miércoles, 4 de noviembre de 2015

CAPITULO FINAL (tercera parte)






Dos semanas más tarde...


Arte en las montañas Adirondack había sido un día espectacular para Paula. Afortunadamente, había guardado la mayor parte de sus lienzos terminados en el sótano del centro de recreación de Blue Mountain Lake, junto con un puñado en exhibición en las paredes del restaurante, así que aunque había perdido varias de sus pinturas más recientes en el fuego, tenía suficiente para mostrar.


Pedro la había ayudado a colgar el cartel encima de su blanca y pequeña tienda abierta: "Las pinturas de Paula Chaves", y cada vez que miraba hacia este había empezado a sonreír como una idiota. Cada vez que un desconocido se paraba frente a uno de sus lienzos y le decía lo mucho que le gustaba... francamente, ni siquiera importaba si compraban uno o no. Ser parte de una comunidad de artistas era suficiente placer. Mejor aún fue el hecho de que no solo había vendido casi todo, también le habían pedido hacer varios encargos para distintos propietarios de Blue Mountain Lake.


Estaba encantada de que sus sueños de convertirse en pintora a tiempo completo estuvieran haciéndose realidad, pero la mejor parte de esto era compartir su alegría con Pedro. Cada día él había salido y recogido flores silvestres para ella. Jarrones de flores silvestres llenaban todas las habitaciones de su casa de alquiler, pétalos eran esparcidos a través de las sábanas.


Y ahora, acababa de presenciar la boda más hermosa en la isla en el medio del lago. Se sentía completamente privilegiada al sentarse en una toalla en la arena y escuchar los conmovedores votos de Samuel y Diana.


Tan pronto como Samuel y Diana habían sido informados sobre el incendio, habían cambiado sus horarios para volar antes hacia el lago. Con Poplar Cove hecho un montón de brasas, el lugar de la boda tuvo que ser cambiado. Andres fue quien había sugerido la isla, y todo el mundo había de estado de inmediato de acuerdo en que era el lugar perfecto.


No había sido fácil conseguir llevar tanta gente, decoraciones y alimentos a la isla, y todos ellos habían estado orando para que la lluvia aguantara hasta después de la boda, pero de alguna manera la prisa por conseguir todo listo había formado parte de la diversión. Y Paula estaba encantada de saber que iba a estar relacionada con Samuel y Diana en un futuro cercano.


Más probablemente muy cercano, pensó mientras ponía una mano sobre su estómago. Ella y Pedro no podían ver ninguna razón para esperar, no con un bebé en camino.


Sintió un familiar calor apurarse a través suyo, y levantó la vista para encontrar a Pedro, que estaba de pie junto a su hermano haciendo de padrino, sonriéndole.


Él articuló: “Te amo” y su estómago hizo un pequeño flip flop de alegría mientras él seguía a los novios hacia el altar informal.


Ella le lanzó un beso, luego se puso de pie para ayudar a Isabel a servir el almuerzo.



*****


Flanqueado por sus hijos mientras el fotógrafo tomaba fotografías para el álbum de la boda, Isabel nunca había visto a Andres lucir más feliz.


Olvidando que sostenía una bandeja de entremeses de gambas a la plancha mientras los miraba, se sorprendió cuando una voz suave preguntó:
— ¿Puedo ayudarte en algo?


La ex esposa de Andres, Elisa, tomó la bandeja de las manos de Isabel de repente flojas.


—Gracias por hacer tanto para que esta boda suceda. Y la comida está maravillosa.


—De nada —contestó Isabel, poderosamente agradecida de que el hielo por fin hubiera sido roto.


Finalmente se permitió tomar una larga mirada a la mujer con la que Andres había estado casado por treinta años, Elisa seguía siendo una mujer hermosa, delgada con corte bombé castaño oscuro y gran sentido de la moda, Isabel sonrió y dijo:
—Has criado dos buenos hijos. Debes estar muy orgullosa.


—Lo estoy. —Estuvieron paradas juntas en silencio durante unos instantes, observando a los tres hombres—. He querido hablar contigo durante mucho tiempo —admitió Elisa en una voz suave—. He querido decirte que lamento lo que pasó hace más de treinta años.


Isabel encontró la mirada de la mujer.


