domingo, 25 de octubre de 2015
CAPITULO 18 (tercera parte)
Paula empujó su silla hacia atrás tan rápido que el fuerte roce de la silla se hizo eco a lo largo del porche. Agarró sus platos.
—Voy a limpiar esto.
Pero la cocina no estaba lo suficientemente lejos, no le daba el espacio que necesitaba para reagruparse de nuevo.
Había estado a punto de arrojarse a él, a punto de suplicarle que le hiciera el amor, quitar los platos y la comida de la mesa del comedor y tirar de él hacia abajo sobre ella como agradecimiento no sólo por decir algo tan increíblemente dulce, sino por captar su arte de una manera que muy pocas personas alguna vez lo habían hecho.
Sólo que, acababa de contarle toda su triste historia. Si algo sucedía, se sentiría como si fuera por compasión.
Entró en la cocina con el resto de los platos, su gran presencia parecía aspirar todo el aire de la habitación.
—Estuve fuera de lugar. En este momento y anoche.
Sabiendo que ambos estaban tratando de mantenerse por encima de la línea de lo que había sucedido, se limitó a decir:
—No te preocupes por eso, Pedro. No pasa nada.
Saliendo de un pasado que involucraba mucha charla, ella con propósito se movió a un tema más inocuo.
—Me encantaría saber cómo era el lago cuando eras niño. Siempre soñé con venir a un lugar como este.
Se acercó al fregadero, abriéndolo para lavar los platos a mano.
—Aprendí a nadar cuando tenía tres años y mi hermano me empujó del final del muelle —ante su jadeo, dijo—: no te preocupes. No habría dejado que me ahogara. Eso es lo que dice, de todos modos. El resto del verano apenas salíamos del lago, salvo para tripular con mi abuelo en su Sun Fish.
— ¿Y, cuando eras un adolescente, todavía era tan divertido?
—Claro —dijo, su voz más tranquila de lo que se la había escuchado—. Samuel, algunos amigos y yo pasamos un verano reconstruyendo un barco de fiesta descompuesto a partir de cero. Hizo anillos de espuma en el medio del lago hasta que el guardabosque salió a darnos una multa por conducción temeraria.
— ¿Cómo pudiste estar alejado durante tanto tiempo? —preguntó—. Obviamente te encanta estar aquí.
Sus manos se quedaron quietas en el agua jabonosa.
—Ya te lo dije. Tenía un trabajo que hacer.
—Por supuesto extinguir incendios es importante —estuvo de acuerdo— pero, ¿qué pasa con el resto de tu vida? No puedes ser superhéroe veinticuatro—siete. Sin duda, el Servicio Forestal no espera que renuncies a todo por el trabajo.
—Nadie me obligó a continuar ahí —ahora estaba a la defensiva, raspó la esponja en el ya limpio plato—. Fue mi elección. Nunca he deseado otra cosa en mi vida. No quería nada más.
— ¿En serio? ¿No hay nada más que desees? ¿Nada?
Después de anoche, se había dicho a sí misma que no iba a presionarlo tan duro otra vez, pero no podía evitarlo. No cuando no podía comprender plenamente lo que estaba diciendo.
— ¿No quieres una familia? ¿Hijos? ¿Algo más allá de tu trabajo?
—Después del incendio vi lo rápido que todo podía convertirse en humo. Cuán malditamente fácil sería para mí salir por la puerta una mañana y no volver. No me gustaría dejar una familia detrás. Y no puedo vivir sin los incendios. Así que, síp, ya hice mi elección.
Ahora fue su turno de pedir disculpas.
—Es muy loable. Elegir extinguir incendios por encima de todo lo demás. No era mi intención hacer que sonara como que tu elección es incorrecta. Simplemente no estoy segura de si yo podría hacer lo mismo.
Golpeó un plato en el escurridor.
— ¿No crees que he pasado por esto cientos de veces? Qué tal si me hubiera tomado un tiempo libre, conseguido dormir más, pasado un tiempo con alguien que no estuviera también viviendo y respirando fuego, ¿podría haber escapado de las llamas?
—Lo que ocurrió en Lake Tahoe no fue tu culpa, Pedro.
