Durante extremos incendios forestales, Pedro a veces llegaba a estar setenta y dos horas durmiendo poco o nada.
Había seguido funcionando con nada más que la adrenalina y puñados de alimentos altos en calorías, sabiendo que cuando todo hubiera terminado podría derrumbarse, satisfecho por un trabajo bien hecho.
La última semana había tenido las mismas pocas horas de sueño, pero no había ninguna satisfacción viniendo al final.
Todo el día, todos los días, mientras trabajaba en el cambio de los troncos, Paula no estaba a sólo a una habitación de distancia, estaba allí con él en su cabeza a cada segundo, sus palabras: ―Quiero un marido y un compañero. Quiero un hombre… que me ame tanto como yo lo amo, repitiéndose constantemente.
Nunca creyó que se alegraría tanto de tener a su padre alrededor. Los días eran más fáciles con Andres como una barrera silenciosa entre ellos. Pero después que su padre se iba, tan pronto como el sol daba paso a la oscuridad, la resolución de Pedro caía en un terreno peligroso.
Ni siquiera había intentado dormir en la cabaña. No cuando todo lo que necesitaba era un momento de debilidad y estaría arriba, pateando la puerta de Paula para robar otros minutos con ella, haciendo cualquier cosa que pudiera convencerla de estar con él una vez más, y luego una más después de esa.
Cada noche había desaparecido en el taller tan pronto como el sol se había puesto. La primera noche había hecho elevaciones, abdominales y flexiones hasta que estuvo goteando sudor por todo el frío piso de cemento. Pero no había servido absolutamente de nada para aclarar su cabeza. Así que se había ido a correr. El primer kilómetro, su cuerpo se sentía débil. Pesado. Como si le hubieran atado pesas de plomo en sus extremidades. Lo que sólo lo hizo más decidido a empujar a través del dolor, a correr más rápido. Kilómetro tras kilómetro pasó mientras se escapaba de Poplar Cove, su paso ganando velocidad con cada nuevo de tramo de terreno que cubría.
Pero Paula se quedó con él en cada paso del camino.
Su hermoso rostro. La forma en que se veía por la mañana, sus rizos desplegados en abanico alrededor de ella en la sábana, su suave, exuberante y tan besable boca. La forma en que lo había mirado cuando le había dicho que lo amaba en el porche, la verdad en sus ojos diciéndole que no eran sólo palabras dichas en el calor de la pasión.
Había regresado al taller, ninguno de sus trucos habituales había valido para nada. Y fue ahí cuando se había encontrado parado delante del velero de su padre. Era un trabajo hermoso, incluso inacabado.
La tormenta por la que había pasado había arruinado el viejo velero de sus abuelos. La mañana después de que Paula hubiera pedido todo lo que él no le podía dar, había sacado la lancha rápida para recuperar la pequeña embarcación.
Estaba meciéndose rota contra la orilla lejana, casi partida en dos de golpear una y otra vez contra las rocas.
No podía restaurar el barco de sus abuelos de nuevo, pero podría terminar de construir éste. Después de una búsqueda minuciosa, encontró los planos para el barco, doblados con esmero en el fondo de un cajón.
Se convirtió en su meta, su foco durante los días difíciles en la cabaña con Paula. Trabajar en el velero no la sacaba de su mente, pero al menos era una manera de pasar las horas hasta que el sol se elevaba otra vez y podía en secreto mirarla pintar en el porche, respirarla cuando pasaba por allí.
Cada día, la agitación que había llevado alrededor desde su accidente en Desolation, que sólo cuando estaba con Paula se había aliviado, se multiplicaba exponencialmente. El par de horas que dormía sobre alguna gruesa lona en el taller estaban plagadas de pesadillas. Sus manos pasaron de estar muy sensibles a entumecerse cada vez más, y tenía que estar constantemente atento para no dejar caer el martillo, la pistola de clavos y la lijadora.
Estaba inclinado sobre el velero, dando los últimos toques.
El sol estaba casi elevándose y tenía la intención de arrastrarlo afuera, al agua. Casi rezaba por otra tormenta, para que el universo los forzara a él y a Paula a estar juntos otra vez.
