domingo, 1 de noviembre de 2015

CAPITULO 39 (tercera parte)





El teléfono estaba sonando cuando Pedro entró en la cabaña y casi lo arrancó de la pared cuando lo contestó.


La voz de su hermano se oyó a través de la línea.


—Tenía que chequear, ver cómo están yendo las cosas con papá.


— ¿No pudiste impedirle que viniera?


—No había nada que lo parara. Él era un hombre con una misión.


Era la primera vez que hablaban desde el mensaje de Samuel del Servicio Forestal y Pedro sabía que era lo que venía a continuación.


—Entonces, ¿cómo está todo por allí?


—La cabaña se está trabajando bien.


—No estoy hablando de la cabaña. Tú. ¿Cómo te está yendo a ti?


No podía mentirle a su hermano.


—Mal.


La respuesta de Samuel fue igual de corta y al punto.


—Mierda.


—Estoy jodiendo todo.


—Me importa una mierda la cabaña. Tendremos la boda en algún otro lado.


—No hablo de Poplar Cove. Sino de Paula.


— ¿La inquilina? ¿Te has involucrado con ella?


Pedro tenía que saber.


— ¿Qué hace a Diana diferente?


—Todo.


Pedro no podía preguntarle a nadie más que a su hermano.


— ¿Cómo lo supiste?


—No podía sacarla de mi cabeza. Cada maldito segundo, ella estaba conmigo.


La relación de Samuel y Diana había abarcado diez años. 


No una semana, un golpe de martillo cayó inesperadamente en el centro del corazón de Pedro.


—Te llamaré más tarde —le dijo a Samuel.


No podía pasar otro segundo en esta cabaña, no cuando no podía empujar a Paula de su mente.


Isabel había puesto los puntos sobre las íes. Su advertencia no podía haber sido más clara.


Deja a Paula sola. Déjala ser feliz. Sin ti.


Jesús. ¿Cómo iba a encontrar la fuerza para hacer eso?


El viento era fuerte una vez más. Frío y mordiente, perfecto para su estado de ánimo. Necesitaba estar afuera con el velero Laser, dejar que el oleaje lo rodeara golpeándolo. Se dirigió al embarcadero, se desvistió y se puso uno de los trajes colgando de un gancho en la pared.


El velero estaba polvoriento mientras lo llevaba profundo hasta la cintura en el agua hacia la boya. Sus abdominales se esforzaron mientras que se balanceaba encima del bote, desenrolló y elevó la vela y la enganchó en su sitio.


Tan pronto como desenganchó el clip de la boya, el Laser se disparó a través del agua. Le tomó solo unos segundos encontrar su ritmo. Mientras más se alejaba de la orilla, más rápido abatía el viento. Sentía el martilleo hueco del casco de fibra de vidrio golpeando las olas crecientes, esperando que eso adormeciera su mente. La lluvia había comenzado a caer y le dio la bienvenida a la tormenta incluso cuando las gotas se volvieron gránulos.


Agarró fuerte el timón mientras volaba sobre el agua, deseando por el momento cuando lo único que sintiera fuera el granizo sobre su piel, el rudo golpe del agua por debajo del casco. Pero Paula estaba allí todavía, en cada remolino de espuma en el que se estrellaba.


Justo como Samuel se había sentido con Diana, Pedro no podía quitar a Paula de su cabeza.


Cada segundo estaba con él.


El viento cambio de dirección y apenas capturó el boom a tiempo antes que se estrellara en su cabeza. La lámina picó en su mano, pero apenas la sintió. No podía decir si sus manos estaban entumeciéndose simplemente por el frío o si era la mierda de su nervio habitual. Pero entonces se dio cuenta que no eran solo sus manos entumeciéndose, era todo su brazo. Todo el camino hasta su hombro.


En el fugaz segundo que perdió su concentración, el viento volteó el bote. Se expulsó tan lejos como pudo, su cuerpo paralelo al agua, sus abdominales duros, sus muslos flexionados mientras que se enganchaban a la parte inferior de la cubierta. Trató de enderezar el bote, pero una vez la quilla ya no estuvo en el agua perdió toda tracción. El velero ya estaba arrastrándose dentro del agua, sumergiéndose, volteando el bote completamente boca abajo. Perdió su agarre sobre el lado de la cubierta mientras se sumergía y tenía que nadar fuerte para evitar que el viento moviera el bote fuera de su alcance.


Jesús, el agua estaba muy fría en el medio del lago y no tenía suficiente grasa corporal para resistirlo por mucho tiempo. Una y otra vez se arrastró sobre el casco tratando de alcanzar el centro del bote, pero estaba muy resbaladizo, tan condenadamente liso que sus manos no conseguían tracción.





No hay comentarios:

Publicar un comentario