miércoles, 21 de octubre de 2015
CAPITULO 2 (tercera parte)
Era, Paula pensó con una sonrisa mientras mezclaba rojo cinabrio y azul océano, un perfecto día de verano. Lo había comenzado con un paseo por la playa, luego tomó una rosquilla al final del muelle para picar mientras leía un sexy libro de bolsillo, y ahora estaba pintando como loca en el porche.
La canción de pop sonando en sus oídos a todo volumen golpeó el crescendo del gran coro final y tuvo que dejar de pintar por completo para tocar la batería en el aire y cantar la armonía. Se sentía tan feliz, tan despreocupada, esto la golpeó de repente y con más fuerza que nunca, nunca podría haber hecho esto en su antigua vida.
Oh, la forma en que su ex marido y sus ―amigos‖ habrían reaccionado si pudieran verla ahora. Toda su vida había sido perfectamente abotonada, demasiado arreglada y compuesta, vestida con elegancia a pesar de que la etiqueta de su ropa había estado siempre en la decena en lugar de un solo dígito. Descontando el hecho de que su cuerpo se negaba a reducir, incluso si comía nada más que cabezas de lechuga, en todo lo demás había sido la perfecta chica rica convertida en la esposa de un hombre de negocios.
Pero ya no. No en Blue Mountain Lake.
No tenía que ser esa mujer aquí.
Claro, todavía estaba haciendo mucho por recaudar fondos para el programa de arte de la escuela, pero le encantaba saber que estaba ayudando a la gente. Además, siempre había sido buena en hacer que las personas metieran la mano en sus bolsillos para hacer el bien. Grandiosa en ello, en realidad. La broma en casa, ¿no debería dejar de pensar en la ciudad como ―casa?, era que todo lo que tenía que hacer era entrar en una habitación llena de millonarios y ellos empezarían a tirar dinero hacia ella tan rápido como pudiera recogerlo.
Ayudar en las escuelas de Blue Mountain Lake había sido una gran manera de involucrarse con el pueblo, para no sentirse tan sola mientras comenzaba de nuevo. Lo que los locales carecían en dólares lo compensaban en entusiasmo.
Y así, a pesar de que había llegado a este pequeño pueblo para concentrarse en la pintura, no pudo evitar ser arrastrada por su trabajo con los niños y padres.
El día que se había mudado a Poplar Cove se había comprometido a no perder el tiempo buscando en su pasado. Prefería vivir el momento. Tomar cada día como venía. Y todo sería realmente perfecto, aunque sólo tuviese una...
La canción terminó y en el silencio entre los temas podía oír una mamá pájaro anunciando su llegada a un nido lleno de pájaros bebés en la parte inferior del alero. Paula se inclinó hacia delante para ver como una pequeña cabeza asomaba fuera del nido y tomaba la comida desde el pico de su madre en lo que parecía un beso.
Otra activa canción pop comenzó, pero Paula se sacó sus auriculares. Ya no estaba de ánimo. Miró fijo hacia su lienzo, pero en lugar de ver la pintura en la que había estado trabajando todo el día, vio una imagen del lindo bebé que había estado jugando en la playa durante su paseo.
La niña había estado positivamente alegre mientras clavaba una pala de color rosa en la arena, sus mejillas redondas y dulces, y regordetas piernas saliendo de su traje de baño rosa a lunares. Su madre había lucido cansada, casi agotada, y sin embargo, mientras observaba a su hija jugar en la playa, perfectamente contenta, al mismo tiempo.
Su marido, Jeremias, la había retenido durante años.
—Un día —era lo que le decía—. Cuando sea el momento adecuado, entonces veremos.
Para cuando se dio cuenta que el momento adecuado nunca llegaría, que su ―un día no funcionaba para ella, había tenido que hacer frente al hecho de que el matrimonio tampoco.
Últimamente, se preguntaba más y más cuando iba a pasar.
Si es que iba a pasar. Conocía a un montón de mujeres que habían tenido que hacer in vitro a los treinta. Tres años después de eso, Paula se preguntaba a veces si sus huevos viables estaban secándose de uno en uno.
Pero había más. Como si estuviera en uno de sus estúpidos estados de ánimo románticos (que suelen involucrar varias copas de vino), la verdad era que todavía quería un marido maravilloso con quien tener una familia. Sí, su primer matrimonio no había sido genial. Pero eso no significaba que el segundo no pudiera ser el amor que había estado buscando.
Este era quizás el único problema de instalarse en un pueblo pequeño como una mujer soltera. Los hombres disponibles (que no eran pedidos en el menú principal) eran bastante escasos.
Había sido metida en una cita, por uno de los locales, con Sean Murphy, quien era copropietario de la posada con su hermano menor, pero no había habido química. Sí, era un tipo de buen aspecto. Alto, moreno, cincelado. Pero a pesar de que había disfrutado de su compañía, no podía sacudirse lo mucho que le recordaba a su hermano mayor.
Un día, en un futuro no muy lejano, iba a tener que levantar campamento de nuevo, ¿simplemente por la oportunidad de formar una familia?
