Durante toda su vida, la gente le había dicho a Pedro lo valiente que era. Y él les había creído. Había hecho cosas que nadie más podía hacer, enfrentado riesgos imposibles, y salido sonriendo del otro lado. Había rozado la superficie de los mejores momentos de la vida. Se movía de una victoria a otra.
Sin duda, el fuego en Desolation había sacudido su mundo.
Era su primer roce con su mortalidad. La primera vez que se le ocurrió que no era Superman. Y, sin embargo, había pensado —no, había sabido— que una vez que regresara allí afuera las cosas serían como habían sido antes. Que no temería a nada. Que todavía sería invencible, y cuando la presión le empujara él todavía sabría cómo tomar todas las decisiones correctas, en cada ocasión.
Era su primer roce con su mortalidad. La primera vez que se le ocurrió que no era Superman. Y, sin embargo, había pensado —no, había sabido— que una vez que regresara allí afuera las cosas serían como habían sido antes. Que no temería a nada. Que todavía sería invencible, y cuando la presión le empujara él todavía sabría cómo tomar todas las decisiones correctas, en cada ocasión.
La llamada del Servicio Forestal había sido el comienzo de su caída. Pero fue el escuchar a Paula decir "Te amo" lo que lo había enviado todo el camino por encima del borde.
Porque la verdad era que, nunca había deseado nada, nunca había necesitado a nadie como necesitaba a Paula.
Nunca había estado completamente dominado por algo que no podía controlar. Incluso el fuego tenía reglas. Claro que de vez en cuando éste te aturdía, pero en su mayor parte sólo pagabas el precio cuando empujabas los límites.
Nunca había estado completamente dominado por algo que no podía controlar. Incluso el fuego tenía reglas. Claro que de vez en cuando éste te aturdía, pero en su mayor parte sólo pagabas el precio cuando empujabas los límites.
Pero lo que sentía por Paula no tenía límites.
Razón por la cual había tratado de alejar de una puta vez lo que sentía por ella. Era por eso que había intentado hacer que huyera. Y cuando no lo hizo, había hecho lo mismo que había temido desde el principio, lo mismo que él había visto venir.
Le había hecho daño.
— ¿Por qué no has subido? —le había preguntado ella esa mañana cuando había bajado a la sala de estar.
Él se enderezó en el sofá, aturdido de ver a Paula parada al pie de la escalera mientras la débil luz del sol entraba por las ventanas.
Dios, era hermosa. Tan malditamente hermosa.
—No puedo confiar en mí, contigo.
No después de la noche anterior. Y, sin embargo, ella le había dicho que lo amaba. Cuando él menos se lo había merecido.
Se puso de pie, diciéndole:
—No puedo correr el riesgo de lastimarte otra vez. Eres la última persona en el planeta a la que hubiera querido hacer daño.
Ella vino a él como si no lo oyera, no entendía que estaba tratando de protegerla de la profunda y oscura rabia que no podía aplacar. No había sabido lo mala que era hasta la noche anterior.
Los moretones en las muñecas de ella le habían mostrado la verdad.
Se detuvo a pocos centímetros, tan cerca que lo único que podía pensar era en atraerla hacia él, en rogarle que lo perdonara con su boca, sus manos, adorarla de la forma en que debía haberlo hecho la noche anterior.
—He estado esperando que vengas a la cama, Pedro. Toda la noche. Que subas y hables conmigo. Que me hables. No quería tener que hacer esto. Bajar hasta aquí y obligarte.
De repente, ella pareció darse cuenta de lo cerca que estaban, y retrocedió un paso, luego otro. Cada centímetro que puso entre ellos hizo que el dolor en su pecho se volviera más grande.
Y luego sus manos se movieron a su pecho, casi como si estuviera protegiéndose de él y dijo:
—Quería que abrirte conmigo fuera tu elección. —La vio salir por la puerta, escuchó su auto encenderse, salir por el camino de grava de la entrada.
Todo había sido un borrón desde que ella se había ido.