—Yo también lo siento.


—Pero no lo cambiaría. No cedería a mis hijos por nada.


La pieza final del rompecabezas se deslizó en su lugar en el interior de Isabel. Todo sucedió por una razón.


—No podría estar más de acuerdo —dijo con una sonrisa—. Y si no te importa, me gustaría una mano con la comida.


Elisa le devolvió la sonrisa y, aunque nunca serían amigas, Isabel se alegró de saber que nunca volverían a ser enemigas.



*****


Ver a su ex esposa acercarse a Isabel era lo más cerca que Andres había llegado de tener un ataque al corazón. A pesar de todo, siguió sonriendo para el fotógrafo, pero su corazón no comenzó a latir de nuevo hasta que las dos mujeres se sonrieron una a la otra.


¿Qué diablos acababan de decirse una a la otra? fue su primer pensamiento, rápidamente seguido por: Sólo alégrate de que el agua parece estar corriendo bajo el puente.


Era un bastardo con suerte, había pensado eso desde el momento en que Isabel lo besó. Y estas dos últimas semanas, con Pedro y Samuel juntos, finalmente había tenido la oportunidad de navegar por el lago con sus hijos en el barco que Pedro había ayudado a construir. Había sido incluso mejor de lo que había soñado todos esos años atrás. 


Esperaba navegar el lago Blue Mountain con ellos, y sus hijos, muchas veces más en los próximos años.


Después de que Pedro fuera retirado por el fotógrafo para una foto con Paula, Samuel dijo:
—Fuiste más allá de hacer posible esta boda, papá.


Andres sabía que esforzarse por hacer que esta boda suceda en la isla apenas compensaba los errores que cometió. Pero ellos no estaban más hablando sobre el pasado. Estaban avanzando, hacia un futuro mucho mejor y mucho más brillante.


—No había nada que hubiera preferido estar haciendo. —Diana, su nueva nuera, los saludó desde donde estaba hablando con el oficiante y le dijo a su hijo—: Me alegro mucho por ti y por Pedro.


—Entonces —dijo Samuel lentamente— aparte de estar aquí para ayudar a reconstruir la cabaña, ¿cuáles son tus planes exactamente?


Andres había terminado de ocultar cosas de sus hijos.


—Me voy a casar con Isabel.


Samuel lo sorprendió riendo a carcajadas.


—Infiernos, deberíamos haber hecho una boda triple.


Esa niebla que había estado recubriendo la vista de Andres todo el día retrocedió.


—No creo habértelo dicho todavía hoy, pero te quiero, hijo.


Y por primera vez desde que era un niño pequeño, Samuel dijo “Te quiero” de regreso.



*****


Pedro envolvió sus brazos alrededor de Paula desde atrás.


—No creo haber visto jamás a mi hermano y a mi padre reír juntos.


Inclinando su cabeza hacia atrás en su pecho, ella dijo:
—Sé que él no fue un gran padre, pero apuesto a que será un gran abuelo para nuestro hijo.


La atrajo más cerca y apoyó sus manos sobre su estómago.


—Nuestros hijos.


Atrapando la mirada de su abuela a través de la franja de playa, supo que ella también había visto a su hijo y nieto conectar dada la alegría en su rostro. Sorprendido como siempre por la rapidez con que sus abuelos se movían, sonrió mientras su abuela barrió a Paula en un abrazo.


—Estamos muy emocionados de que vayamos a tener otra nieta de ley pronto.


Cuando él les había dicho acerca del compromiso su abuela había dicho simplemente:
—Yo sabía que esto iba a suceder. ¿No fuimos inteligentes en alquilar Poplar Cove?


Él y Paula había decidido mantener su embarazo para sí hasta el segundo trimestre, y podía ver lo mucho que su prometida quería derramar el secreto. De alguna manera, sin embargo, sintió que su abuela ya sabía sobre el bebé. Ella siempre había tenido ojos en todas partes. Es evidente que nada había cambiado desde que él era un niño.


Su abuelo se aclaró la garganta y metió su mano en el bolsillo de la chaqueta.