—Uno de nuestros hombres murió en ese incendio. Jamie. No era más que un chico. Un novato encantado de trabajar en su primer par de incendios durante el verano.
Quiso poner sus brazos alrededor de él, pero después de anoche tocarlo parecía la peor opción posible.
No, a menos que quisiera terminar en sus brazos de nuevo.
Cosa que deseaba.
Agarró fuerte la toalla de los platos.
—Estoy segura de que tú y tu equipo hicieron todo lo que posible para salvarlo.
—Se quedaron sin un hombre. Yo. Debería haber estado allí fuera con Jamie cuando estalló la bomba. Tal vez podría haber visto que algo no estaba bien y haberlo sacado a tiempo. En su lugar, estaba allí solo, sin una posibilidad en el infierno. Debería estar agradecido de poder estar aquí de pie y lavar los platos. Puedo correr y nadar, volver a salir al bosque cada vez que quiera. Pero todo lo que puedo hacer es quejarme de mis manos, por no haber sido autorizado a hacer mi trabajo.
Salió de la habitación y ella quiso ir tras él, obligarlo a ver que estaba haciéndolo lo mejor que podía, mejor que la mayoría, y que tenía que dejar de golpearse a sí mismo por ser humano.
Pero algo le decía que no la oiría. No esta noche.
Todavía no. Tal vez nunca.
No se sorprendió cuando lo escuchó encender su camioneta y conducir lejos.
El teléfono sonó y había estado tan profunda en sus pensamientos que estuvo a punto de dejar caer el plato que había estado sosteniendo.
—Siento molestarla esta noche —dijo un hombre— pero, me preguntaba, ¿de casual esta mi hijo allí?
La historia de Isabel volvió a ella al instante, junto con el final infeliz, Él me engañó. Ella quedó embarazada. Se casó con ella.
—Debe ser Andres.
—Sí. No me di cuenta que mis padres alquilaban la cabaña. ¿Ha disfrutado de estar allí?
Es extraño cuán diferente era esta conversación con el padre de Pedro que cualquiera que hubiera tenido con su hijo. Pedro no gastaba palabras, mientras su padre le parecía tan extremadamente suave. Y, sin embargo, ninguno de los dos sabía que Helena y Jorge habían decidido alquilar la cabaña de madera. No era la familia más cercana del mundo.
—Poplar Coves es maravillosa, gracias. Y, sí Pedro se está quedando aquí, pero acaba de salir.
A algún lugar, a cualquier lugar para alejarse. Porque todo lo que ella había dicho le recordaba su propio dolor.
— ¿Podría decirle a Pedro que llamé? ¿Qué me gustaría mucho hablar con él?
Se preguntó si oía cosas que no estaban allí, por el toque de desesperación en la voz de Andres.
—Por supuesto. Se lo diré.
Después de colgar, tomó una nota adhesiva de la nevera y escribió, ―Tu padre llamo. Decidiendo rápidamente que podría no verla en la nevera, se dirigió hacia arriba con la nota y por el pasillo hacia su dormitorio.
Se detuvo en el umbral, pensando en lo que había sucedido en la habitación no hacía veinticuatro horas, su cuerpo había respondido con un flujo de deseo. De anhelo.
No era ciega a todas las razones para no enamorarse de Pedro.
Quería niños y una familia. Él no. Estaba buscando equilibrio. Él le había dado toda su atención a los incendios, y sólo a ellos. Pero cada vez que estaba con él, no podía evitar ver, no sólo lo diferente que era Pedro de su superficial ex marido, sino lo diferente que era de alguien que jamás hubiera conocido antes.
Era un héroe y sin embargo no podía perdonarse a sí mismo por no ser el hombre que una vez fue. Todo en ella dolía por sanar su dolor. Su arrepentimiento. Tirar de él en sus brazos y abrazarlo fuerte hasta que finalmente pudiera dejar que todo se fuera.
Mientras ponía la nota sobre su almohada, incluso mientras intentaba, una vez más, recordarse a sí misma que no había llegado al lago para involucrarse con un hombre fuera de los límites, se sintió como si estuviera viendo un accidente a punto de ocurrir en su espejo retrovisor. Y no había nada que pudiera hacer para detenerlo.
Porque no estaba segura de querer hacerlo.
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