miércoles, 30 de septiembre de 2015
CAPITULO 30 (primera parte)
Paula perdió una preciosa hora conduciendo primero al hospital y luego a la estación. La enfermera dijo que no había encontrado a Pedro por una cuestión de minutos, y Gabriel no le había dicho nada en absoluto, sólo que se alegraba de que ella finalmente hubiera recobrado el juicio y hubiera quitado la suspensión de Pedro. El hecho de que ella se había sentido como una mosca zumbando alrededor de un matamoscas era irrelevante. Lo único que importaba ahora era encontrar a Pedro y asegurarse de que no se culpaba por la muerte de Robbie.
Exhaló un profundo suspiro de alivio cuando se detuvo en la entrada de su casa y vio la luz de la luna reflejándose en el parachoques de una camioneta de la estación.
Su corazón golpeaba con fuerza en su pecho mientras subía los mismos escalones delanteros por los que él la había cargado después de la explosión de la tarde. A pesar de que habían hecho el amor sólo unas pocas horas antes, parecía que toda una vida había pasado desde entonces.
Llamó a su puerta, luego tocó el timbre, pero no obtuvo respuesta. Tomando la posibilidad de que estuviera abierta, había crecido en una casa donde nadie había necesitado una llave, giró el pomo y la puerta se abrió de golpe. Dio un paso dentro, explorando el vestíbulo vacío buscando signos de Pedro.
Él surgió silenciosamente. A primera vista, no parecía diferente. La misma sombra oscura cubría su mandíbula, y se quedó de pie con su habitual confianza en sí mismo. Pero había sido entrenada para mirar más allá de eso y de inmediato notó la tensión alrededor de su boca, la frustración en sus ojos.
—Me enteré de lo de Robbie —le dijo suavemente. Quería extender la mano hacia él, quería que supiera que entendía lo que estaba atravesando—. Lo siento mucho, Pedro.
Sus manos grandes y fuertes la atrajeron hacia él, y estuvo momentáneamente sorprendida por la enorme erección que sintió contra su vientre, pero sólo por un breve momento.
Después de todo, ¿no había tratado con su pérdida
exactamente de la misma manera? ¿No había usado el cuerpo de Pedro para tratar de olvidar su tristeza?
Le debía esto. Y le daría con gusto un pedazo de sí misma si eso le ayudaba a lidiar con su pérdida de alguna pequeña manera.
Se presionó contra él y frotó sus pechos contra la pared de su tórax, y una maldición gruñida estuvo en sus labios cuando capturó su boca en un duro beso. Consciente de sus cortes, suavemente envolvió sus brazos alrededor de su amplia espalda y abrió sus piernas para atraerlo más cerca.
Las manos de él se movieron de sus caderas a su pelo, luego hacia abajo otra vez.
En algún lugar al fondo, oyó una tela rompiéndose, dándose cuenta que había rasgado la camiseta de su cuerpo solo cuando el arruinado algodón cayó al suelo. Su sujetador salió con la misma rapidez, y luego su boca estuvo sobre su piel, caliente e insistente mientras chupaba sus pezones entre sus dientes, ahuecando sus pechos para poder lamerlos ambos a la vez.
Un gemido sonó, tal vez suyo, tal vez de él. Se arqueó en su boca y empujó sus manos dentro de los bolsillos traseros de sus jeans, sus apretados músculos saltaron contra sus dedos. Apenas se tomó el tiempo de abrir su cremallera antes de que le quitara los jeans y la ropa interior, y cuando sus dedos la encontraron ya estaba mojada e hinchada, desesperada por más. Su polla salió libre de sus jeans y bóxer, y la levantó del suelo, forzando sus muslos alrededor de sus caderas.
Instintivamente, envolvió sus piernas alrededor de él y cuando empujó en ella, firme y con fuerza, jadeó de placer.
Su erección tensamente envainada en ella, sus codos trabados alrededor de su cuello, ella enterró su cabeza contra su hombro y se meció arriba y abajo sobre su eje.
Había venido para ayudarle, pero no podía negarse su propia liberación, o incluso reducir la velocidad. Sus músculos comenzaron a bailar alrededor de él, y cuando él empujó más profundo, perdió lo que le quedaba de control y cayó en un clímax increíblemente poderoso.
Pedro la montó constantemente a través de sus ondas de placer, y sólo cuando estaba calmándose de su orgasmo fue cuando él salió y eyaculó caliente contra su vientre.
No podía tomar el aire lo suficientemente rápido mientras se aferraba a él, su piel empapada con sudor y semen. No había planeado esto, no podía haber dado motivos racionales para lo que acababa de pasar entre ellos, pero profundamente en su interior sabía que había sido exactamente lo correcto.
Pedro la alejó de él, las líneas de remordimiento uniéndose a esas de tristeza.
—Jesús, Paula, te ataqué.
La recriminación estaba en cada palabra.
Ignorando su desnudez, tomó su mano.
—Hace seis meses te hice lo mismo. Todo está bien. Entiendo exactamente cómo te sientes.
Sus ojos se encontraron brevemente con los de ella, sólo el tiempo suficiente como para que pudiera decir que él todavía se estaba culpando a sí mismo por todo, incluyendo su rapidito. Rechazando soltar sus manos, lo condujo arriba y a su cuarto de baño. Abrió la ducha y se metió bajo el agua, tirando de él con ella.
—Vamos a lavarnos —le dijo en voz baja —y luego quiero compartir algo contigo. Algo que espero ayudará.
