sábado, 10 de octubre de 2015

CAPITULO 21 (segunda parte)







Paula se removió y dio vueltas en la cama dura y llena de bultos del motel. No sólo estaba terriblemente preocupada por Agustina, sino que se sentía muy mal por la forma en que se había comportado con Pedro.


Después que él dejó el motel, apenas había tenido la fuerza para despojarse de su ropa y arrastrarse debajo de las mantas. No recordaba nada después de eso, no hasta las dos de la mañana, cuando se despertó. Estuvo desorientada al principio, después de haber dormido en dos camas extrañas durante las últimas veinticuatro horas.


Pero rápidamente se dio cuenta que no estaba sola.


Pedro estaba sólo a unos cuantos centímetros de distancia, lo que significaba que no sería capaz de volver a dormirse, no cuando podía oírlo moverse en el sofá y respirar su delicioso aroma.


Él despertaba sus sentidos como ningún otro hombre había hecho.


Tan ansiosa como estaba por Agustina, todavía era un infierno para su sistema estar tan cerca de él, saber que si quería, podía arrastrarse fuera de la cama y envolver sus brazos alrededor de su cuello, acurrucarse en su regazo y enterrar el rostro contra su pecho.


Y ese era el problema: quería hacerlo. Muchísimo. Aun cuando habían estado peleando tan sólo unas horas antes, él todavía era hacia quien ella quería correr en busca de consuelo.


Y por placer.


Nunca había sido capaz de resistirse a él, ni por un solo segundo. Se había mudado a San Francisco porque si se hubiera quedado en Lake Tahoe, inevitablemente habría vuelto a él, a pesar de cuan vacía y rota se había vuelto su
relación.


Una y otra vez mientras él respiraba de manera uniforme a su lado, Paula consideró despertarlo y pedirle disculpas por las cosas que había dicho al salir del hospital. No era que no las hubiese querido decir, pero despierta en la oscuridad,   sin nada que hacer salvo pensar, se dio cuenta de que podría haber abordado la confrontación de una forma diferente. Odiaba saber que no le había dado ni un centímetro de espacio para responder a sus quejas.


Había querido atacar. Con la intención de herir total y absolutamente.


Y sin embargo, sorprendentemente, él había vuelto a su habitación. Aun después de la forma en que lo había despedazado, no había dejado que buscara a Agustina sola. 


No se había retirado por completo.


¿Si no fue capaz de alejarlo esa anoche, entonces había una posibilidad de que nada de lo que dijera o hiciera lo empujara a correr? ¿El hecho de que estaba durmiendo en el estrecho sofá significaba que había cambiado?


Apoyándose sobre las almohadas en la cama, lo miró dormir, sus inhalaciones aparentemente pacíficas y uniformes. 


Todos los bomberos estaban capacitados para tomar descanso donde podían y de repente se le ocurrió que no sabía si él había venido directamente de un incendio hacia el hospital o incluso cuánto tiempo había pasado desde que había estado en la cama.


Muy posiblemente, recapacitó mientras su estómago se retorcía en un nudo apretado, no había estado solo en esa cama.


No llevaba un anillo, pero eso no quería decir que no estuviese saliendo con alguien. O que no estuviera a punto de hacerle la proposición a alguna pequeña y linda morena que adoraba todos sus movimientos y le hacía sentir como un millón de dólares.


Odiaba pensar en alguien más tocándolo. Besándolo.


Pedro era un amante mágico, prestaba especial atención a cada centímetro del cuerpo de una mujer, las curvas y picos, los huecos y puntos sensibles. Era el máximo sueño de una mujer hecho realidad. Un metro ochenta, bronceado y duro, con ojos azules que se hacían más claros o más oscuros con el sol o las nubes, con la hora del día, con lo que estaba sintiendo. Las mujeres querían grandes y fuertes manos como las suyas en sus cuerpos, querían correr sus dedos por su cabello oscuro y sedoso.


Su respiración se aceleró mientras recordaba con todo detalle como hacían el amor, calidez subiendo por su cuerpo, entre sus piernas, a las puntas de sus pechos.


