viernes, 2 de octubre de 2015

CAPITULO 39 (primera parte)




Jose esperaba por ella al final del camino.


—Bienvenida de vuelta desde el infierno.


Su garganta se apretó mientras permanecía de pie delante del amable hombre que le había dado tanto a Pedro.


—Lo siento mucho, Jose. Debí luchar más fuerte. Entonces, tal vez, todavía tendrías tu casa.


Él colocó sus brazos alrededor de ella, sintiéndose reconfortada por su sólida calidez. Pedro había tenido suerte de encontrar un padre como éste.


—Hiciste exactamente lo correcto. Lo único que importa es salir con vida.


—Pero ella se escapó.


Las cejas de Jose se elevaron con sorpresa.


—No te preocupes. Estoy seguro de que va a terminar pagando caro por lo que ha hecho. Ya lo verás —él la ayudó a subir a una camioneta que esperaba—. Vuelve a tu motel. Toma una ducha. Come algo. Y duerme un poco. Todos vamos a seguir aquí cuando despiertes.


El viaje de regreso a su motel transcurrió en un borrón total. 


El hombre detrás del volante seguía diciéndole que se veía mal, seguía diciendo que quería llevarla al hospital, pero no podía soportar que un grupo de desconocidos la auscultara y pinchara. Necesitaba estar sola para recuperar la compostura y procesar todo lo que había sucedido.


La rubia estaba sentada en la recepción del motel viendo la televisión cuando Paula entró para conseguir una llave.


—¿Qué te pasó? Te ves como la mierda.


Tres días se volvieron difusos uniéndose en una nube extraña y oscura en su cerebro.


—Perdí mi llave —fue todo lo que Paula pudo decir. Estaba demasiado cansada para decir nada más.


La chica hizo explotar su chicle.


—¿Nombre?


—Paula Chaves.


Su nombre era el mismo, pero ella era una persona completamente diferente.


La chica le entregó la llave y Paula se sorprendió al ver que sus manos temblaban cuando la tomó. Es curioso cómo uno se puede engañar a sí mismo, y a todos los demás, al pensar que te estás manteniendo firme cuando no es así.


Se dirigió a su habitación, sorprendida de que subir las escaleras hasta el segundo piso se sintiera como subir a la cima del Edificio Empire State. Estaba tan frita que apenas podía estar de pie, y aun así, en ese momento exacto sabía que Pedro estaba enterrado hasta las rodillas en cenizas, manejando equipos pesados y mangueras para salvar lo que quedaba de la cabaña de Jose.


Una vez que entró en su habitación, se desnudó, apenas reconociendo los moretones, raspones y verdugones que cubrían sus brazos, piernas y torso. Entró en la ducha y apoyó su peso contra la pared de azulejos. Cuando miró hacia abajo, las baldosas blancas estaban negras bajo sus pies. Observó la ceniza y la suciedad irse por el desagüe hasta que el agua salió fría.


Temblando, envolvió una toalla alrededor suyo y entró en el dormitorio. Sus párpados pesaban, y agotó lo último que le quedaba de energía cuando se metió bajo las sábanas. 


Había cientos de cosas que debería estar haciendo. Pero todas ellas requerían de fuerza y energía, cosas que ella no tenía.







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