miércoles, 30 de septiembre de 2015

CAPITULO 34 (primera parte)




Paula giró su cabeza de golpe y miró hacia Pedro.


Él la amaba.


Ella había sido una molestia constante en su costado, un dolor total en el trasero, y mucho más espinosa que un puercoespín.


Pero él la amaba de todos modos.


Él puso un dedo sobre sus labios, luego la besó suavemente.


—Salgamos de esto con vida. Después podemos hablar.


Ninguno de los dos volvió a hablar mientras esperaban a que las llamas se extinguieran. Pasaron quince largos minutos antes que el fuego se apartara de su piscina y se encontraran con la bola de fuego de lo que una vez había sido su casa.


Pedro era tan fuerte, increíblemente estoico mientras observaba su hermosa casa quemarse. Una vez más, ella entendía exactamente por qué era un líder tan fenomenal: No importaba cuán malas se pusieran las cosas, él era un punto único de calma en medio de la tormenta.


Nadaron hacia la orilla de la piscina, Pedro salió primero y, dándole una mano, la levantó en sus brazos.


—Estoy bien —protestó ella— puedo caminar.


—El suelo está demasiado caliente. Las suelas de tus zapatos podrían derretirse en tu piel.


No la dejó en el suelo hasta que estuvieron por lo menos a un centenar de metros de distancia de las llamas, a pesar de que sus propios pies tenían que estar quemándose. Ella no protestó, estaba disfrutando demasiado de la fuerza y la comodidad de su toque. Cuando por fin la soltó, tuvo que trabajar como loca para ignorar los dolores y picores que acompañaron sus pies.


Estaba viva, ninguno de sus huesos estaba roto, y estaba con Pedro. Lo que significaba que no tenía ni una sola cosa para quejarse.


—¿Cuál es el camino más rápido a la casa de Jose a pie?


—El sendero de los ciervos detrás de mi casa.


Paula no dudó.


—Vamos.


—Es un terreno montañoso —le advirtió—. Iremos a un ritmo en el que te sientas cómoda.


—Tú guiarás y yo mantendré el paso.


Treinta minutos más tarde, los muslos de Paula quemaban, sus piernas se sentían como gelatina, y aunque el caliente sol del verano había secado rápidamente su ropa después de la caída inesperada en la piscina de Pedro, estaba empapada de pies a cabeza con sudor. Había pensado que una hora en el gimnasio cuatro días a la semana la mantendría en buena forma. Estaba equivocada.


Incluso aunque estaban trotando por empinadas laderas rocosas, Pedro apenas se cansaba.


Teniendo en cuenta que no llevaba 150 kilos de equipo, este era probablemente el equivalente a un paseo por el parque para él.


Sin ella, él podría haber ido por lo menos dos veces más rápido. Pero sabía que no la dejaría, así que ahorró lo poco que quedaba de su aliento.


Finalmente, el sendero de los ciervos que habían estado siguiendo se conectó con el camino mantenido por el Servicio Forestal. Pedro esperó a que ella lo alcanzara.


—Podemos reducir la velocidad ahora. Ya casi llegamos.


Ella se las arregló para pronunciar las palabras:
—¿Por dónde? —entre jadeos.


Él señaló colina abajo y ella no perdió ni un segundo antes de correr hacia la casa de Jose.


Unos cuantos minutos después, vio el techo. Pedro corrió pasando junto a ella y ya estaba dentro para cuando ella recuperó su aliento. Se secó el sudor de los ojos y dio un paso dentro de la cabaña.


Estaba mucho más ordenada que en su visita anterior. Casi era demasiado inquietante.


Pedro entró en la habitación de Jose, con la preocupación grabada en su rostro.


—¿Dónde diablos está?


—¿Podría haberse ido en un viaje sin decirte? —preguntó Paula, trabajando en enmascarar su propia preocupación.


—De ninguna manera. Me ofrecí a enviarlo a Hawaii pero se negó a irse.


—¿Estás seguro de que no decidió quedarse con alguien hasta que el fuego detuviera su extensión? —El Señor sabía que habría sido la cosa más inteligente de hacer.


Él abrió las puertas del armario, una después de la otra.


—Todas sus cosas están aquí. —Luego la bronceada cara de Pedro se puso blanca mientras se alejaba de un armario independiente—. Él está ahí afuera.