Sería tan fácil volver a caer en la cama con él. Demasiado fácil. Pero ellos sólo terminarían hiriéndose nuevamente.


Y sin embargo, incluso mientras recordaba lo difícil que había sido  superarlo, se sentía conmovida por su disposición a ayudarla ahora. Ni siquiera había tenido que pedirle ayuda. Él simplemente la había ofrecido. Aunque buscar a Agustina era potencialmente peligroso, no se había echado atrás, no había rescindido   su oferta.


No sabía qué pensar sobre que Pedro se quedara con ella. ¿Simplemente era un héroe hasta la médula? ¿O había intervenido porque ella lo necesitaba?


Esas preguntas se repitieron a través de su mente una y otra vez hasta que el sueño finalmente comenzó a establecerse a su alrededor como una manta.


Estaba muy oscuro fuera de las delgadas cortinas del motel cuando él la despertó.


—Will está esperándonos. Nos iremos en quince minutos.


Ella salió de la cama, tomó su pequeña bolsa de medicinas del cuarto de baño, se cepilló los dientes y se aplicó un poquito de maquillaje.Pedro siempre había tomado su buena apariencia como algo garantizado, mientras que ella había tenido que descubrir la suya y cultivar su aspecto para que la gente la tratara de una forma que se venía natural para el magnífico bombero.


Paula había sentido la desaprobación ante su transformación cuando entró en su habitación del hospital y la vio en cachemira con pendientes de diamantes en las orejas. No iba a pedirle disculpas por quien era ahora. Se había construido una buena vida por sí misma y Agustina trabajando duro. Nadie le había entregado nada en una bandeja de plata.


Sin embargo, disfrutaba de la rara oportunidad de usar poco maquillaje. Aunque no había dejado que nadie la viera en público sin maquillaje durante una década, prefería la piel desnuda. Era la forma en la que había crecido y se sentía más joven, más suave de alguna manera.


Diez minutos más tarde, salió vestida con su ropa nueva, una ligera camisa de manga larga, pantalones cargo caqui y brillantes botas de cuero marrón que chirriaban un poco al andar. Las únicas compras que había dejado en la bolsa de plástico eran el sujetador deportivo y las bragas de algodón. 


Nunca había sido una chica de algodón y estaba usando su habitual ropa interior de encaje y seda.


Los ojos de Pedro se abrieron cuando la vio y ella enderezó sus hombros y levantó su barbilla. Había pensado que el traje era bastante lindo, pero había estado usando diferentes versiones de la misma cosa por tanto tiempo que se  sentía extraño ponerse algo completamente diferente. Casi como si hubiera cambiado de piel y entrado en una nueva y desconocida.


— ¿Todo encaja bien?


Habría esperado que él hubiese olvidado qué talla usaba a estas alturas, pero lo había recordado exactamente, hasta la talla nueve de sus botas. Una traicionera mariposa se soltó en su estómago ante el pensamiento de su íntimo pasado, y la constatación de que no se había olvidado de ella más de lo que ella se había olvidado de él.


—Perfectamente —dijo ella, y luego—: No te he dado las gracias por haber comprado todo esto para mí. Gracias.


Por lo general era la reina de las tarjetas de agradecimiento, de los regalos de anfitriona. Pero Pedro la ponía nerviosa. 


Incómoda.


—Quiero que sepas que voy a pagarte por todo.


Paula no se sentía cómoda dejando que un hombre le comprara sus cosas. Durante los últimos diez años, siempre había pagado a su propia manera; y a menudo en sus citas también.


—Creo que no tengo suficiente dinero en efectivo en mi bolso, pero... 


Él agarró sus mochilas y se dirigió hacia la puerta a la mitad de su frase.


—Puedo cubrirlo —dijo, su voz repentinamente dura.


Bueno, eso fue muy claro. Supuso que él todavía estaba enojado por la  noche anterior y sabía que tenía que disculparse por su difamación de inmediato. Pero Pedro ya estaba a mitad de camino a través del estacionamiento y tuvo que trotar para alcanzarlo.


