jueves, 22 de octubre de 2015

CAPITULO 7 (tercera parte)




La deseaba.


En el momento en que entró en el restaurante y vio a Paula de pie detrás del mostrador, el deseo había golpeado de lleno a Pedro en la ingle. Y mientras hablaban, mientras había estado martillándole para poder entrar en Poplar Cove, el sexo había estado corriendo como una corriente constante entre ellos.


Se había quitado el combo de la camiseta y el pantalón corto que había tenido más temprano, pero la camisa blanca ajustada y los pantalones negros no estaban tan mal tampoco, logrando resaltar muy bien sus grandes senos. Las paredes de medio espejo le daban una buena oportunidad para apreciar la curva de sus caderas, el leve rebote de sus pechos mientras discutía con él.


Paula no solo era su tipo perfecto, exuberante, suave y seguro que sería salvaje en la cama, sino que era claramente inteligente. Ruda. No podía dejar de apreciar, a pesar de su irritación por tener que trabajar por ello, lo rápido que le cortaba el intento de ser encantador, cuando cualquier otra mujer se habría ablandado ante su disculpa inicial.


Y luego estaba la forma en que había respondido a sus cicatrices, el hecho de que hubiera experimentado algunos de los demonios que él había vivido personalmente.


Nadie sabía lo mucho que todavía le molestaban sus manos. 


Nadie tuvo el coraje de preguntarle directamente si le dolían. 


Había estado bastante sorprendido por la pregunta.


Y después, se sintió realmente decepcionado cuando su conversación terminó y ella se fue a la cocina.


Desde la pubertad, había tenido mucha experiencia con la lujuria, pero rara vez cualquiera de sus atracciones fue más allá de lo superficial, más allá del dormitorio.


Mierda. No podía permitirse ninguna distracción de sus objetivos finales para el verano: primero: continuar con su intenso programa de entrenamiento así estaría en mejor estado físico para su próxima reincorporación al Servicio Forestal; y segundo: arreglar Poplar Cove para la boda.


No había espacio para un tercero.


Sacó un billete de veinte de su cartera y lo arrojó sobre el mostrador, luego se largó como el infierno del restaurante






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