viernes, 2 de octubre de 2015
CAPITULO 38 (primera parte)
—¿Si lo conozco? —Intensa e infinita rabia corrió a través de Paula, de la cabeza a los pies, ida y vuelta mientras se lanzaba hacia Jenny, balanceando alrededor sus brazos atados en un arco, golpeando a la mujer, gritando—: ¡Maldita perra, era mi hermano!
Se dio la vuelta, queriendo golpear a Jenny más duro, más rápido esta vez. Pero antes de que pudiera entrar en contacto, una hoja afilada golpeó contra su cráneo y la derribó hacia atrás en el tronco de un árbol. Sintió algo cálido y húmedo gotear por su pelo.
Jenny lanzó la motosierra ensangrentada en la tierra.
Aprovechando la conmoción momentánea de Paula, rápidamente le puso cinta adhesiva alrededor de su cuerpo.
Paula pateó y gritó, pero sin el uso de sus manos, pronto fue aprisionada contra el árbol.
—Estaba planeando matarte —dijo Jenny con saña— pero ahora estoy pensando que sólo debería dejarte aquí para que ardas. Dolerá mucho más de esa manera, tomará mucho más tiempo el que mueras.
En algún lugar en el fondo de su mente, Paula registraba las locas amenazas de Jenny. Pero tenía que saber a ciencia cierta qué pasó con su hermano.
—¿Tú encendiste en llamas el apartamento?
Jenny puso el rollo de cinta adhesiva al lado de la motosierra y la pistola.
—Oh, ¿quieres decir el fuego que mató a Antonio? —casi parecía aburrida, como si un bombero novato importara muy poco. Ella se arregló el pelo humedecido de sudor—. Um, síp. Pero en realidad él me había cabreado.
—¿Cómo? —la palabra dejó los labios de Paula como una bala. Igual a la que ella quería poner entre las cejas de Jenny.
—¿De verdad quieres saberlo? —Jenny rodó sus ojos—. Quiero decir, él ha estado muerto desde hace meses. ¿No crees que deberías superarlo ya?
Paula intentó tirar con fuerza lejos del árbol, pero la cinta adhesiva alrededor de su pecho y piernas la mantuvieron firmemente en su lugar.
—Dime por qué.
Jenny continuó pegándola con cinta adhesiva mientras decía:
—Salimos un par de veces. Y entonces él me dijo que estaba actuando rara y que pensaba que deberíamos enfriar las cosas. Pedazo de mierda novato que tuvo la suerte de anotarme en el primer lugar. No me había visto rara todavía. Las cosas que podría haber hecho que hiciera —sus ojos se abrieron un poco fuera de foco. Vidriosos—. Yo conocía sus turnos. Pensé que sería divertido ver cómo lo hacía en un gran incendio. Fue pura suerte que muriese. Sirvió el hijo de puta.
—¡Perra!
El grito de Paula reverberó por todo su cuerpo y aun así no fue suficiente. Quería desmembrar a Jenny por llevarse a su hermano sin siquiera el más mínimo remordimiento.
El rostro de Jenny se contorsionó por la ira y agarró la motosierra de la tierra y apuntó la hoja hacia arriba, debajo de la barbilla de Paula.
—No, tú eres la perra. La perra sombría que robó mi hombre.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas por los dentados dientes y la cadena de la motosierra hundiéndose en su cuello y mandíbula, pero se negó a mostrar algún temor. Ya no tenía sentido jugar bien, ninguna razón para mantener la boca cerrada.
—Eres repugnante. No es de extrañar que Pedro no quisiera estar cerca de ti.
Jenny metió la motosierra más duro en el cuello de Paula.
—Te equivocas. Se habría enamorado de mí, y yo estaría llevando a su bebé en lugar del de Dennis, si no fuera por ti.
Paula se sorprendió por poder registrar un golpe más en este punto.
—¿Estás embarazada?
—¿No vas a felicitarme? Porque voy a decirles a todos que Pedro es el padre.
