jueves, 1 de octubre de 2015
CAPITULO 36 (primera parte)
Paula evaluó rápidamente su entorno, buscando algo que pudiera utilizar en defensa propia, y decidió que el atizador de la chimenea era su mejor apuesta.
—En realidad —dijo con una voz perfectamente tranquila mientras lentamente se dirigía hacia la chimenea— me alegro de que estés aquí. He estado esperando hablar contigo.
Jenny frunció el ceño.
—¿Conmigo? ¿Acerca de qué?
Paula se obligó a sentarse en el brazo del sofá junto a la chimenea de piedra.
—Estoy preocupada por Dennis. Sobre algunas de las cosas que me dijo —si pudiera convencer a Jenny de que pensaba que Dennis era el culpable, tal vez podría escapar.
—¿Qué tipo de cosas?
Paula agitó una mano en el aire.
—Ya sabes, sobre su relación con su padre y Pedro. Y la competencia entre ellos.
Jenny sonrió cruelmente.
—Dennis odia a Pedro.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Él esta celoso. Después de todo, Pedro es mucho más guapo. Por lo tanto mucho mejor en todo. Todo el mundo lo ama.
El corazón de Paula dio un vuelco cuando Jenny se acercó a ella. El atizador estaba casi al alcance. Ella nunca había lastimado a nadie antes, pero haría todo lo que tuviera que hacer para asegurarse de que esta terrible mujer estuviera tras las rejas por el resto de su inútil vida.
Jenny tenía una mirada soñadora en su cara.
—Yo también lo amo, lo sabes.
—Por supuesto que amas a Dennis —dijo Paula, malinterpretando a propósito las intenciones de Jenny—. Parece ser un gran tipo. Y muy dedicado a ti.
—No a Dennis, idiota. Estoy hablando de Pedro. Amo a Pedro. Estábamos destinados a estar juntos.
Paula se acercó a la chimenea.
—¿Sabe Pedro que te sientes así por él?
—Podríamos haber estado juntos, si no fuera por ti. Yo estaba allí. Los vi hace seis meses.
—¿Dónde nos viste?
—Cuando tú y Pedro comenzaron su orgia. Entré y los escuché hablando.
—El bar estaba vacío —dijo Paula, pero ahora que lo pensaba, había estado tan molesta por todo que suponía que podría haber ido más allá de una multitud de personas y dejado de ver a cada una de ellas.
—Olvidé mi billetera después del turno del almuerzo y cuando volví, entré y allí estaban ustedes. No es que alguno lo notara. Tenías cara de estar demasiado ocupada. Y después de eso, él no quería tener nada que ver con otras chicas. Estaba bajo tu maldito hechizo. ¿Qué le has hecho?
—Yo no hice nada —dijo Paula con honestidad. Él había sacudido su mundo y ella lo había dejado frío como piedra.
—Como el infierno no lo hiciste —escupió Jenny—. Él no ha tocado a otra mujer desde que te fuiste.
Él no había tocado a otra mujer.
¿Sus besos robados habían significado tanto para él como lo habían hecho para ella? Paula estaba profundamente conmovida por el comportamiento de Pedro, incluso mientras seguía haciendo frente a Jenny.
El discurso rimbombante de Jenny continuó, implacable en su furia.
—Él dejó de ir al bar. Apenas lo volví a ver. Se suponía que iba a ser mío.
Paula tragó.
—Lo siento —forzó las palabras a salir entre sus labios, con la esperanza de que sonaran un poco sinceras.
—No, no lo haces. Lo estás follando otra vez, ¿verdad?
Paula se puso de pie.
—No.
—No me mientas.
Paula siguió la mirada de Jenny a la esquina de la foto doblada que salía de su bolsillo. Justo cuando Jenny la cogió, el teléfono de Paula cayó al suelo, y Jenny lo pisó duro con sus botas.
Paula se quedó mirando fijamente hacia el teléfono roto y trató de no centrarse en la cantidad de problemas en los que estaba. Esperanzadoramente, el Jefe Stevens la había oído susurrar y estaba en camino.
Jenny sacudió la foto en la cara de Paula.
—Estás enamorada de él, ¿no es así? Y probablemente él te dijo que te ama, ¿no?
Paula vaciló un momento demasiado largo y Jenny arrugó la foto y la tiró al suelo.
—Él lo hizo. Puedo decirlo. Cree que eres su alma gemela. Quiere que tengas a sus bebés.
Paula sacudió su cabeza ida y vuelta, diciendo:
—No —una vez más mientras avanzaba hacia el atizador.
Casi tenía su mano a su alrededor cuando Jenny sacó una pistola de su bolsillo. Paula se quedó completamente inmóvil.
—Lo que sea —dijo la loca mujer en un tono aburrido mientras agitaba la pistola en la cara de Paula—. Todo va a estar mejor una vez que te hayas ido. Una vez que todos ustedes estén muertos. Deberías haber muerto ayer, en la camioneta. Entonces, yo no tendría que hacer esto.
