martes, 13 de octubre de 2015

CAPITULO 30 (segunda parte)




—Tomaré la delantera ahora —le dijo en voz baja—. Si algo parece peligroso, si estuviéramos en cualquier tipo de peligro, quiero que te largues como el infierno fuera de aquí.


Ella sacudió la cabeza.


—Ni siquiera deberías estar aquí. Agustina es mi hermana, no la tuya. Y no importa lo peligroso que sea, no me voy sin ti.


Su expresión era más dura que el granito que acababan de escalar.


—Puedo cuidar de mí mismo y voy a encontrar a tu hermana. Pero no te dejaré arriesgar tu vida. Y no voy a dejar que te hagas daño. Prométeme que irás por ayuda si pasa algo o no ponemos un pie en la comuna.


—Está bien —dijo ella finalmente, aceptando que Pedro no podía despojarse de sus instintos de protección. Él necesitaba oírselo decir—. Prometo que iré por ayuda.


Poco a poco, se movieron a través de gruesos y densos arbustos hasta que llegaron a una valla metálica. Ella no estaba segura de lo que harían si se encontraban con alguien con un arma de fuego. Las únicas que había visto eran las que entraban con los novios de su madre y, afortunadamente, salían cuando ellos se iban. Nadie le había advertido de no tocarlas cuando era una  niña; ella solo lo había sabido.


— ¿Quiénes son ustedes?


La aguda voz la sobresaltó y saltó contra Pedro. Él puso sus manos sobre sus hombros y estuvo agradecida por su fuerza tranquilizadora.


Una chica pequeña y regordeta con rastas y mala piel estaba de pie en los arbustos.


—Esto es propiedad privada. Lárguense.


Paula se mostró sorprendida por las duras palabras saliendo con voz de bebé. Pero se sintió aliviada al ver que, por lo que podía decir, la chica no tenía ningún arma con ella. 


Sobre la base de lo que Will y Pedro habían dicho acerca de las sospechosas actividades relacionadas con las drogas en la comuna, Paula casi había esperado guardias armados.


—Estoy buscando a Agustina Chaves. Soy su hermana.


Los ojos de la muchacha se abrieron antes que su rostro cambiara a una mueca de desprecio.


—Debes ser la celebridad rica, ¿eh?


Paula fue tomada por sorpresa por la ironía de la extraña y le tomó unos segundos extra encontrar las palabras:
— ¿Ella está aquí?


Contuvo la respiración mientras esperaba que la niña respondiera, nunca había sido capaz de dejar de lado la pizca de esperanza de que su hermana estuviera viva y bien en la comuna cuando llegaran.


La niña la miró como si fuera extremadamente lenta.


—Por supuesto que no. Ella fue a verte.


El duro golpe fue demasiado rápido para que Paula lo desviara. Afortunadamente, Pedro estaba justo detrás suyo con un brazo alrededor de su cintura.


Recogiendo el interrogatorio, él preguntó:
— ¿Alguien ha sabido de ella desde que se fue?


La chica negó con la cabeza.


—Cuando ella no se presentó a las tareas de esta mañana supusimos que había decidido regresar a San Francisco sin decirle a nadie.


—No —dijo Paula, encontrando su voz—. Eso no es lo que pasó. Ella me llamó ayer. Está en problemas.


Paula no sabía que había esperado. Un poco de pánico por parte de la  chica podría haber sido bueno. En cambio, se encogió de hombros.


—Estoy segura de que está bien.


Algo le dijo a Paula que esta chica no se preocupaba mucho por Agustina. Quería saber por qué; y si eso pudiera tener algo que ver con la desaparición de su hermana.


Pero antes de que pudiera interrogarla, Pedro dijo:
— ¿Nos puedes indicar dónde ha estado viviendo para que podamos ver si dejó alguna pista en cuanto hacia dónde se fue?


La muchacha lució cautelosa.


—Normalmente no permitimos extraños en la Granja.


—No soy una extraña. Soy su hermana.


Los ojos entrecerrados la escanearon, de arriba a abajo.


—Lo que sea. Ya que eres su hermana y todo. Aunque estoy segura de que Pablo te sacará a patadas lo suficientemente pronto —dijo, al guiarlos dentro de las puertas, se volvió hacia Pedro—. ¿Quién eres tú?


