miércoles, 21 de octubre de 2015

CAPITULO 6 (tercera parte)




—Oye cariño, me trajiste el pastel equivocado.


Paula miró hacia la gruesa rodaja de merengue de limón que acababa de colocar frente al Sr. Sherman. Era uno de los clientes habituales del restaurante, un anciano cuya esposa había fallecido mucho antes de que Paula llegara a Blue Mountain Lake. O no sabía cocinar o no quería hacerlo. Casi todas las noches, llegaba a las seis de la tarde en punto y se sentaba en la mesa situada en la esquina trasera. A veces se le unía un amigo. Esta noche, estaba cenando solo un pastel de carne y puré de patatas. Un pastel de cereza era lo que siempre ordenaba como postre.


—Lo siento, Sr. Sherman —dijo mientras recogía el plato infractor—. No sé dónde está mi cabeza esta noche.


Una mentira flagrante.


Paula tomó la tarta de limón de nuevo, la cambió por una rodaja de la de cereza, se la dio al Sr. Sherman, y estaba limpiando el mostrador con más fuerza de lo necesario cuando las campanas de la puerta del frente sonaron. Dejó el trapo y estaba extendiendo la mano hacia la caja de los menús cuando levantó la vista.


Y lo vio.


Pedro.


El instinto inmediato de alisarse el pelo y comprobar su camisa en busca de manchas fue tan fuerte que sus manos estaban a medio camino hacia su cabeza para el momento en que se dio cuenta de lo que estaba haciendo.


¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba preocupada por impresionar a Pedro?


Esa parte de su vida, aquella en la que se aseguraba de acicalarse y arreglarse por si acaso se encontraba con un conocido en un supermercado cursi y caro, había
acabado. Simplemente iba a mostrarle a Pedro un asiento, tomar su pedido y luego entregar su comida como lo haría con cualquier otro cliente.


Y no importa qué, no iba a tener ningún tipo de reacción hormonal a sus anchos hombros o a su mandíbula cincelada.


Fría como el hielo. Esa era ella.


Se sentó justo enfrente, luciendo tan peligroso como lo había hecho en su porche.


—Estás aquí. Paula Chaves.


Nunca había oído a nadie decir su nombre de esa manera, casi como si fuera una maldición, pero con una vibración distintivamente sensual por debajo.


Su corazón dio un salto en respuesta y vio con horror como sus ojos se enfocaban en el pulso en su cuello. Y entonces, mientras Elvis cantaba acerca de cómo no podía evitar enamorarse, juró que podía oír la respiración de Pedro acelerarse al observar la reacción de su cuerpo ante su proximidad.


Se sintió inclinarse hacia él, lo vio moverse más cerca en el taburete de la barra, incluso cuando sus dedos estaban ansiosos por estirarse, para tocarlo y ver si se sentiría tan caliente como parecía.


El menú que había estado sosteniendo chocó contra la parte inferior del mostrador y la sacó del loco hechizo justo a tiempo. Pedro parecía un poco aturdido también.


¿Qué acababa de pasar con ella? ¿Con ambos? ¿Se habían convertido en participantes involuntarios de una especie de experimento de química de algún científico loco para combinar al Hombre A con la Mujer B y ver lo rápido que entraban en combustión?


Molesta por su ridícula falta de auto—control, Paula golpeó con el menú el mostrador de formica brillante, ruidosamente y con más fuerza de lo que había planeado.


—El especial de esta noche es el pastel de carne y puré de patatas. Te voy a dar unos minutos para mirar el menú y decidir lo que quieres.


Pero en lugar de mirar el menú, dijo:
—Sé exactamente lo que quiero.


Sabía que tenía que estar hablando de comida, y sin embargo, la forma en que lo dijo se sentía como…


—No sabía que trabajabas aquí. Me alegro de que lo hagas. Ahora no tengo que esperar hasta mañana para verte de nuevo.


Oh. Oh Dios. Una media docena de ventiladores de techo mantenían el restaurante fresco. No debería estar sintiéndose tan caliente.


—He estado esperando para decirte que fui un completo idiota esta tarde.


Podía sentirse ablandándose, derritiéndose desde su núcleo hacia el exterior. Pero entonces lo miró y se dio cuenta de que su reacción era probablemente lo que había estado esperando.


Esta tarde podría haber jurado que él quería echar su cuerpo fuera del porche. Tenía que tener otro motivo. Un segundo después, éste le golpeó.


— ¿Supongo que hablaste con tus abuelos?


—Lo hice. Pero mi abuela no es la única que piensa que me porté mal. Antes me preguntaste si podíamos empezar de nuevo. ¿Hay alguna posibilidad de que la oferta siga en pie?
Su cuerpo gritó ―¡Sí! exactamente en el mismo momento en que su cerebro gritó ―¡Ni se te ocurra, está jugando contigo!.


Francamente, confiaba mucho más en su cerebro para guiarla correctamente.


Pensaba que podía venir aquí con su olor a jabón fresco y hojas de pino y parpadear hacia ella con sus ojos sorprendentemente azules y hacer que accediera como una tonta a cualquier cosa que quisiera.