—Aún no tienes que hacerlo, Jenny —dijo Paula—. Yo te puedo ayudar. Puedo decirle a mi jefe que el incendio fue un accidente. Puedo decirle al Servicio Forestal que es imposible determinar cómo empezó. Te daré dinero, lo suficiente como para salir del país y que no tengas que volver a trabajar.
—¿Tú puedes hacer todo eso por mí?
La esperanza llameó en el pecho de Paula.
—Dame cinco minutos en el teléfono. Eso es todo lo que necesito.
Jenny se mordió el labio inferior.
—Um, no, gracias. Creo que será más divertido matarte en lugar de eso.
Paula se estremeció ante el deleite en la voz de la mujer. En este punto, una institución mental era un futuro mucho más probable para Jenny que una prisión.
—Pero antes de hacerlo, necesito que me ayudes con algo —dijo Jenny—. Afuera, en la terraza trasera, tengo dos docenas de contenedores de gasolina esperando —ella empujó la culata de la pistola en la espalda de Paula—. Vamos.
Paula metió la mano en su bolsillo, tomó el bolígrafo, y se dio la vuelta, azotando su arma a los ojos de Jenny. El extremo de la punta golpeó a Jenny en el cuello, justo debajo de la oreja. Esta gritó.
—Vas a pagar por eso, perra —y mientras Paula se lanzaba por el atizador de la chimenea, Jenny se echó sobre su espalda, agarrando su pelo.
Lágrimas de dolor llenaron los ojos de Paula cuando Jenny arrancó un grueso puñado de pelo de su cuero cabelludo y clavó su arma profundamente entre sus costillas.
—Tal vez debería matarte ahora —susurró Jenny.
No. Paula le había prometido a Pedro que estaría aquí esperándolo a su regreso. Pronto él estaría de vuelta con Jose y juntos iban a encontrar una manera de frustrar a Jenny.
Tenía que aguantar, y seguir con vida, hasta entonces.
—Lo siento —dijo ella entre dientes—. Haré lo que quieras. Dime lo que deseas que haga.
Jenny yació sobre Paula durante un buen rato, el suficiente para que ella se preguntase si lo último que iba a escuchar era la descarga del arma. Pero Jenny cambió su peso a un lado. Empujando a Paula en una posición de pie con su pistola, la empujó por la puerta.
Una fila de latas de gasolinas las estaba esperando.
—Comienza en ese lado y trabaja tu camino de regreso a mí —se masajeó un bíceps con la mano libre—. Incendiar la casa de Pedro fue un trabajo duro. Probablemente debería ir al gimnasio más a menudo
Paula se puso roja de ira. ¿Esta perra había matado a un HotShot y lo único que le importaba era levantar pesas?
—¿Cómo pudiste hacerlo? —le preguntó en voz baja.
Quería lanzarse hacia Jenny y envolver sus manos alrededor de su garganta, pero la satisfacción de un momento no valía una bala en su pecho. Ella quería estar viva para presenciar la sentencia a cadena perpetua de esa mujer, oír el clip de las esposas sobre sus muñecas huesudas.
Jenny no respondió mientras empujaba la pistola en el esternón de Paula.
—Manos a la obra. Estoy trabajando en el turno de la tarde y no quiero retrasarme —empujó a Paula de regreso al trabajo con el frío cuerpo de metal de la pistola.
Después de todo lo que había hecho, después de todo lo que estaba a punto de hacer, ¿Jenny estaba preocupada por fichar tarde al trabajo? Pero también, ¿no les había servido sus sándwiches ayer, a sabiendas de que Robbie estaba en condición crítica en el hospital, sabiendo que probablemente lo había matado con la explosión?
Las manos de Paula estaban entumecidas mientras recogía un pesado bidón de gasolina y lo sopesaba sobre el rincón más alejado de la casa.
—No trates de correr —advirtió Jenny—. Soy buena disparando.
Después de todo lo que Jenny había hecho hasta ahora, Paula no lo dudaba. Poseía un extraño grupo de talentos para una camarera, y claramente podría haber hecho mucho más con su vida si no estuviera tan trastornada.
El corazón de Paula se apretó cuando destapó la lata y empezó a verter combustible sobre la terraza de madera y los arbustos que rodeaban la cabaña de Jose. Pedro había crecido hasta la edad adulta aquí, había comenzado su vida de nuevo en esta casa. No era suficiente que perdiera un hogar hoy, Jenny tenía que tomar todo de él de un solo golpe.
—Se siente bien, ¿no es así? —las palabras de Jenny eran despreocupadas y felices mientras observaba a Paula cumplir sus enfermas órdenes, espolvoreando generosamente bolitas de fertilizante en su estela.