Paula se apresuró a cruzar la habitación, diciendo


—¿Dónde? —incluso aunque temía ya saber la respuesta.


—Su equipo no está.


—Está tratando de apagar el fuego, ¿no es así?


Pedro asintió.


—Es posible que se haya olvidado que se jubiló. Probablemente escuchó que el incendio estaba extendiéndose.


—Y decidió ir a ayudar a pelear contra éste.


Nunca había visto los ojos de Pedro tan sombríos, incluso en el hospital con Robbie. Ella sabía cuán horrible era perder a un padre. No quería que le sucediera.


—Ve a buscarlo —dijo— ve a traerlo de vuelta.


—No puedo dejarte sola. Tienes que venir conmigo.


—Sólo te haré ir más lento. Puedo cuidar de mí misma hasta que regreses. No puedes estar en dos lugares a la vez. Jose necesita tu ayuda más que yo —ella envolvió sus brazos alrededor de él—. Prometo que estaré esperándote cuando ambos regresen.


Poniéndose sobre la punta de los dedos de sus pies, lo besó con todo el amor que sentía, pero que no podía decir en voz alta. Él la besó de regreso, duro y seguro, y luego se fue.


Ella no se permitiría ir a la ventana y ver cómo desaparecía en las colinas. Ese era el tipo de cosa desesperada, que una pegajosa novia o esposa haría. Incluso después de todo, aún no sabía qué hacer. Sí, lo amaba. Pero, ¿el amor era suficiente? ¿El amor la prepararía para la temida llamada telefónica, para las palabras del Servicio Forestal de que Pedro estaba herido, o peor aún, que se había ido para siempre?


Una vez más, se le ocurrió que la cabaña de Jose estaba extrañamente tranquila. La piel de gallina salpicó sus brazos. Hacía calor en la habitación, pero había un frío persistente en el aire.


Salió de la habitación y asomó la cabeza a una segunda habitación, por el pasillo. Dos camas individuales estaban en paredes opuestas, un póster de Top Gun junto a una de las camas, un póster de los Guns N' Roses sobre la otra. No era demasiado difícil averiguar de quién era cuál; Pedro había estado, sin duda, en su lado rudo como adolescente. Ella sonrió. Él nunca habría ido con el sentimiento regimentado de Tom Cruise.


No parecía que la habitación hubiese cambiado mucho en los últimos veinte años. Sin una mujer alrededor como punta de lanza para hacer la limpieza, Jose ciertamente no parecía ser el tipo de hombre que se preocupaba por actualizar su entorno.


Abrió el polvoriento armario debajo de la ventana y estornudó mientras sacaba un montón de papeles y fotos. 


En la parte superior había una foto de Pedro y Dennis saltando de una piedra a un lago en pantalones cortos.


No podía imaginar haber sido adolescente y haberse visto tan guapa. Los años le habían dado a Pedro una accidentada y dura belleza, pero incluso a los diecisiete, podía ver al hombre en que se convertiría.


Se guardó la foto en sus jeans y siguió hojeando el montón de fotos, hasta que una la hizo detenerse y verla dos veces.


Era una foto muy reciente de Pedro intercalado entre dos mujeres. Y Paula casi tuvo la certeza de que una de las mujeres era la novia de Dennis, Jenny.


Paula estudió la foto, deteniéndose en el hecho de que Jenny estaba mirando a Pedro con desnuda adoración, y de pronto, esa persistente sensación que había estado merodeando en sus talones durante todo el día hizo click en su sitio.


—¿Has estado bajo mi nariz todo el tiempo? —se preguntó, su cerebro volando a través de las posibilidades de todo lo que había sucedido.


Su móvil vibró en el bolsillo y estaba tratando de alcanzarlo cuando la puerta del frente crujió abriéndose. Su corazón latió con fuerza bajo su esternón.


Desde el teléfono, oyó al Jefe Stevens diciéndole:
—Antonio salió con alguien llamado Jenny.


Ella susurró:
—Estoy en la cabaña de Jose. Ayuda —luego cerró el teléfono y se lo guardó en el bolsillo, junto con una lapicera que encontró en la cima de una vieja mesa de madera en el pasillo.


Poco a poco, asegurándose de que estaba tan tranquila como posiblemente podría ser, dobló la esquina. Jenny estaba de pie en el centro de la cocina.