Las palabras enfermas de Jenny reventaron el corazón de Paula como cuchillos. Oh Dios, incluso después de que todos estuviesen muertos, no sería el final. Un niño tendría que vivir con esta locura diariamente.
—Nadie va a creerte —ella se atragantó debajo de la presión de la motosierra—. Ellos sabrán qué porquería eres. Todos sabrán que estás mintiendo.
Jenny gruñó y alejó la motosierra de su cuello, buscando el cable de inicio, entonces tiró de éste con fuerza. Paula jadeó un suspiro, uno que parecía ser el último.
Su némesis levantó la motosierra girando, apuntando directo a su corazón.
—He cambiado de opinión. Creo que voy a matarte en lugar de dejar que te quemes. Y sé exactamente lo que voy a cortar primero. Tus preciosas tetas. Pedro estaría tan triste si supiera lo que voy a hacerle a tus pechos. Dime, ¿cómo se sintió cuando Pedro los chupó? ¿Cuándo te los apretó?
Paula disparó un arpón rápido hacia su asesina.
—Grandioso.
Las mejillas de Jenny se pusieron rojas, como si Paula las hubiera abofeteado.
—Me gustaría que él pudiera encontrarte de esta manera, ver tus tetas carbonizadas en el suelo. Pero si no está muerto ya, voy a tener que ocuparme de él también. Espero que lo follaras bien y duro esta mañana, porque era la despedida.
Paula apretó sus ojos mientras Jenny se acercaba. Antes, cuando había perdido a su padre y a su hermano, había querido morir. Pero ahora quería vivir, aunque sólo fuera para ver la cara de Pedro una vez más, sentir su corazón latiendo fuerte y constante bajo su mejilla.
Un rugido sonó a su izquierda y abrió los ojos justo a tiempo para ver a Pedro volando por el aire, sus manos sujetando la cintura de Jenny mientras la arrastraba hasta el suelo.
El corazón de Paula estaba en su garganta mientras veía al hombre que amaba golpear la motosierra por el costado del sendero y luchar con Jenny en una posición boca abajo, debajo de él.
—Basta, Pedro. Te amo —exclamó Jenny.
Él cambió su peso ligeramente en shock.
—¿Comenzaste este incendio forestal para vengarte de mí por no salir contigo?
Paula vio una lágrima filtrarse debajo de las pestañas Jenny mientras decía:
—Dennis me dijo acerca de los problemas de Jose. Sabía que creerías que él encendió las fogatas. Y sabía que alguien te vería apagándolas —sus lágrimas dejaron de caer y sonrió con un gesto torcido y enfermo—. Fue tan fácil hacerte caer en la trampa. Pero no iba a matarte, Pedro. Iba a consolarte —su sonrisa se convirtió en un ceño fruncido—. Si ella no hubiera aparecido, eso es lo que yo habría hecho —ella estiró el cuello hacia arriba para gritar— pero lo hiciste, estúpida hija de puta. Porque querías follarlo demasiado, no podías esperar a caer de rodillas y chupar su polla, ¿verdad? Fue entonces cuando supe que tenía que matarlos a ambos.
La voz baja y dura de Pedro interrumpió las divagaciones enojadas de la mujer.
—Podría matarte por haberla tocado.
Un escupitajo voló de su boca y se deslizó por su mejilla.
—Vete a la mierda, imbécil.
Su mano fue alrededor de la garganta de Jenny y aunque Paula la odiaba más que a nadie en la tierra, no podía permitir que Pedro la matara. No por ella. O Robbie. O Antonio. O Cristian.
No importaba cuánto se lo merecía, Pedro sería perseguido por su muerte por el resto de su vida.Paula no podía dejar que fuera una cosa más que Jenny tomara de él.
—Pedro, por favor. No lo hagas. Suéltala —no estaba segura de sí podía oírla, pero siguió hablando de todos modos—. Yo sé que ella merece morir, pero no así. Ella obtendrá lo que merece. Te lo prometo. Se pudrirá en la cárcel por el resto de su vida.
