martes, 22 de septiembre de 2015

CAPITULO 6 (primera parte)





La incredulidad luchó con la furia en el intestino de Pedro.


Tahoe Pines había sido su equipo de bomberos HotShot durante quince años, y después de ver a Cristian salir en una ambulancia, estos chicos necesitaban desesperadamente su liderazgo.


La mayor parte de sus hombres habían estado luchando contra el fuego el tiempo suficiente para comprender los riesgos. Lesiones, y la muerte, iban de la mano con la lucha contra los incendios forestales. Cada bombero HotShot sabía cómo blindar sus emociones el tiempo suficiente para apagar el fuego; siempre, a veces, aun si hubiera perdido a un amigo cercano o un compañero con quien se hubiese unido. Pero a veces era más difícil ver a un hombre vivo arder de lo que era llorar a uno muerto.


Cualquiera de ellos podría haber sido capturado en la montaña esta mañana sin lugar adonde correr, rodeados por el fuego.


Un fuego que esta mujer creía que él había empezado.


El mismo fuego que él pensaba que Jose podría haber comenzado. Y si había sido Jose, incluso si hubiera sucedido cuando él había desaparecido en una de sus nieblas cerebrales y no tenía idea lo que estaba haciendo, una vez que había heridos, o, Dios no lo permita, muertos, él estaría en un infierno de problemas. Jose no era lo suficientemente fuerte como para resistir semanas o meses de interrogatorio, multas o incluso penas de prisión.


La resolución de Pedro se endureció. Tenía que proteger a Jose no importa qué. Incluso si eso significaba tomar el calor él mismo.


Sus puños estaban apretados sobre la pared detrás de la cabeza de Paula, mientras se obligaba a alejarse. Mientras que el Superintendente McCurdy estaba sentado en su cómodo despacho con aire acondicionado en la sede del Servicio Forestal, una hermosa mujer se enfrentaba a Pedro, y era una mensajera de la fatalidad que lucía un centenar de veces más caliente de lo que recordaba.


Lo cuál era decir mucho, teniendo en cuenta lo bien que ella había lucido seis meses atrás.


Infiernos sí, recordaba esa tarde en el bar de Eduardo muy bien. Demasiado bien. En su línea de trabajo, las novias venían y se iban, pero ninguna de las mujeres con las que había estado había quedado en su cerebro como ella.


Ahora, aquí estaba, de regreso en su vida, de nuevo salida de la nada.


Sin lugar a dudas, salir de la nada era su modus operandi. 


Pero esta vez ella no estaba aferrándose a su camisa, no estaba buceando sobre él, no estaba atascando su lengua hasta su garganta.


Esta vez lo estaba acusando de incendiario. Y ella quería ponerlo en el banco mientras un incendio forestal causaba estragos.


Pero no había manera de que él pudiera dejar que eso sucediera. Tenía que estar allí afuera vigilando a su equipo. 


Lo que significaba volver a salir a la montaña en pleno apogeo, blandiendo su motosierra y su Pulaski7 en la densa maleza en una hora.


—Mira, sé que es tu trabajo localizar incendiarios. El Servicio Forestal te ha enviado aquí para investigar. Lo entiendo. Pero tú y yo sabemos que no encendí ese fuego. Y tengo que volver allí para apagarlo. Entonces, ¿por qué no vas en búsqueda del verdadero pirómano y me dejas volver a mi trabajo?


—Me temo que eso no es posible, señor Alfonso.


La expresión de Paula se mantuvo neutral. Ella no estaba enojada. O nerviosa. En cambio, parecía fría. Frígida, incluso.


Ella tenía todas las mismas curvas en todos los mismos lugares, pero desde luego no era la mujer salvaje que había conocido en el bar de su amigo. En todo caso, estaba parada allí, sus pechos llenos y el dulce culo delineado a la perfección en su maldito traje, despreciándolo por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado y clavándolo de incendiario sospechoso en un incendio que casi había matado a uno de sus hombres.


Ella sacó un archivo de su maletín. Rápidamente volteando a través de las páginas, le entregó una hoja de papel.


Sus días fuera de la autoridad y salirse con la suya habían ido y venido desde hace mucho tiempo, por lo que agarró la página y la leyó. No tomó mucho tiempo buscar las palabras que eran tan buenas como una sentencia de muerte: si ignoraba las órdenes de suspensión para permanecer fuera de la montaña, se le prohibiría trabajar con el Servicio Forestal en cualquier capacidad, incluso en una oficina de la ciudad, para siempre: firmaba su amigo Superintendente McCurdy, Tahoe Basin del Servicio Forestal.


Estaba a punto de arrugar el papel y tirarlo en una papelera en la esquina cuando se dio cuenta de por qué el nombre de Paula le resultaba tan familiar. No porque ella se hubiera presentado a él en el bar antes de envolver sus piernas alrededor de su cintura, sino porque ella había sido coautora del informe del FBI sobre bomberos pirómanos.


Su equipo había jugado a los dardos con este hasta que las páginas se hicieron trizas.


