miércoles, 21 de octubre de 2015
CAPITULO 3 (tercera parte)
Había habido un momento en el que un hombre grande, fuerte y de pocas palabras como este la habría tenido temblorosa y débil de rodillas. Habría supuesto que era la única equivocada incluso cuando tenía claramente todos los derechos. Afortunadamente, mucho había cambiado en este último año. Y, francamente, no estaba de humor para ser empujada.
—Espera aquí —sesenta segundos más tarde estaba de vuelta con el contrato firmado—. Aquí está.
Tomó el documento y mientras lo leía, ella fue capaz de tomar un buen vistazo por primera vez. Pelo castaño dorado, piel muy bronceada, gruesas pestañas, una carnosa aunque masculina boca y una fuerte barbilla, en la actualidad cubierta de rastrojo de medio día.
Ahora que ya no estaba preocupada de que la fuera a atacar, en un nivel elemental, su cuerpo de repente reconoció su belleza.
Su poder innato.
De cerca, no sólo era increíblemente apuesto, sino que era aún más grande de lo que creyó en su primera impresión.
Entre la gran amplitud de su pecho y los músculos flexionándose por debajo de su camiseta, el tamaño de sus bíceps y la forma cónica de su pecho hacia caderas delgadas y apretadas, podía sentir su aliento poco a poco dejando su cuerpo, rápidamente siendo reemplazado por algo que se sentía incómodamente como deseo.
No fue sino hasta varios momentos más tarde que se dio cuenta que él estaba mirándola fijo. Sus ojos estaban haciendo una ruta perezosa desde su cara a sus pechos cubiertos parcialmente, a continuación, más abajo a sus caderas y piernas antes de moverse lentamente de vuelta a su cara.
De repente, se acordó de lo que llevaba puesto. O, mejor dicho, de lo que no estaba usando.
Nunca salía en público sin un sostén, pero aquí, en la intimidad de su propia casa, hacia lo que quería. Era una de las cosas que más disfrutaba de tener su propio lugar. La libertad de no sólo hacer lo que quisiera, sino de llevar lo que quería.
Una camiseta sin mangas y jeans cortados nunca habían sido parte de su ropa de ciudad. Pero aquí en el lago, sobre todo cuando estaba tranquila y sucia con sus pinturas, cuando el termómetro marcaba veintisiete grados y la humedad estaba subiendo todo el día preparándose para una tormenta, le gustaba la sensación bohemia de sus jeans cortados.
No entusiasmada sobre deslumbrar a un desconocido, aún menos entusiasmada acerca de él tomando cualquier placer subrepticio en mirarla, cruzó los brazos sobre sus pechos para detener el espectáculo. Pero entonces se dio cuenta de que no le había devuelto el contrato de arrendamiento todavía, así que tuvo que descruzar un brazo y estirarse por éste.
Las esquinas de los papeles se arrugaron en su puño.
Maldita sea, ya había interrumpido la mayor parte de su disminuido tiempo de pintura por la tarde. No estaba de humor para juegos.
Cambiando a la actitud severa que había sido conocida por hacer temblar a los multimillonarios en sus Ferragamo cuando se “olvidaban” de dar a una de sus obras de caridad el dinero que habían prometido públicamente, dijo:
—Ahora que tienes tu prueba, apreciaría mucho si me devolvieras mi contrato de arrendamiento.
Pero este hombre no tembló. No se sacudió. En cambio sus ojos continuaron sosteniendo los suyos y estaba casi segura que vio un desafío en las profundidades azules.
Y su corazón empezó a saltar dentro de su pecho. Supuso que era algún tipo de respuesta instintiva a la combinación de sus devastadoras miradas y la amenaza que claramente planteaba a su perfecto verano en el lago.
—Afortunada —dijo arrastrando las palabras—. Conseguir este lugar sólo para ti este verano.
Fue tomada por sorpresa por la forma en que su voz baja y áspera resbaló y se deslizó a través de sus venas tan seductoramente. ¿Cómo demonios se las había arreglado para casi hacerla curvar los dedos de los pies en el piso del porche con nada más que unas pocas palabras?
Hasta ahora había sido duro. Inquebrantable.
Definitivamente no tenía un estado de ánimo de negociación.
Pero ahora que no sólo había apostado sino probado su reclamo, parecía que había decidido cambiar de táctica impresionándola con toda la fuerza de su poder sensual.
Bueno, sólo porque le gustaba lo que veía (tendría que ser drenada de todas las hormonas para no hacerlo), no significaba que tuviera la intención de tocar. Lo que significaba que era inmune.
En su mayoría, de todos modos.
—Tienes razón —asintió, y aunque normalmente no sentiría la necesidad de frotarse en su victoria sobre un desconocido, no pudo evitar añadir—: Es impresionante.
Miró hacia el lago.
—No muchas vistas son así de buenas, incluso en este lago. Mi abuelo solía llamarla la playa del millón de dólares.
Cuando se volvió hacia ella sus labios estaban curvados en un lado en lo que podría haber sido una media sonrisa en otras circunstancias. Pero justo en ese momento estaba más coloreada como una mueca que no estaba conectada para nada con la felicidad.