—Le hemos dado a tu hermano la escritura del lote vacío al lado de Poplar Cove. Y esta, le tendió un trozo de papel, es para ti. Tu padre nos dijo que tu renovación hizo que la cabaña de madera luciera como nueva. Tu abuela y yo creemos que ya la has hecho tuya. Esto simplemente hace que sea oficial.


El día después del incendio, Pedro se había unido al equipo de voluntarios para limpiar la estructura. Cada uno de los chicos en el equipo se había acercado a Pedro en un momento u otro para decirle que deseaba que hubieran sido capaces de salvar su cabaña y cómo lamentaban que se hubiera quemado.


Estaba profundamente contento de haber estado allí durante las últimas horas de la casa. Y estaba muy ansioso por reconstruirla en los próximos meses, junto con realizar otros trabajos para varios propietarios de cabañas de madera en el lago. Ya había reservado todas las horas que estaba dispuesto a trabajar. Él y Paula habían alquilado una casa en el extremo de la bahía y se quedarían allí hasta que Poplar Cove estuviese de pie otra vez.


El fotógrafo alejó a sus abuelos un momento después y Paula dijo:
—Estoy tan feliz por ti, Pedro. Sé lo mucho que amabas Poplar Cove. Ahora es tuya.


Le dio la vuelta en sus brazos hacia él.


—No es mía. Es nuestra. La primera cosa que haremos el lunes por la mañana será ir a la corte para poner tu nombre en esto. Juntos, vamos a construir una nueva vida aquí.


Esta misma mañana, mientras había hecho algunos recados de última hora para la boda, había visto un anillo en forma de flor, cada pétalo de un color diferente y brillante en una vidriera en la calle principal. Metió la mano en su bolsillo y se lo tendió.


—Una flor silvestre —susurró ella con asombro.


—Cuando vi este anillo supe que estabas destinada a usarlo, que había sido hecho para ti —lo deslizó en su dedo anular entonces enredó sus dedos con cicatrices a través de los suaves de ella—. Toda mi vida pensé que necesitaba el fuego para sentirme vivo. Pero ahora sé que todo lo que necesito eres tú, cariño. Este anillo es una promesa de mi parte de que te voy a amarte, y cuidarte, para siempre.


Y que ella lo besara para sellar el acuerdo, fue la cosa más natural del mundo donde sus desesperadas palabras de semanas atrás en el porche florecieron en algo verdaderamente hermoso.


—Tómame, Pedro. Soy tuya.



Fin









CAPITULO 50 (tercera parte)







Isabel nunca se había sentido tan rendida, tan sumamente agotada. Había parecido que el día nunca llegaría a su fin mientras el jefe de bomberos interrogaba a Jose y, luego el investigador de incendios, Andres permaneció de pie junto a él todo el tiempo. Protegiendo a su hijo.


Jose había quemado Poplar Cove. Paula y Pedro casi habían muerto. Gracias a Dios, Andres había estado allí para recordarles a todos una y otra vez que había sido un accidente. Le había asegurado al menos una docena de veces que nada le iba a ocurrirle a Jose, que nada iba a registrarse de forma permanente en su historial, y ningún cargo podía ser presentado por el investigador.


Para cuando el sol se puso, Jose ya estaba profundamente dormido en su habitación. Andres estaba sentado en su cocina, sosteniendo una taza de café y ella se sorprendió de encontrar que él lucía simplemente correcto.


De alguna forma, se ajustaba bien al mundo a las orillas del lago que había creado para su hijo y ella misma.


—Ha sido un infierno de día, ¿verdad?


Era el eufemismo del siglo. Todo lo que Isabel quería era alejarse de todo durante un rato.


— ¿Qué tal si remamos hacia la isla?


Miró hacia la habitación de Jose, preguntándose durante un momento si debería quedarse en la casa sólo por si se despertaba, pero lo cierto es que sabía que era una simple excusa para no estar sola con Andres otra vez.


Porque estaba muerta de miedo por la profundidad de sus sentimientos hacia él. Especialmente después de hoy.


Andres agarró un par de toallas grandes del porche mientras caminaban hacia su muelle y subían al bote de remos. Los remos de madera silbaron a través del agua negra, bajo un cielo igualmente negro.


No hablaron mientras él remaba y ella apenas podía verlo en la negra oscuridad, pero la calmó, la complació, saber que estaba justo allí con ella, sentado sólo a unos metros de distancia.