Pero como sabía que eso no pasaría, sintió la tentación de darle martillazos y volver a empezar de nuevo. Porque cuando acabara con el barco, ¿qué demonios iba a tener para enfocarse en mantenerse lejos de ella?
El día anterior, un vecino del lago, que también tenía una vieja cabaña de madera había enviado a un par de tipos a la ferretería para ver el trabajo de Pedro. Claramente impresionado, el hombre había mencionado que era prácticamente imposible encontrar a cualquiera que trabajara así en un lugar como éste, que los contratistas actuales sólo querían destruir las cabañas y empezar de nuevo . Le preguntó a Pedro sobre sus planes en el futuro, si podía considerar echar una mano en sus hogares a algunos de los otros propietarios de cabañas de troncos en el lago.
Aunque Pedro disfrutaba del trabajo, incluso aunque había sido algo enormemente satisfactorio pasar una broncha sobre un tronco con movimientos suaves, recubriéndolo con una fina capa de barniz tanto para proteger al tronco, como para sacar su dorado brillo natural, a pesar de que ver la cabaña de sus bisabuelos volver a la vida era un subidón, no podía quedarse aquí y trabajar arreglando viejas cabañas a jornada completa. No porque no le gustara pensar en convertirse en carpintero, ni siquiera porque no pensara que sus manos podrían tomar el trabajo, sino porque no se podía quedar en Blue Mountain Lake si Paula estaba allí también.
Verla casada con otro hombre, teniendo a sus hijos, sería el infierno sobre la tierra.
Preferiría saltar en un pozo de llamas a quedarse para ver eso.
*****
Cuando para las cinco de la mañana sus ojos seguían abiertos, decidió que una zambullida en el lago se la quitaría de encima. Pero aunque el agua estaba fría, y él físicamente cansado, sus entrañas todavía zumbaban y chascaban como si hubieran pasado treinta segundos en vez de horas desde que había visto a Isabel.
El sol estaba comenzando a salir cuando regresó a su auto y se dirigió hacia Poplar Cove. Pero cuando se acercó a la cabaña, se dio cuenta que era demasiado temprano para molestar a Paula o a Pedro. No podía simplemente sentarse aquí afuera en su auto, por lo que salió y comenzó a hacer el camino que conocía de memoria hacia el único lugar que había logrado evitar desde que había regresado a Blue Mountain Lake.
El santuario de su abuelo, su lugar más preciado de todo Poplar Cove: el taller.
De pie fuera del viejo granero rojo, el que su abuelo había conservado de la propiedad original cuando la compraron en 1910 y comenzó la construcción de la cabaña en la orilla, Andres casi podía ver sus sueños perdidos deslizarse fuera de la tierra como gusanos, las hojas secas en el suelo moviéndose debajo de él tan rápido que perdió el equilibrio.
Con el corazón palpitando, puso la mano en el ancho pomo de la puerta y la abrió. Allí estaba, su balandro de madera en el otro extremo del granero, justo donde lo había dejado hacía algo más de treinta años atrás. No podía creer que nadie lo hubiera desmontado para usar la madera para otros proyectos, o por lo menos, haberlo apartado del camino.
¿Por qué demonios estaba todavía allí?
Y entonces se dio cuenta de que no estaba solo, que su hijo estaba en cuclillas al lado de la embarcación.
— ¿Pedro? —dijo, acercándose. Y fue entonces cuando se fijó que el barco ya no estaba a medio construir—. ¿Tú hiciste esto? ¿Terminaste de construir mi barco?
—Era un desperdicio de estupenda madera de la forma que estaba.
A pesar de las palabras sin emoción de Pedro, Andres estaba increíblemente conmocionado mientras se arrodillaba junto al barco, pasando sus dedos sobre la madera lisa y dorada que tan minuciosamente había lijado y pulido siendo joven.
No había sido mucho mayor que el hijo de Isabel cuando había comenzado a construir el barco, pero había sido su sueño ganarse la vida navegando desde que podía recordar.
