jueves, 1 de octubre de 2015
CAPITULO 35 (primera parte)
Pedro corrió por el sendero a un ritmo feroz, sus pulmones ardiendo, el sudor goteándole en los ojos y por su pecho.
Humo y ceniza caían del cielo, cubriendo sus ropas y su piel con una oscura capa ennegrecida de arbustos quemados.
En la carrera desde su casa, con Paula siguiéndolo valientemente, había notado el asombroso crecimiento del fuego incontrolado. Debía haber unos miles de acres entre estos senderos y el punto original del incendio y, sin embargo, estaban lo bastante cerca ahora, podía ver la nueva columna de humo elevándose.
El fuego se estaba acercando a cada minuto que pasaba. El tiempo no estaba de su parte. No tenía el tiempo de recorrer cada sendero tratando de localizar a Jose. Tenía que acertar a la primera y rezar porque no fuera demasiado tarde.
No era mediodía aún y la velocidad del viento había aumentado, soplando más fuertemente de lo normal para esta hora. Otro golpe contra Jose, contra todos y cada uno de los HotShot en esta montaña trabajando para apagar el fuego incontrolado. Si el viento mantenía el ritmo, las llamas llegarían directamente al pueblo, que estaba hasta arriba de turistas de verano. Un incendio forestal siempre buscaba el camino hacia las llanuras, hacia las casas, coches y campamentos, que estaban llenos de gasolina. Con sólo dos carreteras principales serpenteando hacia las afueras del pueblo, los enormes atascos harían inevitables las bajas.
Llegando a una bifurcación, Pedro tomó la rápida decisión de escoger el ramal de la derecha que llevaba al norte, a pesar de que Jose tendía a favorecer la otra dirección cuando hacia senderismo. Si Jose había subido, era porque intentaba luchar contra el fuego. Este sendero llevaría directamente hacia allí.
Cuatrocientos metros más tarde, un torbellino de fuego se elevó por la ladera debajo de él. Pedro saltó hacia atrás contra una roca y observó el fuego y la ceniza correr hasta la ladera.
Salvándose por los pelos, continuó subiendo por el sendero hasta que vio que el pequeño prado por delante estaba ardiendo. Sin equipo, sin siquiera una lona anti fuego enganchada en su cinturón, no podía ir mucho más allá.
Rezó para que Jose también se hubiera dado cuenta del problema y estuviera regresando.
Un sonido familiar zumbó a través del sonido de las chispeantes llamas. Acercándose más al fuego, examinó la zona por algún signo de vida.
Un cuerpo de brillante color amarillo se movió frente a la pared naranja de llamas y Pedro gritó:
—Jose—sólo una vez, sabiendo muy bien que no debía desperdiciar más aliento tratando de ser oído por encima de los gases que implosionaban.
Sin ningún equipo de protección, rozaba la locura el que Pedro entrara y sacara a Jose. Pero si sus posiciones hubiesen estado invertidas, estaba seguro que Jose habría arriesgado su vida de la misma manera. Pedro corrió a toda velocidad fuera del sendero en línea recta hacia el hombre al que le debía su vida. Su deuda nunca sería saldada, ni siquiera si hoy sacaba a Jose en una pieza de la montaña.
Totalmente decidido a blandir su motosierra, Jose no se dio cuenta cuando Pedro corrió detrás de él. Habiendo aprendido que no debía dar un toque en el brazo de un hombre cargando una maquina pesada y mortal, Pedro tomó una piedra y la arrojó hacia la pierna de Jose. La cabeza de éste se giró en redondo, su máscara cubierta por ceniza negra, y segundos después, se alejó suficiente de las llamas para bajar su motosierra y levantarse la máscara.
—Pedro, ¿qué demonios estás haciendo aquí? Este fuego es un asesino. No es lugar para un niño. Regresa a la cabaña.
Pedro comprendió de inmediato que Jose había regresado al tiempo en que era jefe HotShot y Pedro era un adolescente comportándose como un estúpido. No era el lugar para intentar traer de vuelta a Jose al presente, no cuando un asesino andaba suelto.
Primero, Pedro tenía que llevarlo a un lugar seguro.
Luego trabajarían en poner las piezas juntas y averiguaría lo que había ocurrido hoy.
—Tienes que seguirme fuera de aquí, Jose. Ahora. No es seguro.
Jose nunca había retrocedido frente a un incendio. Tenía cicatrices de quemaduras de segundo grado para demostrarlo. Pero Pedro no podía esperar su consentimiento. Se desplazó detrás de Jose y puso las manos en sus hombros, abrasándose las manos con el calor de la gruesa tela resistente al fuego y empujó a Jose en dirección al sendero, fuera de la pradera.
Jose luchó por la ladera rocosa bajo el peso de su equipo.
—Dame tu mochila —dijo Pedro.
Jose gruñó.
—Y una mierda voy a dejarte llevar mi equipo.
El viento aullaba a través de la montaña, llevando el humo, y las llamas, con él. En un instante, Pedro le había quitado la mochila a Jose y la había puesto en el suelo. Agachándose, metió la mano y sacó la lona protectora, rezando para que no fuera demasiado vieja para ser útil.