Hacía treinta años, él había sido el único hombre que había querido en su bote salvavidas en una emergencia.


Por primera vez en tres décadas, se preguntó si era posible que pudiera ser ese hombre de nuevo.


Después de subir el bote a la orilla, él extendió la mano y ella le permitió guiarle a su playa ―privada, el lugar especial donde se escabullían como adolescentes cuando querían estar solos. Y conforme caminaba a su lado, su mano cálida en la suya, ella esperaba que los recuerdos volvieran, uno tras otro, todos los recuerdos que no había querido reproducir.


Pero en lugar de volver sobre sus viejos pasos, se percató de que estaban dando unos nuevos. Nunca olvidaría el pasado, pero finalmente podía ver que él no había regresado al lago para revivirlo.


Estaban juntos aquí para construir un futuro.


Extendieron las toallas sobre la arena y fue la cosa más natural del mundo apoyar su cabeza sobre el hombro de Andres.


—Siento mucho que perdieras tu cabaña —dijo y mientras se apretaba más contra él, finalmente a salvo en sus brazos, se dejó desmoronarse—. Casi te pierdo hoy. Arriba en el techo... —No podía conseguir decir nada más, no cuando el simple pensamiento de Andres siendo alcanzado por el fuego le revolvió el estómago.


Andres los movió para que su cabeza estuviera acunada bajo su fuerte antebrazo y él mirando hacia ella. Su pulgar rozó suavemente su mejilla mientras amablemente limpiaba sus lágrimas.


—No llores, Isa. Todavía estoy aquí. Y no voy a ninguna parte, lo prometo.


—Nunca seré capaz de disculparme lo bastante por lo que mi hijo hizo. Antes de que se fuera a dormir me dijo que estaba equivocado sobre ti. Que no eres un mal tipo después de todo. Espero que puedas encontrar la forma de perdonarlo un día.


—No me malinterpretes, todavía no se ha establecido que Poplar Cove ha desaparecido, pero no puedo evitar preguntar si todo esto fue para mejor.


— ¿Cómo puede ser para mejor?


—Bueno, por un lado, es un nuevo comienzo para Pedro y para mí. Dios sabe que ambos lo necesitamos.


—Paula también —murmuró Isabel.


Y ella también, admitió silenciosamente. No se había dado cuenta hasta el regreso de Andres lo anclada que había estado al pasado.


—Ahora Pedro y yo podemos tener una oportunidad de reconstruir la cabaña, juntos. Pasar unos meses trabajando como un equipo en algo que nos importa a los dos. Tal vez Jose pueda ayudarnos, trabajar la culpa a través de un martillo y una sierra. Podría ser también un buen modo de quemar algo de esa energía adolescente, de mantenerle fuera de problemas durante un tiempo.


— ¿Estás planeando quedarte?


¿Y, realmente, consideraría pedirle a su hijo que trabajara con él después de lo que había hecho?


—Quiero hacerlo, Isa. Más que nada. Pero no quiero herirte de nuevo, así que si tú no quieres...


Ella puso un dedo en sus labios para detenerlo.


—Cuando mi hijo nos encontró... —Su rostro se sonrojó—. Bueno, cuando nos encontró besándonos, me porte mal contigo. Sólo porque él no pudiera hacer frente a que su madre se comporte como un adulto normal no significaba que yo debía actuar como que no hubiera ocurrido. —Sus ojos se movieron a su rostro y sostuvieron su mirada—. Porque la verdad es que quería que ocurriera. Quería que tú me besaras.


— ¿Querías?


—Sí. Quería. Más de lo que jamás he deseado algo. Pero estaba indecisa porque aún no estaba segura de si alguna vez podía volver a confiar en ti. Hasta hoy, cuando te vi con mi hijo, el modo en que protegiste a Jose, incluso aunque él era el responsable de tu pérdida.


—Sólo es un chico que cometió un error. Uno malo, pero aún así un error.


—Observarte con él me hizo ver que puedo confiar en ti. Confío en ti. Realmente, tu error y su error no eran tan diferentes. Dos chicos que no sabían qué hacer con toda su energía. Su pasión. Seguí pensando sobre esas cosas que te dije el primer día que pasaste por el restaurante, cuando dije que un hombre verdadero lo habría hecho mejor en tu situación.