—Hola, Jenny —dijo con una voz fácil, incluso mientras el olor a gasolina impregnaba la cabaña.


Paula se tragó la bilis que se levantó en su garganta.


—Es tan bueno verte de nuevo, Paula —dijo Jenny, como si fueran simplemente dos amigas alistándose para salir a comer algo—. ¿Te acuerdas de mí?


Paula forzó una sonrisa.


—Por supuesto. Nos encontramos un par de veces ayer.


—Oh no, te vi antes. Hace seis meses, en realidad.


El corazón de Paula golpeó duro.


—¿Estás segura de eso?


La boca de Jenny se retorció.


—Nunca he estado más segura de nada







CAPITULO 33 (primera parte)






Pedro sintió a Paula moverse, uno de sus muslos se deslizó contra él. La luz del sol entraba en la habitación y ya estaba duro como una roca, listo para tomarla otra vez. Cambió sus posiciones por lo que ella quedó acostada plana sobre la almohada y él apoyado en un codo, mirándola. Sus párpados revolotearon mientras se despertaba y él se tomó un largo momento para apreciar sus pómulos altos, su exuberante boca, la curva de su mandíbula y su cuello largo y liso.


Era la mujer más hermosa que había visto nunca, a la única que quería en su cama por el resto de su vida.


Sus ojos se abrieron y le sonrió, extendiendo su brazo hacia arriba para presionar su palma contra su pecho.


—Hola.


Le devolvió la sonrisa, disfrutando de su toque, encantándole que estuviera en su cama y no buscando una excusa para irse.


—¿Te desperté?


Frotó su cadera contra su erección.


—Algo lo hizo.


—Te deseo de nuevo, Paula. Mucho.


—Entonces tómame. Ahora.


Las mujeres lo habían elogiado con frecuencia por sus movimientos suaves, por su control. El placer de ellas venía primero, sin importar qué. Pero nunca había estado tan tentado, tan desesperado.


—Me haces perder el control —dijo mientras empujaba sus muslos abiertos con sus rodillas.


—Bien.


Ella tiró de su cabeza hacia abajo y lo besó justo mientras levantaba sus caderas y lo tomaba dentro de su suave calor. 


No la había tocado en horas, pero estaba tan preparada como él lo estaba para ella.


La besó duro, manteniéndose rígido e inmóvil dentro de ella. 


Más que nada, quería empujarse una, dos, tres veces, y correrse con ella apretándolo con fuerza, sin una barrera de goma entre ellos. Pero era demasiado pronto. Ella no estaba lista para comprometerse a una vida con él.


Todavía.


Se obligó a deslizarse fuera todo el camino, incluso cuando los pequeños sonidos de decepción que salieron de su garganta nublaron su pensamiento, tuvo un preservativo puesto en menos de treinta segundos, dándose la vuelta para que ella estuviera a horcajadas sobre él. Ella volvió a sonreír, una sonrisa seductora que lo puso aún más duro, y entonces sus cuádriceps se tensaron mientras ella se ubicaba por encima de su eje. Equilibrando sus manos sobre su pecho, lentamente se bajó a sí misma sobre él, un centímetro a la vez.


Mataba a Pedro no empujarse alto y duro en su resbaladizo calor. Finalmente, Señor, no fue lo suficientemente pronto, ella se sentó sobre su base, sus suaves y redondeadas nalgas presionando en los tendones a través de sus caderas. Y entonces se levantó casi todo el camino, sólo para caer de vuelta, una y otra vez, más fuerte, más rápido cada vez.


Ella echó la cabeza hacia atrás y arqueó su espalda mientras lo montaba, sus senos rebotando al ritmo de sus embestidas. Él deslizó una mano a su trasero, la otra a sus tetas, y la acarició, gimiendo su aliento. No era capaz de contener su orgasmo hasta que ella hubiera encontrado su propio placer.


Agarrando las caderas de Paula con ambas manos, la sostuvo con fuerza contra él mientras su eje se movía y saltaba dentro de su apretado canal. Ella meció sus caderas contra su entrepierna mientras gritaba su nombre, sus músculos internos apretándolo.


Colapsó sobre su pecho y él envolvió sus brazos alrededor de su caja torácica y cintura. Seguían tratando de recuperar el aliento cuando él dijo:
—No quiero que haya ningún secreto más entre nosotros, Paula. Quiero decirte acerca de las razones por las que solía jugar con fuego —esperaba que si se abría por completo, ella también lo haría.


