Después de meter a Isabel en la cama con un par de pastillas para la migraña, Paula regresó a Poplar Cove, increíblemente sacudida por lo que acababa de ver.
Andres e Isabel obviamente se habían amado profundamente una vez. Y entonces alguien había cometido un error, lo suficientemente grande como para separarlos.
Antes de hoy, Paula habría asumido que treinta años eran suficientes para superar el amor perdido. Ahora sabía lo equivocada que estaba.
Los pensamientos de Paula giraron de nuevo hacia Pedro, al hecho de amarlo. No saber a dónde iba ese amor, si alguna vez podría aceptarlo. Si él podría alguna vez devolvérselo. Y cómo se sentiría ella en treinta años, si él no podía hacerlo.
¿Estaría rota como Isabel y Andres?
*****
Se dirigió derecho hacia él, lo apartó de los troncos para atraer su boca hacia la suya, lo besó como si hubiesen pasado semanas en lugar de horas desde que lo había visto.
Cada momento con él era tan precioso. No iba a dar un solo segundo por sentado. No cuando ella acababa de ver una prueba de lo rápido que podría desaparecer.
Que todo podría desaparecer en un instante.
Ella debería soltarlo ahora, permitirle volver al trabajo, pero no podía
Todavía no. Le pasó una mano por el pelo, por un lado de la frente.
— ¿Puedes tomar un descanso por unos minutos?
No sonrió entonces, sólo deslizó su mano en la de ella, permitiéndole llevarlo por las escaleras hasta su dormitorio.
Ella había decorado la habitación desvergonzadamente femenina y colorida, y sin embargo, él encajaba perfectamente en medio de todo. La pieza faltante para hacer que todo se uniera, el intenso balance masculino que no había visto que fuera necesario.
Ella deslizó sus manos bajo su camiseta, pasando sus manos sobre la pared de su pecho, levantando el dobladillo para presionar besos por donde sus manos vagaban.
—Paula —dijo, su nombre un sonido crudo, áspero en sus labios— ¿tienes alguna idea de lo que me haces? ¿Cuánto te necesitaba justo cuando entraste?
Tirando de la camiseta por encima de su cabeza, apoyó la mejilla contra su pecho, y escuchó los latidos de su corazón.
—Si es algo parecido a la forma en que yo te necesitaba —dijo suavemente contra su piel— entonces sí, lo hago.
Las manos de él se enredaron a través de su pelo, inclinó su boca de nuevo hacia la de él mientras movía sus manos hacia sus jeans, haciendo estallar el botón, bajando el cierre y empujándolos fuera de sus caderas para que cayeran al suelo. Con sus manos, sintió su erección presionando el frente de sus bóxers. La lengua de él se deslizó en su boca y ella lo acarició a través de la fina tela, envolviendo su mano alrededor de su gruesa longitud mientras su lengua encontraba la suya.
Pero entonces él apartó sus dedos con los suyos.
—No así —él le quitó sus pantalones y bragas, antes de tirar de ella hacia abajo sobre la alfombra—. Justo así.
Y entonces, él estaba empujando dentro de ella, sus caderas acunadas entre sus muslos, hasta que palpitaba contra su centro.
Sus ojos eran oscuros y calientes mientras se sostenía a sí mismo allí, por encima de ella, completamente inmóvil.
—Dulce Paula—susurró antes de besarla suavemente. Con ternura—. Yo...
No dijo nada más, pero él no tenía que hacerlo. Podía sentir lo mucho que le importaba en la forma en que la besó, en la forma en que era tan cuidadoso con ella, incluso cuando pensaba que estaba siendo rudo.
—Lo sé —dijo Paula, y luego su boca estuvo sobre la de ella otra vez y ellos estaban volaron. Y después de eso mientras yacía en el suelo debajo de él, tan perfectamente completa, sabía que aunque Pedro en realidad nunca dijo la palabra amor en voz alta, al menos en ese momento con ella en el suelo de su dormitorio, él lo sentía.
Esa noche, mientras cenaban en el porche, ella tuvo que preguntar.
— ¿Cómo te fue con tu padre?
—Él quiere ayudar con la cabaña.
— ¿En serio? ¿Esa es la única razón que te dio por venir aquí?
Pedro se quedó en silencio por un largo momento.
—Samuel le llamó. Le dijo la noticia. Estaba preocupado.
La noticia. Eso era todo lo que diría acerca de la llamada telefónica que había cambiado su vida.
