lunes, 21 de septiembre de 2015

CAPITULO 2 (primera parte)






El llanto detuvo a Pedro Alfonso en seco en su camino. Esto había sido consensual, ¿verdad? Ella había agarrado su camiseta, y no al revés. Aún así, él debería haberlo sabido mejor al hacerlo con una mujer que parecía tan infeliz.


El problema era que, Pedro no había tenido a una mujer en casi seis meses. Y maldita sea, ésta se veía bien cuando golpeó la puerta del restaurante de su amigo. Ella había exigido entrar y tomar una bebida, pero él la habría dejado entrar de todos modos, con su largo cabello oscuro, senos que se enarbolan por la fresca brisa viniendo del lago, y un culo tan redondo y dulce que podía hacer llorar a un hombre.


Un incendio tras otro habían quemado toda su primavera, verano y la mayor parte del otoño. Cada catorce días él había conseguido dos días para dormir como los muertos y repostar. Y luego estaba de nuevo en las montañas; derribando árboles, fogatas contraproducentes, despejando líneas de fuego, y caminando rutas de treinta y dos kilómetros, con 70 litros de agua y motosierras en su espalda.


Ser un bombero forestal era el mejor maldito trabajo del mundo, ya sea que estuviera protegiendo a un millar de hectáreas de antiguo bosque o salvando casas en el borde del bosque cuando los propietarios ya habían perdido la esperanza de que tendrían un hogar al cual regresar.


Pedro nunca olvidaba ni por un segundo cuán afortunado era por ser un bombero HotShot. Luchar contra el fuego había salvado su vida, le había dado una manera de canalizar su innata ferocidad, y su ira adolescente, en algo bueno. Quince años más tarde, dormir en las rocas bajo una nube de humo negro seguía siendo tan bueno como el Ritz, pero seis meses de casi celibato apestaban. Sobre todo si se trataba de un año seco y la gente era estúpida sobre colillas de cigarrillos y fumar marihuana.


O, en algunos casos, si un pirómano tenía un interés personal.


Razón por la cual había estado feliz de dejar que esta mujer creyera que era un camarero real, sobre todo ya que su amigo Eduardo Myers, dueño del lugar, no volvería por lo menos durante una hora. Diablos, sí, ella había parecido ser la manera perfecta de romper la sequía de este verano.


Después de la forma en que ella había exigido entrar para tomar algo él debería haberlo pensado mejor en vez de tocar su piel dorada, debería haber mantenido su boca y manos fuera de la sexy extraña. Pero ella había sabido tan dulce. Y él había estado sorprendido por la instantánea electricidad entre ellos. No había deseado a una mujer así en años.


Tan pronto como el llanto de la mujer empezó, se detuvo. 


Sus brazos se aflojaron alrededor de su pecho. Después de ayudar a sobrevivientes del fuego frenéticos toda su vida adulta, Pedro sabía moverse lentamente, con cuidado.


Sus pupilas estaban enormes y por un minuto él creyó que ella realmente no lo veía. De repente, su mirada se centró.


—Oh Dios.


Él tenía que hacerle la pregunta difícil primero.


—¿Querías esto?


Ella parpadeó una vez, luego dos.


—No —dijo— Dios, no.


Mierda. Ella iba a darle la vuelta por algo que él no había hecho. No por su propia cuenta de todos modos. Pero eso no importaba, no cuando los mandamases del Servicio Forestal tendrían que sacarlo de su equipo hasta que hubieran establecido su investigación sobre el asunto. Todo por culpa de unos cuantos besos calientes.


Ella ya no estaba mirando hacia él cuando saltó lejos. 


Fragmentos de vidrio crujieron debajo de sus zapatos.


—Lo lamento —murmuró, casi para sí misma.


¿Lo lamentaba? Él no esperaba una disculpa, eso era seguro.


Ella sacudió otra mirada hacia él.


—No era mi intención que esto suceda. Nosotros casi...


Sus palabras se desvanecieron y él la miró atentamente. Ella era voluble e impredecible y él estaba mucho más allá de desear meterse en sus pantalones. Sus lágrimas apagaron ese fuego completamente. En cualquier caso, cada instinto le decía que ella estaba en problemas. Él ponía su vida en la línea años tras año para proteger a las personas. Infiernos, cuando tenía diecisiete años la ayuda había llegado en su camino cuando más la necesitaba. No podía alejarse de los problemas ahora, ni siquiera si era lo más inteligente de hacer.


—¿Necesitas ayuda?


Ella retrocedió aún más, golpeando la pared de paneles oscuros con el hombro. Ella negó con la cabeza.


—Lo lamento —dijo otra vez—. No debería haber venido aquí. Fue un error.


Parecía que iba a desplomarse, y él dio un paso hacia ella, listo para atraparla cuando cayese. La preocupación de que creyese que la había atacado tomó un segundo plano atrás de su preocupación por su salud y seguridad. Tenía que llevarla a un médico para averiguar si había algo física, o mentalmente, mal con ella y tenía miedo de decírselo a él.


Pero antes de que pudiera poner sus brazos de nuevo a su alrededor, ella voló fuera del bar, por los escalones hacia el comedor, y fue a través de la puerta principal en un instante. 


Treinta segundos más tarde, desapareció detrás de un bosque de árboles frondosos.









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