Suspiró. Tal vez era hora de rellenar su té helado. Estaba bastante caliente después de todo. Y le quedaban tan sólo treinta minutos para pintar antes de que tuviera que salir para su turno en el restaurante. No tenía sentido partirse la cabeza pensando en qué pasaría si, y preocuparse cuando debería estar disfrutando el tiempo para ella misma.
Pero justo cuando estaba a punto de apoyar su pincel, la puerta mosquitera a su izquierda se abrió bruscamente.
Se dio la vuelta para ver a un hombre alto parado en la puerta, su rostro tenso y sombrío, sus ojos entrecerrados. El miedo la golpeó en el medio del pecho.
¿Cuánto tiempo había estado de pie en los escalones?
¿Había estado observándola?
Nunca lo había visto antes. No era el tipo de hombre del que se habría olvidado. Así que, ¿por qué la miraba de esa forma, como si hubiera venido a vengarse?
Oh Dios, sus padres le habían dicho que esto sucedería, ¿verdad? Le habían dicho que era una locura vivir tan lejos en el bosque. Sus vecinos más cercanos estaban casi a una hectárea de distancia, lo suficientemente lejos como para no ser capaces de oír sus gritos. Quizás, pensó salvajemente, el mayor problema de ser una mujer sola en un pequeño pueblo no era tener problemas para encontrar citas, era ser asesinada.
Paula tragó aire, tragó saliva y trató de recordar cómo respirar. Agarró el pincel como un arma a pesar de que sabía que no haría una pizca de daño golpeando la pared de músculo mirándola.
— ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres?
Se trasladó todo el camino hacia el porche, la puerta golpeando tras él.
— ¿Qué estás haciendo en mi casa?
¿Su casa? ¿De qué estaba hablando?
Enorme y chiflado. No era una combinación muy buena.
Estaba en un gran problema aquí. Demasiado lejos del teléfono como para realizar una llamada de emergencia a un amigo, o incluso a la policía. ¿Era su única opción tratar de engañarlo con algún acto de chica dura?
Estaba frita.
Ampliando su postura, levantando el pincel como si fuera un cuchillo, le gruñó:
—Fuera de mi porche —justo entonces el sol se movió de detrás de una nube y se posó en su torso.
Tomó una fuerte respiración. No había sido capaz de ver sus brazos y manos con claridad al principio, pero ahora no podía apartar los ojos de ellos. Su piel era un desastre, por debajo de las mangas cortas de su camiseta, elevada y accidentada, cubierta de rojos latigazos y líneas. En la luz del sol resplandeciente que entraba por mosquitera del porche, se veían frescas, crudas y terriblemente dolorosas.
—Oh, Dios mío, ¿qué te pasó? —dejó caer su pincel y se acercó a él.
De alguna manera, su expresión se volvió aún más feroz.
—Estoy bien.
Continuó a través del porche. Era obvio que estaba en estado de shock. En la negación del dolor que tenía que sentir.
—No tienes que fingir que estás bien. Puedo ver tus brazos, ellos...
Para entonces no estaba a más que un puñado de pasos de él, lo suficientemente cerca para ver el verdadero daño. Se tragó el resto de sus palabras cuando sus ojos y cerebro finalmente hicieron la conexión.
Simplemente había cometido un terrible error. Sí, había sido herido. Muy mal. Pero no era reciente. Eran viejas heridas.
Sus palabras fueron bajas y duras.
—Me quemé hace dos años. Ahora estoy bien.
Se mordió el labio. Asintió.
—Oh. Sí. Puedo ver eso ahora. Es sólo que cuando el sol te alcanzo, pensé… —debería dejar de hablar ahora; el agujero que había cavado ya era lo suficientemente grande—. Lo siento. No era mi intención hacer una gran cosa acerca de tus... tus cicatrices.
El silencio que siguió a sus horribles palabras fue largo.
Bordeando lo doloroso. Debía odiar cuando la gente se asustaba por sus cicatrices y aquí ella prácticamente había estado envolviendo gasa alrededor de ellas.
Y, por supuesto, ahora no podía dejar de preguntarse cómo había conseguido ser tan gravemente quemado. Incluso aunque no era su asunto.
Por último, dijo:
—Soy Pedro Alfonso. Y esta es mi casa. Pensé que estaba vacía. Acabo de volar todo el camino desde California. Debería estar vacía.
Su nombre se registró rápidamente. Por fin, algo tenía sentido.
— ¿Estás relacionado con Helena y Jorge Alfonso?
—Son mis abuelos.
Exhaló su primer suspiro de alivio. No era un asesino en serie. Estaba relacionado con el propietario de la cabaña.
—Soy Paula. Por qué no entras —sonrió tentativamente—. ¿Tal vez podamos empezar de nuevo y podría ofrecerte un vaso de té helado?
No le devolvió la sonrisa.
— ¿Cómo es que conoces a mis abuelos?
¿Se daba cuenta que cada palabra que salía de su boca sonaba como una acusación?
—Estoy alquilando esta cabaña. ¿No te lo han dicho?
La miró fijamente durante un buen rato, y tuvo la incómoda sensación de que estaba tratando de determinar si le estaba diciendo la verdad.
—No.
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