El agotamiento mezclado con la confusión en su corazón cubría su hermosa cara. Se preguntó, ¿cuándo fue la última vez que había dormido? Quería abrazarlo y acariciarle el pelo como si fuera un niño pequeño, hasta que finalmente consiguiera algo de descanso.
Pasó la pastilla de jabón sobre su pecho, tratando de mantener su atención en un simple baño, pero era difícil.
Muy difícil. Se mordió el labio inferior mientras
enjabonaba sus pectorales y seguía hacia abajo sobre su estómago como tabla de lavar.
Él cubrió su mano con la suya antes de que llegara un poco más cerca de su erección en ciernes.
—No me puedo controlar a tu alrededor.
Ella lo miró y reconoció la verdad.
—Lo sé. Me siento de la misma manera.
La pastilla de jabón cayó al suelo de baldosas mientras su boca bajaba sobre la de ella. Pero antes de que le pudiera devolver el beso, él apagó el agua y la envolvió en una toalla.
—Soy un monstruo esta noche, Paula. No quiero hacerte daño otra vez.
—Nunca me has hecho daño, Pedro. Nunca. —Se acercó a su cama y se sentó contra una almohada, metiendo sus tobillos debajo de sus muslos—. Por favor, ven a escuchar lo que tengo que decirte. Y luego, si quieres que me vaya, me iré.
La miró durante un largo momento, sólo el tiempo suficiente para que se preguntara si iba a rechazar su petición.
Finalmente, se enrolló una toalla alrededor de su cintura y se acercó a la cama.
Juntó y separó sus manos en su regazo, mirando fijo sus nudillos enrojecidos. Nunca le había contado a nadie acerca de la noche que había perdido a su hermano. Ni a sus amigos. Ni a su madre. Ni siquiera a la terapeuta que había intentado sacárselo varias veces. No había sido asunto de la mujer. Ahora aquí estaba ella, sentada en la cama de Pedro, envuelta en una toalla, lista para hablar.
—Estaba sentada en la cocina revisando unas facturas cuando recibí la llamada. Todavía sueño con ello, con oír “Antonio ha muerto” y dejar caer el teléfono. De hecho, este se rompió sobre el suelo de baldosas. Destrozado en mil pedazos
Recuerdo sentirme como si yo fuera ese teléfono, como si nunca más fuese a estar completa de nuevo.
Era la cosa más extraña, pero cuando Pedro la abrazó, no estaba luchando por contener las lágrimas. Por una vez, había pensado en Antonio, en realidad había hablado de él, y no estaba llorando. Tal vez ya lo había llorado del todo. O tal vez era que simplemente estar con Pedro y compartir con él había acelerado su proceso de curación.
Sintiéndose mucho más fuerte de lo que había estado por mucho tiempo, se recostó contra el cabecero y acarició suavemente con los pulgares la parte superior de sus enormes manos.
—Su arrendador necesitaba que su casa fuera vaciada, pero simplemente no podía hacerlo. No sin una bebida para entumecerme. Así es cómo te encontré.
Él le apretó las manos.
—Me alegro de que lo hicieras. Me alegro de haber sido yo.
—Yo también —le susurro, poniéndose de rodillas ante él para besarlo suavemente—. Y me alegro de poder estar aquí para ti.
—Estaré bien, Paula —le dijo, y le creyó. Era un hombre increíblemente fuerte. Pero era como él le había dicho una vez, incluso las personas fuertes necesitan ayuda a veces.
—Desde que Antonio murió, me he consumido por el hecho de que un asesino anda por ahí, sólo a la espera de su próxima oportunidad para matar al hermano, o a la hermana, o al mejor amigo de alguien. Gracias por pedirle a Patricio que investigara el caso de Antonio. Nunca sabrás cuánto significa para mí.
—Quiero ayudar, Paula. Cualquier cosa que pueda hacer, la haré.
No quería ser distraída por sus besos, por su toque, antes de decirle lo que había venido a decirle, pero no pudo resistirse a presionar sus labios contra los suyos para silenciosamente dejarle saber cuánto significaba su preocupación para ella.
Obligándose a alejarse de su calor, respiró hondo y trató de poner sus sentimientos en palabras.
—No quiero que caigas en la misma trampa en la cual he estado atrapada, viviendo sólo para la venganza.
—¿Es eso lo que has estado haciendo?
Cerró los ojos, aceptando finalmente la verdad que había estado tratando de esconder durante tanto tiempo.
—Sí, eso es exactamente lo que he estado haciendo.
Él arrastró su cuerpo contra el suyo y cuando apoyó su cabeza contra la dura pared de su pecho, casi olvidó quién estaba reconfortando a quién.
Ella no desenvolvió sus brazos de su calidez cuando le dijo:
—Lo que le pasó a Robbie no fue tu culpa,Pedro.
Lo sintió tensarse.
—No estaba allí para salvar a Robbie. Ahora está muerto.
Trató de retirarse, pero se negó a dejarlo irse. No cuando la necesitaba tan desesperadamente, tanto como ella le había necesitado hacia seis meses.
—Eres uno de los mejores hombres que he conocido. Conduces a tus hombres con honestidad e integridad. Te has ganado su confianza. Y la mía. Para siempre —lo miró y dejó que sus sentimientos profundamente enterrados brillaran a través de ella—. Déjame amarte, Pedro. Déjame ayudarte a sanar.
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