—No —dijo Paula—. Esto es una cosa horrible.
—De hecho, si alguien pregunta, voy a decirles que intente impedirte prenderle fuego a la querida casa de Jose. Era un hombre muy dulce, después de todo.
Paula estaba muy cerca de tirar el bidón de gasolina vacío hacia ella. En silencio, completó la atroz tarea, su hombro y los músculos de su brazo ardiendo por recoger tantas latas de gasolina. Lo único que importaba ahora era seguir con vida el mayor tiempo posible. Rezó porque Pedro estuviera en su camino de regreso.
—Ahora viene la parte realmente divertida —dijo Jenny cuando Paula terminó—. Esto es una caja de fósforos. Enciende el fuego.
Los ojos de Paula se ampliaron. Con esta cantidad de combustible en la hierba seca, y con el viento soplando un vendaval, incluso un fósforo podría arder y quemarla.
—Estás loca.
Jenny levantó una ceja.
—Los hombres lo dicen a veces, pero es sólo porque no pueden manejar una chica como yo —presionó la pistola en el cráneo de Paula, provocándole una mueca de dolor—. Enciende el fuego.
Las manos de Paula temblaban mientras encendía el primer fósforo. En silencio, pidiendo perdón, ella tiró el fósforo contra la casa. Un camino de fuego se levantó del césped y piel de gallina cubrió su cuerpo por el horror, de pies a cabeza.
—No puedo hacer esto —dijo ella, alejándose de la casa.
Oyó a Jenny martillar el arma.
—Claro que puedes. Sobre todo porque no parece que el galán vaya a volver pronto para salvarte. Él y Jose están probablemente muertos ya.
No, Jenny estaba equivocada. Pedro estaba vivo. Ella sabría si estaba muerto, lo sentiría en lo profundo de sus huesos, en el centro de su corazón.
Fuera de opciones, dejó caer una cerilla encendida tras otra contra la cabaña de Jose, y luego, de repente, las manos frías de Jenny estaban sobre sus muñecas y estaba uniéndolas con cinta adhesiva a su espalda.
Paula estrechó la caja medio llena de fósforos con fuerza en su mano. Era todo lo que tenía, su única arma potencial.
—Buen trabajo —elogió Jenny—. Ahora vamos a dar una caminata —la mujer la empujó hacia adelante con el arma, luego tomó una motosierra—. Muévete.
Paula sintió que sus ojos se agrandaban mientras miraba hacia la máquina y se obligó a hablar con calma.
—Tú no quieres hacer esto, Jenny.
—Claro que sí. No podía creer la suerte que tuve cuando apareciste para investigar. Aquí estaba yo pensando que sólo iba a joder la vida de Pedro comenzando el incendio forestal y llamando a la línea de información, pero ahora tengo la oportunidad de derribarte también. Esto va a ser entretenido.
Tambaleándose con la caja de cerillas ante la directa admisión de culpa de Jenny, Paula se obligó a calmarse para así poder abrirla y sacar un fósforo. Ella lo dejó caer al suelo para que Pedro lo encontrara.
—Si te atrapan por iniciar un incendio forestal y quemar edificios, no estarás en la cárcel mucho tiempo —ella mintió—. Pero si por el asesinato de gente…
—Demasiado tarde —dijo Jenny alegremente—. Ese joven HotShot ya está muerto. Lo cual es realmente una lástima, porque era algo lindo. ¿Sabes lo que es más triste, sin embargo? No había conseguido follarlo todavía. Los jóvenes son siempre tan enérgicos y ansiosos para complacer.
Paula tropezó con una roca, aturdida por la crueldad de la mujer. Dejó caer otra cerilla al suelo, rezando para que su rastro de migas de pan no se prendiese fuego y desapareciera antes de que Pedro lo encontrara.
—¿Con cuántos HotShot te has acostado?
Necesitaría saber estas cosas cuando escapara, cuando estuviera testificando en contra de Jenny en la corte, a pesar de que no podía soportar la idea de Pedro o de cualquiera de sus hombres en la cama con esta mujer horrible.
—No tantos como me gustaría. Es un dolor que se vayan por tantos meses al año. Pero con la mayoría de los chicos del pueblo.
La piel de Paula se puso fría y húmeda, incluso aunque se acercaban al calor del fuego con cada paso por el sendero.
Haciendo caso omiso de la presión del metal contra sus costillas, se dio la vuelta.
—¿Conociste a Antonio Chaves?
Los labios de Jenny se curvaron hacia arriba.
—Oh sí, conocía a Antonio.
Sus palabras se deslizaron alrededor del corazón de Paula como una enorme y mortal anaconda.
—¿Te acostaste con él?
—Por supuesto que sí. Fue uno de los mejores que he tenido. Lástima que tuvo que morir —Jenny acercó su cabeza a la de Paula y preguntó— ¿por qué, lo conociste o algo por el estilo?
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