miércoles, 30 de septiembre de 2015
CAPITULO 31 (primera parte)
Pedro acunó a Paula en su regazo, abrumado por la profundidad de sus sentimientos hacia ella. Metió su cabeza debajo de su barbilla y acarició su suave cabello con largas caricias hasta donde caía por sus hombros y espalda.
—No tienes por qué hacer esto, Paula.
Ella se movió sobre sus muslos y alzó la vista hacia él.
—Quiero hacerlo.
Le acarició el labio inferior con la yema de su pulgar y él se tragó un gemido cuando ella se inclinó sobre su torso y las puntas de su pelo barrieron a través de su piel. Sus músculos abdominales saltaron y se tensaron esperando su boca. Apenas sintió la punta de su lengua al principio, cuando se deslizó entre los profundos surcos de su estómago.
Ya estaba peligrosamente cerca del borde. Sus manos en puños a sus costados mientras alcanzaba profundamente el control. Sus abdominales le habían servido bien para levantar, girar y cargar, nunca para los juegos previos.
La toalla cayó de sus pechos y su carne suave y redondeada rozó contra su polla. Ni siquiera estaba seguro de que ella supiera lo que su belleza le hacía. Paula no era solo alguna groupie de los incendios que quería embolsarse a otro bombero. Por el contrario, sus emociones eran profundas y puras.
Le hacía desearla aún más, quería arrastrarla por su cuerpo y enterrarse en su calor. Pero este hacer el amor, con ella al mando, se suponía que era para curarlos a ambos. De alguna manera, encontraría la forma de mantener sus manos fuera y la dejaría seguir el camino de su lengua hacia abajo por su cuerpo.
Un momento después, ella le desenganchó la toalla de la cintura, y mientras retiraba el grueso algodón blanco, el aire frío de repente se precipitó a través de su polla un momento antes de que Paula envolviera una mano alrededor de su eje y se quedara inmóvil.
Trabajó para encontrar su voz, para dar la impresión de que no estaba a punto de explotar en su mano.
—Actúas como si nunca la hubieras visto antes.
Ella succionó su labio inferior bajo sus dientes.
—Sólo la he sentido —dijo, apretando su agarre sobre su polla y lentamente deslizando su mano hacia abajo—. Esta es la primera vez que realmente consigo mirarte. Eres hermoso, Pedro. Absolutamente perfecto.
Ella inclinó la cabeza y dejo caer un beso sobre su cabeza hinchada, luego lamió la gota de excitación que le respondió.
Estaba muy cerca de rodarla sobre su espalda y tomarla aún más fuerte y más rápido de lo que lo hizo en la puerta de entrada. Y luego su boca descendió sobre él, envainándolo en el cálido y húmedo calor, lo único que pudo hacer fue sepultar las manos en su pelo y guiar sus caderas hacia su boca. A medida que su lengua se deslizaba arriba y abajo por toda su longitud, y le apretaba la base de su erección con una mano, su polla latió y engordó en su boca.
Estaba totalmente decidido a dejarle explorar su cuerpo, pero no iba a correrse en su boca. No esta vez, al menos.
Fue una tortura retirarse de entre sus labios suaves y húmedos.
Y luego, un momento después, ella estaba acostada sobre su espalda, su toalla en el suelo, sus muslos extendidos abiertos debajo de él.
—No había terminado —dijo.
Silenció su protesta con un largo y lento beso. Desde la primera vez que la había saboreado, había permanecido como el patrón de referencia por el cual él había juzgado cada uno de los demás besos.
Encontró que la palara amor estaba asentada en la punta de su lengua y se sobresaltó como el infierno. Se apalancó sobre sus brazos, casi bloqueando sus codos para crear algo de espacio entre ellos, para recuperar su sentido de la realidad.
Los ojos de ella se llenaron de preocupación.
—¿Pedro? ¿Estás bien?
Ella se le acercó, y sabía que creía que se había apartado por lo de Robbie. Pero aunque la pérdida de Robbie siempre lo perseguiría y lo golpearía con fuerza, a veces, cuando menos lo esperara, como una tarde de domingo de limpieza y una carrera a la tienda de comestibles, ahora mismo estaba pensando en Paula. Y si había alguna posibilidad en el infierno que ella se sintiera de la misma forma que él lo hacía.
Porque incluso aunque ella acabara de compartir tanto con él, sabía que todavía se contenía, todavía temía dejarse amar por otro bombero.
Ella le había dado su cuerpo, pero iba a tener que luchar como el infierno para capturar su corazón.
Le dejó que tirara de él hacia abajo, de nuevo sobre ella, la dejó que le desperdigara una lluvia de besos suaves sobre su cara, su cuello, antes de volver su atención a complacerla, a ahuecarle un pecho en cada mano y hacer rodar ligeramente sus pezones entre los pulgares e índices para luego colocar su boca sobre un tenso pico.
Con cada golpe de su lengua contra sus pechos, se concentró en deslizar sus dedos entre sus labios mojados y resbaladizos, resbalando uno, luego dos dedos dentro de ella, todo mientras lamía sus pezones con su lengua hasta que la tuvo retorciéndose bajo él, silenciosamente rogándole que la tomara otra vez.
Ella se estiró por su eje, pero sabía que no podría durar mucho más tiempo, así que esquivó su mano y encontró un condón en su mesita de noche. Abrió el paquete y estaba a punto de deslizárselo, cuando ella extendió su mano.
—Me gustaría hacer los honores.
Le entregó el condón y contuvo su respiración mientras la observaba poner el látex sobre su gruesa cabeza y lentamente rodarlo hacia abajo.
—Apenas cabe —susurró ella cuando estaba a mitad de camino— realmente necesitas uno extra-grande —le dijo con una pequeña sonrisa.
Apretó los dientes, encontrando imposible bromear cuando sus manos estaban sobre él, y estaba tan cerca de perderse.
—Tienes cinco segundos más para conseguir ponerlo —le advirtió.
—¿O si no?
—O si no esto —dijo, cubriendo su mano con la suya y deslizando el condón el resto del camino antes de agarrar sus muslos con sus manos y extender sus piernas más abiertas para él.
El suave sonido “Mmm” que hizo lo envió sobre el borde y se empujó hasta el fondo.
Sus manos se aferraron a sus hombros y aunque le tomó su boca tan rudamente como tomó el resto de ella, estaba ahí mismo con él, poniéndolo más alto, y más salvaje. La oyó gemir y decir su nombre, y entonces todo se volvió negro cuando se movió en espiral hacia su propio clímax, sus caderas moviéndose por propia voluntad. Los músculos internos de ella se apretaron y tensaron alrededor de él, extrayendo su orgasmo.
Les dio la vuelta para que ella se recostara en el hueco de su brazo, y sus pulmones ardieron por el esfuerzo.
Cuando le acarició el pelo, supo que no tenía sentido pensar que ella sólo era una follada excepcional. Era todo eso y mucho más. Mucho más.
La amaba.
Bajó la vista hacia su rostro y vio que tenía los ojos cerrados, las ojeras de cansancio debajo de ellos, poniendo en relieve su hermosa piel color miel. Ella había pasado a través de un infierno en el último par de días. Ambos lo habían hecho.
El agotamiento tiró de Pedro. Con Paula segura entre sus brazos, se dio por vencido y se durmió.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario