioso sobre el descontento, Andres había descubierto en los últimos años, era que él tendía a observarlo en otras personas, especialmente las personas que estaban tratando de ocultarlo. Algo en los ojos de la posadera, en el conjunto de su boca, le dijo que ella no era feliz. No, por supuesto, que fuera de su incumbencia. Sin embargo, él sabía lo que era buscar la felicidad y salir con las manos vacías.


Después de una ducha rápida y afeitarse, se vistió y se dirigió al pueblo a pie. La posada estaba al final de la calle principal. El restaurante de Isabel estaba en el extremo opuesto del centro de dos cuadras del pueblo. Se había prometido que no la molestaría, pero eso no significaba que no podía parase en la calle, ver lo que ella le había hecho al lugar.


Su corazón latía con fuerza y sus manos sudaban mientras pasaba por las pequeñas tiendas para turistas, el escaparate de una tienda de helados, el café/librería, la tienda de tejidos, el muelle público que dirigía las históricas excursiones en barco del lago, y un puñado de oficinas de negocios.


Al llegar al restaurante, se sorprendió por su transformación. 


Cuando él e Isabel eran niños, el lugar había sido el centro de reunión de adolescentes en decadencia. Desde donde estaba parado casi parecía que ella había reconstruido todo el maldito lugar desde el principio. ¿Por qué estaba sorprendido? Incluso cuando niña, ella había sido notable. Inteligente, divertida y talentosa. Por no hablar de tan hermosa que casi dolía mirarla.


Ella todavía lo era.


Y todavía dolía.


Una multitud de personas estaba reuniéndose afuera y cuando atrapó los fragmentos de conversación sobre cómo el restaurante nunca estaba cerrado a esta hora, Andres se preguntó si algo pasaba. Un cartel escrito a mano en la puerta decía: CERRADO TEMPORALMENTE – ABRIRA EN BREVE.


Y entonces la oyó, la voz de Isabel, frustrada, unas pocas maldiciones arrojadas al azar por añadidura.


Antes de que pudiera pensarlo mejor, él estaba cruzando la calle y yendo detrás del edificio. Isabel estaba arrodillada junto a un tubo abierto que estaba vertiendo agua por todo el estacionamiento, una llave en sus manos.


— ¿Dónde está la llave de paso?


Mirándolo, su rostro se contrajo por la sorpresa; y luego irritación.


—A dos pies de donde estás parado. No pude conseguir girarla. Aquí


Ella arrojó la pesada llave hacia él, y él la agarró una fracción de segundo antes de que lo golpeara entre los ojos. 


En otro momento, estaría encantado de dejarla conseguir algo de debida satisfacción al tirar su ira sobre él con una herramienta de mano, pero justo ahora necesitaba conseguir cerrar el agua antes que su pozo se vaciara por completo.


Alguien había pintado sobre la válvula cerrada y tuvo que empujar duro para poder girarla. Agradeció ir religiosamente al gimnasio, de lo contrario se habría visto como el mayor perdedor en el mundo frente a la única mujer que más quería impresionar, giró hacia abajo la válvula hasta que ni siquiera un hilo estaba goteando del grifo.


—Gracias.


La palabra podía haber sido gruñida, pero sabía que lo merecía.


—No hay de qué —él trató de sostenerle la mirada, hacerle ver lo mucho que quería su perdón, pero ella se negó a mirarlo—. Yo estaría encantado de ir a la ferretería por un tubo nuevo, si lo deseas.


—Esto ha ocurrido antes. Hice que el fontanero me dejara algunos de repuesto.


—Lo haré por ti.


Ella no se molestó en detenerse mientras caminaba por la puerta trasera.


—No, gracias. Vi cómo él lo hizo la última vez. Puedo cuidar de mí misma.


Pero no podía dejarla ir tan fácilmente. No cuando se negaba a creer que la noche anterior había sido por ellos.


—Hay una fila en la acera frente al restaurante. Necesitas alimentar a esa gente. Tendré tu agua funcionando rápidamente. Yo sé cómo hacer esto, lo prometo.


Ante la palabra ―prometo sus ojos se estrecharon. Maldita sea, tal vez no había sido la palabra más adecuada para usar.


—Por favor, Isa, déjame ayudar.


—Isabel —cerró la puerta de un portazo.


¿Por qué no podía, sólo una vez, decir lo correcto?


Pero entonces la puerta se abrió de nuevo e Isabel arrojó una bolsa de plástico a sus pies.


—No metas la pata.


Cuando la puerta se estrelló detrás de ella otra vez, Andres sonrió. Dejarle arreglar su caño no era una gran cosa, pero era algo. Un paso en la dirección correcta. Y un infierno mucho mejor que ser arrojado fuera de la propiedad.


Él tomaría lo que pudiera conseguir y trabajaría desde allí.


Un auto se detuvo en el estacionamiento y Paula salió. 


