—Lo lamento —dijo la doctora en voz baja—. Tu hermano no lo logró.
Ojos oscuros parpadearon con incredulidad. Esto no estaba sucediendo. Su mellizo no podía estar muerto. No cuando estuvieron juntos esa misma tarde. Compartieron un par de cervezas en amigable silencio hasta que Jacobo trajo lo del laboratorio de metanfetamina de nuevo, diciendo que no tenían el dinero suficiente, que debían cerrar el negocio antes que se enredaran y terminaran en la cárcel. Pocas horas antes, le había dicho a Jacobo que se fuera al infierno, le dijo que él era el cerebro de la empresa y sabía lo que era mejor para los dos.
De acuerdo con los paramédicos, Jacobo había estado conduciendo por la carretera 70 cuando sus neumáticos resbalaron sobre el hielo negro. Se estrelló de frente contra otro vehículo y los paramédicos se habían apresurado a llevar a Jacobo al Hospital General de Vail.
Durante dos horas, Jacobo había estado luchando por su vida. Ahora no estaba peleando más.
El cuerpo del hombre rechazó la noticia, de la cabeza a los pies, por dentro y por fuera. La bilis subió por su garganta y vomitó sobre las baldosas de linóleo de color azul y verde en vez de lanzarse a un bote de basura.
Más que solo mellizos, él y Jacobo habían sido extensiones del otro. Perder a su hermano era como ser escindido en dos, a través de sus huesos, vísceras y órganos.
Necesitaba aire, necesitaba salir de la sala de espera de la UCI, lejos de todas esas personas que todavía tenían la esperanza de que sus seres queridos se recuperaran de ataques cardíacos y coágulos sanguíneos. Abrió la puerta hacia el patio, justo a tiempo para ver a un chillón grupo de periodistas acosando a todo aquel que llevara delantal.
— ¿Tiene una actualización de Paula Chaves? —preguntó uno de los reporteros en un hilo de voz, a una enfermera que pasaba.
Otro se precipitó hacia un médico, luces intermitentes, cámara lista.
—Nos han dicho que Paula Chaves estuvo en una colisión frontal en la carretera 70. ¿Podría confirmar eso para nosotros, doctor?
¿Paula Chaves?
¿Ella era el otro conductor? ¿Era la persona cuya inútil conducción había terminado con la vida de Jacobo?
Sólo la había visto en su espectáculo de televisión por cable un puñado de veces en los últimos años, pero su rostro estaba en la tapa de suficientes diarios y revistas para que supiera qué aspecto tenía.
Rubia. Mimada. Rica. Sin ninguna preocupación en el mundo.
—Por favor —rogó otro reportero al médico— podría decirnos cómo está ella, ¿si ha sido gravemente herida, o si va a estar bien?
.
Ninguno de los periodistas había dicho siquiera que había otra persona involucrada en el accidente. Todo lo que importaba era Paula, Paula, Paula.
Saber que a nadie le importaba una mierda su hermano fue un golpe lo suficientemente grande como para enviarlo por completo sobre el borde.
— ¿Le gustaría volver a entrar para despedirse?
La doctora que le había dado la mala noticia todavía estaba esperando por él junto a la puerta. Su voz era amable sin embargo sabía que su hermano era solo un extraño más que había muerto durante su turno.
Antes que pudiera responder, una chica alta y rubia pasó corriendo hacia la sala de espera. Por un momento no podía creer lo que veía.
Si Paula Chaves había estado en el accidente con su hermano, ¿cómo estaba corriendo junto a él ahora?
Le tomó unos minutos darse cuenta que esa chica con jeans manchados de suciedad y un impermeable de gran tamaño, apenas había salido de la adolescencia. A pesar de que tenía un asombroso parecido con la famosa cara que había visto decenas de veces, no había manera que fuera la “importante” mujer sobre la que los periodistas trepaban unos sobre otros para obtener una primicia.
—Soy la hermana de Paula Chaves —dijo la niña a la doctora con voz entrecortada, sus mejillas surcadas de lágrimas—. Vi en la televisión que Paula estuvo en un accidente —ella agarró el brazo de la doctora—. ¡Tengo que verla!
La doctora los miró a los dos e incluso en su niebla de dolor, pudo ver que ella se debatía entre el tipo con el hermano muerto y la chica con la hermana herida. Pero ambos sabían que la famosa hermana iba a ganar.