—Tenías razón. Toda la razón.


—Tal vez la tenía —dijo— pero si puedo repartirlo, debería ser capaz de aceptarlo, ¿verdad? Porque ahí estaba yo diciendo que tu deberías haber descubierto una manera de hacer que tu matrimonio funcionara, pero ¿hice que el mío funcionara? No. Para nada. Porque todo el tiempo que debería haber estado amando a mi esposo, el padre de mi hijo, todavía estaba enamorada de ti.


— ¿Me amas?


—Siempre te he amado, Andres. Nunca dejé de amarte, ni siquiera un segundo, ni siquiera cuando estaba tan enfadada contigo que quise ir hacia ti con un cuchillo de cocina.


Ella lo escuchó reírse ante su honestidad, y luego suspiró:
—Mi dulce Isa, cómo te amo —un momento antes que su boca bajara sobre la suya.


Su beso fue dulce, suave, y entonces, sin aviso, ambos estaban tomándose, saboreándose y probándose el uno al otro con lenguas, labios y dientes, todo un verano de desesperación alejando cualquier duda o paciencia.


Y entonces, él la reposicionó, tendiéndola sobre su espalda sobre la toalla y mientras le quitaba la ropa, ella miró arriba hacia la luna a través de los árboles, el aroma de los arbustos de arándano llenando el aire con su dulce perfume. 


Cada zona de piel que sus dedos tocaban la hacía gemir de placer: conforme quitaba su camiseta y luego su sujetador, y entonces se movían hacia la cinturilla de sus pantalones. Él ahuecó sus senos y ella se inclinó hacia sus maravillosas manos enormes queriendo más, tanto como pudiera darle. 


Su boca la encontró a continuación, su lengua moviéndose en largas caricias entre sus piernas y ella olvidó dónde estaba otra vez, sólo podía concentrarse en el hombre dándole el tipo de placer que no había sentido en ningún otro lugar.


Más y más alto iba escalando mientras él la amaba con su boca, pero quería que lo compartiera con ella, así que alcanzó sus hombros y tiró de él hacia arriba sobre su cuerpo. Con sus manos temblando, torpemente fue hacia sus pantalones, pero entonces él la estaba besando otra vez y ella no podía descubrir cómo hacer que sus dedos obedecieran sus instrucciones. Andres le relevo donde lo había dejado y pronto sus ropas también estaban fuera y se apoyaba sobre ella de nuevo, desnudo esta vez.


En otro momento se detendría, respiraría, miraría y aprendería de nuevo cada centímetro del cuerpo de él. Pero ahora, todo lo que importaba era tenerlo dentro, abrirse para él y sentir la larga penetración de su eje dejarla sin respiración.


Él se quedó inmóvil y preguntó:
— ¿Cómo voy a tener alguna vez suficiente de ti? —Y entonces estaba empujando, agarrando uno el cuerpo del otro, intentando acercarse más, moviéndose juntos a un ritmo que era dulcemente familiar, y sin embargo, totalmente nuevo. Estaba besándola como si hubiera estado esperando toda su vida para encontrarla y ella se entregó completamente a él en el momento en que se llevaron el uno al otro por encima del borde. Su rugido de placer fue tragado por los árboles y luego por la boca de ella mientras lo besaba.


Y cuando regresaron a la tierra, yaciendo sudorosos y jadeantes en la retorcida toalla, ella puso las manos en su rostro y lo besó de nuevo con todo el amor de su corazón.


No más remordimientos.


No más ira.


Después de treinta años, el amor era lo que quedaba.












CAPITULO 49 (tercera parte)






Paula se había dicho a sí misma que no repetiría los mismos errores, incluso aunque su corazón no estaba realmente en ello. Era sólo para asegurarse que cubrían todos los ángulos. Así sabría que habían dicho todo.


Porque cuando miraba en lo más profundo de su propio corazón, creía que él la amaba. Pedro no era el tipo de hombre que mentiría sobre estar enamorado simplemente para conseguir lo que quería, para que aceptara casarse con él. Pedro nunca intentaría mantenerla en una prisión emocional como tantos otros habían hecho.


