Ella había estado deseando comida china desesperadamente, por lo que había conducido a la ciudad para comprar comida para llevar. Después de vomitar toda la mañana, había estado tan muerta de hambre que no pudo salir del aparcamiento sin sumergirse en la carne de cerdo mu-shu.
Había mezclado la salsa de ciruela con la col y la carne en sus dedos y casi la inhalaba, apenas teniendo un momento para apreciar la combinación dulce- salada antes que el ardor de estómago llegara, justo debajo de sus costillas.
Su obstetra dijo que era normal, que el malestar por las mañanas se aliviaría tan pronto como entrara en su segundo trimestre, la semana próxima, pero que el ardor de estómago probablemente se volvería peor, junto con un posible estreñimiento por las pastillas de hierro y estar despierta toda la noche por las patadas del bebé.
El doctor había sonreído y dicho:
—Mucho para considerar en el futuro, ¿verdad?
Y Paula no había querido admitir que todavía estaba tratando de hacerse a la idea de que estaba embarazada.
Y del asombroso hecho de que sería la señora de Pedro Alfonso en una semana.
El restaurante chino estaba en un remolque justo afuera de la carretera 50, sabiendo por el camino que estaba muy ocupado todo el año con los turistas, Paula regresó cuidadosamente al tráfico, poniendo su señal para hacer una vuelta en U desde el carril central. Cuando la vista pareció despejada, apretó el pedal del acelerador.
De la nada, una gran limusina blanca salió hacia ella. Podía verla venir, podía ver la expresión horrorizada del conductor, pero no importó lo mucho que presionó el acelerador, no pudo salir del camino a tiempo. Ella fue lanzada contra el volante, y cuando su cráneo golpeó el cristal todo lo que podía pensar era en su bebé... y la súbita comprensión de cuán desesperadamente lo quería.
Entrando y saliendo de la conciencia mientras llegaban camiones de bomberos y ambulancias al lugar, sintió que alguien la movía a una camilla. Intentó hablar, pero no pudo conseguir que sus labios se movieran.
Su estómago se volteó sobre sí mismo justo cuando oyó a alguien decir:
—Hay sangre. Entre sus piernas.
Sintió una mano en su hombro.
Sintió una mano en su hombro.
—Señora, ¿me oye? ¿Me puede decir si está embarazada?
Pero no podía asentir con la cabeza, no podía moverse, hablar o hacer cualquier cosa para decirle que tenía que salvar a su bebé.
Y luego vino una nueva voz, sus tonos ricos y profundos tan cercanos y queridos para ella.
—Sí, ella está embarazada.
Pedro. La había encontrado. Él haría que todo estuviera bien, como siempre lo hacía.
De alguna manera se las arregló para abrir los ojos, pero cuando levantó la vista vio a Cristian Alfonso, el hermano menor de Pedro, de rodillas sobre ella, hablando por su radio.
—¡Dile a Pedro que necesita salir de la montaña ahora! Paula estuvo en un accidente de tráfico en la autopista 50.
Más calambres la golpearon unos tras otros y sintió un líquido espeso y cálido filtrarse entre sus piernas.
Paula gritó:
—¡Pedro!
Pero era demasiado tarde para que él la ayudara. Su bebé se había ido.
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— ¿Puede oírme, señora?
Abrió los ojos y vio que las cejas del bombero estaban fruncidas por la preocupación.
— ¿Me puede decir si está embarazada?
Paula parpadeó, dándose cuenta tardíamente de que instintivamente había movido las manos a su abdomen.
La realidad volvió cuando se percató que el héroe que había venido a su rescate no era Pedro. Su embarazo fallido no era nada más que un recuerdo lejano que usualmente mantenía bajo llave, enterrado en lo más recóndito de su corazón.
Sintiendo el aguijón húmedo de lágrimas en los ojos y susurró:
—No, no estoy embarazada —y entonces todo se desvaneció a negro.
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