—Disculpen, Jeannie, ¿podrías venir a ayudarme?
Un momento después, una joven enfermera dio vuelta en la esquina y la doctora le explicó: —Esta es la hermana de Paula Chaves.
—Ven conmigo —dijo la enfermera a la niña, cuyo abrigo estaba goteando en un charco sobre la alfombra—. Voy a tener que ver tu identificación primero.
—Ella no va a morir, ¿verdad? —preguntó la hermana de Paula con voz temblorosa.
—No lo sé, cariño —dijo la enfermera con voz suave—. Vas a tener que preguntarle a su médico.
—Lamento mucho todo esto —le dijo la médica a él mientras pasaba su insignia por delante de la cerradura de la puerta de la UCI—. Sé lo difícil que es para usted.
Quería utilizar a la médica como un saco de boxeo, gritar que ella no sabía absolutamente nada acerca de él, nada sobre el agujero en su pecho que estaba haciéndose más grande a cada segundo. En cambio, en silencio la siguió por el pasillo hasta la concurrida UCI.
Las luces del techo habían sido atenuadas en la pequeña habitación de su hermano y una sábana blanca se había colocado sobre su cuerpo. La doctora quitó la tela para revelar la cara sin vida de su hermano y antes de que pudiera prepararse a sí mismo, un dolor como jamás había sentido lo arrasó. Se sentía mareado y aturdido. Como si pudiera caer al suelo en cualquier momento.
Aproximándose y tocando suavemente el rostro sin movimiento de su hermano, tan parecido al suyo, sintió cálidas lágrimas rayar su rostro.
— ¿Quisiera que lo deje por unos minutos?
Era claro lo mucho que la doctora quería alejarse de él y su profunda tristeza quebrantadora de almas.
Él asintió con la cabeza, tomando la tiesa mano de su hermano en la suya. Toda su vida había cuidado de Jacobo, quien había sido el imprudente, el que nunca podía mantener un trabajo, el mellizo que nunca podía mantener sus puños en los bolsillos. Jacobo era el motivo por el que se había metido en el tráfico de drogas. Fabricar y vender metanfetaminas había parecido una manera fácil de mantener a ambos.
Si tan sólo no hubieran peleado esa tarde, entonces tal vez Jacobo se habría quedado a pasar el rato un poco más, se habría dado cuenta que los caminos estaban demasiado helados para conducir y habría pasado la noche allí.
Si sólo Paula Chaves se hubiera desviado del camino, o mejor aún, si nunca se hubiera metido en la carretera.
Todo era culpa de ella.
—Voy a hacerle pagar por lo que te hizo, te lo juro —prometió a su hermano.
Agachándose, le dio un beso en la frente a Jacobo.
Limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, soltó la mano de Jacobo y fue poco a poco saliendo de la UCI cuando la vio.
Limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, soltó la mano de Jacobo y fue poco a poco saliendo de la UCI cuando la vio.
En una habitación a una docena de pasos de la salida, Paula Chaves estaba acostada en una cama detrás de una pared de vidrio, conectada a una vía intravenosa, su pelo rubio colocado detrás suyo en un abanico sobre la almohada. Una enfermera estaba ocupada lidiando con una llamada telefónica justo afuera de la habitación y no le prestaba ninguna atención a él mientras permanecía allí parado mirando.
Ver que la perra seguía viva, respirando y parpadeando, la sangre aun bombeando por sus venas, mientras que su hermano estaba muerto, sólo confirmó que ella tenía la culpa.
Ningún jurado la declararía culpable de mala conducta. Ella era demasiado famosa, demasiado bonita para que alguien pensara que podía haber hecho algo malo. Había matado a su hermano e iba a salirse con la suya.
****
Todavía mirándola, la rabia y el dolor se acumularon y aumentaron dentro suyo hasta que no quedó sitio para nada más. La enfermera finalmente se fijó en él y cuando lo miró de forma extraña, él se giró para salir.
Justo en ese momento, la hermana de Paula irrumpió a través de las puertas de la UCI, su hombro golpeando contra el suyo por la prisa.
Y fue entonces cuando se dio cuenta que ya tenía el arma perfecta. Paula Chaves había matado a su hermano.
Él mataría a su hermana.
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