sábado, 24 de octubre de 2015

CAPITULO 13 (tercera parte)





Pedro no podía creer que acabara de decirle eso. Nadie sabía sobre sus manos entumeciéndose a excepción de los médicos que había visitado en secreto. Había conseguido ser tan bueno fingiendo en estos dos últimos años, asegurándose de no agarrar nada si no estaba absolutamente seguro de que podía aferrarlo, pero justo ahora, cuando no pudo resistir tocar su piel desnuda, había perdido toda sensación.


Mierda.


Quería que lo dejara solo. Salir como el infierno de aquí.


Encontrar una realidad alternativa donde esta mierda dejara de suceder.


Donde sería normal; infiernos, donde estaría sano de nuevo.


— ¿Qué estabas soñando? ¿Cuándo entré?


Mierda. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Es por eso que ella estaba en su habitación en primer lugar. Porque había estado atrapado en una escena retrospectiva.


El orgullo picó en su interior, haciendo sus palabras brutas y crueles.


—No me conoces. No te conozco.


Dejó que sus ojos se movieran a través de sus muslos asomando de su bata, absolutamente seguro de que podía ver que estaba completamente desnudo; y que su cuerpo todavía la deseaba a pesar de todo.


—No confundas el deseo sexual con algo más.


Está bien. En cualquier momento se bajaría de su cama y correría de regreso a su habitación. Pero a medida que los segundos pasaban y se quedó justo donde estaba, la frustración lo devoró, incluso mientras la sensación volvía a sus manos, con el peor caso de alfileres y agujas que había tenido.


—Tienes que irte. Ahora.


Pero no se inmutó. En cambio, su mirada fue firme.


—Si ya terminaste con tu cosa de lobo grande y malo, realmente creo que te sentirías mejor si hablamos de lo que pasó.


Se humedeció los labios. Esos hermosos y carnosos labios que habían sabido como el cielo.


—Nadie sabe acerca de tus pesadillas, ¿verdad?


No respondió, pero sólo porque sabía que no era necesario. 


Esta mujer sentada en su cama veía demasiado, sus grandes ojos verdes miraban todo lo que no quería que viera. Todo lo que otra gente no veía.


—Estabas soñando con el incendio, ¿no es así? Con el incendio que le hizo eso a tus manos.


La siguiente cosa que supo, fue que estaba fuera de la cama y acercándose a él. Tomó una de sus manos, dándole la vuelta en sus propias y pequeñas manos.


— ¿Siguen estando entumecidas? —le preguntó en voz baja—. ¿O puedes sentir esto ahora?


Pasó su dedo suavemente por la peor de las cicatrices, la que cortaba su palma en dos.


—Puedo sentir eso.


Su sonrisa fue grande. Hermosa. Como un rayo de sol disparándose a través del techo.


Dijo:
—Bueno. Me alegro —y luego—: ¿Qué pasó? No esta noche, sino hace dos años. Cuando te quemaste.


No había razón para contarle sobre el incendio. Por dos años había mantenido la historia firmemente bloqueada en su interior. Se había dicho a sí mismo que hablar de ello no serviría absolutamente de nada.


Pero nadie más había sido testigo de ninguna de sus pesadillas. Sólo Paula lo había visto en su peor momento.


Bien. Le daría las respuestas que buscaba.


Y no se molestaría en evitarle los detalles sangrientos. 


Cuándo terminara, ella lamentaría haber preguntado.


—Los bomberos se queman todo el tiempo. El fuego es una perra meticulosa —dijo, sin molestarse en cuidar su boca. Si no le gustaba, podía irse.


—Sin embargo, no pensar hace que te duela menos.


Una visión del incendio en Desolation se estrelló en su contra como un tren fuera de control. El fuego extendiéndose sobre la montaña como una ola. Denso y oscuro humo elevándose hacia el cielo, tomando el relevo del azul tan completamente que casi no podía ver el estrecho sendero bajo sus pies.