Paula se movió un poco para mirarlo.


—Estoy escuchando —dijo, sus ojos eran suaves, llenos de entendimiento.


—Tenía diez años la primera vez que encendí un fuego —recordaba bien esa calurosa tarde de verano, cuando un montón de hojas y una cerilla se convirtieron en una revelación—. Mi padre era un hombre difícil para tener alrededor. Un idiota clase “A”, de hecho.


—No puedo imaginar eso. Debe haber sido difícil para ti.


—Más difícil fue para mi madre. Ella lloraba mucho. Descubrí muy pronto que dar la cara por ella sólo empeoraba las cosas. Me estaba escondiendo de ellos, pateando montones de hojas secas, cuando encontré una caja de cerillas en el suelo. No te voy a mentir. Ese primer fuego fue impresionante. Peligroso. Me sentí como un maldito superhéroe.


—Cualquier niño lo habría hecho.


Su idea, el hecho de que no le estuviera juzgando por lo que había hecho, lo era todo para él.


—Ese primer fuego no duró mucho. Treinta segundos, tal vez un minuto. Pero hizo suficiente humo y llamas para entusiasmarme. Y ponerme un poco nervioso.


—¿Y si tu padre se hubiera enterado? ¿Qué habría hecho?


Pedro no había hablado con su padre en más de una década, no desde que había convencido a su madre de largarse.


—Me hubiera golpeado en cada centímetro de mi cuerpo. Pero no se enteró. Y cuando me salí con la mía, lo hice otra vez.


—El riesgo era la recompensa, ¿no?


Pedro asintió.


—Exactamente. ¿Cuánto tiempo podía dejarlos arder? ¿Cuán grandes podían volverse? No pasó mucho tiempo para que las cosas se intensificaran. Pasaba el rato con niños más grandes de la ciudad, a los que les importaba una mierda lo que les sucediera, porque sus vidas ya eran terribles. Les gustaba tener a un tipo como yo por ahí que no tuviera miedo de crear diversiones con fuego. Ellos robaban cosas, entonces yo encendía fuegos en contenedores de basura y en basureros. Supongo que conseguía más atención.


—Imagino que los propietarios de las tiendas pensaban que era mejor perder un par de cosas de los estantes con los carteristas que ver sus negocios prenderse fuego. ¿Cuántos años tenías cuando finalmente te atraparon?


—Apenas diecisiete. Estaba atónito. No podía creerlo, incluso cuando estaba esposado. En mi cabeza, era completamente invencible.


Ella le dedicó una sonrisa torcida.


—Algunas cosas no cambian mucho, ¿verdad?


Cubrió su mano con la suya.


—Podría parecer que tomo riesgos locos, pero sé muy bien que no soy invencible. Mi equipo no es invencible, tampoco. He aprendido esa lección todos los días en la montaña, cada vez que tengo que ir al hospital a visitar a uno de mis hombres.


Ella se llevó su mano a los labios y le dio un beso en los nudillos.


—Eso no salió bien. Lo dije como un cumplido. Creo que eres muy valiente. De hecho, creo que eres simplemente increíble.


Rozó los dedos sobre sus labios.


—Jose me enseñó acerca de la valentía. Me mostró que un arrogante chico de diecisiete años era prácticamente inútil a menos que hiciera algo bueno por otra persona. Le debo todo.


—Sé que siente lo mismo por ti. No hablé mucho tiempo con él el viernes, pero no pudo evitar decirme lo grandioso que eras. Lo orgulloso que está de conocerte.


—Le gustas, también. Mucho.


Ella dejó de lado su cumplido.


—Sólo se encontró conmigo una vez.


—No significa que no le dieras un infierno de impresión.


Paula sonrió, obviamente complacida por la evaluación de Jose.


—Me gustó también. ¿Tiene novia? ¿Esposa?


—No. Él siempre dijo que su esposa fue la única mujer que amaría. Ella murió el año antes que yo viniera a vivir con ellos.


Ella frunció el ceño.


—Debe ser difícil para él vivir solo. No conozco a muchos hombres mayores que sepan cómo mantener una casa solos. Llegan a una época en un momento diferente —apretó su mano— ¿ha visto a un médico?


—Ni siquiera puedo hacerle hablar conmigo al respecto. No hay manera de que entre en la oficina de su doctor y le diga que está perdiendo la razón.


