martes, 29 de septiembre de 2015

CAPITULO 29 (primera parte)




La luna colgaba a baja altura sobre la estación de HotShot cuando Paula entró y vio que estaba casi vacía, excepto por un único hombre moreno sentado a la mesa del comedor, su cabeza inclinada sobre mapas y cartas de navegación. Con un fuego como este, los equipos de HotShot trabajaban durante mucho tiempo e intensamente, tanto como era humanamente posible, tomando sólo cortos descansos para reabastecerse y robar una hora o dos de sueño para recargarse.


Odiaba molestar a los bomberos en medio de un incendio cuando estaban agotados y necesitaban desesperadamente un descanso. Pero cuanto más tiempo le tomara encontrar al pirómano, más peligro potencial enfrentarían los bomberos. 


Y por tanto seguiría adelante con su investigación, seguiría haciendo preguntas difíciles.


—Perdóneme, estoy buscando a Samuel MacKenzie.


El hombre levantó la vista hacia ella y se quedó momentáneamente sorprendida por su mirada. Sus ojos eran de un azul intenso, su pelo negro azabache, su mandíbula realmente estaba esculpida, y sus antebrazos eran tendones y músculos.


—Señora.


Ella tragó incómodamente, odiando lo que tenía que decir.


—¿Es usted el señor MacKenzie?


Él asintió, empujó su silla hacia atrás y se puso de pie. Alto con amplios hombros, le dio la impresión de gran fuerza.


—Sra. Chaves, es justo la mujer con la que quería hablar.


—El jefe Stevens me informó que varios testigos vieron a un hombre que tenía su descripción parado fuera de mi habitación del hotel ayer por la tarde.


—Así es.


Los HotShot nunca se echaban atrás ante un desafío. 


Bueno, ella tampoco. Lo miró directamente a los ojos.


—Necesito saber por qué.


Cruzó los brazos sobre su pecho.


—Fui a hacerle entrar en razón.


Los diminutos pelos en su nuca se erizaron.


—¿Perdón?


—Tiene al sospechoso equivocado.


No podía soportar añadir a otro HotShot a su lista. Pero Samuel parecía decidido a escribir su propio nombre por ella.


—¿Me está diciendo que sabe quién es el verdadero?


—No, señora, no lo sé.


Durante un momento, había temido que él dijera: Lo estás mirando.


Ella dejó escapar un pequeño suspiro de alivio antes de decir:
—Los testigos dijeron que deslizó una nota por debajo de mi puerta.


—Quería que supiera que había estado allí. Que teníamos que hablar de Pedro. Dependemos de él. Infiernos, casi murió ayer tratando de salvar a mi hermano en una explosión.


Ella dijo suavemente:
—Yo estaba allí. Vi lo que hizo. Lo que tú hiciste.


Pero Samuel no se sintió impresionado por su admiración.


—Lo enviaste al sitio de la explosión con ese maldito analizador de datos, ¿no es así?


—Se ofreció.


—Y estuviste más que feliz de dejarle arriesgar su vida por ti, ¿verdad? Después de todo, si hubiera muerto, habría sido sólo otra víctima en tu hoja de cálculo.


Las manos de Paula se cerraron en puños a sus costados.


—¿Cómo te atreves a acusarme de algo así? No lo quise acercándose a ninguna parte de ese fuego —se abstuvo de confesar que su corazón se había parado casi una docena de veces mientras estaba de pie sobre el tejado y veía como Pedro recogía los datos.


Samuel era implacable.


—Todo lo que sé es que podría haber muerto consiguiendo tus malditos datos. Dos HotShot muertos en dos días, ¿es eso lo que quieres?


Su corazón dejó de latir.


—¿Dos? —debía haberle oído mal— Robbie está en el hospital. Está vivo.


Por primera vez, la expresión de Samel se ablandó.


—Acabo de recibir noticias del hospital. Robbie se ha ido.



*****


Pedro fue al Tahoe General en un tiempo récord, pero llegó demasiado tarde. De pie en el pasillo, mirando hacia la cama vacía de Robbie, imágenes pasaron, una tras otras, de sus payasadas, sus bromas pesadas a los otros HotShot, lo mucho que había protestado por limpiar el chili quemado del fondo de una olla de aluminio. No había sido más que un niño, pero todos ellos sabían que se convertiría en un infierno de bombero algún día.


Ahora se había ido.


Las piernas de Pedro estaban rígidas mientras seguía a la enfermera a la habitación de Cristian. Le abrió la puerta y puso su mano sobre su brazo cuando pasó por delante de ella.


—Lo lamento —susurró ella, sus ojos tristes y comprensivos—. Te dejaré solo con tu amigo.


Pedro miró el pecho de Cristian subir y bajar constantemente mientras se acercaba a la cama. A pesar de que estaba muy drogado por el dolor, cada pocas respiraciones hacía una mueca. Pedro miró fijamente hacia la cara de su amigo, recordando demasiado bien la agonía grabada a través de esta cuando ellos habían traspasado el fuego.


Les debía a sus hombres, especialmente a Robbie y a su familia, encontrar al pirómano pronto, antes de que nadie más quedara atrapado en sus trampas de fuego.


En silencio, dejó la habitación de Cristian. En el pasillo, llamó a su jefe de equipo.


—Está muerto, Gabriel.


Debido a que la lucha contra los incendios forestales era una de las profesiones más peligrosas del mundo, los psicólogos clínicos pasaban un par de días con el equipo cada año obligándoles a hablar las cosas. Los HotShot entendían que incluso cuando hacían todo bien, a veces, la muerte era un resultado inevitable.


Pero todo era diferente esta vez. Robbie no había muerto en la montaña, manejando una Pulaski. Había sido atrapado en la red de un loco.


El sonido de angustia de Gabriel reflejaba lo que estaba en el corazón de Pedro.


—Era sólo un niño.


—Estaré de vuelta en la estación en quince minutos —dijo Pedro. Por el bien de Robbie, tenía que acabar con el fuego mientras Paula continuaba buscando al pirómano.


Al asesino.


Pero Gabriel no estaba de acuerdo con ese plan.


—Los vientos son demasiados esquivos para que cualquiera de nosotros esté ahí. Todos los del equipo está ya en su camino de regreso. No autorizo a nadie a luchar contra el fuego hasta mañana. Ni siquiera a ti.


La inutilidad atravesó a Pedro.


—Mierda. Debería haber estado allí.


—Nada de esto es tu culpa —dijo Gabriel—. Nada. Vete a casa, Pedro. Trata de dormir un poco.


La señal se cortó antes de que Pedro pudiera tirar de su rango. Quería estar en el Desierto Desolation luchando contra el maldito fuego. Pero Gabriel tenía razón en una cosa; no podía dejar que sus hombres lo vieran así. Era su trabajo no perder la cabeza pasara lo que pasara. Su equipo miraba hacia él buscando fuerza y no los decepcionaría.


Condujo a casa en piloto automático mientras la canción favorita de Robbie, una de Bruce Springsteen sonaba en la radio.








No hay comentarios:

Publicar un comentario