— ¿Qué le dijiste?
Él levantó su cerveza, bebió de esta antes de responder.
—Lo mismo que he estado diciéndole a todo el mundo.
—Que estás bien.
—Así es.
Paula se mordió la lengua en un esfuerzo por mantener su boca cerrada. Pero después de lo que acababa de pasar arriba se sentía tan cerca de él, demasiado preocupada como para seguir escuchando la misma mentira una y otra vez.
— ¿Alguien te cree todavía?
—Di eso de nuevo.
Sus palabras eran frías. Duras. Pero ella no podía echarse atrás. No esta vez.
—Sigues diciendo que estás bien. Pero tú y yo sabemos que no es cierto. No lo estás. No podrías. Todavía no. No cuando todo lo que alguna vez quisiste fue simplemente alejado de ti.
—Jesús —dijo Pedro, estrellando su botella sobre la mesa con tanta fuerza que una grieta apareció en el lugar que golpeó—. ¿Qué diablos pasa con ustedes? Creen que es un crimen mirar el lado positivo. ¿No es eso lo que se supone que debo hacer? ¿Ver cómo el mundo es mi maldita ostra ahora? Ahora que la lucha contra el fuego no me está atando, no está tomando cada maldito segundo de mi vida, ¿no debería estar viendo las infinitas posibilidades?
—Sí, Pedro. Sí a todo eso. Pero eso no significa que no puedas llorar en primer lugar, dejar salir todo. Incluso si es sólo por cinco minutos.
— ¿No lo entiendes? —él se apartó de la mesa—. Yo puedo viajar por el mundo, ver las siete jodidas maravillas. Seguir adelante hasta que me sienta como dando vueltas y vuelva a empezar.
—Pero eso no es lo que quieres —lo desafió de nuevo.
— ¿Cómo diablos sabes lo que quiero?
Ella empujó su silla hacia atrás, se acercó a él, y le tomó las manos entre las suyas.
—Porque te conozco. Sé quién eres en realidad. Y quiero ayudarte. Por favor, déjame ayudarte, Pedro.
—Está bien. ¿Quieres ayudarme? Te mostraré exactamente cómo puedes ayudar. La única manera en que puedes ayudar.
Él le dio la vuelta y la empujó en los troncos a sus espaldas, clavándola con fuerza contra la pared con sus muñecas agarradas firmemente en sus manos por encima de su cabeza. Él estaba respirando con dificultad y ella jadeó atónita de sorpresa ante su tratamiento brusco.
—Sé que no quieres decir eso —dijo ella un segundo antes de que él le cubriera los labios con los suyos en un beso tan rudo que ella probó sangre. No estaba segura de si era de él o de ella, y la verdad torcida era que mientras su boca devoraba la suya, a ella no le importaba. No cuando lo único que quería era seguir enredando su lengua contra la suya.
No cuando ella con mucho gusto tomaría el siguiente aliento de sus pulmones.
Pero un segundo después estaba apartando su boca de la de ella y apretando su agarre sobre sus muñecas, lo bastante fuerte que gritó. Podía sentir la ira salir de él en ondas, como si estuviera incluso más enojado ahora, porque no había huido de él.
Empujó su muslo entre los de ella, con tanta fuerza que una oleada de miedo la recorrió. Trató de apartarse de él, arrancar sus muñecas de su férreo control, pero él se limitó a sostenerla con más fuerza.
—Háblame, Pedro —le rogó.
—Crees que sabes lo que quiero —dijo, sus palabras eran duras, totalmente en desacuerdo con el sonido suave de las olas en la orilla—. Te equivocas. Esto es lo que quiero. Todo lo que quiero.
Ella lo sintió dejar caer una mano de sus muñecas, pero en vez de dejarla ir, le arrancó su vestido de verano con un movimiento rápido.
No podía ver sus ojos claramente en la oscuridad, sólo las sombras debajo de sus pómulos, los planos de su rostro, que era tan hermoso para ella. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido para encontrar alguna palabra para detenerlo, demasiado rápido que ni siquiera sabía si eso es lo que quería, y entonces él estaba cubriendo uno de sus pechos con su palma, apretándola rudamente, marcándola con el intenso calor que siempre se vertía desde su cuerpo.
Su cuerpo reaccionó al instante a su toque, abriéndose para dejarlo entrar, humedad rápidamente revistiendo sus delgadas bragas, la parte superior del muslo de él.