El calor chamuscaba su espinilla y agarró a Jose en un abrazo de oso y lo empujó hacia el suelo, forcejeando para desplegar la lona sobre ambos con el viento azotando, con sus pies hacia el fuego, sus botas se engancharon en las tiras a los pies de la lona. Le tomó cada parte de su fuerza mantenerla abajo mientras las llamas y el viento se precipitaban sobre la tienda de aluminio y fibra de vidrio.
La respiración de Jose era entrecortada debajo de él, Pedro esperó que no le hubiera roto ningún hueso ni causado otras heridas que prolongaran su caminata de regreso a la cabaña.
Pedro sólo había utilizado su lona una vez en todos los años que había sido un HotShot. No era algo que un tipo quisiera repetir. La sensación de estar vivo en un microondas era incluso peor con dos hombres bajo la cobertura de aluminio y fibra de vidrio. El calor radiante era una cosa, pero las llamas directas podían quemar a través de su piel.
Sin embargo, Pedro sabía condenadamente bien que la principal causa de muerte para un bombero era asustarse y arrojar la lona.
Se aferró a las sujeciones de pies y manos incluso cuando la temperatura se disparó. El apodo “shake'n'bake” era bien merecido.
Y entonces, tan rápidamente como llegaron, las llamas se precipitaron y se fueron, el viento se las llevó montaña arriba. Pedro se aferró en caso de que otra bola de fuego fuera a rodar por el sendero. Yació sobre Jose unos minutos, hasta que estuvo seguro de que el fuego se había alejado de ellos para siempre.
Lentamente, echó hacia atrás el refugio, cerrando los ojos ante la lluvia de ceniza de los carbonizados árboles que rodeaban la pradera. Tendió una mano a Jose y tiró de él hacia arriba. De un vistazo, pudo ver que la niebla mental de Jose había desaparecido.
—¿Qué demonios acaba de ocurrir?
—Te lo contaré enseguida. ¿Crees que puedes correr?
Jose le miró como si se hubiera vuelto loco.
—Por supuesto que puedo.
—Bien. Regresa a la cabaña tan rápido como puedas. Iré detrás de ti.
Jose se lanzó cuesta abajo a través de la pradera por el sendero a un ritmo que contradecían su edad y desorientaciones mentales. Pasaron cinco minutos de una buena carrera a buen paso antes de que Pedro se sintiera lo bastante a salvo para reducir el ritmo. Situándose junto a Jose, le puso la mano en el brazo.
—Ya podemos reducir la velocidad.
Consiente por todos los años como un bombero HotShot, Jose sólo la redujo a un caminar muy rápido. Estaba sin aliento pero resuelto.
Pedro no quería culpar a su mentor por lo que había ocurrido, no cuando probablemente no podría haber hecho nada al respecto. Pero era hora de tomar algunas decisiones. Anular la independencia de Jose. Se iba a vivir con él. Era la única forma en la que este podía estar seguro de que algo así no ocurriría de nuevo.
La repentina visión de su casa en llamas golpeó a Pedro.
Había estado tan preocupado por Jose que había olvidado temporalmente que su hogar había desaparecido. Genial. Se mudaría con Jose mientras la reconstruía. Aunque tal vez ahora tendría que planear el espacio suficiente para una esposa. E hijos.
—¿Qué demonios ocurrió? —preguntó Jose de nuevo.
Pedro sopesó sus palabras con cuidado.
—No estoy completamente seguro. Paula y yo fuimos a la cabaña y vimos que te habías ido.
Jose se frotó la barbilla mientras intentaba averiguar lo que había pasado.
—Todo lo que recuerdo fue despertarme de una siesta y ver a la novia de Dennis en la sala de estar, sosteniendo mi equipo. Dijo que quería ver cómo me quedaba. Me ayudó a ponérmelo todo.
¿Jenny?
—¿Es la primera vez que ha hecho eso?
Jose asintió.
—No me había puesto eso en años. No hasta que ella lo mencionó.
La mente de Pedro se tambaleó ante las implicaciones. ¿Era posible que Jenny fuera la responsable del fuego de Desolation? ¿Del fuego del motel? ¿También de la explosión de Robbie y el coche bomba? ¿Se había estado riendo por dentro cuando le había prácticamente rogado que pasara tiempo con Jose, que “se encargara de él”?
Ella se había encargado de él, muy bien. Había intentado enviarle directo a la muerte.
Pero, ¿por qué?
—¿Te envió aquí fuera con una motosierra? ¿Fue idea suya que salieras y combatieras el fuego?
Las gruesas cejas grises de Jose se fruncieron sobre sus ojos.
—No lo sé. No puedo recordar mucho más —le ofreció una mirada de disculpa a Pedro—. Tenías razón. Debería haber tomado un avión a Hawaii. Casi nos mato a los dos ahí fuera.
—Olvídate de eso. Conseguimos salvarnos —dijo Pedro bruscamente.
Pero Paula estaba todavía en la cabaña. Y Pedro nunca había estado tan asustado en toda su vida. Porque si Jenny había escrito la carta de la habitación del motel de Paula, su intención era clara: “Muchas veces he soñado con ver tu largo cabello en llamas y observar tu suave piel derretirse hasta el hueso”.
—Paula está en tu cabaña, Jose. Está esperándonos. La dejé sola. Podría estar en problemas.
Por todo lo que sabía, Jenny había estado esperando al costado para ver si conseguían salir vivos de su casa.
Jose aumentó el ritmo.
—Vamos por tu chica.
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