—No es sólo conmigo, ¿verdad? Tienes algo en contra de los bomberos, ¿no?


—¿Cómo dices?


—Eres una excelente escritora —dijo, a la espera de que la conexión apareciera.


Sus labios se curvaron hacia arriba, pero ella no estaba sonriendo. Se sorprendió de no ver escarcha formándose sobre la superficie de su piel.


—Asumo que te estás refiriendo al informe del FBI al que he contribuido.


—Infiernos, cariño… —ella se estremeció ante el cariño— …toma el crédito donde se merece. Tú escribiste esa pequeña belleza, de principio a fin. Dime, además de una tarde en un bar, ¿qué hizo un bombero alguna vez para dañarte?



Su boca se apretó y aplanó.


—Mi padre era un bombero. También lo fue mí…


Ella se interrumpió bruscamente y él notó su extraño comportamiento. ¿Qué no le estaba diciendo?


—Tengo un infinito respeto por los bomberos —dijo finalmente.


—De seguro tienes una forma divertida de demostrarlo.


Ella entrecerró los ojos, la ira comenzaba a disipar su núcleo helado.


—Crecí rodeada por bomberos. Ellos fueron algunos de los mejores hombres que he conocido. ¿Cómo te atreves a acusarme de ser enviada a perseguirlos?


Sus palabras sonaron con sinceridad, pero él no estaba de humor para dar marcha atrás. No dado que ella había se había cruzado entre él y un incendio forestal, con montones de mierda burocrática.


—¿Entonces por qué diablos escribiste ese informe?


—No me diga que nunca ha llegado a un bombero al que le gustaba jugar con fuego, señor Alfonso. Cualquiera que haya trabajado en el Servicio de Bomberos conoce a alguien que tuvo un problema entusiasmándose con el fuego por las razones equivocadas.


Él inmediatamente pensó en Jose y su pecho se apretó. 


¿Qué demonios iba a hacer si Jose era realmente culpable?


Pedro no estaba familiarizado con el sabor amargo del miedo y seguro como el infierno que no le gustaba tragárselo. Una cosa era segura: Si la Sra. Investigadora de Bomberos HotShot iba a seguir empujándolo esperaba que ella estuviera preparada para que él devolviera el empujón.


—Dime una cosa, ¿alguna vez un investigador acusó a tu padre de incendiario?


El dolor se registró en sus ojos, en las pequeñas líneas alrededor de su boca, y él supo que había golpeado por debajo del cinturón, pero él estaba luchando por su vida, por sus compañeros bomberos, por Jose.


Haría lo que fuera necesario para mantenerlos a todos a salvo.


—No —ella tragó duro— Nunca. Mi padre fue un héroe.


—Mi punto exactamente —dijo él, invadiendo su espacio personal, una vez más. Él se acercó lo suficiente para ver que su piel teñida de oliva era aún impecable y que sus pómulos estaban más pronunciados de lo que recordaba.


Algo tiró de él, un sentido recordó que ella no había estado así hace seis meses, pero por otra parte, él no había estado exactamente estudiándola a distancia. Había estado frotando sus labios contra los suyos, mientras agarraba su culo con las dos manos.


—Los bomberos HotShot no encienden incendios que matan a sus propios hombres. Llama a McCurdy y dile que retire mi suspensión.


—Si quiere una plegaria para limpiar su nombre, Sr. Alfonso, le sugiero que deje de emitir órdenes ridículas y coopere con mi investigación.


A pesar de que estaba lo suficientemente cerca como para lamerla, su voz se mantuvo estable, irritantemente calma dado todo lo que acababa de lanzar hacia ella. Una parte de él no podía dejar de admirar a una mujer tan fuerte, a pesar de que le tenía las bolas en un férreo control. Ella ni siquiera había intentado alejarse de él. Según su experiencia, era una mujer rara la que no huía de la confrontación.


—Tú y yo sabemos que no hay nada que investigar —dijo de nuevo. Ella era un hueso duro de roer, pero él era un perro con un hueso, uno al que él no iba a renunciar en cualquier momento pronto—. Tú viste lo que pasó con Cristian. Tengo que volver al incendio para asegurar que el resto de mis hombres salgan en una sola pieza.


Tenía la boca apretada cuando agarró su maletín de la mesa.


—Una vez más, estoy muy apenada por el accidente de hoy. Pero esta suspensión se mantiene. Y te aconsejo cumplir con las instrucciones del Superintendente McCurdy.


Quince años luchando contra el fuego le habían enseñado a volver a calcular su plan de ataque cada vez que las llamas tomaban una nueva dirección. Era el momento de hacer eso mismo con Paula.


—¿Tu jefe ya sabe sobre nosotros?


Sus ojos se estrecharon.


—No hay nada que saber.


—¿Estás segura de eso? —Jugando su corazonada de que ella no había olvidado la forma en que había respondido a su boca sobre sus pechos, sus dedos en sus bragas, él dijo—: Ese día en el bar, nunca tuve la oportunidad de decirte lo bonita que eras.


Ella sostuvo su maletín delante de su cuerpo como un escudo.


