martes, 3 de noviembre de 2015
CAPITULO 45 (tercera parte)
El corazón de Pedro saltó cuando vio a Paula caminando por la playa hacia él.
Había pensado que el camino más fuerte era alejarse de ella, tratar con sus demonios por sí mismo. En su mundo, un Hotshot nunca se rendía, nunca admitía debilidad. Pero, ¿por eso todos eran tan rudos? ¿O era porque sabían que había otros diecinueve chicos respaldándolos en la montaña? ¿Un experto equipo de amigos y familiares que sacarían sus culos fuera de las llamas, si es que alguna vez lo necesitaban?
Un repentino pensamiento lo golpeó con fuerza en el plexo solar: Paula era su equipo.
¿Cómo no lo había visto antes? Ella lo había apoyado, lo comprendía, había arriesgado su vida por él. Se había entregado por completo. Y en lugar de hacer lo mismo por ella, él había huido.
Mil veces se había enfrentado a amenazas físicas, pero esta era la primera vez que su corazón había estado en la línea.
Esta era la primera vez que se había enamorado, más fuerte y más profundo de lo que había sabido fuera posible.
Su padre tenía razón. Todas sus razones para abandonar a Paula eran sólo excusas. Al igual que ella siempre había estado ahí para él, quería estar para ella. Sostener su mano cuando estuviera lastimada. Celebrar sus éxitos.
Amarla sin importar lo que el futuro deparara. Y dejar que Paula lo amara de nuevo sin duda.
Ya no iba a huir asustado. Y haría lo que fuera para recuperarla.
Mientras avanzaba hacia ella, era casi como si todo se moviera a cámara lenta. Podía sentir los granos de arena bajo sus pies descalzos, el calor del sol sobre sus hombros, escuchar los patos llamándose uno al otro a través del lago
Finalmente, ella estaba de pie justo en frente de él.
Saboreó la vista. Parecía cansada. Como si hubiera estado llorando. Pero radiante al mismo tiempo.
—Te he echado de menos, Paula.
La observó sorprenderse ante sus palabras, luego mirar hacia abajo en la arena, cerrar los ojos y tomar una respiración profunda.
—Tengo que decirte algo, Pedro.
—Paula, por favor. Solo déjame decir algo primero.
—No —insistió—. Tengo que decir esto —enderezó sus hombros, levantó la barbilla—. Estoy embarazada.
El sol salió de detrás de un árbol y lo cegó momentáneamente.
—Dilo de nuevo.
—Voy a tener un bebé —su voz estaba temblando—. Nuestro bebé.
—Estás embarazada —necesitaba un segundo para procesar la noticia impactante.
—Debe de haber sucedido la pri… —ella tropezó con la palabra—. La primera noche. O esa mañana siguiente. El calendario funciona bien.
Él se preparó, se preguntó si las paredes se iban a ir cerrando. Un bebé significaba que su vida como él la conocía se terminaba para siempre.
En cambio, fue sorprendido por el alivio.
Y la alegría pura.
Tomó sus manos entre las suyas, entrelazando sus dedos con los de ella.
—Te amo.
Ella bajó la mirada hacia sus manos, luego hacia él, sus cejas se fruncieron en un profundo ceño. Y entonces, de repente sacó sus dedos de los suyos. Dio un paso atrás.
—No digas eso ahora, sólo porque…
Se estiró alcanzándola de nuevo, pero esta vez la atrajo contra él.
—Maldita sea, Paula. Te acabo de decir que te amo. Eres la primera mujer a la que le he dicho eso.
—También te apuesto a que soy la primera mujer que has dejado embarazada.
¿Qué demonios estaba pasando aquí? ¿Acababa de confesar sus verdaderos sentimientos hacia ella y ella estaba regresándolos en su cara?
—No lo entiendo. Pensé que esto era todo lo que querías. Un bebé. Un hombre que te ama.
—No veo flores silvestres.
— ¿Qué diablos tienen que ver las flores silvestres con todo esto?
—Ya te pedí todo —gritó—. Y tú ya dijiste que no. Así que no te atrevas a decirme que me amas ahora y esperar que te crea.
Su pecho estaba cayendo y levantándose y tenía la cara enrojecida. Visiblemente trabajando para calmarse, ella dijo:
—Esto no tiene que cambiar nada. Te irás a California pronto. Podemos pensar en algo que tenga sentido. Sé que este es tu hijo, también, y me aseguraré de que tengas un montón de tiempo con él o ella.
—Y una mierda que esto no cambia nada. Todo es diferente ahora. Vas a tener un hijo. Mi hijo. Y ningún niño mío crecerá sin un padre.
—Si dices la palabra con M voy a derribarte de un golpe.
—Tienes razón, el matrimonio no necesariamente tiene sentido. Pero, ¿y si mi deseo de casarme contigo no tiene nada que ver con tener un hijo? ¿Qué pasa si quiero casarme contigo porque no puedo imaginar una vida sin ti?
Su boca se abrió en una pequeña ―o de sorpresa en una fracción de segundo antes de que la irritación se hiciera cargo.
—No tengo amnesia. Hace cuatro días estabas haciéndote a un lado —remarco las palabras con comillas en el aire— dándome la oportunidad de encontrar al Señor Correcto.
Ahora estás tratando de dar un paso dentro de sus zapatos.
Sus manos se cerraron sobre sus hombros.
— ¡Son mis zapatos, maldita sea!
¿Cómo había sucedido esto? ¿Los dos parados aquí en la playa gritándose el uno al otro? Trabajó como el infierno para calmarse.
— ¿Cuántas veces voy a tener que decirte que te amo antes de que lo creas?
—No sé, Pedro. Simplemente no lo sé —puso una mano sobre su estómago—. Todo esto es demasiado para mí hoy. Todo. Necesito algo de tiempo para pensar las cosas.
— ¿Cuánto tiempo?
¿Y cómo demonios no iba a perder la cabeza hasta que se decidiera?
—No lo sé. Todo lo que sé es que no puedo hablar contigo ahora mismo.
Sus posiciones acababan de invertirse. Esta vez era él pidiendo todo... y ella dejándolo sin eso.
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