Pedro era su primer amor.


Su amor verdadero.


—Yo tampoco me he sentido de esta forma antes —admitió—. Mis sentimientos por ti también me asustan. Eres parte de mí ahora. Tan hondo que nunca seré simplemente yo otra vez. Y todo en lo que podía pensar cuando estaba en el techo y el fuego se estaba acercando era en que nunca tendría la oportunidad de decirte que sí.


Nunca nada la había movilizado tanto como el puro placer en la cara de Pedro.


— ¿Sí? ¿Cómo sí, te casarás conmigo?


—Nunca hubo ninguna otra respuesta, Pedro. Ni otra elección que hubiera podido posiblemente hacer. Te he amado casi desde el primer momento en que entraste en el porche. Cada vez que perdías el control, yo estaba justo allí contigo, ya perdida. Pero esta mañana en la playa, mis sentimientos fueron heridos. Quería hacerte pagar por ello.


—Créeme, nadie va alguna vez a trabajar tan duro como lo haré yo para hacerte feliz.


—No, Pedro, no tienes que hacer nada excepto ser quién eres. Ser el hombre al que ya amo. Porque no importa lo que ocurra entre nosotros de ahora en adelante, nunca dudaré de tu amor por mí de nuevo. No cuando siempre sabré que ambos estamos dando todo el uno al otro.


Entonces, él la besó, lento y dulce.


—Los bomberos llaman esto nuestra lista de despedida.


— ¿Lista de despedida?


—Cuando sabes que no hay salida, si el fuego se está acercando y fueras a morir, ¿a quién harías tú última llamada telefónica?


—Querrías llamar a las personas a las que más amas, para decírselo una vez más.


—Hace dos años, Samuel y mi madre encabezaban esa lista.


— ¿Y ahora?


—Tú, Paula. Siempre serás tú.






CAPITULO 48 (tercera parte)




—Yo inicié el fuego —dijo Jose.


Era casi la única cosa que podía haber sacado a Pedro de su ansiedad por cómo lo estaba haciendo Paula.


— ¿Qué ocurrió?


El chico entrecerró los ojos, un par de lágrimas escurriéndose.


—Salí a la pila de madera detrás de nuestras casas. Para fumar.


La boca de Isabel estaba apretada, su rostro pálido por el horror. Con miedo. Andres se situó detrás de ella, puso una mano sobre su espalda, y Pedro tuvo la sensación de que el apoyo de su padre era la única razón por la que ella era capaz de permanecer en pie.


—Pero me provocó nauseas, así que lo arrojé bajo mis pies. Las hojas comenzaron a echar humo y arder así que las pisoteé. —Jose tomó una inestable respiración—. Pero supongo que no lo apagué del todo.


Pedro había hecho eso cientos de veces, escuchado la confesión de un pirómano accidental, trabajado para calmar a la persona. Pero era diferente esta vez. Cuando su cabaña estaba ardiendo.


—Paula podría haber muerto allí arriba.


El chico realmente comenzó a llorar entonces, tuvo que limpiarse la nariz con su sudadera.


—Lo siento mucho. Fue un accidente, lo juro. No pretendía herir a nadie. Especialmente a Paula. Ella es genial. Nunca querría que nada le ocurriera.


Ya eran dos, pensó Pedro con rabia mientras Andres se movía entre ellos.


—Iré con él para hablar con el jefe de bomberos. Para asegurarme de que no dice nada que ellos puedan retorcer más tarde para encasquetárselo de otra forma que no sea un accidente —puso su brazo alrededor de los hombros de Jose, que estaba temblando con miedo y arrepentimiento—. Isabel, también deberías estar allí.


Ella asintió, girándose para decirle a Pedro:
—Lo siento tanto —antes de que siguiera a su hijo y a Andres de regreso al auto.


La recepcionista se aclaró la garganta desde detrás de su escritorio.


—Disculpe, ¿es usted Pedro Alfonso? La Señora Chaves ha pedido que regrese para verla.


Toda su vida, pensó Pedro mientras se movía desde la sala de espera por el pasillo hacia la zona de examen, había sido el equilibrado. El chico con el que todo el mundo podía contar para mantener la calma. Incluso después de su paso por la unidad de quemados, había sido una roca.