—No estoy interesada en hablar de ese día. Nuestro encuentro anterior no tiene nada que ver con esta situación. Nada en absoluto.


Dejó que su mirada vagara por su cuerpo de una manera pausada.


—La forma en que te estiraste a través de la barra y me agarraste fue algo salido directamente de las fantasías de cada tipo. Sobre todo cuando la chica luce como tú. Cuando ella responde así.


—Señor Alfonso—dijo ella, con tono frágil y, finalmente, enojada—: Yo estoy mucho más allá del punto de seguirle la corriente. Me pondré en contacto de nuevo para una entrevista personal. Hasta entonces le aconsejo que se mantenga alejado del fuego y no moleste a mi jefe. Él sabrá lo que usted está tratando de hacer —ella abrió su postura—. Puedo garantizarle que él no me sacará de este caso. Algo que sucedió hace seis meses no va a cambiar mi metodología o mi evaluación de la delincuencia.


Un golpe sonó y la voz de Gabriel penetró la gruesa puerta de metal resistente al fuego.


Pedro, tenemos más problemas en la montaña.


Después de diez años juntos en la línea de fuego, Gabriel sabía que el viaje anterior de Pedro a la sala de emergencia no significaba nada y que, siempre y cuando Pedro pudiera caminar y usar sus manos, nada lo mantendría alejado de un incendio.


Nada excepto un investigador de incendios entregándole sus papeles de suspensión temporal, por cortesía del número uno en el Servicio Forestal.


Pedro abrió la puerta de un tirón y Gabriel lanzó una mirada de disculpa a Paula.


—Perdón por interrumpir la reunión.


No tenía sentido perder el tiempo en cortesías. Si Gabriel sabía por qué Paula estaba realmente allí, no se tomaría la molestia de ser amable.


—¿Qué está pasando? —preguntó Pedro.


—Los vientos han cambiado y el fuego se dirige en línea recta hacia el desarrollo de nuevas viviendas en la cresta suroeste.


Pedro maldijo. Era justo el tipo de malas noticias que no necesitaba en estos momentos. Si el fuego tomaba un barrio de casas de millones de dólares, las compañías de seguros pagarían la cuenta. Sin embargo, los Bomberos HotShot de Tahoe Pines cargarían con la culpa.


Rápidamente dio sus instrucciones.


—Llama a varios equipos urbanos para mojar los tejados y corta las líneas de fuego en la superficie circundante bordeando las propiedades.


—¿Vas a tomar la montaña o el desarrollo de viviendas? —preguntó Gabriel.


—Ninguno —dijo Pedro, lanzando la enorme e inesperada bomba sobre su jefe de escuadra—. Estoy fuera por ahora.


—¿Qué demonios?


—Apagué un par de fogatas de campamentos al azar en Desolation la semana pasada y algunos excursionistas me reportaron al guardabosque. Además, alguien dijo mi nombre en la línea de denuncia y ahora los mandamases del Servicio Forestal creen que encendí este fuego. Estoy en suspensión hasta que encuentren al verdadero pirómano.
Gabriel se pasó la mano por la cara y cuando volvió a mirar a Pedro, era como si hubiera envejecido una década.


—No puedo creer esto. ¿Eres un maldito héroe y ellos están tratando de clavar esto sobre ti?


—Se ve bien en papel. Estoy seguro de que ella estaría feliz de poder decirte más —pero cuando se volvió hacia la habitación, Paula se había ido—. Mierda.


Tenía que concedérselo, además de ser valiente, era astuta. 


Y rápida. A este ritmo, ella tendría la soga alrededor de su cuello al caer la noche.


—Todavía no puedo creer esto —repitió Gabriel.


Pedro necesitaba salir de la estación y seguir a Paula. Si él fuera ella, el primer lugar al que iría a hacer preguntas era a la cabaña de Jose. Después de todo, el hombre lo había acogido en su adolescencia por razones no especificadas.


 Ella no era tonta, sabía que había una historia allí.


Sólo tres personas en Lago Tahoe conocían la verdadera historia de Pedro: Jose; su hijo, Dennis; y Pedro mismo. 


Si Jose estuviera bien, no había manera en el infierno que diera los secretos de Pedro. Pero si la mente de Jose vagaba en la oscuridad, incluso durante sesenta segundos, daño irreparable podría hacerse.


Pedro rápidamente tranquilizó al jefe de escuadrón.


—Tienes esto bajo control, Gabriel. No me necesitas ahí. Pon a Samuel en el punto de anclaje con las radios. Toma la mitad del equipo para las casas, cava una amplia línea a lo largo de la frontera de tierra salvaje, y mantén los techos y jardines húmedos.


No esperó la respuesta de Gabriel. Su jefe de escuadrón y experimentado equipo lidiarían con el fuego. Tenía una fe esencial en ellos.


Era Paula Chaves de quien no se fiaba





7 Pulaski es mundialmente reconocido como el inventor de la herramienta Pulaski. empleada en incendios forestales, que se caracteriza por contar en su cabeza con un hacha para corte y una azada para cavar o remover tierra.

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