Contuvo la respiración mientras esperaba que él se decidiera. Y entonces se dio cuenta de que debió de haber cesado su agarre, porque Jenny empezó a toser.
No volvió la cara lejos de su rehén renuente.
—¿Estás bien? ¿Te lastimó?
Paula sin duda se había sentido mejor en otro momento, pero estaba viva. Gracias a Dios.
—Estoy bien.
Estaba a punto de decirle que la cinta adhesiva estaba junto a su pie izquierdo para que pudiera restringir a Jenny, cuando sus hombros y su pelo repentinamente se sintiesen como si estuvieran a punto de incendiarse. Levantó la vista hacia las ramas por encima de su cabeza y se esforzó por contener su miedo.
—Pedro, este árbol está en llamas.
Él cambió de posición para mirarla, y Jenny aprovechó esa fracción de segundo de distracción para escaparse. Corrió colina arriba, tan rápido y ágil como un conejo.
Pedro se puso en cuclillas a sus pies, arrancando la cinta adhesiva de Paula con los dientes y las manos.
Segundos más tarde había quitado suficiente cinta para liberarla. Agarrando su mano, la sacó de debajo del árbol, justo antes de que un fuerte crujido sonara y se partiese por la mitad.
—El fuego se hará cargo de ella —dijo él, e incluso cuando el fuego amenazaba con superar a Paula, se estremeció ante la imagen que sus palabras pintaron.
Él tiró de ella por el sendero; el humo era tan denso que no podía ver más allá de su codo. Tropezó y cayó de rodillas, y lo siguiente que supo fue que los brazos de Pedro estaban a su alrededor y él la llevaba a través del humo. Se aferró a su cuello, sabiendo que si se soltaba y se separaban, estaría frita. Trató de tomar un respiro, y se atragantó con la espesa nube de humo.
—Vamos a salir de esto —le prometió en voz baja, y ella le creyó, a pesar de que todas las señales apuntaban al resultado opuesto.
De repente, otro incendio apareció, una bola de fuego rodando por la colina, directo hacia ellos. Paula oyó un chillido de miedo salir de sus labios mientras el
fuego iluminaba su círculo del infierno. Trató de acercarse a Pedro, su corazón acelerado.
—Agárrate fuerte.
Él se dejó caer y la apretó en una hendidura en la roca, tirando de su chaqueta resistente al fuego sobre su cabeza y abanicándola fuera para cubrirlos a los dos por completo.
Les compraría quince segundos, tal vez veinte, en un frente de llamas.
Su nariz estaba atascada en su esternón, y aunque casi no podía respirar, aunque casi había sido masacrada por una loca con una motosierra, se sentía extrañamente segura.
Llamas rodaron sobre el sendero y él dijo:
—Grita —así que ella comenzó a gritar. Era la única manera de evitar que los gases del fuego quemaran sus pulmones, pero ella habría gritado de todos modos, cuando sintió que una esfera de fuego rodaba directo hacia ellos.
Se preparó para el impacto, trató de prepararse a sí misma para de alguna manera ser quemada viva, cuando la bola de fuego se estrellara contra la roca y explotara. No supo cuánto tiempo Pedro la abrazó mientras todo su cuerpo se estremecía. De todo lo que había sucedido hasta ahora, esto era de lejos lo más temible. Las bombas de Jenny y los incendios de la casa eran una locura, pero la naturaleza era totalmente impredecible.
Pedro la atrajo hacia sí y ella nunca había sido más feliz de sentir sus fuertes brazos rodear su cuerpo. Ella arrugó la camisa empapada de sudor en sus manos, la cara enterrada en la pared dura de su pecho.
—Gracias —dijo finalmente, las palabras “te amo” todavía atascadas en la punta de su lengua.
Dios, ¿por qué no podía simplemente decirlas y ya? Era el hombre que había estado esperando toda su vida. Y, sin embargo, en el círculo de sus brazos, estaba más asustada de lo que nunca había estado.