Su padre lo había puesto sobre un velero tan pronto como pudo caminar y habían pasado horas juntos en el lago en el Sun Fish y luego en el Laser.
Andres siempre había asumido que terminaría en el lago con un barco que construyera el mismo, con sus propios hijos.
—Tienes razón —dijo finalmente—. No debí dejarlo sin terminar durante todos estos años.
—Es sólo un barco —dijo Pedro y Andres supo que su hijo estaba tratando de dirigirlos fuera de la zona gris. Pero no había ninguna razón para tratar de mantenerse alejado de la tormenta. No cuando esta les encontraría, sin importar lo duro que trataran de esconderse.
—No, no era sólo un barco. Me encantaba navegar. Era lo que iba a hacer, construir barcos y navegarlos. Iba a navegar alrededor del mundo.
— ¿Por qué diablos no volviste entonces?
—Dios, desearía haber vuelto, desearía poder cambiar todo, pero era demasiado cobarde para enfrentar mis errores.
—Entiendo que tenías algo con Isabel, pero a quién le importa. Podrías haber venido de todos modos con mamá. Podrías haber pasado tiempo conmigo y Samuel. Podrías habernos enseñado a navegar en vez del abuelo.
—No era así de simple.
—No veo cómo podría haber sido un poco más simple. Tenías una esposa e hijos que te necesitaban.
—Iba a casarme con Isabel —admitió Andres antes de poder retirar las palabras—. Tan pronto como ella se graduara del instituto, mientras estuviéramos ambos en la universidad, íbamos a estar juntos. En cambio conseguí que tu madre quedara embarazada. Una noche estúpida de borrachera. Y justo así jodí la vida de todo el mundo.
La comprensión alboreó en los ojos de su hijo, y luego la rabia que Andres había visto, incluso en aquellos primeros días en la cama del hospital cuando la frustración de Pedro había sido una cosa palpable.
— ¿Mamá estaba embarazada de Samuel? ¿Por eso te casaste con ella?
—No me habría casado si no hubiera tenido sentimientos por ella.
—Pero nunca la amaste como a Isabel, ¿verdad?
Andres sabía que tendría que esforzarse como un loco para hacer que su hijo entendiera.
—Nunca quise que tu madre se sintiera como si fuera la segunda. Y cuando quedó embarazada, ninguno podía solo seguir caminos separados y hacer lo mejor. No era la forma en que habíamos sido criados. No era lo correcto. Tomamos la decisión de ponernos un anillo en nuestros dedos y tratamos como el infierno de hacerlo funcionar. No quisimos que Samuel, o tú, crecieran en un hogar roto.
—Tomaron la decisión equivocada.
—Lo sé ahora —trató de decir, pero Pedro le cortó.
—Nunca te importó una mierda cualquiera de nosotros, ¿verdad?
Algo en Andres se rompió. Había terminado con sentarse allí y aceptar la mierda de su hijo.
— ¿Cómo te atreves a darme lecciones sobre el amor? Sobre todo cuando estas demasiado asustado para dejar que esa hermosa muchacha tuya te ame.
Había asesinato en los ojos de Pedro, pero a Andres no le importó. No iba a callarse hasta que todo estuviera dicho y hecho.
—Hice todo lo que pude para ser un buen padre cuando tú y Samuel eran pequeños, pero la casa era una zona de guerra, el territorio de tu madre, ella prácticamente me obligó a esconderme en el trabajo. Cada vez que me presenté en un partido de béisbol, me echaba en cara sobre las otras cinco veces que no había ido. No había ninguna manera de ganar.
Levantó la mano para evitar que Pedro lo interrumpiera de nuevo.
—Un hombre más fuerte habría sido un buen padre a pesar de ello. Y yo no lo era. Pero no los habría cambiado por nada del mundo. Y estoy empeñado en ser ese mejor hombre ahora. Y por eso no voy a dejar que te pases conmigo hasta que me digas qué, en el nombre de Dios, hay mal entre tú y Paula.
Las manos de Pedro eran duros puños, y Andres se preguntaba si iban a llegar a los golpes. Casi esperaba que lo hicieran, podía dejar que Pedro soltara su frustración, llevándose un poco de su culpa con él.
