jueves, 1 de octubre de 2015

CAPITULO 37 (primera parte)




—Santa Mierda.


Pedro casi arremetió en contra de Jose, quien había maldecido y luego se había quedado en silencio absoluto mientras permanecía de pie en el centro del sendero. ¿Y ahora qué? Pedro salió de la sombra de un roble pequeño y fue entonces cuando vio que la cabaña de Jose estaba envuelta en llamas. Su corazón se detuvo en seco.


—Paula está adentro.


Jose agarró los hombros de Pedro como si aún tuviera diecisiete años.


—¡Maldita sea, ve a salvarla!


Pedro echó a correr cuesta abajo. Todo lo que había estado haciendo durante los últimos dos días era correr arriba y abajo de esta maldita montaña. Primero para salvar a Cristian. Luego a Jose. Y ahora a Paula.


Su casa se había ido. La cabaña de Jose no sería nada más que cenizas muy pronto. Pero Robbie estaba muerto. 


Muerto.


Alguien lo había matado. Y si resultaba ser Jenny, Pedro esperaba que ella se quemara en el infierno por lo que había hecho.


Estaba mucho más allá del punto de dolor mientras corría a la propiedad de Jose. Las llamas saltaban tres metros en el aire y el hedor de la gasolina llenaba sus pulmones.


—Paula —rugió en el cielo lleno de humo, gritando su nombre una y otra vez, rogando que ella respondiera.


Una revisión rápida del perímetro de la propiedad confirmó lo que ya había adivinado: Paula se había ido. Había prometido estar aquí esperando por él, pero no había apostado por Jenny. Ninguno de ellos lo había hecho.


Pedro nunca había estado tan asustado y sabía que sería casi imposible tratar esta situación como cualquiera de las cientos de emergencias en las que había trabajado. Pero no valdría una mierda si no se calmaba. Aflojó los puños y desaceleró fuertemente su ritmo cardíaco.


Paula era una de las mujeres más inteligentes que él conocía. No iba a dejar que alguien la arrastrase sin dejar una pista sobre su paradero. Y la camioneta de Jenny estaba estacionada entre dos pinos. Lo que significaba que no podían haber ido muy lejos.


Rápidamente descartó el camino de acceso. Si se hubieran dirigido hacia la carretera, Jenny habría tomado su camioneta. Lo que significaba que tenían que estar de vuelta en las montañas, en un cruce diferente del sendero que él y Jose habían tomado.


Miró hacia abajo y vio un fósforo en el suelo, y luego otro, en dirección hacia el sendero. Pedro echó a correr de nuevo hacia la montaña, pasando a Jose, que estaba en su camino hacia abajo.


—¿No la encontraste?


—No. Pero lo haré. Me dejó una estela de fósforos.


—Chica inteligente —Jose se quitó su chaqueta resistente al fuego—. Ponte esto. Te comprará algo de tiempo si lo necesitas. Saldré a la carretera y conseguiré un poco de ayuda.


Jose no le dijo que tuviera cuidado. No cuando ya parecía saber que Pedro haría lo que fuera necesario, y lo arriesgaría todo, para garantizar la seguridad de Paula.


Se puso la chaqueta mientras corría cuesta arriba, sin darle a la cabaña quemándose otra mirada. Era sólo otra construcción, madera y clavos, no carne y hueso.


Paula era todo lo que importaba ahora.






No hay comentarios:

Publicar un comentario