Pedro, yo... —empezó a decir cuando recuperó el aliento, pero cuando levantó la vista, su amigo HotShot estaba esperándolos fuera de la puerta de atrás del hospital, apoyado en el parachoques de su camioneta. No había manera de que pudiera explicarle las cosas frente a su amigo, Will.


No estaba en absoluto sorprendida por lo alto y guapo del bombero local.  Los bomberos HotShot eran un grupo increíblemente guapo que atraía a las mujeres como abejas al néctar. Paula sabía de primera mano cuán difícil, olvida eso, imposible, era resistirse a un bombero forestal.


—Encantado de conocerte, Paula. ¿Pedro me dijo que estás buscando a tu hermana?


—Su nombre es Agustina. Y me temo que no tiene ni idea de en lo que se está metiendo.


Will le dio un mapa a Pedro mientras subían a la camioneta. 


Él mantuvo la puerta del pasajero abierta para ella y su estúpido corazón en realidad golpeteó ante su caballerosidad.

—Marqué la ruta que creo que deberían tomar hacia la comuna —dijo Will—. ¿Alguna pregunta?


Pedro estudió el mapa en la cabina extendida mientras salían del estacionamiento del hospital. Paula apretó más su gorra sobre su pelo y apartó la cara cuando pasaron cerca de una furgoneta de noticias.


—Parece bastante claro —le dijo Pedro a su amigo.


—No hay cobertura de móvil en ningún lugar en el área —dijo Will, luciendo preocupado—. Así que no se lastimen, ¿de acuerdo? Podría tomar un poco de tiempo encontrarlos si lo hacen.


Paula se estremeció ante su advertencia. Había vivido en la ciudad por tanto tiempo que había olvidado que había lugares donde no llegaba la señal de los teléfonos móviles y que allí no siempre podías pedir ayuda en el momento en que lo necesitabas.


Rápidamente dejaron la ciudad y empezaron a subir las montañas, el pavimento convirtiéndose en grava, luego en tierra. Will cambió a conducción 4x4 ya que la carretera se volvía cada vez más primitiva y pedregosa. Los tres permanecieron en silencio mientras conducían entre los altos pinos e imponentes secuoyas. Treinta minutos después, él detuvo la camioneta frente al enorme tronco de un árbol que yacía a través del camino.


—Me temo que esto es lo más lejos que los puedo llevar.


Con el motor de Will apagado, ella podía escuchar los pájaros cantando, el río gorgoteando, incluso la forma en que la brisa giraba las hojas como suaves campanadas.


Aquí fuera, en medio de montañas y arroyos, estaba el mundo de Pedro. Allí era donde pertenecía, mientras que ella estaba totalmente fuera de su elemento.


¿Tal vez Pedro tenía razón y ella debió dejarlo ir solo?


Aplastó el pensamiento tan rápido como llegó. Era sólo el miedo hablando. Ella había tenido miedo antes y había sobrevivido. Prosperado, de hecho. Haría cualquier cosa que tuviera que hacer para encontrar a su hermana y traerla a casa.


Después de despedirse, Will estaba claramente reacio a dejarlos y cuando se volvió lentamente a la camioneta y se dirigió por el camino, Paula también deseó que se hubiera quedado un rato más.


Cualquier cosa para evitar estar sola de nuevo con Pedro.


Su boca se secó mientras le entregaba su cargada mochila. 


Dándole la espalda, ella deslizó sus brazos por las correas y se preparó para el peso. Pero en lugar de sacarla de balance, estaba sorprendentemente ligera.


Había visto la cantidad de equipo que había que llevar la noche anterior y mientras él se ponía su propia mochila, vio que estaba cargada con la mayor parte de sus cosas.


—No tienes que tomar todo por mí —dijo—. Quiero hacer mi parte. Apenas la miró.


—Estoy acostumbrado al peso. Tu no.


Caso claramente cerrado. Ninguna discusión. Sin espacio para el debate. Sabía que su palabra era ley aquí. La pregunta era, ¿se acostumbraría alguna vez a recibir órdenes de un hombre? ¿De Pedro?


Segundos después, él estaba desapareciendo en el bosque y no tuvo más remedio que darse prisa y alcanzarlo.







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