—Me pregunto. ¿Cómo supiste que mis abuelos estaban pensando en alquilarla cuando ni siquiera recordaron decírselo a su propia familia?
Fue un golpe bajo. Oh, no, no iba a salirse con la suya.
Paula Chaves ya no tenía miedo de la mierda de la gente. Y este tipo estaba rebosante de ella.
— ¿Me estás acusando de algo?
La media no sonrisa se redujo.
—Sólo si tienes algo de que sentirte culpable.
Jesús. ¿Qué pasaba con los tipos guapos? ¿Estaban tan acostumbrados a salirse con la suya todo el tiempo que pensaban que podían decir y hacer lo que quisieran, siempre que el estado de ánimo les golpeaba? Alguien debería haberle bajado los humos a éste hace mucho tiempo.
Parecía que el trabajo era todo suyo.
Torciendo su boca en esa misma media sonrisa, media mueca con la que él acababa de adornarla, dijo:
—Bueno, dado que ya he estado viviendo aquí durante ocho meses sin tu conocimiento, sin duda ha sido mucho tiempo desde que has tenido una charla con tus abuelos. Parece que no soy la única que debería sentirse culpable.
Se preparó para su siguiente ataque, pero en su lugar estaba ese destello en sus ojos, no enojado ahora, más bien intrigado. La forma en que su pulso aumentó la confundió, haciéndole sentir que su cabeza daba vueltas. ¿Qué tenía este hombre que hacía a su cuerpo volverse un traidor?
Tenía que ser el clima húmedo. Todo el baile en el porche debió haber agotado sus electrolitos. Estaba deshidratada.
Eso era todo.
—Tienes razón —dijo finalmente—. Tengo que llamarlos.
Paula no lo podía creer. ¿Estaba realmente de acuerdo con ella? Bueno, eso era todo. Ahora que lo habían aclarado, se iría y la dejaría sola. Bien.
No podía esperar.
Pero entonces, notó el gran bolso a sus pies, presumiblemente lleno de ropa. Claramente, había estado planeando quedarse esta noche en la cabaña. Porque había creído que estaba vacía. Lo cual significaba que no tenía otro lugar para quedarse.
Oh, no.
Miró hacia su cara otra vez, de inmediato quedando atrapada en sus ojos azul oscuro.
Definitivamente no.
Esta cabaña de madera era suya y sólo suya. El reloj cucú sonó cuatro veces sobre la chimenea en la sala de estar y fue golpeada por una súbita oleada de ira ante su día perfecto cayéndose a pedazos.
—Mira, lamento que no supieras que alguien estaba viviendo en la casa, pero tengo un contrato de doce meses, por lo que vas a tener que encontrar otro lugar para alojarte —esta noche y a partir de entonces, muchas gracias—.¿Y me temo que voy a llegar tarde al trabajo, si no me voy pronto, así que...
Miró hacia la puerta, dejando perfectamente claro que ya era hora de que se fuera.
Él asintió, recogió su bolso y dijo:
—Está bien.
Estaba a medio camino de liberar la respiración que había estado sosteniendo cuando él añadió:
—Volveré mañana. Para que podamos descubrir algo que funcione para ambos.
¿Qué? ¿Iba a volver?
Tendría que haber sabido que un tipo como este no daría marcha atrás tan fácilmente.
—Lo diré una vez más. Tengo un contrato de arrendamiento durante todo el verano. Adiós.
Ahí. No podía haber sido más clara.
Pero todavía no se iba. En su lugar sus ojos estaban escaneando la cabaña y entonces se fue caminando hacia un tronco que sostenía el muro entre el porche y la sala de estar. Sin previo aviso, le dio un puñetazo.
Medio gritó sorprendida.
— ¿Qué demonios estás haciendo?
Tranquilo como si nada, utilizó sus dedos para espantar las astillas de madera derrumbadas.
— ¿Ves eso?
Tragó saliva.
—Acabas de hacer un agujero en el tronco.
Un perfecto agujero del tamaño del puño. ¿Qué tan fuerte tenía que ser para pegarle así sin siquiera pestañear?
—Este tronco podrido es sólo una de la media docena de formas en la que esta antigua casa podría caerse alrededor de tu cabeza —se volvió de nuevo hacia ella y levantó una ceja—. Estoy seguro de que mis abuelos estarían encantados de darte un reembolso.
Su corazón aún latía de la conmoción de verlo golpear un enorme trozo del tronco. Pero estaba atada y decidida a no dejar que sus tácticas de miedo funcionaran.
—No voy a ninguna parte.
—Entonces hablaremos mañana.
La puerta mosquitera se cerró de golpe detrás de él cuando se fue. Paula no pudo evitar moverse sobre el tronco para obtener una mejor visión de este. Y mientras ponía la mano en el agujero que había dejado, odiaba la forma en que Pedro la había hecho mirar con otros ojos la cabaña que había sido su refugio.
Ahora la miraba con duda.
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