viernes, 30 de octubre de 2015
CAPITULO 35 (tercera parte)
La oscuridad lo estaba tragando, tirando de él hacia abajo, cuando las palabras de Paula “te amo, Pedro se arremolinaron alrededor de su cerebro, envolviéndose alrededor de su pecho, el lugar vacío donde debería estar su corazón.
Ella no podía amarlo. Allí no había nada para amar. No era más que un cascarón ahora. Un cascarón vacío. Trató de abrirse camino de vuelta a la cima, pero nunca se había enfrentado a una amenaza tan grande, ni siquiera en el fuego que había quemado su piel.
Sintió la humedad debajo de sus dedos cuando ella suavemente tocó su cara. No había llorado en la montaña, no había llorado en el hospital, no había llorado después de la llamada telefónica. No había llorado hasta que empujó a Paula en la pared, la hizo correrse para él, debajo de sus dedos, y luego la oyó decir...
El dolor desgarrador en su pecho era tan intenso, que envolvió sus manos alrededor de sus caderas más duro, hundiendo sus dedos en su suavidad.
—Paula.
Oyó la violencia en su nombre, la miró a los ojos, vio el amor en ellos, y sabía que tenía que parar. Alejarse. Dejarla en paz. Antes de que hiciera algo por lo que nunca se perdonaría a sí mismo.
Y aún así, lo único que pudo decir fue:
—No puedo dejarte ir.
—No tienes que hacerlo, Pedro. Ya te lo he dicho.
Nunca había luchado tan duro, y sin embargo, segundo a segundo, se iba más lejos, en el agujero negro en el centro de la resaca.
Ningún fuego lo había asustado así, abrumándolo por completo. Su pasión por Paula, el deseo sin fin que crecía a cada segundo que pasaba con ella, cada vez que la tocaba, era la fuerza más intensa que jamás había conocido.
—Nunca debí haberte tocado. Debería haberte dejado sola. Tienes que huir de mí. Tan rápido como puedas.
Estaba tan hueco como un tronco podrido, desmoronándose en el exterior, nada más que aire en su centro.
—No debería hacer esto. Lo que estoy a punto de hacer.
Fue la única advertencia que tenía. Lo único que podía hacer era esperar que ella fuera lo suficientemente fuerte para salvarlos a ambos, lo suficientemente inteligente como para huir rápidamente.
Pero en vez de huir, en lugar de empujarlo lejos, sintió sus dedos rasgando sus pantalones justo cuando él arrancaba la ropa de ella.
Él forzó las palabras:
—No, Paula —incluso cuando silenciosamente suplicaba, Sí. Por favor, no me dejes ahora.
Y entonces, como si pudiera oír su oración silenciosa, ella dijo:
—No voy a ninguna parte —y abrió más las piernas, sus pantorrillas viniendo alrededor de sus caderas. Sintió que la mano de ella se movía hacia abajo a sus bragas para hacerlas a un lado una fracción de segundo antes de que empujara sus talones contra su culo, llevándolo dentro.
—Déjate ir —susurró Paula contra su frente—. Solo deja que se vaya.
Y luego estaba envolviendo sus piernas más apretadas alrededor de su cintura para montarlo tan duro como él la montó, tomándolo más profundamente de lo que nunca había hecho antes. Pero cuando él rugió su liberación, fue el latido de su corazón contra su pecho lo que más sintió.
—Me mudaré esta noche.
Sus piernas todavía estaban envueltas alrededor de su cintura, sus brazos alrededor de su cuello, el sudor goteando entre sus cuerpos semidesnudos. Y él era un idiota que acababa de hacer algo que nunca pensó que podría. Le había hecho daño, había oído su grito de dolor cuando la empujó contra la pared. E igual no se había detenido. No podía haberse detenido.
Bruscamente, ella se desenredó de él. Lo empujó. Y fue entonces cuando vio los moretones en sus muñecas, visibles incluso en la tenue luz del porche.
Moretones. De sus manos.
—Escucho todo lo que dices —dijo ella—. Incluso las cosas que no dices. Especialmente esas. Pero no has oído una maldita cosa de lo que he dicho, ¿verdad?
Ella era la única razón por la que había sido capaz de mantener las piezas juntas, y él se lo devolvía robándole su dulzura.
Se lo devolvía haciéndole daño.
—Yo te obligué, Paula. Hice que me follaras. Aquí. Así.
Se sentía perdido sin ella presionándose contra él, un hombre en una isla con nada más a qué aferrarse. Miró su vestido arruinado en el suelo, se subió los jeans con las manos temblorosas.
—Fui un animal.
Un sonido de rabia brotó de su garganta.
—Sí, querías hacerlo jodidamente. Querías tomar lo que hay entre nosotros y hacerlo feo y despreciable, pero no pudiste. ¿No ves eso, Pedro? No pudiste.
—Te hice correr. Puse mis manos sobre ti y te controlé.
Ella agarró sus manos, metió una en sus pechos, la otra entre sus piernas.
— ¿Crees que puedes hacer que me corra con sólo ponerme las manos encima? ¿Simplemente frotándote contra mí? ¿Me estoy corriendo ahora? ¡No!
Ella le apartó las manos, dio media vuelta, su piel enrojecida por la ira.
—Si me hubieras hecho daño, si realmente hubieras estado tratando de controlarme, yo no habría tenido un orgasmo como ese. Estoy enamorada de ti, Pedro, pero eso no quiere decir que sea una marioneta de la que estás sosteniendo las cuerdas.
—Tus muñecas. Le hice eso a tus muñecas.
Ella se detuvo en seco y miró sus brazos.
—Siempre me he magullado fácilmente —dijo con desdén, antes de mirar hacia él—. ¿Estás escuchando una palabra de lo que estoy diciendo? Te amo. Así como eres. Todo lo que quiero es que me hables. Que me dejes entrar.
Él estaba tratando de captar sus palabras, estaba tratando de procesar la fuerza de su emoción, todo lo que estaba ofreciéndole, pero tan pronto como oyó la palabra amor de nuevo, lo golpeó, un golpe bajo en el centro de su estómago: sólo había una cosa peor que perder el uso de sus manos, sólo una cosa peor que perder toda su identidad como un bombero.
Permitirse amar a Paula... y perderla también.
Porque ahora que todo de lo que había estado completamente seguro durante treinta años se había convertido en humo, lo único que sabía con certeza era que todo lo bueno al final se le escapaba de las manos.
Era la única verdad que sabía. La única cosa de la que podía tener la certeza.
La frustración de ella se hizo eco desde el porche, a la playa, el agua rompiendo en la orilla.
—Nunca pensé que fueras un cobarde, Pedro. Nunca. Pero si te vas esta noche, sabré que lo eres. Es posible que te hayas demostrado a ti mismo ser un héroe cien veces en un incendio forestal. Bueno, esta es tu oportunidad de demostrármelo a mí.
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