Paula cubrió sus manos con las suyas.


—El padre de mi mejor amigo pasó por eso. Tengo una idea de qué tipo de especialistas necesita ver Jose, las preguntas que necesitan hacerse. Me gustaría ayudarte, Pedro. Jose es un buen hombre. Se merece vivir una vida larga y saludable.


Pedro colocó las manos a ambos lados de su cara y simplemente la sostuvo. Ella cubrió sus manos con las suyas. Él estaba a punto de besarla de nuevo, de probar algo más de su dulzura, cuando un destello de color fuera de la ventana de la habitación llamó su atención.


Saltó de la cama, su pecho se apretó con temor y aprensión.


—Rápido, vístete.


Paula obedeció su repentina orden sin decir una palabra, con movimientos eficientes mientras encontraba una de sus camisetas y se la ponía, junto con sus jeans.


—Hay un extintor de incendios en la pared junto a la puerta en cada habitación. Agárralos todos, luego espera en la parte superior de las escaleras por mí.


Él subió los escalones de tres en tres y lo que vio por la ventana del piso principal de su casa confirmó sus peores sospechas. El humo entraba a raudales por debajo de las puertas y las terrazas de secuoyas que rodeaban su casa estaban completamente envueltas en llamas.


No había nada salvaje sobre el fuego rodeando su casa. El incendio se había establecido deliberadamente para asegurarse que no pudieran salir fácilmente, o en lo absoluto.


Él corrió escaleras arriba y encontró a Paula de pie junto a una ventana, rodeada de extintores de incendios, con expresión feroz.


—Tu hermosa casa —siseó con rabia—. Haré que el pirómano pague por esto.


La mayoría de las mujeres estarían preocupadas por salvar sus propias vidas en este momento. Paula no. Si no se hubiera dado cuenta ya de que la amaba, lo habría sabido ahora mientras se enfrentaba al peligro mortal, totalmente sin miedo.


Por lo que sabía, el fuego se movía rápidamente alrededor de la base de la casa y hacia arriba de los árboles circundantes. No tenían mucho tiempo para salir. Él ahuecó sus manos y las extendió.


—Tenemos que ir a través del ático hacia el techo. Sube y te izaré.


Su capacidad atlética natural se mostró cuando ella fácilmente empujó la cubierta del techo y se irguió en su ático. Él agarró un hacha de un armario luego saltó y agarró el borde de dos por cuatro con sus dedos, levantando su cuerpo hacia el puntiagudo espacio sin terminar.


—Retrocede —dijo, entonces osciló el hacha sobre su hombro hacia el techo. Cerró los ojos mientras los fragmentos de madera salpicaban—. Cubre tu cara con tus manos.


Su voz fue ahogada cuando ella dijo:
—¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un poco mandón? ¿Y que eso es bastante sexy?


En lugar de responder, pero apreciando su buen humor en una situación soberanamente de mierda, osciló de nuevo en la madera, finalmente viendo un trozo de cielo azul. No tomó muchos más golpes abrir un agujero lo suficientemente grande en el techo para que pasaran por este. Empujó un baúl de almacenamiento de metal debajo de la abertura.


—Es hora de irnos.


Ella se apresuró, y antes de que él pudiera advertirle de tener cuidado en la empinada inclinación de su techo, ella se había ido. Él sostuvo el hacha mientras la seguía. Ella caminaba por las tejas como si hubiera nacido balanceándose en situaciones precarias. Sin embargo, Pedro contuvo la respiración hasta que llegó a la sección de más nivel, por encima de su cocina.


Desde el techo, podían ver la carnicería a su alrededor mientras se dirigían al camino de la casa. El granero y el garaje de Pedro ardían igual que su camioneta. Por todas partes a donde miraban, había fuego.


Se detuvieron juntos en una claraboya y sopesaron sus opciones, las cuales a cada segundo eran más escasas. 


Pedro caminó el perímetro de su techo, en busca de una ruta de escape. Mientras cazaba una salida, le habló a Paula para que mantuviera la calma.


—Una vez, Dennis me desafió a saltar de la azotea de Jose.


—Los adolescentes son tan estúpidos.


Ella no parecía preocupada por el hecho de que estaban atrapados en su techo, rodeados por un anillo de fuego mortal, a pesar de que sabía que tenía que estarlo.


