jueves, 15 de octubre de 2015
CAPITULO 39 (segunda parte)
Conforme conducían la moto todo terreno por el camino de regreso a la Granja, el corazón de Pedro se le salía del pecho ante la increíble mujer agarrándolo fuertemente desde atrás. Pensó que había pasado por un infierno con Cristian, pero no sólo había sido capaz de rescatar inmediatamente a su hermano, había tenido la satisfacción de apagar personalmente el incendio responsable de derretir la piel de Cristian. Considerando que Paula avanzaba sin pistas, sólo cabían más desastres y más desgracias.
No había nada de júbilo en su viaje de regreso, nada de risas. Incluso el cielo azul estaba ahora gris, expulsando fría lluvia sobre ellos como un insulto final.
Ella tembló contra él y todo lo que Pedro quería era que se quitara las prendas húmedas y se acomodara en un lugar cálido y seco con algo de comida y agua. Cuando llegaron al primero de los amplios troncos en el medio del sendero, Pedro tomó una decisión por el impulso del momento e intentó llevar la motocicleta por encima del obstáculo.
Los dientes de Paula estaban castañeteando cuando se bajó de la motocicleta y Pedro no tuvo que pensar dos veces en levantar la moto al otro lado del camino. Ella había trepado fácilmente por encima de los troncos del camino yendo hacia el campamento, pero ahora, entre su fatiga y desesperación, sabía que necesitaría su ayuda.
El hecho de que le permitiera auxiliarla sin protesta, le preocupó más que otra cosa. Haría lo que fuese por ver regresar el brillo en sus ojos.
Después de lo que pareció una eternidad de rechinidos a través del lodo y saltar dolorosamente sobre las interminables rocas del camino, bajarse y cargar la moto hacia el otro lado, se metieron a través de las puertas de Granja. Pedro estacionó la motocicleta cerca de un viejo tractor.
Los labios de Paula tenían un tenue color azul y él estaba tan preocupado por ella que se agachó, la levantó en los brazos y se dirigió hacia la casa de Pablo.
—Puedo andar por mi cuenta —protestó, pero su voz sonaba débil, vacilante y totalmente diferente a lo normal.
—Lo sé, cariño —le dijo—. Déjame cuidar de ti.
De nuevo, le preocupó que ella no peleara con él por eso.
Necesitaba calentarla y secarla a la mayor brevedad posible.
Al menos, se dio cuenta.
—Nuestra tienda está en la otra dirección.
—Necesitas una ducha caliente —le explicó— e imagino que Pablo puede ser la única persona aquí que tiene una.
Un poco más tarde, tras casi correr por la pradera con Paula en sus brazos, Pedro golpeó la puerta de Pablo. El dueño de la Granja inmediatamente los acompañó dentro del benditamente cálido lugar luciendo preocupado cuando notó que eran solo dos.
—No encontraron a Agustina.
—Te lo explicaré todo muy pronto —dijo Pedro, cortando cualquier posible discusión—. Ahora mismo, necesito meter a Paula en agua caliente.
Pablo asintió.
—Sígueme.
Pedro se sorprendió cuando Pablo los llevó por la puerta trasera, por un corto sendero de grava, y los metió en una sorprendentemente agradable y pequeña casa de invitados, con cocina, baño y una chimenea en la sala de estar.
—Traeré sus bolsos, ropa limpia y seca, y algo de comida a la terraza cubierta —dijo Pablo antes de cerrar la puerta.
Dejando lodo a través del suelo de cemento,Pedro se dirigió hacia el azulejado cuarto de baño. Aún acunándola con fuerza contra su pecho con un brazo, abrió la ducha con la otra. Rápidamente, el agua pasó de fría a caliente y la llevó bajo el chorro, ambos completamente vestidos.
La expresión de su rostro cuando finalmente dejó de temblar era tan hermosa que le cortaba la respiración. Diciéndose a sí mismo que su trabajo estaba hecho, cuidadosamente la apoyó sobre sus pies.
— ¿Te sientes mejor ahora?
Una parte de él esperaba que dijera que no, que le suplicara que se quedara.
En cambio, ella asintió, sus grandes ojos verdes manteniendo los suyos cautivos.
—Gracias por todo, Pedro.
Incluso cuando cada célula de su cuerpo le gritaba que la besara, sabía que no podía. Ya había pasado por bastante sin tenerle a él manoseándola mientras todas sus defensas estaban bajas.
Se obligó a sí mismo a alejarse del agua, lejos de donde sus prendas estaban pegadas a sus curvas, delineando cada delicioso centímetro de su cuerpo.
—Voy a recoger nuestras cosas y dejaré algunas prendas secas para ti sobre la cama.
Dios, iba a matarle permanecer lejos de esta ducha, especialmente cuando sabía que ella estaba a punto de quitarse la ropa y dejar correr el agua por su piel desnuda.
Su polla empujó la parte posterior de su cremallera, desesperada por salir y unirse a la fiesta. Se obligó a darse la vuelta antes de que ella viera lo mucho que la deseaba.
—Tómate todo el tiempo que necesites para calentarte —dijo, deteniéndose en la puerta para un último vistazo—. No quiero que te pongas enferma.
Sus mejillas estaban sonrojadas y él se dijo a sí mismo que era simplemente por pasar de la fría lluvia a la cálida ducha, no es que Paula estuviera teniendo un pensamiento similar a hacer el amor con él. Tirando de una casi vacía fuerza de voluntad, salió del cuarto de baño y cerró la puerta.
Su hermana todavía estaba desaparecida, por el amor de Dios. Encontrar a Agustina era la única cosa en la que debería estar pensando.
Pero no podía borrar la sensual imagen de Paula de pie en la ducha, o lo fácil que habría sido quitarle las prendas. En lugar de una ducha fría, Pedro salió por la puerta principal, más allá de la comida y de sus mochilas, las que Pablo ya había dejado en la terraza.
Bolitas heladas de lluvia tendrían que resolver el problema.
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