Como el infierno.


Podría estar diciendo todas las cosas correctas, pero dudaba mucho que su corazón estuviera en ello. Quería Poplar Cove. Punto.


Entrecerró los ojos, ampliando su postura detrás del mostrador.


—Basta con el encanto. Vayamos al grano. ¿Qué es exactamente lo que quieres de mí?


—Poplar Cove no ha sido revisada en dos décadas por lo menos. Los troncos necesitan ser reemplazados antes que se desmoronen. El techo está a punto de caerse. Tengo que entrar ahí, hacer el trabajo.


Se alegraba de que por fin hubiera dejado caer cualquier pretensión de tratar de arreglar su mal comienzo. Podía tratar con una discusión honesta. No podía hacerlo con esa cosa ardiente, ese intento de hacer que ella se desmaye. Sin embargo, no había manera de que fuera a dejarlo pasar el rato en la cabaña día tras día, semana tras semana.


—La cabaña se ha mantenido todo este tiempo —insistió—. Estoy segura de que va a conseguirlo unos pocos meses más.


— ¿Alguna vez usaste la estufa? ¿El horno de microondas? ¿Un secador de pelo?


Sabiendo que sus preguntas tenían que ser un truco, que con cada palabra que decía su verano perfecto iba desapareciendo día a día, hora a hora, de mala gana, dijo:
—Por supuesto, todos ellos.


—El cableado es antiguo. Cualquiera de esos aparatos podría provocar un incendio. Ni siquiera notarías que la casa está ardiendo al principio. Las chispas comenzarían detrás de las paredes. No arderán a toda marcha hasta que estés dormida. Ahí será cuando el humo empezara a inundar la habitación.


Hizo una pausa. Le dio tiempo de sobra para imaginar lo que acababa de esbozar.


—Lo más probable es que nunca despiertes.


Lo estaba haciendo otra vez. Tratando de asustarla para que renunciara a su casa. Para tenerla él.


Se inclinó más cerca por encima del mostrador, demasiado enfadada como para recordar mantener su distancia de todos esos músculos, de todo ese calor.


—Estabas seguro de que no sería capaz de decir que no a eso, ¿no? —especialmente cuando él era prácticamente un cartel caminante sobre la necesidad de seguridad contra incendios—. Bueno, ¿adivina qué? La respuesta sigue siendo no. Puedo contratar un electricista para trabajar en la cabaña. No te necesito a ti para hacerlo.


—Mis abuelos no van a pagar para volver a re—cablear el lugar desde el principio. No cuando estoy aquí y soy capaz de hacer el trabajo de forma gratuita.


Desafortunadamente, tampoco tenía el dinero. Ya no, maldita sea. No a menos que les pidiera a sus padres un préstamo, lo cual definitivamente no haría.


—Bien —le espetó, lo suficientemente alto como para que un par de clientes levantaran la vista de su plato para ver cuál era el problema—. Puedes volver a realizar el cableado. Y luego quiero que te vayas —apoyó la punta de su lápiz lo suficientemente fuerte contra el papel como para hacer un pequeño agujero—. Ahora, ¿qué quieres comer?


Pero en lugar de mirar el menú, dijo:
—Aún no terminamos. No sólo estoy aquí para arreglar los problemas de seguridad de la cabaña.


— ¿Hay más? —dijo, sorprendida por su descaro. Casi impresionada por ello, de hecho.


—La prometida de mi hermano está embarazada. Fue un largo camino para ellos llegar allí.


—Bien por ellos. Pero dado que no conozco a tu hermano o a su prometida —dijo, sabiendo que estaba siendo dura, pero odiándose a sí misma por haber cedido en lo de permitirle rehacer el cableado—: me falta la parte donde eso tiene que importarme a mí.


—Quieren casarse en la playa de Poplar Cove. A finales de julio.


¿Cómo era que parecía saber exactamente dónde apuntar para golpear sus puntos más vulnerables?


Tenía que hablar de matrimonio, ¿verdad? Ese escurridizo ―felices para siempre que todos estaban buscando. Que ella estaba buscando. Porque a pesar de que su propio matrimonio se había derrumbado en pedazos, en el fondo de su corazón todavía quería creer que la felicidad duradera era posible.


Peor aún, después de haber vivido en Blue Mountain Lake durante ocho meses estaba de acuerdo en que Poplar Cove sería el lugar perfecto para celebrar una boda.


Frustrada más allá de lo posible, las palabras:
—Lo siguiente que sé que me vas a decir es que no pudiste conseguir una habitación en la posada —salieron destiladas.


—Tienes razón. Una gran boda la ha ocupado.


Oh no, se había olvidado por completo de que su amiga Sue dijo que una Noviecilla había ocupado todo durante los próximos días.


— ¿Qué pasa con uno de los B&B? —intentó, sintiendo la situación deslizarse más allá de sus manos.


—Nop. No hay nada en el lago. Pero hay una habitación disponible en Piseco.


— ¿Piseco? Es a una hora de distancia.


—Por lo menos —estuvo de acuerdo, finalmente levantando el menú.


