jueves, 15 de octubre de 2015

CAPITULO 38 (segunda parte)






Dos horas más tarde, después de que los patrulleros y autobombas se alejaran, después de que la multitud de espectadores se hubiera aburrido y dispersado a sus hogueras y juegos de cartas, después de que Pedro y ella hubieran rodeado el campamento dos veces buscando pistas, sin encontrar absolutamente nada, Paula estaba a punto de renunciar a la esperanza.


Nunca había sido capaz de olvidar el dolor de tener once años y ver al oficial del Estado alejarse con Agustina. Perder a su propio bebé había sido brutal y, por supuesto, la ruptura con Pedro había sido horrible. Pero sentada contra un árbol, con sus rodillas debajo de su barbilla mientras se abrazaba a sí misma en una bola sobre el suelo de tierra del bosque, saber que su hermana estaba a la merced de algún anónimo asqueroso... bueno, eso era casi insoportable.


Pedro se había ofrecido a lidiar con la policía, pero aunque se sentía tan en carne viva y sus miedos sobre su hermana quemándose viva en la cabaña, estaban todavía atascados en cada poro, en cada célula, en cada aliento que tomaba, Paula había sentido que era mejor si hablaba directamente con los policías.


No es que hubiera importado. Por supuesto, la policía había tomado notas. Habían parecido preocupados. Pero también dejaron perfectamente claro que no tenían los recursos para lanzarse sobre el caso, no con un par de recientes asesinatos en el área, los cuales tenían una prioridad más alta.


— ¿Por qué no van a hacer nada por encontrarla? —le preguntó a Pedro—. Parece como si apenas me tomaran en serio.


Para Paula, parecía que los policías habían estado mucho más preocupados sobre quién había encendido el fuego, haciéndole a Pedro interminables preguntas sobre cómo había sido capaz de apagarlo sin un autobomba y el equipo de bombero.


Sentado a su lado ahora, su brazo alrededor de sus hombros en un estallido de calidez contra sus fríos miembros, Pedro presionó sus labios contra la parte superior de su cabeza.


—No ha cambiado nada de nuestro plan original —le recordó—. Vamos a encontrar a Agustina.


Anhelaba creerle, pero no estaba segura de sí podría hacerlo de nuevo. Su vida se había convertido en un mal sueño. Una pesadilla surrealista. Quería salir como el infierno de allí y pretender que nada de esto estaba ocurriendo, que todo  era exactamente como había sido antes de venir a Colorado.


Pero no podía hacer ninguna de esas cosas. Porque Agustina todavía estaba desaparecida, incluso después de haber estado tan cerca de encontrarla.


—No voy a mentirte. He estado en algunos incendios forestales realmente horribles, pero nunca he estado en una situación como esta —se detuvo, llevó sus manos a sus labios y depositó un beso contra sus nudillos—. Tampoco te he tenido nunca a mi lado. Eso es por lo que sé que vamos a encontrar a Agustina y llevarla a casa.


Ella quería escuchar sus palabras, más que a todas las voces en su cabeza, las cuales le decían que era demasiado tarde, que no iba a ver a Agustina de nuevo. Pero creer que todo iba a salir bien después de la llamada telefónica de Agustina había sido su gran error.


Su esperanza se había destrozado irreparablemente y eso le hacía sentir rota por dentro.


— ¿Cómo puedes tener ese tipo de fe en mí?—susurró ella—. Le he fallado, Pedro.


—Ten seguridad de que no le estás fallando. Te estás empujando a ti misma a los límites para ayudarla. Y confía en mí, Agustina te conoce lo suficientemente bien como para saber que no la has abandonado. Eres tenaz. Y la quieres. Por lo que si no puede escapar otra vez, estará aguantando y esperándote. Ella sabe que estás llegando. Siempre lo ha sabido.


Paula apenas podía tragar por el nudo en su  garganta.


—Estoy tan asustada, Pedro —Dios, ella odiaba las lágrimas, odiaba la debilidad y la completa pérdida de control—. Odio no saber qué hacer a continuación.


—Por supuesto que estás asustada. Es tu hermana y la amas. Pero tienes que ver que esto no es muy diferente a luchar para sacar a Agustina del sistema de acogida.


—Lo es —protestó.


—No realmente. No sabías mucho sobre la gente con la que ella vivía entonces. Pero sabías que era infeliz, por lo que luchaste, luchaste, luchaste y luchaste por ella. Ganaste, Paula. Tú ganaste —cerró los ojos e inclinó la cabeza contra sus manos antes de mirarla de nuevo—. Ganarás otra vez. Y yo estaré contigo en cada paso del camino.


Un relámpago crepitó sobre su cabeza y gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer.


Todavía estaba digiriendo su optimismo silenciosamente, su fe de que encontrarían a Agustina pese a este apabullante golpe, cuando él la puso de pie.


—Sé que quieres permanecer aquí en caso de que ella regrese, pero no tenemos nuestro equipo y no me voy a arriesgar a enfermar con el viento y la lluvia de esta noche —antes de que pudiera protestar, añadió—: y si ella puede llegar otra vez a un teléfono, sabrá dónde estás. Llamará primero a la Granja.


Sabía que tenía razón, pero incluso mientras lo dejaba llevarla sobre la moto todo terreno, odiaba dejar el campamento sin haber dado ni un paso para encontrar  a Agustina, odiaba pensar que la persona responsable de todo este dolor podría estar de pie en el bosque observándolos ahora mismo.






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