Después de la forma en que ella lo había encontrado ayer en la casa de Isabel, el orgullo lo hacía querer irse antes de que lo viera. Pero eso era lo que él hubiera hecho antes.


Lo que había hecho antes no había funcionado. Ya era hora de dejar de repetir los mismos patrones de joderla y aprender otros nuevos.


Cuando Paula estaba a una distancia de audiencia, el dijo:
—Buenos días.


Ella dio un salto.


—Me asustaste.


—Lo lamento. Sólo estoy ayudando a Isabel con algunas tuberías rotas.


Ella frunció el ceño en obvia confusión.


—Oh. Eso es muy agradable de tú parte.


Él notó las manchas oscuras debajo de sus ojos, sus párpados hinchados. Sería más fácil simplemente fingir que no lo había notado. Pero entonces recordó la forma en que ella había llegado a él a lo de Isabel.


— ¿Todo bien?


No era una mujer grande, pero hasta ahora lo había golpeado por su firmeza. Sólida. Esta mañana, sin embargo, parecía encogida, lucía como alguien que simplemente había arrojado la toalla.


Ella tragó saliva. Sacudió la cabeza.


—No. Pero voy a estar bien —asintió con la cabeza hacia el restaurante—. Será mejor que entre allí.



*****


¿Por qué estaba dejando que la ayudara?, se preguntaba Isabel. Ella podría haber arreglado las tuberías por sí misma. 


Y sin embargo, sus pies la habían llevado de nuevo adentro, sus manos habían agarrado los elementos y se los habían dado a él.


Ella no había estado mintiéndole ayer. No lo iba a perdonar.
Incluso si el rehacía el sistema de plomería del restaurante entero.


Su cocinero entró desde el restaurante donde había estado bebiendo su primera Coca Cola del día.


—Las personas están a punto de causar disturbios ahí afuera. ¿Puedo dejarlas entrar?


Isabel asintió con la cabeza y momentos más tarde, un mar de rostros agradecidos se apresuraron a tomar sus asientos habituales. Y aunque sabía que todo el mundo dentro del restaurante seguramente estaría más feliz si ella tenía agua para hacer sus desayunos y café, una parte de ella esperaba que Andres no fuera capaz de arreglarlo. Siempre había sido muy práctico, incluso cuando adolescente. Con los autos, las cañerías, los martillos. Sólo una vez, quería verlo fallar en algo.


Pero unos minutos más tarde, cuando por un momento olvidó que el agua estaba cerrada y abrió el grifo, este funcionó a la perfección.


Andres, una vez más, había tenido éxito. Él había llegado sin previo aviso como un caballero en su brillante caballo blanco para salvar a la damisela en apuros.


Maldito sea.


Las órdenes se vertieron y pronto cada hornalla estaba cubierta y ella estaba en la zona donde lo único que debería estar pensando era en el siguiente pedido. Y, sin embargo, cada segundo estaba en guardia, esperando a que él llegara a través de la puerta de atrás, triunfante. Esperando su agradecimiento. Pensando que podían olvidar todo lo que había sido dicho.


Pero el desayuno se convirtió en el almuerzo, y aun así no vino. A mitad de la carrera, sonó el teléfono en su oficina. 


Scott lo atendió y se lo entregó a ella, a pesar de que no estaba de humor para ser amable con quien fuera que estaba en la línea.


—Restaurant Blue Mountain Lake. Habla Isabel.


—Oh, bien. Me alegro de haberte atrapado. Mi nombre es Diana Kelley y esperaba que me pudieras ayudar. El servicio de catering para mi boda acaba de retirarse y después de preguntar por ahí, he oído que eres una chef increíble.


—Yo normalmente no hago bodas —dijo Isabel, más brusca de lo normal—. ¿Cuál es la fecha?


—Treinta y uno de julio.


Esa era la misma fecha en la que el hijo mayor de Andres se iba a casar. Dejándose caer pesadamente en su silla de la oficina, preguntó:
— ¿Tienes familia en el lago?


—No, pero mi prometido pasaba los veranos allí cuando era niño. ¿Tal vez conozcas su cabaña? Poplar Cove. Sé que es en poco tiempo, y entendería totalmente si no puedes acomodarnos, pero Samuel y yo apreciaríamos muchísimo si por lo menos lo consideraras.


La mujer acababa de darle a Isabel una salida clara. Lo lamento, estoy demasiado ocupada. Temo que simplemente no es posible. Entonces, ¿por qué no estaba diciendo que no y colgando el teléfono?


La respuesta la golpeó clara entre los ojos: porque no era una cobarde. Así que no iba a huir. En su lugar, iba a enfrentar directamente sus miedos. Iba a triunfar, maldita sea.


Unos minutos más tarde ellas habían resuelto los detalles iniciales. Isabel iba a atender boda del hijo de Andres.




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