El movimiento atrajo la mirada hasta sus manos y se sorprendió por lo malas que eran sus cicatrices de cerca. No podía quitar sus ojos de estas, no podía evitar pensar en la cantidad de dolor que debía de haber sufrido no sólo debido a las quemaduras, sino también por los injertos. Y entonces, él se frotó la mano izquierda con la derecha, como si estuviera tratando de disolver las torceduras de los músculos y tendones bajo la piel áspera.


—Cuando era una niña —se encontró diciendo con una voz mucho más suave— me estiré por encima de la cocina y tiré una olla de agua hirviendo sobre mi hombro. Todavía recuerdo lo mucho que dolía.


Había sido sólo una quemadura de primer grado, y la cicatriz había desaparecido casi por completo a estas alturas, pero había sido una de las experiencias físicas más dolorosas de su vida.


—Durante mucho tiempo después de eso —continuó—: me dolió. Muchísimo. ¿Tus manos siguen doliendo?


Cuando no contestó, volvió a levantar la mirada hacia una expresión tan intensa que su piel se erizó, sus palmas comenzaron a sudar. No podía apartar la mirada mientras los ojos de él se dilataban, el negro empujando casi todo el azul hasta cubrirlo. Contuvo la respiración, esperando su respuesta. Y entonces la oyó, baja y cruda.


—Sí.


Por las líneas de tensión de sus hombros y el tendón que saltaba en su frente, pudo ver lo mucho que esa admisión le había costado. Y fue entonces cuando se dio cuenta, por primera vez, que no era sólo un tipo grande y magnífico que tenía la intención de arruinar su verano.


Pedro era humano.


Era un hombre que obviamente había sobrevivido a algo terrible, que estaba tratando de hacer frente a lo que la vida le había arrojado.


Tuvo que preguntarse por qué había decidido que tenía que actuar como una perra sobre el hecho de permitirle trabajar en la cabaña. Incluso en dejarle quedarse allí un par de noches hasta que la posada abriera.


¿Estaba siendo fuerte? ¿Grosera? ¿Adoptando una postura, afirmando lo que era suyo porque ya no era una pusilánime?
¿O, y esta era la peor opción posible, era todo lo contrario? ¿Tenía miedo de sí misma? ¿Temerosa de que su nueva vida no estuviera tan resuelta y sólida como pensaba? ¿Y que la adición de un extraño en su capullo podría romperlo todo por completo?


No, se dijo. La vida que se estaba construyendo en Blue Mountain Lake era una buena. Y cuando se puso a pensar en ello, cayó en cuanta que Pedro había venido todo el camino desde California sin tener ni idea de que sus abuelos habían alquilado su casa. Bajo las luces fluorescentes podía ver lo cansado que estaba.


—Sabes qué, esto es estúpido. No vas a conducir todo el camino hasta Piseco esta noche. Hay un montón de habitaciones vacías en el piso superior en Poplar Cove. Hasta que la posada esté vacía de nuevo.


Se quedó en silencio por un momento, y aunque había estado esperando ver la victoria en sus ojos, no hubo ni siquiera un indicio de ello


—Te lo agradezco, Paula.


Sabía que se estaba repitiendo, pero quería asegurarse de que estaba siendo perfectamente clara, no sólo por su bien, sino también por el de ella, le dijo de nuevo:
—Pero sólo hasta que encuentres un nuevo lugar para alojarte.


—Por supuesto —sonrió, luego, por primera vez, y a pesar de que fue apenas una curva en sus labios, se quedó sin aliento—. Sólo hasta entonces. Y voy a pedir el especial.


Volviendo a la cocina, le dio la orden a Isabel, luego dijo:
—Necesito un poco de aire —y salió por la puerta de atrás hacia el estacionamiento.


El sol se había puesto y en la oscuridad Paula miró hacia las densas nubes que estaban cubriendo el cielo mientras el viento azotaba su cola de caballo contra su cara.


Una tormenta estallaría pronto.


Esta noche.


Normalmente, Paula amaba el clima cambiante. Le provocaba una gran emoción cada vez que veía el trueno en duelo con el relámpago mientras se sentaba a salvo y cómoda bajo una manta gruesa en el porche.


Pero ya no se sentía segura.


Todos estos meses había pensado que estaba tan perfectamente establecida. Que Blue Mountain Lake era un refugio impenetrable. Se había dicho que nada podría sacudirla otra vez, que era firme ahora, que era la que tenía el control.


¿Había estado viviendo una fantasía?


Y, sin embargo, pensar en Pedro sentado en el mostrador esperando a que volviera con su comida envió un repentino escalofrío de anticipación a recorrerla. Casi como si una parte secreta, en el fondo, esperara tener problemas. 


Que algo sacudiera su idilio a la orilla del lago.


Lo que era una locura. Estaba muy feliz. Por supuesto que no estaba buscando nada, ni a nadie, que agitara las cosas.


Pero si eso era totalmente cierto, tenía que preguntarse, ¿por qué zumbaba desde la cabeza hasta los pies al pensar en Pedro durmiendo bajo su techo?








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