—¿Quién se rompió qué?


Él se encontró sonriendo en medio del peligro.


—Un dedo para mí. Un brazo para Dennis.


Ella lo agarró del brazo.


—No puedo creer que me haya olvidado de decírtelo. Hablé con Dennis.


Mierda, él había querido llegar a Dennis primero.


—Puede ser una bomba de relojería —dijo él, y cuando ella asintió en acuerdo, preguntó—: ¿Qué te dijo?


—Estaba visitando médicos la semana pasada. Para Jose.


—¿Por qué demonios no me lo dijo? Hubiera ido con él.


Ella le apretó la mano.


—Quería hacer esto por su cuenta. Darle a su padre una razón para estar orgulloso de él —apretó los labios— estabas en lo cierto acerca de Dennis. No creo que él lo hiciera.


Un fuerte crujido sonó en el primer piso y Pedro tiró de ella hacia el otro lado del techo. Tendrían que terminar esta conversación más tarde.


—Tenemos que salir de aquí. Rápido. Y parece que sólo hay una manera de salir —señaló a la piscina afuera de lo que solía ser su terraza posterior.


—Tendremos que saltar al agua.


Ella respiró hondo.


—Está bien.


Dejó el hacha y le apretó la mano.


—Iremos juntos.


Ella lo miró, la confianza ardía desde las profundidades de sus ojos.


—Hagamos esto.


Paula era igual a cualquier hombre en su equipo. No dejaba que el miedo la detuviera. Incluso cuando era una situación de vida o muerte. Y tenía razón. Era mejor actuar primero, antes que pensar, y que el miedo los metiera en problemas.


—A las tres. Uno, dos, tres.


Incluso un momento de duda habría sido mortal mientras corrían a través de su techo y saltaban en el aire. Soltándose las manos y haciéndose bolas, llegaron al agua en un perfecto centro de diana.


La fuerza de golpear el agua inutilizó temporalmente el aire de sus pulmones. Él golpeó con sus rodillas el cemento en la parte inferior de la piscina y el agua se tragó su rugido de dolor. Sus piernas y lumbares dolieron como el infierno. Pero estaba vivo.


Un instante después, pudo abrir los ojos y mirar a Paula en el agua revuelta. Ella no se movía, simplemente estaba flotando boca abajo en medio de su piscina, sus miembros estaban sueltos.


Rezó para que ella simplemente se hubiera golpeado hasta quedar inconsciente cuando cayó al agua. ¿Qué haría sin ella?


Pedro nadó a su lado y tiró de su forma inmóvil fuera del agua. Tan pronto como su cabeza estuvo por encima de la superficie, confirmó su pulso, después presionó su palma entre sus omóplatos en un movimiento constante.


Su súbita tos fue el sonido más hermoso que jamás había escuchado. La abrazó en el agua, frotando su espalda, susurrando:
—Está bien. Lo logramos. Haz largas y lentas respiraciones —sus inhalaciones se desaceleraron y murmuró— eso es todo. Simplemente así.


Ella se aferró a su cuello, sus piernas fueron alrededor de su cintura.


—¿Crees que te rompiste algo?


—No —la voz de ella fue áspera, luego tosió con fuerza varias veces en rápida sucesión—. No estamos muertos, ¿verdad?


—Todavía no.


Ella se apartó un poco para mirarlo y él estuvo tan contento de ver sus ojos abiertos y brillantes con vida que la besó con fuerza, luego suave y lento.


—Ves —dijo ella— ¿qué te dije? Invencible.


Él la abrazó con fuerza, luego dijo:
—Tenemos que averiguar quién será el próximo objetivo. ¿A quién más podría querer destruir el pirómano? —Un nombre de inmediato le vino a su cabeza, y cuando Paula lo miró, supo que ella estaba pensando lo mismo.


—Jose.


Él asintió.


—Por alguna razón, él y yo fuimos escogidos para parecer culpables. Ahora que el pirómano cree que nos tiene a ti y a mí, me temo que irá tras Jose.


Paula comenzó a nadar hacia el borde de la piscina.


—Tenemos que sacarlo de su casa, trasladarlo a un lugar seguro —pero cuando vio que los arbustos alrededor de la piscina estaban revestidos en llamas, las cuales se elevaban al doble de la altura de las plantas, se detuvo a media carrera—. Oh, Dios —dijo— estamos atrapados aquí.