Era casi como si los acontecimientos de estas pasadas dos semanas hubieran sido puestos en marcha para ponerle a prueba, para ver de qué estaba hecho.


La llamada del Servicio Forestal.


Perder el control cada vez que tocaba a Paula.


Descubrir que iba a ser padre.


Paula lanzándole de regreso sus palabras de amor.


Poplar Cove ardiendo, cientos de años de historia, convirtiéndose en humo.


Y ahora, Paula yaciendo en una cama de hospital.


Las cortinas estaban echadas y cuando tiró una hacia atrás para acercarse, su corazón se detuvo ante la visión de ella conectada a una intravenosa, sostenida por almohadas, yaciendo bajo una delgada manta blanca.


—Hola —dijo ella con una pequeña sonrisa.


Fue sólo entonces que su corazón comenzó a latir de nuevo.


Ella sonaba bien y su color era bueno. Pero no había forma de que pudiera verla como otra simple víctima del fuego, no había forma de que pudiera evaluar sus estadísticas y estar satisfecho de que estaba bien.


Se dijo que debía ser amable con ella, pero una vez estuvo en sus brazos, no podía dejar de besarla, no podía evitar acercarla más a él.


Su garganta estaba seca y agrietada cuando preguntó:
— ¿Cómo está el bebé? —sus manos automáticamente se movieron hacia su estómago todavía plano—. Está...


Ella puso sus manos sobre las suyas.


—Perfectamente bien.


La respiración que había estado conteniendo salió en un ruidoso zumbido de aire.


—Gracias a Dios —dijo, y después— al verte allá arriba en el techo… nunca he estado tan asustado. Y cuando me percaté de que no había forma de llegar a ti... —había sido el peor momento de su vida—. Nada más importaba excepto bajarte de ese techo.


—Tenía que intentar salvar la cabaña —dijo ella—. Aunque sabía que estarías furioso conmigo por no irme ante la primera señal de fuego.


—Prométeme que nunca harás algo tan valiente, o estúpido, de nuevo.


Ella hizo una mueca ante el ―estúpido, pero se mantuvo firme.


—No puedo hacerte esa promesa, Pedro, no cuando lo que amo podría estar en juego. ¿Serán capaces de salvar la cabaña?


—Probablemente no.


Una lágrima rodó por su mejilla.


—No es justo que la primera oportunidad que has tenido para luchar contra el fuego en dos años sea porque tu propia casa está ardiendo. Lo siento mucho, Pedro.


—No me importa nada de eso. Ni la cabaña. Ni siquiera combatir incendios. La cabaña estuvo allí cuando la necesitamos, para unirnos, para hacer imposible que ignoremos nuestros sentimientos el uno por el otro.


No iba a reprimir las palabras ni un segundo más.


—Te amo, Paula. Por favor, cásate conmigo. No porque estés embarazada, sino porque somos el uno para el otro.


Ella no retiró sus manos de las de él, pero sintió que sus dedos se tensaban.


—No quiero que repitamos los mismos errores, Pedro, hacer lo mismo que tus padres y simplemente casarnos porque estoy embarazada.


—Mi padre estaba enamorado de alguien más cuando dejó embarazada a mi madre. Yo estoy enamorado de ti, Paula.
Él tenía diecinueve años. Yo tengo treinta. Él realmente no estaba preparado para casarse, no con mi madre, de todas formas. Pero yo estoy listo para esto, Paula. Estoy listo para ti. Para una vida contigo. Con nuestros hijos.


La observó tratar de asimilar todo lo que estaba diciendo, pero incluso así sabía que tenía que darle más. Después del modo en que la había lastimado, se merecía hasta el último pedazo de él, sin importar lo duro que hubiera luchado para mantenerse lejos de todos durante tanto tiempo.


—Cuando esa noche me dijiste que me amabas, las sensaciones me abrumaron, nunca me había sentido así. Ni siquiera cuando mis manos se estaban derritiendo. Me asustó, Paula. Más que cualquier otra cosa a la que me hubiera enfrentado antes. Parecía más fácil entumecerse.


Él llevó las manos de ella a su corazón, y las sostuvo allí.


—Pero ahora sé que preferiría sentir demasiado que nada en absoluto.