miércoles, 4 de noviembre de 2015
CAPITULO 50 (tercera parte)
Isabel nunca se había sentido tan rendida, tan sumamente agotada. Había parecido que el día nunca llegaría a su fin mientras el jefe de bomberos interrogaba a Jose y, luego el investigador de incendios, Andres permaneció de pie junto a él todo el tiempo. Protegiendo a su hijo.
Jose había quemado Poplar Cove. Paula y Pedro casi habían muerto. Gracias a Dios, Andres había estado allí para recordarles a todos una y otra vez que había sido un accidente. Le había asegurado al menos una docena de veces que nada le iba a ocurrirle a Jose, que nada iba a registrarse de forma permanente en su historial, y ningún cargo podía ser presentado por el investigador.
Para cuando el sol se puso, Jose ya estaba profundamente dormido en su habitación. Andres estaba sentado en su cocina, sosteniendo una taza de café y ella se sorprendió de encontrar que él lucía simplemente correcto.
De alguna forma, se ajustaba bien al mundo a las orillas del lago que había creado para su hijo y ella misma.
—Ha sido un infierno de día, ¿verdad?
Era el eufemismo del siglo. Todo lo que Isabel quería era alejarse de todo durante un rato.
— ¿Qué tal si remamos hacia la isla?
Miró hacia la habitación de Jose, preguntándose durante un momento si debería quedarse en la casa sólo por si se despertaba, pero lo cierto es que sabía que era una simple excusa para no estar sola con Andres otra vez.
Porque estaba muerta de miedo por la profundidad de sus sentimientos hacia él. Especialmente después de hoy.
Andres agarró un par de toallas grandes del porche mientras caminaban hacia su muelle y subían al bote de remos. Los remos de madera silbaron a través del agua negra, bajo un cielo igualmente negro.
No hablaron mientras él remaba y ella apenas podía verlo en la negra oscuridad, pero la calmó, la complació, saber que estaba justo allí con ella, sentado sólo a unos metros de distancia.
Hacía treinta años, él había sido el único hombre que había querido en su bote salvavidas en una emergencia.
Por primera vez en tres décadas, se preguntó si era posible que pudiera ser ese hombre de nuevo.
Después de subir el bote a la orilla, él extendió la mano y ella le permitió guiarle a su playa ―privada, el lugar especial donde se escabullían como adolescentes cuando querían estar solos. Y conforme caminaba a su lado, su mano cálida en la suya, ella esperaba que los recuerdos volvieran, uno tras otro, todos los recuerdos que no había querido reproducir.
Pero en lugar de volver sobre sus viejos pasos, se percató de que estaban dando unos nuevos. Nunca olvidaría el pasado, pero finalmente podía ver que él no había regresado al lago para revivirlo.
Estaban juntos aquí para construir un futuro.
Extendieron las toallas sobre la arena y fue la cosa más natural del mundo apoyar su cabeza sobre el hombro de Andres.
—Siento mucho que perdieras tu cabaña —dijo y mientras se apretaba más contra él, finalmente a salvo en sus brazos, se dejó desmoronarse—. Casi te pierdo hoy. Arriba en el techo... —No podía conseguir decir nada más, no cuando el simple pensamiento de Andres siendo alcanzado por el fuego le revolvió el estómago.
Andres los movió para que su cabeza estuviera acunada bajo su fuerte antebrazo y él mirando hacia ella. Su pulgar rozó suavemente su mejilla mientras amablemente limpiaba sus lágrimas.
—No llores, Isa. Todavía estoy aquí. Y no voy a ninguna parte, lo prometo.
—Nunca seré capaz de disculparme lo bastante por lo que mi hijo hizo. Antes de que se fuera a dormir me dijo que estaba equivocado sobre ti. Que no eres un mal tipo después de todo. Espero que puedas encontrar la forma de perdonarlo un día.
—No me malinterpretes, todavía no se ha establecido que Poplar Cove ha desaparecido, pero no puedo evitar preguntar si todo esto fue para mejor.
— ¿Cómo puede ser para mejor?
—Bueno, por un lado, es un nuevo comienzo para Pedro y para mí. Dios sabe que ambos lo necesitamos.
—Paula también —murmuró Isabel.
Y ella también, admitió silenciosamente. No se había dado cuenta hasta el regreso de Andres lo anclada que había estado al pasado.
—Ahora Pedro y yo podemos tener una oportunidad de reconstruir la cabaña, juntos. Pasar unos meses trabajando como un equipo en algo que nos importa a los dos. Tal vez Jose pueda ayudarnos, trabajar la culpa a través de un martillo y una sierra. Podría ser también un buen modo de quemar algo de esa energía adolescente, de mantenerle fuera de problemas durante un tiempo.
— ¿Estás planeando quedarte?
¿Y, realmente, consideraría pedirle a su hijo que trabajara con él después de lo que había hecho?