Había ido al taller, agarró el hacha más pesada que pudo encontrar, y comenzó a golpearla en el grueso tronco de un árbol. Pero todo el sudor en el mundo no podía empujar a Paula fuera de su cabeza, no podía borrar la sensación de que todo lo que quería estaba justo a su alcance.
Había ido al taller, agarró el hacha más pesada que pudo encontrar, y comenzó a golpearla en el grueso tronco de un árbol. Pero todo el sudor en el mundo no podía empujar a Paula fuera de su cabeza, no podía borrar la sensación de que todo lo que quería estaba justo a su alcance.
Sólo que, al final, no tenía ni una condenada idea de cómo aferrarse a nada de eso.
*****
Saliendo de su auto de alquiler detrás de Poplar Cove, Andres vio a Pedro arrastrando el enorme tronco de un árbol desde los bosques hacia la playa. Se apresuró para ayudar.
—Yo agarraré este extremo.
Pedro no dijo nada, pero esperó a que Andres agarrara el tronco. Dulce Señor, pensó Andres cuando alzó el árbol desde el suelo, que pesado era. En cuestión de segundos estaba respirando duro, sudor goteando en sus ojos. Era todo lo que podía hacer para tratar de mantener el ritmo de su hijo. Al mismo tiempo, saboreó el trabajo.
Esta era la primera vez que él y Pedro habían trabajado juntos como un equipo.
Finalmente, dejaron el tronco frente a la cabaña. Andres quería tirarse en la arena y descubrir cómo respirar otra vez, pero Pedro ya se dirigía de vuelta al bosque.
Cuando se había ofrecido a ayudar con la cabaña, había estado pensando en un martillo y clavos. No en estas cosas de He-man.
Tiempo de aguantar, decidió rápidamente al ver a su hijo desaparecer entre los árboles.
Sin embargo, dos horas más tarde, Andres estaba bastante seguro de que iba a tener un ataque al corazón. El dolor en sus brazos, hombros y piernas era implacable. Un gruñido acompañaba cada paso que daba. Pero se negó a darse por vencido, a ceder, a demostrarle a su hijo lo débil que estaba.
Y entonces, Pedro dejó caer el tronco que estaban cargando, tan de repente que casi rompió el pie de Andres.
Maldiciendo mientras saltaba fuera del camino, le frunció el ceño a su hijo.
Maldiciendo mientras saltaba fuera del camino, le frunció el ceño a su hijo.
—Maldita sea, deberías haber dicho algo antes de soltarlo de esa manera.
Pero en vez de contestarle con una réplica, Pedro permaneció de pie en la arena apretando sus manos en puños, luego flexionando sus dedos una y otra vez.
Oh mierda. Las manos de Pedro. Habían quedado destrozadas después del incendio, cicatrizando lentamente, ahora Andres había asumido que estaban bien. Debido a que Pedro nunca había dicho lo contrario.
Y nunca le había preguntado.
Moviéndose junto a su hijo, dijo:
—Son tus manos, ¿no es así?
—Viene y se va —gruñó Pedro.
— ¿Qué?
—El entumecimiento. El dolor.
El primer instinto de Andres fue proteger a su hijo.
Encargarse de él en todas las formas en que no lo había hecho cuando era un niño.
Encargarse de él en todas las formas en que no lo había hecho cuando era un niño.
—Deberíamos contratar a alguien para hacer esto.
—Como el infierno lo haremos.
Andres casi saltó hacia atrás ante la ferocidad en la voz de su hijo.
—No es que no puedas hacerlo todo. Sé que puedes. Es sólo que tal vez sea más fácil si…
—A la mierda con lo fácil —dijo Pedro.
Pero Andres había visto el dolor en el rostro de Pedro.
—No seas idiota. Podrías hacerle más daño a tus manos.
—Estoy bien.
—No —dijo Andres, mirando a su hijo directamente a los ojos—. No lo estás.
Pedro empezó a alejarse, pero Andres agarró el brazo de su hijo y no lo soltó.