Él le tomó la barbilla en su mano y cubrió su boca con la suya, barriendo su lengua dentro para aparearse con la suya. Sin palabras, su beso le dijo cuánto miedo había tenido de perderla, lo mucho que la amaba.
—Tenemos que salir de aquí. ¿Crees que puedes caminar? —preguntó con suavidad.
Ella asintió con la cabeza, su garganta obstruida con una amplia gama de emociones: Miedo. Amor. Confusión.
Él la ayudó a levantarse y le pasó un brazo alrededor de la cintura, sosteniéndola cerca mientras se dirigían colina abajo. Cinco minutos más tarde, por fin pudieron ver el cielo azul y respirar el aire fresco de nuevo. Ella lo aspiró en sus pulmones hambrientos mientras que tomaban su ritmo en la empinada cuesta de césped. Pedro nunca la soltó, nunca la dejó tropezarse.
Varios minutos más tarde, cuando estaban en un lugar mucho más seguro, él pasó cuidadosamente sus manos sobre su cara, cuello, hombros y muñecas.
—Maldita sea por tocarte —dijo contra sus labios.
Paula entrelazó sus manos en su pelo ligeramente chamuscado y lo besó. Nunca tendría lo suficiente de él, nunca querría dejar de besarlo. Pero este no era el momento y el lugar para hacer el amor.
La abrazó con fuerza hacia él.
—Cuando escuché la motosierra, pensé...
Ella le dio un beso en el hombro.
—Ella no me hizo daño —insistió, sabiendo lo indefenso que debió haberse sentido, corriendo para salvarla de una loca.
—¿Por qué estaba detrás de ti? ¿Qué es lo que piensa que le hiciste?
—Nos vio en el bar. Y estaba celosa. Ella te quería, Pedro. Locamente.
Cuando Jenny había escapado, Paula no había querido que él fuera tras ella. No había querido que arriesgara su vida una vez más, que la dejara y, posiblemente, no regresara nunca más.
Sabía que si cedía a lo que ella quería, lo que claramente él quería, y decidía estar de acuerdo en quedarse con él, éste era el mismo miedo que ella enfrentaría cada día, cada noche que lo llamaran para apagar un incendio forestal. Él podría llegar a ser el objetivo de un pirómano loco otra vez, y ella no lo sabría hasta que fuera demasiado tarde.
Paula puso la mano en su brazo.
—¿Crees que ella saldrá?
—Mejor que no. Esta vez la mataré.
—No —dijo Paula, girando su boca en la palma de Pedro—. No vale la pena.
Sus ojos eran oscuros y llenos de furia.
—Ella te hizo daño. Mató a Robbie.
—No son más que rasguños. Voy a sanar —pero Robbie no lo haría. Y tampoco lo haría Antonio. Tenía que decírselo—. Conoció a mi hermano. Salieron.
Él la atrajo hacia sí.
—Estaba obsesionada con los bomberos. Ojalá me hubiera dado cuenta que estaba obsesionada con el fuego también.
Paula se alegró de que la camisa de Pedro ya estuviese mojada. Hizo que sus lágrimas parecieran más pequeñas.
—Jenny dice que él la abandonó cuando ella se volvió demasiado pegajosa. Por eso inició el fuego que lo mató y dijo que estuvo feliz cuando él murió. Que él se lo merecía.
—Está loca, Paula. Yo lo traería de nuevo para ti si pudiera.
Nunca nadie la había amado tanto, lo suficiente para matar todos sus dragones y secar todas sus lágrimas.
—Cuando me dijo que iba a matarme —su voz se quebró— me di cuenta de que finalmente estoy lista para empezar a vivir de nuevo. Es hora de aceptar que él se ha ido.
—Quédate aquí, Paula. Quédate en Lago Tahoe conmigo.