Pero en vez de lanzarse sobre él, Pedro dijo:
—Ella merece más de lo que puedo darle.
Eran unas palabras simples, palabras que no deberían haber significado mucho. Pero el dolor detrás de ellas le sacó el aire de los pulmones. Hace treinta años no había ninguna salida para él, o para Isabel o para Elisa.
Pero su hijo aún tenía tiempo para hacerlo bien.
—Nunca te he visto dar marcha atrás ante un desafío. ¿Has intentado siquiera darle lo que quiere?
— ¿No me oíste? —gritó Pedro—. ¡No puedo hacerlo! No puedo vivir mi vida pensando en ella a cada segundo, deseándola tanto que no puedo ver bien, preocupándome de que algo vaya a pasarle.
—La amas.
—Por supuesto que la amo —dijo Pedro, su voz ronca, áspera por la emoción—. Pero le he hecho daño una y otra vez. Sólo seguiré haciéndolo.
Andres quería alcanzar a su hijo, pero no sabía cómo.
—Todos nos equivocamos en un momento u otro. Nos hacemos daño unos a otros. Pero el gran error no es equivocarse. El gran error es perder el tiempo estando amargado. Estando enfadado. Dejando que la culpa te coma por dentro. Dejando que un momento estúpido te cambié a alguien que nunca quisiste ser.
— ¿No lo entiendes? —gruñó Pedro—. No tengo nada que ofrecerle. Se merece a un hombre completo que pueda darle todo lo que se merece ahora mismo. No dentro de cinco o diez años. No debería tener que esperar a que yo averigüe mi futuro. Ver incluso si tengo uno.
—Todo eso son sólo excusas, Pedro. Lo sabes tan bien como yo. Por supuesto que eres lo suficientemente bueno para la mujer que amas. Ella no te amaría si no lo fueras.
Pedro no respondió y cuando un silencio espeso quedó colgando entre ellos, Andres se dijo que lo había intentado.
Que había hecho todo lo que podía.
Estaba a punto de alejarse, para darle a su hijo un poco de espacio, cuando las palabras de Isabel llegaron a él:
“Inténtalo otra vez. Y síguelo intentando. Porque eso es lo que los padres hacen. Deja de preocuparte por cómo te sientes por una vez. Y haz lo que tengas que hacer por él”.
Había regresado al lago para demostrarles a todos, sobre todo a él mismo, que lo tenía todo para ser un mejor hombre.
Había estado tan seguro que todo lo que tenía que hacer era decidir hacer lo correcto y todo sería tan simple. Había esperado que todas las relaciones que había necesitado treinta años para fastidiar quedaran amarradas con pequeños lacitos para este momento.
Ese primer día de regreso en el dormitorio de Isabel, le había dicho que era un hombre nuevo. Pero no lo había sido.
Todavía estaba preocupándose por sí mismo primero.
Había pasado mucho tiempo para cambiar eso.
—No tienes que ser un Hotshot, Pedro. No necesitas incluso tus manos. La vida es lo que tú haces. Y todavía tienes el mundo a tus pies. Junto a una joven y bella mujer para amar. Y la única cosa que sé con certeza es que si la dejas ir, nunca te lo perdonarás.
Y entonces, cuando su fuerte hijo estuvo de pie al lado del velero luciendo completamente perdido, Andres supo lo que tenía que hacer.
Fue uno de los movimientos más aterradores que jamás había hecho, dar esos primeros pasos hacia su hijo, y sólo empeoró cuanto más cerca estaba. Pero no estaba en esto para ver lo que podría conseguir para sí mismo. Su felicidad ya estaba perdida.
Haría cualquier cosa para ayudar a Pedro a salvar la suya.
Andres puso sus brazos alrededor de su hijo y se negó a sentir la más mínima vergüenza por las lágrimas que corrían por sus mejillas mientras hablaba.
—Sé que no te he dicho esto las veces suficientes, pero te quiero. Sé que fui un padre de mierda, que la cagué de cien formas diferentes, y aunque no supiera cómo demostrarlo, siempre te ame. Y siempre lo haré.
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