—Estábamos en el desierto de Desolation, donde mi equipo tiene su base. Había escalado ese sendero cientos de veces. Mi hermano y el jefe del escuadrón estaban fuera despejando un área. El fuego era nada. Queríamos un incendio real, algo real en donde hundir nuestras hachas.


Pero no había habido otro incendio. No para él, de todos modos.


Samuel había regresado de inmediato. Pedro habría hecho lo mismo si Samuel hubiera estado metido en una camilla. 


Se habría dirigido directamente de regreso para obtener su venganza. Para ahogar el fuego con sus manos por acabar con su propia sangre.


— ¿Qué pasó? ¿Cómo cambió el fuego a algo peor?


Era la pregunta que él mismo se había hecho un millar de veces.


—El viento debió haber cambiado. Dejó caer una chispa. Leandro lo vio primero, se dio cuenta de que estábamos en la parte superior del fuego. Lo primero que le enseñas a un novato, es que el fuego sube. El noventa y nueve por ciento del tiempo correrá más rápido que tú. Leandro debería haberse salvado a sí mismo. En cambio, bajó por la colina hasta llegar a mí y a Samuel. Nos dijo que dejáramos todo y que empezáramos a correr.


Jesús, todavía recordaba aquel momento tan bien. Estaba pasando su motosierra a través de un gran grupo de arbustos secos con todo su enfoque en la cuchilla cortando a través de la madera. Por la esquina de sus ojos le pareció ver a Samuel agitando los brazos y apagando su motor. 


Samuel apoyó su motosierra y dijo dos palabras:
— ¿Una explosión? —Leandro asintió y sin decir nada más, los tres se echaron a correr hacia arriba en una pendiente casi vertical.


—Estábamos tragando polvo y chispas, atravesando pilas de ceniza blanca. Empecé a toser y ellos se detuvieron para asegurarse que estuviéramos juntos, pero aun así seguimos, pensando que íbamos a sentarnos con los chicos y reír sobre eso en el bar esa noche.


Su respiración era rápida. El sudor comenzó a gotear entre sus pectorales.


Paula estaba apretando su mano, y la sensación de su piel suave ayudó a calmarlo, a traerlo de vuelta a la cabaña, al dormitorio donde había casi perdido el control con ella.


Había estado tan silenciosa que se había olvidado que estaba allí. Pero ahora que lo recordaba, sabía que si tiraba de ella contra él y la besaba de nuevo, podría dejar de hablar, podría hacer que se olvidara por completo de su historia, él mismo podría incluso olvidarse por unos minutos.


Consideró su suave piel, sus deliciosas curvas, sus rizos cayendo sobre sus hombros, y estuvo tentado, muy tentado de probarla otra vez. El sexo sería más fácil que hablar, mucho más directo y al grano, mucho menos peligroso que esta chispa de conexión más profunda.


Pero la parte de su mente que aún podía pensar con claridad; la parte que no estaba totalmente hipnotizada por su olor, por la sensación de su mano en la suya, sabía que sólo sería un respiro temporal.


Porque tan pronto como terminaran, tan pronto como se hubieran hartado, vendría a él con sus preguntas de nuevo.


—El viento azotaba y era como mirar directamente hacia una pared de fuego.


—No puedo imaginarlo —susurró.


—No. No puedes. Y luego las llamas se extendieron y me atraparon, me tiraron hacia abajo.


Su nombre salió de los labios de Paula en un susurro de emoción, su mano apretó la suya.


—Samuel y Leandro estaban muy por delante. Me escucharon caer. Vinieron por mí —todavía no podía creer que lo hubieran hecho—. Vinieron por mí.


—Por supuesto que lo hicieron.


—No —la palabra fue prácticamente un rugido—. Casi mueren. Deberían haberse ido. Haberme dejado —en su lugar, lo habían levantado entre ellos y habían corrido como el infierno—. Leandro divisó una roca lo suficientemente grande como para guarecernos. Al final, el fuego golpeó la roca y se volvió sobre sí mismo.