Estaban rodeados por un muro de metro y medio de llamas por todos lados. No ayudaba nada que la mañana estuviera bien ventosa y las llamas alcanzaran todas las direcciones. No había ningún lugar seguro para salir.


Pedro se acercó a ella y la atrajo hacia sí, necesitaba tranquilizarse a sí mismo una vez más ya que ella estaba bien.


—Tendremos que esperar en el agua a que pase.


De todas las cosas que pensaba que podría hacer en una piscina con una mujer hermosa, nunca había pensado que una seria mirar la casa que había construido mientras esta se quemaba.


—Esto es una mierda —dijo Paula, poniendo sus pensamientos en palabras— ojalá pudiéramos hacer algo para salvar tu casa.


—El pirómano puede tener mi casa. Pero no podrá tener a la mujer que amo






CAPITULO 32 (primera parte)




Horas más tarde, cuando la noche pasó y la luz del día volvió, los celos ardían en el bosque que rodeaba la casa de Pedro.


Ella estaba allí con él. Follando con él.


Maldita sea. Incluso después de todo lo que había sucedido, todavía lo estaban haciendo como conejos. Nada los detenía, ni las explosiones, las bombas o incluso las muertes.


Esta vez pagarían finalmente.


Así como todos los que ellos amaban.





CAPITULO 31 (primera parte)




Pedro acunó a Paula en su regazo, abrumado por la profundidad de sus sentimientos hacia ella. Metió su cabeza debajo de su barbilla y acarició su suave cabello con largas caricias hasta donde caía por sus hombros y espalda.


—No tienes por qué hacer esto, Paula.


Ella se movió sobre sus muslos y alzó la vista hacia él.


—Quiero hacerlo.


Le acarició el labio inferior con la yema de su pulgar y él se tragó un gemido cuando ella se inclinó sobre su torso y las puntas de su pelo barrieron a través de su piel. Sus músculos abdominales saltaron y se tensaron esperando su boca. Apenas sintió la punta de su lengua al principio, cuando se deslizó entre los profundos surcos de su estómago.


Ya estaba peligrosamente cerca del borde. Sus manos en puños a sus costados mientras alcanzaba profundamente el control. Sus abdominales le habían servido bien para levantar, girar y cargar, nunca para los juegos previos.



La toalla cayó de sus pechos y su carne suave y redondeada rozó contra su polla. Ni siquiera estaba seguro de que ella supiera lo que su belleza le hacía. Paula no era solo alguna groupie de los incendios que quería embolsarse a otro bombero. Por el contrario, sus emociones eran profundas y puras.


Le hacía desearla aún más, quería arrastrarla por su cuerpo y enterrarse en su calor. Pero este hacer el amor, con ella al mando, se suponía que era para curarlos a ambos. De alguna manera, encontraría la forma de mantener sus manos fuera y la dejaría seguir el camino de su lengua hacia abajo por su cuerpo.


Un momento después, ella le desenganchó la toalla de la cintura, y mientras retiraba el grueso algodón blanco, el aire frío de repente se precipitó a través de su polla un momento antes de que Paula envolviera una mano alrededor de su eje y se quedara inmóvil.


Trabajó para encontrar su voz, para dar la impresión de que no estaba a punto de explotar en su mano.


—Actúas como si nunca la hubieras visto antes.


Ella succionó su labio inferior bajo sus dientes.


—Sólo la he sentido —dijo, apretando su agarre sobre su polla y lentamente deslizando su mano hacia abajo—. Esta es la primera vez que realmente consigo mirarte. Eres hermoso, Pedro. Absolutamente perfecto.


Ella inclinó la cabeza y dejo caer un beso sobre su cabeza hinchada, luego lamió la gota de excitación que le respondió.


Estaba muy cerca de rodarla sobre su espalda y tomarla aún más fuerte y más rápido de lo que lo hizo en la puerta de entrada. Y luego su boca descendió sobre él, envainándolo en el cálido y húmedo calor, lo único que pudo hacer fue sepultar las manos en su pelo y guiar sus caderas hacia su boca. A medida que su lengua se deslizaba arriba y abajo por toda su longitud, y le apretaba la base de su erección con una mano, su polla latió y engordó en su boca.


Estaba totalmente decidido a dejarle explorar su cuerpo, pero no iba a correrse en su boca. No esta vez, al menos. 