—Pedro —ella jadeó mientras instintivamente se frotaba contra él, buscando el placer que sabía era esperado en sus brazos, incluso ahora. Y entonces su mano estaba entre sus piernas.
Sus caderas instintivamente se movieron hacia sus dedos, buscando más, pero incluso mientras empujaba dos dedos dentro de ella, incluso mientras ella respondía a su toque como siempre lo había hecho, fue golpeada con la sensación de que él estaba atrapado en el espacio entre la realidad y una pesadilla. Al igual que aquella noche en su habitación cuando había corrido para ayudarlo y Pedro había tirado de ella con fuerza contra él.
Y al igual que entonces, su temor se fue tan rápido como había llegado. Porque incluso con este borde áspero y desigual, ella sabía que él nunca le haría daño deliberadamente.
¿Cómo podía tener miedo de él, cuando en su núcleo Pedro era el hombre más decente, más heroico que había conocido?
Una palabra de ella y él se detendría.
Pero Paula no quería que él lo hiciera.
—Esto es lo que soy ahora —dijo él, las palabras crudas mientras salían de su garganta, su boca moviéndose a su cuello, chupando y mordiendo al mismo tiempo. Soltó sus muñecas con su otra mano y la movió hacia sus pechos, rodando un pezón erecto entre su pulgar e índice, haciéndola jadear de nuevo con otro golpe de puro placer—. Esto es en lo que me he convertido. Y ahora que has visto al verdadero yo, es el momento de hacer tu elección.
—Puedes tratar de convencerme cien veces —se las arregló para decir con el poco aire que le quedaba en los pulmones
— y nunca te creería.
Pero en lugar de calmarlo, sus palabras parecían enviarlo aún más cerca del borde mientras sus dedos se movían dentro, luego fuera de ella, el pulgar presionando contra su clítoris, su palma agarrando su pecho. Y entonces los temblores estaban apoderándose de su cuerpo, tensándose alrededor de sus dedos, sus ojos cerrándose, su cabeza cayendo hacia atrás contra un tronco.
Cuando se corrió, su orgasmo duro lo que parecieron horas y él le susurró al oído:
—Es tu elección, nena. Tómame justo así. O déjame jodidamente en paz.
A través del aturdimiento del deseo, podía ver lo que él estaba haciendo, estaba tratando de usar el sexo como un arma. Tratando de romperla con este, empujando sus límites para ver si podía hacerla huir.
Y tal vez si no hubiera estado huyendo durante muchos años, si no estuviera tan condenadamente cansada de ir en círculos y no llegar absolutamente a ninguna parte, podría haber dejado que la asustara.
¿No sabía que ella ya había hecho su elección? ¿Que lo elegiría cada vez? No sólo por la forma en que su cuerpo iba en espiral fuera de control cada vez que la tocaba.
Sino porque amar a Pedro era lo que su corazón sabía, era la emoción más verdadera que jamás había sentido.
Nunca había pensado en anunciar sus sentimientos a él de esta manera, contra la pared, atrapada en su calor, su fuerza abrumadora, pero ahora veía que así era cómo habían sido las cosas con Pedro desde el principio.
Salvajes.
Inesperadas.
Aterradoras.
Pero hermosas y totalmente preciosas, todo al mismo tiempo.
—Te amo, Pedro.
El alivio de finalmente confesar lo que sentía, aceptándolo plenamente, fue tan dulce que tuvo que decirlo de nuevo.
—Te amo con todo lo que soy.
—No —sus ojos eran oscuros. Salvajes—. No lo haces. No puedes.
—Lo hago. Puedo.
Ella le acercó la cara con las dos manos, haciendo que la mirara.
—Así que si esto es lo que quieres de mí, si esto es lo que necesitas para abrirte paso hacia el otro lado, entonces tómalo. Estoy entregándome a ti libremente.
Él cerró los ojos, todavía luchando una guerra contra sí mismo, la misma que había estado luchando durante dos años.
— ¿Me has oído, Pedro? He hecho mi elección. Entregarme a ti. Porque te amo.
Y luego, por debajo de sus pestañas, vio salir una lágrima, sus dientes, su mandíbula apretadas contra esta, incluso mientras caía en un sendero lento sobre su pómulo, luego en su boca.
Ella movió sus labios hacia los suyos, probando la sal allí.
—Tómame, Pedro —susurró contra su boca—. Soy tuya.
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