— ¿Tienes alguna idea de lo que fue verte en ese hospital? Tumbado allí envuelto en vendas. Sin saber cuán malo era el daño. Si alguna vez serías capaz de utilizar tus manos de nuevo o si ya eran inútiles. ¿Tienes alguna idea de lo difícil que es ver a tu propio hijo conectado a esas máquinas sufriendo todo ese dolor?
Decir las palabras hizo que todo reviviera de nuevo, eso absorbió a Andres de nuevo a esas primeras horas horribles, donde lo único que hizo fue hacer tratos con Dios.
—Quería estar allí, en tu lugar. Le dije a Dios que me daría a mí mismo por ti, que me tomara en ese momento si tan sólo pudiéramos cambiar de lugar, pero él no estaba escuchando, no parecía importarle que mi hijo estuviera allí tendido allí inconsciente. Lo vi todo tan claramente. Todos esos años, todos esos partidos de las Ligas Pequeñas, los disfraces de Halloween, todo se había ido.
Apretó su agarre sobre el brazo de Pedro, dio gracias en silencio a Dios en el cielo, a quien había maldecido tan a fondo, por que Pedro estuviera aquí.
—No quiero perder los próximos treinta años también.
Pedro se sacudió de su mano.
—Quisiste volver aquí, ser un héroe, decir cuánto lo sientes. Pero a veces lamentarlo no es suficiente. Yo debería saberlo.
El mensaje de su hijo no podía haber sido más claro. No importaba lo que dijera, o lo mucho que lo intentara, Pedro no iba a perdonarlo. Bien, entonces no había razón para andarse con tiento alrededor. No había olvidado lo molesta que Paula había lucido en el estacionamiento del restaurante esa mañana.
— ¿Qué pasó contigo y tu novia?
Pedro había comenzado a alejarse, pero ahora se detuvo en seco, y se dio la vuelta.
— ¿De qué demonios estás hablando?
—Vi a Paula esta mañana. En el restaurante. Se veía molesta. Algo pasó entre ustedes dos, ¿no es así?
— ¿Quieres saber qué demonios pasó? Ayer por la noche me preguntó cómo habían ido las cosas contigo.
— ¿Conmigo?
—A ella no le gustó mi respuesta. No creyó una palabra de lo que dije. Y cuando tuvo razón en todo, perdí el control. La ataqué.
Andres reconoció el remordimiento que asolaba a su hijo.
Treinta años atrás, había sido él, odiándose a sí mismo con cada respiración.
Treinta años atrás, había sido él, odiándose a sí mismo con cada respiración.
—Estabas enojado conmigo, ¿así que la lastimaste?
—Enojado con cada maldita cosa.
Esta conversación era como arena movediza. Pero eso era bueno. Porque eso significaba que él y Pedro iban a pasar un infierno de tiempo tratando de salir de ello sin la ayuda del otro.
— ¿Qué más pasó, Pedro? Dime.
—Ella dijo que me ama. —Pedro estaba parado completamente inmóvil ahora, casi como si estuviera preparándose para el impacto—. Ella no puede amarme. No es posible.
—Jesús, Pedro. No puedes pensar así. No puedes entrar en una relación con una mujer maravillosa pensando que el amor es imposible. Ve con ella. Dile que lo arruinaste. Dile que lo sientes. Que vas a pasar el resto de su vida recompensándola por ello.
Eran todas las cosas que había querido decirle a Isabel.
Pero ya había sido demasiado tarde para entonces. Porque la madre de Pedro había venido a él con la noticia de que estaba embarazada.
Pero ya había sido demasiado tarde para entonces. Porque la madre de Pedro había venido a él con la noticia de que estaba embarazada.
— ¿De verdad esperas que siga tu consejo acerca de las relaciones?
Y esta vez, cuando su hijo se alejó, Andres tuvo que dejarlo ir. Debido a que Pedro tenía razón.
Él no sabía nada sobre el amor.
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