Fue una tortura retirarse de entre sus labios suaves y húmedos.


Y luego, un momento después, ella estaba acostada sobre su espalda, su toalla en el suelo, sus muslos extendidos abiertos debajo de él.


—No había terminado —dijo.


Silenció su protesta con un largo y lento beso. Desde la primera vez que la había saboreado, había permanecido como el patrón de referencia por el cual él había juzgado cada uno de los demás besos.


Encontró que la palara amor estaba asentada en la punta de su lengua y se sobresaltó como el infierno. Se apalancó sobre sus brazos, casi bloqueando sus codos para crear algo de espacio entre ellos, para recuperar su sentido de la realidad.


Los ojos de ella se llenaron de preocupación.


—¿Pedro? ¿Estás bien?


Ella se le acercó, y sabía que creía que se había apartado por lo de Robbie. Pero aunque la pérdida de Robbie siempre lo perseguiría y lo golpearía con fuerza, a veces, cuando menos lo esperara, como una tarde de domingo de limpieza y una carrera a la tienda de comestibles, ahora mismo estaba pensando en Paula. Y si había alguna posibilidad en el infierno que ella se sintiera de la misma forma que él lo hacía.


Porque incluso aunque ella acabara de compartir tanto con él, sabía que todavía se contenía, todavía temía dejarse amar por otro bombero.


Ella le había dado su cuerpo, pero iba a tener que luchar como el infierno para capturar su corazón.


Le dejó que tirara de él hacia abajo, de nuevo sobre ella, la dejó que le desperdigara una lluvia de besos suaves sobre su cara, su cuello, antes de volver su atención a complacerla, a ahuecarle un pecho en cada mano y hacer rodar ligeramente sus pezones entre los pulgares e índices para luego colocar su boca sobre un tenso pico.


Con cada golpe de su lengua contra sus pechos, se concentró en deslizar sus dedos entre sus labios mojados y resbaladizos, resbalando uno, luego dos dedos dentro de ella, todo mientras lamía sus pezones con su lengua hasta que la tuvo retorciéndose bajo él, silenciosamente rogándole que la tomara otra vez.


Ella se estiró por su eje, pero sabía que no podría durar mucho más tiempo, así que esquivó su mano y encontró un condón en su mesita de noche. Abrió el paquete y estaba a punto de deslizárselo, cuando ella extendió su mano.


—Me gustaría hacer los honores.


Le entregó el condón y contuvo su respiración mientras la observaba poner el látex sobre su gruesa cabeza y lentamente rodarlo hacia abajo.


—Apenas cabe —susurró ella cuando estaba a mitad de camino— realmente necesitas uno extra-grande —le dijo con una pequeña sonrisa.


Apretó los dientes, encontrando imposible bromear cuando sus manos estaban sobre él, y estaba tan cerca de perderse.


—Tienes cinco segundos más para conseguir ponerlo —le advirtió.


—¿O si no?


—O si no esto —dijo, cubriendo su mano con la suya y deslizando el condón el resto del camino antes de agarrar sus muslos con sus manos y extender sus piernas más abiertas para él.


El suave sonido “Mmm” que hizo lo envió sobre el borde y se empujó hasta el fondo.


Sus manos se aferraron a sus hombros y aunque le tomó su boca tan rudamente como tomó el resto de ella, estaba ahí mismo con él, poniéndolo más alto, y más salvaje. La oyó gemir y decir su nombre, y entonces todo se volvió negro cuando se movió en espiral hacia su propio clímax, sus caderas moviéndose por propia voluntad. Los músculos internos de ella se apretaron y tensaron alrededor de él, extrayendo su orgasmo.


Les dio la vuelta para que ella se recostara en el hueco de su brazo, y sus pulmones ardieron por el esfuerzo.


Cuando le acarició el pelo, supo que no tenía sentido pensar que ella sólo era una follada excepcional. Era todo eso y mucho más. Mucho más.


La amaba.


Bajó la vista hacia su rostro y vio que tenía los ojos cerrados, las ojeras de cansancio debajo de ellos, poniendo en relieve su hermosa piel color miel. Ella había pasado a través de un infierno en el último par de días. Ambos lo habían hecho.


El agotamiento tiró de Pedro. Con Paula segura entre sus brazos, se dio por vencido y se durmió.