viernes, 2 de octubre de 2015
CAPITULO 40 (primera parte)
Equipos adicionales de HotShot y bomberos paracaidistas de todas partes del oeste estaban en camino para luchar contra el incendio forestal en el Desierto de Desolation. Para la tarde del domingo, Pedro tuvo que tomar la difícil decisión de llevar a su equipo nuevamente dentro. Con vientos de cuarenta kilómetros por hora, el método usual de excavar las líneas de fuego no iba a cortarlo. Y mientras él volvía a evaluar la situación, sus hombres podían tener un muy necesario descanso.
Habían entrado rezagados en la estación, exhaustos y cubiertos de cenizas y tierra, cada uno de sus rostros se iluminó cuando lo vieron detrás de los mapas.
—Pedro, me alegra de que hayas decidido unirte a la fiesta. ¿Qué tal tus vacaciones?
Le sonrió al novato que estaba tan feliz como un cerdo en la mierda por estar allí afuera con el resto de los HotShot, arriesgando su vida. Pedro había sido ese chico una vez.
Infiernos, él todavía lo era, sólo que con más responsabilidades sobre sus hombros.
El superintendente del Servicio Forestal ya había llamado para disculparse por meterse en el camino de Pedro este fin de semana con esa suspensión. Pedro le dijo al hombre que sabía que sólo había estado haciendo su trabajo. Ponerlo en suspensión fue una decisión a conciencia. No era nada personal.
Él compartió una cena de chili con su equipo, y cuando se derrumbaron sobre la cama, él, Gabriel y Samuel discutieron tácticas.
La mayoría de los chicos se veían golpeados como el infierno. No Samuel MacKenzie. Incluso los incendios más difíciles no le asustaban. Nada lo hacía.
—¿Cuál es el pronóstico del clima? —preguntó Samuel.
—Fuertes vientos y baja humedad para las próximas cuarenta y ocho horas. El agua está o volándose de debajo de los helicópteros o evaporándose antes de que toque el suelo. Algunos de los chicos están acercándose como a unos 6 metros, pero no está haciendo ninguna diferencia.
—Ha pasado mucho tiempo desde que estos bosques se incendiaran. Los árboles están maduros para ello —añadió Gabriel, la fatiga colgando en cada palabra.
—Ambos necesitan dormir un poco.
Samuel permaneció en la mesa.
—Hablé con Cristian hoy.
Los bomberos eran maestros del eufemismo, formaba una parte integrante de los riesgos que les amenazaban la vida todos los días. Pero a veces Pedro quería saltar de alegría de todos modos.
—Gracias a Dios que está despierto. ¿Cómo se siente?
—Como la mierda —dijo Samuel—. Nunca te di las gracias por salvar su vida.
—Lo hicimos juntos.
No había nada más que decir, así que Samuel apartó su silla y se dirigió a su litera, dejando a Pedro a solas con los mapas. Un par de horas más tarde, finalmente aceptó que lo único que podían hacer hasta que los vientos se calmaran era mantener el fuego alejado de los árboles. Para el anochecer del día siguiente, motosierras y hachas iban a sentirse como una extensión natural de sus manos.
Al caer la noche, se sentó en su silla y cerró los ojos, pensando en Paula. Era tan hermosa. Tan terca.
Malditamente terca para decirle que lo amaba. Incluso si lo hacía.
No importaba si se quedaba en Lago Tahoe hasta que ellos apagaran este fuego. La encontraría donde quiera que fuera.
Y la amaría para siempre.
Cuando la luz del sol por fin brilló a través de sus párpados, se mojó la cara con agua y después sonó la campana de la estación. Quince minutos más tarde, sus hombres estaban reunidos, viéndose lúcidos y listos para otro día agotador en Desolation. Mantuvo sus instrucciones cortas y simples.
—Despejen todas las ramas bajas y talen los árboles en llamas. Tenemos que evitar que el fuego se propague a las copas de los árboles. Los helicópteros van a seguir dejando caer cubetas de agua sobre los lugares más calientes, siempre y cuando sea seguro seguir volando —hizo una pausa para asegurarse de que hasta el último de ellos entendía sus órdenes—. A la primera señal de peligro, salgan. No me importa si todas las casas de Tahoe se convierten en escombros. No voy a perder más hombres.
Ojos sombríos encontraron los suyos, llenos de determinación. Siguió a sus hombres por la puerta hacia sus camiones.
Pensó en Paula, sabía que ella había aprendido bien esa lección: A la primera señal de peligro, salirse. Su lista de bajas ya era lo suficientemente larga. No necesitaba que él fuera un nombre más, un bombero más que había amado y perdido.
No podía darle la espalda a un incendio. Y no podía alejarse de la mujer que amaba. Incluso si era lo que ella pensaba que quería.
El punto de anclaje original ya no era seguro, por lo que el equipo se condujo dentro de un amplio claro que había sido apisonado. Desde ahí, Pedro vio las llamas saltando a través de las copas de los árboles mientras el calor retumbaba en las montañas como una flota de jets. Árboles enteros estaban incendiados, estallando en llamas instantáneamente.
Se colocó la capucha y recogió una motosierra. Era el momento de volver al trabajo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario