domingo, 1 de noviembre de 2015
CAPITULO 41 (tercera parte)
Gracias a Dios ella estaba de nuevo en sus brazos. Era justo donde pertenecía, la única manera en que podía sentir cualquier clase de paz.
Pedro no podía creer lo estúpido que había sido para salir en el velero en medio de una tormenta como esa sin un chaleco salvavidas.
La peor parte de esto era que no solamente había puesto su propia vida en peligro, sino que también había arriesgado la de Paula. Ella no debería haber salido en esa tormenta para salvarlo, pero lo había hecho.
La sintió moverse en sus brazos y, egoístamente, casi no la dejó irse. Pero sus brazos eran fuertes mientras se alejaba de él y se paraba.
La miró salir de la ducha y envolverse en una toalla, entonces él cerró el agua e hizo lo mismo, su corazón latiendo fuerte.
—Pedro. Necesitamos hablar.
Oh mierda. Podía sentir lo que estaba por venir, lo que tenía que venir después de la forma en que él se había comportado anoche y esta mañana.
Queriendo desesperadamente evitar que ella lo dejara, dijo:
—Tenías razón. Cuando dijiste que estaba mintiéndole a todo el mundo. Saber que no puedo volver a mi trabajo, a mi equipo… —Se detuvo, tratando de poner la pérdida en palabras—. Es peor que la manera en que me sentí cuando me desperté en el hospital. Sabía que mi piel volvería a crecer. Pero no conseguiré regresar de nuevo a la montaña, nunca conseguiré sentir nuevamente esa fiebre de enfrentar las llamas.
Pasó una mano por su cabello mojado, forzándose a decir:
—Estaba avergonzado de lo mucho que dolía. Es por eso que no quería hablar sobre ello.
No había regreso ahora. Era el momento de dejarlo salir todo.
—Si no es muy tarde, si piensas que puedes alguna vez perdonarme por ser un completo imbécil, no quiero perderte.
Lo miró fijo. En cualquier otro momento hubiera sido capaz de leer lo que ella estaba sintiendo en su cara.
No esta vez.
— ¿Por cuánto tiempo?
Él sacudió su cabeza, no entendía su pregunta, especialmente después de su difícil confesión.
— ¿Cuánto tiempo?
— ¿Cuánto tiempo quieres tenerme?
Oh mierda. Esta vez lo entendía, pero eso no quería decir que tenía una respuesta para ella.
—Esto es más que solo una aventura de verano. Sabes eso.
—Está bien entonces, coloca el otoño también. ¿Entonces qué?
Paula era muy consciente del hecho que él no tenía exactamente el futuro planeado en este momento, que se estaba moviendo en el día a día sin ningún tipo de plan.
—No lo sé.
Ella se volteó y dejó el baño. Él quería jalarla nuevamente en sus brazos, retroceder cinco minutos, empezar esta conversación de nuevo. Mejor aún, olvidar toda la conversación y solamente perderse en ella.
—Cuando empezamos esto —dijo cuando los dos estaban en la sala de estar— pensé que podía hacerlo. Que una aventura de verano funcionaría para mí, que si era realmente afortunada tal vez podría durar hasta el otoño. El invierno tal vez. Sé que teníamos un acuerdo. Soy la que te dijo que no seas un héroe. Soy la que prácticamente te rogó que me hicieras el amor. Soy consciente que de repente estoy cambiando todas las reglas. Pero no puedo seguir adelante con esto. No puedo pretender que dos o tres estaciones son suficientes.
No abrazarla mientras ella hablaba era la cosa más dura que jamás había tenido que hacer.
—Lo quiero todo. Pasión. Devoción. Hijos. Amor. —Su mirada no titubeó—. Quiero un marido y un compañero. Quiero un hombre que quiera imaginar nuestros planes y un futuro juntos. —Jaló la toalla más fuerte alrededor de sí misma—. Quiero estar con un hombre que me ame tanto como yo lo amo.
Pedro habría dado cualquier cosa por hacer que las palabras salieran. Por ser capaz de decirle todo lo que ella necesitaba escuchar. Porque ella tenía razón, se merecía todas esas cosas y más.
Las palabras de Isabel sonaron en sus oídos: ―Paula es una persona maravillosa, Pedro. Ella merece mucho más de lo que pide.
Maldita sea, él no quería pensar en ella en los brazos de algún otro hombre, mirando atrás hacia su verano con él con una distante sonrisa de remembranza.
Debería ser tan fácil. Dos pequeñas palabras. Eso era todo lo que necesitaba decir y ella sería suya.
Pero no podía decirlas.
Mierda. ¿Qué estaba mal con él? Una mujer increíble le estaba dando la oportunidad de estar con ella, de pasar los siguientes setenta años amándola y siendo amado por ella.
La miró entonces, sus rizos mojados y chorreando sobre sus hombros desnudos, su piel sonrosada del calor de la ducha y de haber hecho el amor, y aún así sus ojos verdes estaban vidriosos con lágrimas no derramadas, la determinación de esperar por la clase de amor que se merecía brillaba a través de ellos.
De repente, él supo la verdad. Había estado enamorado de Paula desde su primer beso, desde la primera noche en Poplar Cove cuando ella había sostenido su mano después de su pesadilla y se negó a dejarlo ir.
Todo de lo que había estado tratando esconder se estrelló como un puño en su estómago, sacó el aire de sus pulmones. Porque ahora que sabía que la amaba, era imposible negar el resto.
La amaba demasiado para pretender que no había un mejor hombre para ella allá afuera.
Necesitaba estar con un hombre que ya tuviera el futuro decidido. Merecía un hombre que no estuviera trabajando como el infierno solo para hacerlo de un minuto al siguiente.
Pertenecía a un hombre que no se mantendría tomando y tomando de ella hasta que no tuviera nada que dar.
—Tienes razón —se forzó a decir, su garganta tan seca e inflamada como si hubiera tragado fuego—. Te mereces todas esas cosas, Paula. Y yo necesito dar un paso al costado para que puedas tenerlas.
Ella se encogió como si sus palabras fueran un golpe físico.
Él nunca se había sentido peor, nunca se había sentido tan bajo. Especialmente después de la manera en que ella había arriesgado su vida para salvarlo.
—Eres una increíble mujer, Paula. Nunca he conocido a nadie tan fuerte como tú. Tan preciosa.
La parte egoísta peleó como el infierno para hacerlo decir cuánto la amaba. Rogarle que siguiera entregándose a él, aunque no tuviera ninguna maldita cosa que darle.
—Si yo pudiera amar a alguien —finalmente se permitió decir— sería a ti.
Ella aspiró temblorosamente.
—Si yo pudiera dejar de amar a alguien —dijo suavemente— sería a ti.
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