No recordaba mucho después de eso, sabía que se había desmayado, pero había oído a las enfermeras hablar en el hospital mientras entraba y salía de la inconsciencia ese primer día.


—Mi equipo se había derretido en mis brazos. Los médicos terminaron tomando la mayor parte de este en las sábanas —desde los codos hasta abajo, su piel había sido arrancada. Señaló la parte superior de sus muslos—. Tomaron la mayor parte de la nueva piel de mis piernas, sólo la pelaron como si fuera una manzana.


Miró abajo hacia las cicatrices en sus muslos.


—Yo… —se detuvo, tragó lo suficientemente duro como para que él pudiera oírlo—. No había notado esas cicatrices.


Su boca se torció.


—Todo lo que dicen de los injertos de piel es cierto. Duelen como una perra.


Sus brazos y manos dolían menos, probablemente debido a los nervios dañados. Sin embargo, sus muslos donde habían cosechado la nueva piel, habían dolido mucho por un par de meses. En cualquier momento que se movía o la tela rozaba sus miembros había querido llorar como un bebé. Los médicos habían tratado de que tomara medicamentos, analgésicos, pero odiaba sentirse en una niebla, como si todo fuera en cámara lenta.


Fue entonces cuando comenzaron las pesadillas.


—La mayoría de la gente no tiene el coraje de considerar ser un bombero en primer lugar —dijo Paula en voz baja— mucho menos volver a eso después de algo así.


Él solía devorar la admiración de la gente.


Especialmente de las mujeres hermosas. Pero ya no era ese hombre.


Movió su mano.


—Puedes guardarte tus alabanzas. No he estado allí en dos años. El Servicio Forestal se ha asegurado de ello.


Dio un paso hacia atrás, sorprendida.


—Pero pensé que habías dicho…


—Estoy en mi última apelación.


Oh mierda, él mismo no lo había creído. No hasta que acabó de decir las palabras en voz alta. Esta era su última oportunidad de hacer el trabajo para el que había nacido. Y si lo alejaban de él, entonces, ¿qué?


—Tienen miedo de que me congele ahí. Posiblemente de que me mate a mí mismo, o peor, que me lleve a un civil también.


— ¿Pero sin duda verán lo interesado que estás? ¿Cuánto lo deseas?


Era lo mismo que había estado diciéndose a sí mismo, la razón por la que se levantaba cada mañana a las cinco y corría dieciséis kilómetros cada maldito día.


— ¿Saben acerca de tus pesadillas? ¿Acerca de tus manos?


Metió la mano en su bolso sobre la cómoda y se puso un par de pantalones cortos.


— ¿Qué crees?


—No, supongo que no se los diría, si quisiera volver al trabajo —no había juicio en sus palabras, ni piedad tampoco. Sólo comprensión—. ¿Cuándo se supone que escucharás sobre tu apelación?


La vio apretarse la bata alrededor de la cintura, deseándola a pesar de todas las razones para mantenerse alejado. Un beso más. Eso era todo lo que se necesitaría. Y entonces estarían en su cama, estaría sobre ella, deslizándose dentro, hasta que ambos estuvieran completamente perdidos en la piel del otro, con sudor y sexo, su pesadilla sería olvidada por unos pocos y bienaventurados segundos.


Pero después de la forma en que lo había escuchado, de la comodidad que le había dado, se merecía algo mejor que una noche de sexo caliente con algún bombero fuera de servicio que tenía noches al azar llenas de terror y las manos que iban de mucha sensibilidad a ninguna en absoluto.


—Este verano.


Lo miró fijamente durante un largo momento antes de girarse y caminar hacia la puerta. Por encima de su hombro dijo suavemente:
—Realmente espero que consigas lo que buscas. Buenas noches, Pedro.


Dejándose caer al suelo hizo una flexión. Y luego otra, y otra para ahuyentar el vacío que lo esperaba.


Había conseguido todo el sueño que tendría esta noche.






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