—Quiero hacerlo, Isa. Más que nada. Pero no quiero herirte de nuevo, así que si tú no quieres...
Ella puso un dedo en sus labios para detenerlo.
—Cuando mi hijo nos encontró... —Su rostro se sonrojó—. Bueno, cuando nos encontró besándonos, me porte mal contigo. Sólo porque él no pudiera hacer frente a que su madre se comporte como un adulto normal no significaba que yo debía actuar como que no hubiera ocurrido. —Sus ojos se movieron a su rostro y sostuvieron su mirada—. Porque la verdad es que quería que ocurriera. Quería que tú me besaras.
— ¿Querías?
—Sí. Quería. Más de lo que jamás he deseado algo. Pero estaba indecisa porque aún no estaba segura de si alguna vez podía volver a confiar en ti. Hasta hoy, cuando te vi con mi hijo, el modo en que protegiste a Jose, incluso aunque él era el responsable de tu pérdida.
—Sólo es un chico que cometió un error. Uno malo, pero aún así un error.
—Observarte con él me hizo ver que puedo confiar en ti. Confío en ti. Realmente, tu error y su error no eran tan diferentes. Dos chicos que no sabían qué hacer con toda su energía. Su pasión. Seguí pensando sobre esas cosas que te dije el primer día que pasaste por el restaurante, cuando dije que un hombre verdadero lo habría hecho mejor en tu situación.
—Tenías razón. Toda la razón.
—Tal vez la tenía —dijo— pero si puedo repartirlo, debería ser capaz de aceptarlo, ¿verdad? Porque ahí estaba yo diciendo que tu deberías haber descubierto una manera de hacer que tu matrimonio funcionara, pero ¿hice que el mío funcionara? No. Para nada. Porque todo el tiempo que debería haber estado amando a mi esposo, el padre de mi hijo, todavía estaba enamorada de ti.
— ¿Me amas?
—Siempre te he amado, Andres. Nunca dejé de amarte, ni siquiera un segundo, ni siquiera cuando estaba tan enfadada contigo que quise ir hacia ti con un cuchillo de cocina.
Ella lo escuchó reírse ante su honestidad, y luego suspiró:
—Mi dulce Isa, cómo te amo —un momento antes que su boca bajara sobre la suya.
Su beso fue dulce, suave, y entonces, sin aviso, ambos estaban tomándose, saboreándose y probándose el uno al otro con lenguas, labios y dientes, todo un verano de desesperación alejando cualquier duda o paciencia.
Y entonces, él la reposicionó, tendiéndola sobre su espalda sobre la toalla y mientras le quitaba la ropa, ella miró arriba hacia la luna a través de los árboles, el aroma de los arbustos de arándano llenando el aire con su dulce perfume.
Cada zona de piel que sus dedos tocaban la hacía gemir de placer: conforme quitaba su camiseta y luego su sujetador, y entonces se movían hacia la cinturilla de sus pantalones. Él ahuecó sus senos y ella se inclinó hacia sus maravillosas manos enormes queriendo más, tanto como pudiera darle.
Su boca la encontró a continuación, su lengua moviéndose en largas caricias entre sus piernas y ella olvidó dónde estaba otra vez, sólo podía concentrarse en el hombre dándole el tipo de placer que no había sentido en ningún otro lugar.
Más y más alto iba escalando mientras él la amaba con su boca, pero quería que lo compartiera con ella, así que alcanzó sus hombros y tiró de él hacia arriba sobre su cuerpo. Con sus manos temblando, torpemente fue hacia sus pantalones, pero entonces él la estaba besando otra vez y ella no podía descubrir cómo hacer que sus dedos obedecieran sus instrucciones. Andres le relevo donde lo había dejado y pronto sus ropas también estaban fuera y se apoyaba sobre ella de nuevo, desnudo esta vez.
En otro momento se detendría, respiraría, miraría y aprendería de nuevo cada centímetro del cuerpo de él. Pero ahora, todo lo que importaba era tenerlo dentro, abrirse para él y sentir la larga penetración de su eje dejarla sin respiración.
Él se quedó inmóvil y preguntó:
— ¿Cómo voy a tener alguna vez suficiente de ti? —Y entonces estaba empujando, agarrando uno el cuerpo del otro, intentando acercarse más, moviéndose juntos a un ritmo que era dulcemente familiar, y sin embargo, totalmente nuevo. Estaba besándola como si hubiera estado esperando toda su vida para encontrarla y ella se entregó completamente a él en el momento en que se llevaron el uno al otro por encima del borde. Su rugido de placer fue tragado por los árboles y luego por la boca de ella mientras lo besaba.
Y cuando regresaron a la tierra, yaciendo sudorosos y jadeantes en la retorcida toalla, ella puso las manos en su rostro y lo besó de nuevo con todo el amor de su corazón.
No más remordimientos.
No más ira.
Después de treinta años, el amor era lo que quedaba.
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