—Amigo de la familia. Lidera el camino.


Era apenas una orden enmascarada que la niña no pudo dejar de obedecer. Cuando ella les indicó que la siguieran a través de las zarzas, Pedro susurró:
—Vamos a ver qué podemos aprender de los amigos de Agustina, antes de sacar alguna conclusión. Probablemente saben más de lo que creen.


No estaba segura de si creía algo de lo que él estaba diciendo, pero eso no detuvo a Paula de enviar un agradecimiento silencioso porque estuviera allí con ella. 


Necesitaba succionar su fuerza hasta poder trasladarse por su cuenta.


Caminaron más allá de la valla y de la espesa vegetación y Paula se sorprendió al encontrar que la comuna estaba extremadamente limpia y ordenada. Hileras de árboles frutales y terrenos exuberantes con verduras crecían hacia el oeste de los graneros de techo bajo. Incluso había una casa blanca con un porche en la parte superior de la pradera.


Aún más sorprendente, había un cochecito de bebé descolorido en la entrada de una de las muchas chozas que se alzaban a lo largo de los bordes de la pradera donde los árboles altos comenzaban de nuevo. Oyó risas y vio a los niños jugando con un lindo perrito que estaba acostado sobre su espalda mientras le frotaban su vientre.


¿Agustina estaba diciéndole la verdad cuando dijo que no era un mal lugar?


—Esta es la Granja —dijo la chica, agitando sus brazos a través de las  colinas onduladas.


Era un valle muy hermoso, rodeado de altas montañas por todos los lados. Un sonido bajo, claramente no humano bramó hacia ellos y ella saltó en alarma. Pedro señaló a su izquierda y se dio cuenta que estaban de pie junto a un corral de ovejas. Los cerdos y las cabras se encontraban en secciones separadas por cercas y aunque no tenía experiencia con ganado, los corrales de los animales parecían bastante ordenados.


Y, sin embargo, un escalofrío pasó a través de Paula, uno que nada tenía que ver con la ligera brisa agitando las hojas de los altos álamos. Había crecido en un lugar oscuro y aterrador, y aunque sus ojos no pudieran encontrar nada que temer en la bucólica escena delante de ellos, el hecho de que su hermana hubiese desaparecido mantenía la misma presencia oscura cerniéndose sobre todo.


Cruzando entre los huertos, siguieron a la chica hacia  una pequeña choza, no más grande que un cobertizo de jardín de diez por diez.


— ¿Aquí es donde vivía? —preguntó Paula, inmediatamente horrorizada por la falta de calefacción, agua corriente, cocina o baño.


—Vivimos tan simple como nos es posible. Agustina en verdad abrazó esto.


¿Era eso cierto? ¿Agustina habría abrazado un sustituto de “familia” a pesar de que había apartado a su propia carne y sangre?


El cobertizo era limpio y sencillo y, sin embargo, casi tan pronto como entró en la construcción, Paula descubrió que no podía pasar ni un segundo más dentro de la primitiva habitación de Agustina.


Desde que salió del remolque de su madre para no volver, nunca se había sentido bien en espacios pequeños y odiaba absolutamente sentirse atrapada, razón por la cual se había comprado un apartamento con ventanas del suelo al techo y cada habitación tenía una vista espectacular del puente Golden Gate. Eso la hacía sentir como si pudiera escapar de un momento a otro, le daba la impresión de no estar oprimida, de no estar atrapada.


De todas maneras, aunque estaba mucho más limpio, esta pequeña cabaña se sentía como el remolque en el que había crecido. Había jurado que ella y Agustina nunca vivirían de esta manera otra vez.


¿Cómo podía su hermana haber hecho esta elección? 


¿Especialmente teniendo en cuenta todas las oportunidades que Paula había trabajado duro para ofrecerle?


Si sólo ella y Agustina hubieran sido capaces de verse en los ojos de la otra.


Entonces, tal vez nada de esto habría sucedido.


Ella pasó junto a Pedro para llegar al exterior y él le dio una mirada que parecía decir: “Todo va a estar bien”.



Pero ella no estaba tan segura de que todo estaría bien, sobre todo cuando vio a tres hombres, dos tan grandes que parecían gigantes, flaqueando al tercero, esperando por ella fuera del cobertizo de Agustina.







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