Pero ella no estaba segura de poder. No cuando amaba demasiado a Pedro como para perderlo. Incluso después de todo lo que habían pasado juntos, ella no estaba segura de poder ser la esposa de un HotShot. Se sentía como si estuviera abriéndose paso a través del humo negro, tratando de encontrar su camino hacia la luz, hacia un lugar donde respiraría hondo y sentiría todo de nuevo.
Pero no estaba allí todavía. Y no estaba segura de que alguna vez lo estuviera.
Así que en lugar de responderle, en lugar de tener que tomar una decisión sobre su futuro, sobre el futuro de ellos, se centró en el fuego. En sus tareas. Y en las de él.
—Tengo que llamar a mi jefe y decirle todo lo que pasó.
Pedro la miró a los ojos y ella bajó la mirada. No quería que él viera su miedo. Su incertidumbre.
Él le acarició los brazos.
—Sé que no estás lista todavía, Paula, pero te lo voy a decir una vez más de todos modos. Te amo.
Cerró los ojos mientras sus labios tocaban los suyos. Era tan suave. Tan maravilloso. Y todavía tenía miedo.
—¿Todavía estarás en Tahoe cuando haya terminado de apagar el fuego?
Tragó saliva.
—No lo sé.
Pedro no la presionó a tomar una decisión o una declaración. Estaba paralizada por el miedo de perderlo, todavía estaba convencida de que sería mejor renunciar a él ahora.
Se movieron por el sendero en silencio. Ella jadeó cuando llegaron a la cabaña de Jose. Era una enorme bola de fuego en medio del bosque.
—Ella me obligó a hacerlo —confesó con voz temblorosa.
Pedro le apretó la mano.
—Jose entiende. Él nunca te culparía por hacer lo que tenías que hacer para sobrevivir.
Contuvo su estómago con las dos manos, intentando no vomitar.
—Pero todo lo que tienes se ha ido. Tus recuerdos de su cabaña y tu casa también.
—Jose se mudará conmigo. O Dennis. Así que ya no necesita la cabaña —Pedro la atrajo hacia sí y la besó con fuerza, robando el aliento de sus pulmones—. Estás aquí, Paula. No necesito una casa. Sólo te necesito a ti.
Su corazón se rompió en mil pedazos ante la idea de volver a San Francisco. Sola.
De repente, una de las ventanas de la cabaña estalló y él la arrastró detrás suyo mientras corrían. No aflojaron su ritmo hasta que vieron los camiones de bomberos rugiendo en el camino de entrada de Jose.
Samuel MacKenzie saltó del camión principal.
—Chicos, ¿están todos bien?
El jefe Stevens estaba justo detrás de él.
—Paula, gracias a Dios —su rostro estaba muy lleno de preocupación mientras la abrazaba—. Apenas podía oírte; tuvimos que acceder a nuestros registros telefónicos grabados para reproducir lo que dijiste. Quisiera Dios que hubiéramos llegado antes.
—Estoy bien —dijo ella con voz débil—. Gracias por venir.
Se sintió zigzaguear sobre sus pies y Pedro estuvo al instante a su lado otra vez, sosteniéndola firmemente.
—¿Puedes andar por el camino de entrada?
Ella parpadeó con fuerza, obligando a los puntos negros a salir de su visión.
—Sí. Por supuesto que puedo —insistió, a pesar de que era más orgullo que verdad.
—Vamos a ir lento —dijo mientras empezaban a caminar.
Pero él tenía un trabajo que hacer. Razón por la cual iba a obligarse a salir de sus brazos, aunque nunca quisiera dejarlo ir.
—Tienes que ir ahora a ver si se puede salvar algo de la cabaña de Jose. Voy a estar bien.
Él la miró a los ojos durante un largo momento antes de decir:
—Jose está esperándote en la carretera. Él va a llevarte de regreso a tu motel.
Ella asintió con la cabeza, su corazón atorado en su garganta. Él le tomó la mano rápido, sin dejarla ir.
—No te preocupes —dijo— voy a volver a ti. Lo prometo.
Y luego se obligó a caminar por el camino de entrada, lejos del hombre que amaba mientras él corría directamente hacia el fuego.
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